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jueves, 6 de noviembre de 2008

EN DEFENSA DEL BUEN GUSTO/ Rosa Bertin

tomado de http://lalunaazul.wordpress.com/

Este viernes, cuando me instalé en mi barra semanal, me quedé un instante indecisa, no sabía qué cocktail pedir… Eché un vistazo a mis vecinos de barra tratando de adivinar qué estaban tomando, y ví que manipulaban unos divertidos agitadores luminosos, rojos, verdes, amarillos…


El agitador es un accesorio que nos salva del mal gusto, decreté para mis adentros, pensando en esa gente que mete el dedo dentro del vaso para menear los cubitos de hielo, qué chocante. Precisamente, en estos días las cámaras de televisión mostraban a los diputados -no sé que estarían celebrando en el parlamento- tomando algo ¡en vasos de plásticos y utilizando el dedo como agitador!


El mal gusto abunda en los curules, me dije. Es más, hace tiempo que el mal gusto se ha convertido en una institución política. Aaay, aquellas diputadas de antes de la revolución, las demócrata-cristianas y las social-demócratas: todas se veían igualitas luciendo sus tailleurs de lino con abundante pasamanería en solapas y puños, combinando rojo y morado, amarillo y negro…


Y qué decir de las diputadas revolucionarias de ahora, aunque anoto un punto a su favor: ¡hay que ver cómo les gustan las chaquetas de gamuza, parecen unas burguesas “bon chic-bon genre”! Ya dejaron de ponerse aquellos chalecos multibolsillos de inicios de la revolución, adiós para siempre a los blue-jeans ceñidos y a las cabelleras esponjadas nada fashion… Ahora se visten con marcas de las más caras, aunque no siempre del mejor gusto.


Deberían seguir el ejemplo de la Condolezza Rice, con esa fina silueta tan elegantemente sobria, nunca lleva cartera (me encantaría poder andar por la vida sin llevar cartera). Y antes que ella, tampoco la llevaba Madeleine Allbrigth: añoro sus broches en la solapa, sus faldas de traje bien cortadas -como era regordeta, sabía que no podía permitirse llevar pantalones…

¡No a la chabacanería! En defensa del buen gusto, pedí un Cosmopolitan, el mismo que tomaban las chicas de Sex and the city. La película me decepcionó un poco; pero la serie, nunca me la perdía: me fijaba mucho en la ropa de Carrie Bradshaw, la chica interpretada por Sarah Jessica Parker, una ropa audaz diseñada por Patricia Field, la misma que vistió a la Barbie… Personalmente, prefiero vestirme con cierta sobriedad porque creo que ésa es la clave de la elegancia.


El barman me trajo mi Cosmo: la vodka y el cointreau estaban excelentes con el toque de arándano y limón. Me encanta tomarme un coktail en un sitio agradable, divagando tranquilamente, con los codos apoyados en la
barra… ¡Si me viera sor Bernadette! No era muy cristiana, sor Bernadette, cuando nos daba clase de manualidades y nos pinchaba las manos con su aguja cada vez que entregábamos una labor mal hecha… Aquellas monjitas barbáricas nos obligaban a rezar varias veces el “Yo pecador” para castigarnos, los viernes, cuando las adolescentes tratábamos de alegrar el uniforme del colegio poniéndonos una blusa bordada, o un collarcito de perlas, unas medias caladas, un cinturón ancho que marcara bien el talle…

A estas alturas de mis divagaciones, de repente tuve como una revelación: me di cuenta de que en mis viernes actuales, en vez de poner una fantasía en mi uniforme, me voy a una barra y me tomo un cocktail. Si me ve desde allá arriba, sor Bernadette seguirá suspirando: “¡Esta niña no tiene compón!”


Me sentí como culpable, así que apuré mi último sorbo de cosmo y, en vez de pedir un segundo trago, me fui a mi casa a dormir…


http://lalunaazul.wordpress.com/


Rosa Bertín es diseñadora de modas, vende sus modelos en “The Great Mogol”, su tienda de modas en Miami. Todos los viernes se toma un cocktail en una barra de Caracas.

jueves, 17 de julio de 2008

EL DRAGÓN CHINO / Rosa Bertin

aguardiente chino



El otro día durante un cocktail en una embajada, conocí a una persona muy interesante, una elegante mujer con una exquisita cartera de macramé-pompom. Estábamos en el jardín, y me le acerqué para preguntarle si su cartera era de Keiko Zenka, me contestó que sí. Le dije que a mí me gusta mucho lo que hace la Zenka, por esa sobriedad suya, animada siempre por un leve toque de fantasía... Habiéndose roto el hielo, nos sentamos en un banco artísticamente forjado, para disfrutar del frescor de la velada y esperar que se nos acercara algún camarero.

Resulta que la afortunada dueña de la cartera Zenka es una ejecutiva colombiana que lleva cuatro años viviendo en Shangai, donde representa una famosa marca colombiana de lencería. Me contó que las chinas están fascinadas con la ropa interior occidental. Como son de busto pequeño pero no tienen (aún) la manía de operarse las lolas, se vuelven locas con los sostenes push-up. “Las chinas, antes tan pudorosas –comentó la ejecutiva colombiana–, ahora van tan descotadas como las caribeñas... Y los chinos están encantados...”

En eso se apareció un camarero para servirnos una flauta de champagne.

“... ¡Es que los chinos son unos gozones!”, sentenció la ejecutiva colombiana, aceptando la flauta que le ofrecía el camarero.

“Son unos dragones, eso es lo que son... ¡Y se van a comer el mundo crudo!”, intervino un joven que se había acercado en busca de champagne.

Se identificó como un trader venezolano que hace negocios con los chinos, y siguió diciendo: “Estados Unidos y Europa están dejando de ser el centro de los negocios. Ahora, el que no haga negocios con China no está en nada. Yo estoy aprendiendo a hablar mandarín...” Y antes de alejarse, llevándose dos copas de champagne, intercambió unas frases en mandarín con la ejecutiva colombiana, ambos de lo más risueños. Ella me tradujo que el joven prefería el champagne al aguardiente de los chinos, en cuyas botellas siempre se macera algún bicho: serpiente, escorpión, gusano, qué horripilante...

Mientras paladeábamos el aséptico y delicioso champagne de la embajada, seguimos con el tema. Le pregunté si es verdad que la China moderna es un país tan corrupto como dice la prensa occidental, y ella me habló del guanyi, un código milenario que rige los negocios entre los chinos, mezcla de reglas sociales y de prácticas de corruptela, desconcertante para los occidentales, incluidos los latinoamericanos, que ya es mucho decir...

Prendiendo un cigarrillo, me contó que las autoridades sanitarias han puesto en marcha una enérgica campaña anti-tabaco: igual que en varios países de Europa, ahora está prohibido fumar en los restaurantes chinos. Es que hay 350 millones de fumadores en China, o sea ¡una cuarta parte de los fumadores del planeta!

La colombiana me dijo algo interesantísimo, y es que los chinos de las ciudades ya no quieren saber nada de las tradiciones ancestrales.

- Eso se nota en los documentales que veo por el cable –le comenté–. Siempre miro cómo se viste la gente, y ahora los chinos se visten igual que los occidentales. También me fijo en los segundos planos, hay muchas tiendas y hoteles modernos. El otro día me puse a ver un documental que ya estaba empezado: primero pensé que se trataba de Hong-Kong... ¡pero era Shangai!

- Es el efecto colateral de los Juegos Olímpicos –me explicó ella–. La construcción de la villa olímpica ha impulsado una renovación urbana y turística sin precedentes en las grandes ciudades...

- Pero parece que hay otro efecto colateral –comenté–, y es la represión política.

- Así es... El gobierno chino tiene un fuerte control sobre la Internet. Y está encarcelando a los opositores chinos y a los tibetanos. En estos días, también arremetió contra los uyghurs...

- ¿Los quéee...?

- Los uyghurs, los musulmanes chinos de la provincia de Xianying. Los uyghurs tienen un sentido de pertenencia cultural muy arraigado, y el gobierno central los está acosando so pretexto de que tienen nexos con el terrorismo islámico... Como la cobertura de los medios internacionales se hace cada vez más amplia a medida que se acerca la inauguración, en agosto, de los Juegos Olímpicos, todos los sectores opositores están tratando de aprovechar la repercusión mundial...

-¿Y como reacciona el ciudadano común ante ese tipo de represión?

- China es una sociedad milenariamente autoritaria, tiene escasa práctica democrática... Además, en una sociedad tan vasta y compleja, lo político siempre queda rebasado por lo social. Por ejemplo, desde hace un par de años, el gobierno chino está viendo cómo hacer para flexibiliza el control de la natalidad. Está revisando aquel decreto de “un sólo hijo por hogar”, que se impuso en los años setenta, cuando los chinos tuvieron que frenar el crecimiento poblacional para favorecer el crecimiento económico. Pero, ahora que lo han logrado, la población está envejeciendo y el Estado empieza a tener problemas con las jubilaciones...

La ejecutiva colombiana estaba explicándome la terrible situación de esos cientos de millones de olvidados que, por ser segundos hijos, no están reconocidos por el Estado y malviven en los campos comiendo sólo arroz... En eso llegó otro camarero con una bandeja de tentadores tequeños calientes, pero me dio cosa, pensando en esos millones de chinos que sólo pueden comer arroz, y dejé pasar esa bandeja.

Lo que sí acepté fue otra copa de champagne... en el preciso instante en que la ejecutiva colombiana estaba diciendo que debido a las demasiadas contradicciones entre el nuevo capitalismo y el atraso acumulado, milenario, ¡¡la sociedad china pronto podría explotar!! Del susto, casi me atraganto con el champagne: ¿cómo será una explosión social de 1 300 millones de chinos? me horroricé...

Y yo que me angustio pensando en lo que podría pasar en Venezuela, donde apenas somos 26 millones. Y donde se supone que nadie se muere de hambre, así que aún podemos, con la conciencia tranquila, extasiarnos ante una cartera de macramé-pompom de Keiko Zenka...

viernes, 18 de abril de 2008

FANTASÍAS DE UNA NOCHE DE ABRIL / Rosa Bertín

Para celebrar el 19 de abril, este sábado estuve tomándome en mi casa un “Punch des îles”, delicioso combinado de ron blanco y jugo de caña con una fina rodaja de limón verde. Me lo preparé con el ron que más me gusta, el ron de Martinica.

Este “Punch des îles” era la bebida favorita de aquellos hacendados franceses del siglo XVIII sembradores del oro blanco en las Antillas. Pero los frondosos cañaverales haitianos fueron incendiados cuando reventó la gran cimarronada de 1791. Los esclavos insurrectos exterminaron la oligarquía de los blancos, los grands békés, y de los pocos que escaparon a la masacre, algunos se refugiaron en la Capitanía General de Venezuela.

Se habían traído la receta del “Punch des îles” y lo pusieron de moda en los salones del mantuanaje caraqueño...

Mi poderoso “Punch des îles”, aunque me lo tomaba a sorbitos para que no se me subiera a la cabeza, no dejó de hacer su efecto y me puso a fantasear. Pensé que si yo hubiera vivido en 1810, no me habría resguardado en mi casa aquel Jueves Santo 19 de abril, como tantas caraqueñas recelosas...

Me imaginé más bien cruzando la Plaza Mayor, aquella tarde, para meterme en todo el rebullicio revocatorio frente al Cabildo. Y a la caída del sol, ya consumados los hechos, en vez de regresar a mi casa me fui a celebrar con los sediciosos que acababan de abominar el poder colonial. Qué digo, con los sediciosos... ¡Con las sediciosas!

¿O es que las madres, hijas, hermanas, novias, amantes, no sabían de las conjuras que la oligarquía criolla urdía contra la Corona desde enero de 1810...? ¿No habrán ayudado al marqués del Toro a transmitir el santo y seña para que los conjurados tuvieran entrada a la Casa de la Misericordia en aquellas noches susurrantes...? ¿No salieron de la catedral, casi todas, interrumpiendo las devociones del Jueves Santo, sin siquiera quitarse las mantillas de encaje para unirse al coro derrocador, ¡a cabildo, a cabildo!, contra el Capitán General...? Una de ellas era una joven llamada Josefa Camejo que pronto encabezaría en tierras corianas una carga de trescientos machetes bien afilados...

Aún así, entre aquellos cabildantes proclamados Diputados del Pueblo, novedoso título que estaba en boca de todas y todos sin saber realmente de qué se trataba, no hubo mujer alguna... Pero aquella aventura libertosa de 1810 habrá sido una revancha para Josefa Joaquina Sánchez, bordadora de banderas, confinada en Cumaná por haber conspirado junto a Gual y España, a riesgo de su vida. Y en los años siguientes, cuántas serían las mujeres ignoradas por la historia -Bárbara de la Torre, Mariquita Figuera, Mercedes Abrego, y muchas más- que iban a pagar un precio muy alto por sus ideales patrióticos...

Pues bien, aquella noche del 19 de abril de 1810 yo estuve brindando con un “Punch des îles” junto a mis amigas criollas principales. Fue una noche de puertas abiertas: en la efervescencia del ambiente, el punch enseguida se nos subió a la cabeza y salimos a saludar a unas juanas avanzadoras que pasaban por la calle; andaban de festejo... ¿Adónde van?, preguntamos. ¡A la esquina de las Ibarras, a celebrar con “los Socios”!

Y nos fuimos con ellas, riendo y cantando:

Mujer que sale de noche

No debe ser cosa buena,

Ocairi, ocairá, ocairí, airá...

Íbamos por las callejuelas oscuras y mal empedradas de aquella Caracas ya no tan colonial, donde una lluvia temprana había dejado grandes charcos. Qué importaba que los escarpines y las medias de seda se nos llenaran de lodo, y los vestidos de crepe o de tafetán se deslucieran con las salpicaduras... (Más descocadas, las juanas avanzadoras se recogían hasta los muslos las faldas de calicó almidonado, y brincaban los charcos con desenfado.)

Las tejas húmedas de los techos rojos exhalaban un olor a arcilla que se mezclaba con el tufo de las boñigas depositadas, poco antes, al paso de la milicia a caballo que se había plegado a los conjurados. Algunas gentes pías, en su afán de cumplir con los Santos Oficios, se agolpaban frente a las iglesias, a la luz de unos candiles; pero los curas habían cerrado sus puertas por temor a los desafueros: no hubo lavatorio de pies ni procesión del Cristo yacente. En cambio, las puertas de muchas casas seguían abiertas en un constante trasegar de vecinos que, olvidosos del Jueves Santo, intercambiaban buñuelos, quesillos, rumores...

Y llegamos a la esquina de las Ibarras. En la sede de la recién creada Sociedad Patriótica, abarrotada, alborotada, las gentes radicales de la ciudad ya brindaban por una futura independencia. La mayoría no medía aún el alcance real de los acontecimientos, y el jolgorio siguió hasta tarde en la noche. Afuera, los “Socios” más jóvenes cantaban y bailaban “La Carmañola Americana”:

Todos los reyes del mundo

son igualmente tiranos

son crueles, son avaros,

son soberbios y orgullosos

Acabábamos de deponer al representante del absolutismo español; haciendo uso de nuestros derechos políticos, ¡habíamos formado gobierno propio! Unos días después, con nuestros finos modales de mantuanos, condujimos hasta La Guaira a un desconcertado Vicente Emparan, Capitán General renunciante, y lo embarcamos rumbo a Santo Domingo.

Todas y todos quedábamos ahora pendientes de la convocatoria a un Congreso Constituyente, otra novedad política. Mucho se hablaba de eso durante las veladas, en el frescor de la brisa nocturna que traía efluvios de café tostado. Unos se preguntaban a quién íbamos a vender ese café, y el cacao, y el añil, y el tabaco, ahora que nos distanciábamos de España. Otros contestaban, pragmáticos: ¡a los norteamericanos y a los británicos, pues! ¿Y qué harán los vacilantes pardos?, se preocupaban algunos blancos criollos. Tendrán que unirse a nosotros, anticipaban los más avezados.

Y seguíamos sorbiendo nuestro “Punch des îles” en la frágil serenidad de los patios, viendo con una mezcla de recelo y exaltación cómo se acumulaban los nubarrones en nuestro cielo recién ganado...

Dejé mi copa vacía para asomarme al balcón. Doscientos años después, el cielo sigue encapotado y anuncia tempestad. La historia continúa.

Ilustraciones: Caña de azúcar, Joaquina Sánchez, Josefa Camejo, 19 de abril de Juan Lovera

domingo, 24 de febrero de 2008

DIMINUTAS E INFINITAS/ Rosa Bertín

Este viernes fui a cenar con mi ex-esposo a casa de un caballero escocés, viejo amigo nuestro. Cada vez que nos invita, Marmaduke nos ofrece al final de la cena un pousse-café muy especial: una copa de drambuie, un licor escocés que, según él, viene del siglo XVIII y lo elabora una antigua familia, los Mc Kinnon de la comarca de Kirkliston, con añeja malta escocesa, miel de brezos y una mezcla de hierbas aromáticas cuyo secreto siempre ha sido celosamente guardado (igual que el secreto del ponche-crema elaborado por Eliodoro González P.). Me encanta el drambuie, por su bello color amarillo ámbar y su grato sabor a especias y melado. Aunque se utiliza en ciertos cocktails, yo lo prefiero puro: es tan delicioso que mezclarlo me parece un crimen de lesa-paladar.

Marmaduke, que vino de su escocia natal a los 30 años de edad como maestro cervecero, es hoy en día, ya jubilado, un apasionado filatelista. Pasión compartida por mi ex-esposo. Mientras estuve casada con él, aprendí las reglas de la filatelia: a la vez ciencia, arte y pasatiempo, es una disciplina exigente, un universo diminuto que abarca todos los temas. Incluyendo las bebidas: hay una estampilla francesa muy linda que invita a tomar champagne para ver la vida en rosa...

La colección de Marmaduke se especializa en los aniversarios de eventos, en los oficios desaparecidos, y sobre todo en la Revolución Francesa, eterno tema: qué cantidad de países han emitido estampillas reproduciendo los lienzos famosos o los simples dibujos de época que representan los grandes acontecimientos de esa revolución. Algunas de estas estampillas, aunque minúsculas, son tremendas, por ejemplo la de la reina María Antonieta subiendo a la guillotina...

Mi ex-esposo, siendo médico, se centra en la temática científica. De su colección, la estampilla que más me agrada, por su diseño ingenuo, es una de la república africana de Malí en homenaje a Avicena, el gran sabio árabe tan traducido en la Edad Media.

Marmaduke y él tienen un amigo italiano en Maracaibo cuya colección es exigua pero vale una fortuna: sólo colecciona falsificaciones, entre otras las “arepitas del Táchira”, unas estampillas redonditas inventadas en 1906 por un travieso filatelista de San Cristóbal que las puso a circular como si hubieran sido emitidas por el correo oficial venezolano, y que son valiosísimas.

Si yo fuera más disciplinada, aprovecharía las enseñanzas de mi ex y de Marmaduke para montar mi propia colección. Me dedicaría a las estampillas más hermosas, por ejemplo las que reproducen mariposas, flores, encajes, porque lo que me interesa de la filatelia es la imagen y el diseño. Todo el aspecto técnico, los elementos que hay que tomar en cuenta porque agregan o quitan valor a la pieza, que si el matasello de parrilla, que si la estampilla de favor, la resellada, la sobrecargada, la habilitada, que si la pareja capicúa, el centro invertido, la reimpresión, que si la filigrana, la marca de agua, la dentada de los bordes, etcétera... ¡todo eso me aburre!

Pero me divierte ver a los coleccionistas manipulando delicadamente las estampillas con pinzas, odontómetros, lupas desplegables, calibradores... O escudriñando los bellos catálogos de estampillas y extasiándose ante las rarezas, como ciertas estampillas inglesas, las únicas en el mundo que no llevan el nombre del país “porque la efigie de la reina es inconfundible”. O constatando un error acreditado, como en la “Red penny”, una estampilla inglesa muy feíta, de mediados del siglo XIX, cuyo fondo debió haber sido negro pero fue impreso en rojo; o el célebre “Bolívar negro” de 1900, de apariencia anodina, impreso en sepia y negro, luego resellado por error con un valor superior, y aunque sólo se emitieron 200 piezas, hay más de quinientos coleccionistas que dicen tenerla...

Una vez, Marmaduke nos mostraba una preciosa estampilla egipcia que acababa de adquirir, la que conmemora el 25º aniversario de bodas del rey Farouk, y yo pregunté cuál de las esposas de su harén es la que aparece junto a él. Mi ex-esposo alzó los ojos al cielo y Marmaduke se apresuró a servirme una tercera copa de drambuie, como para hacerme callar... Desde entonces, siempre perturbo el ceremonial de estas sesiones filatélicas con alguna pregunta tonta. Este viernes estábamos contemplando, en un bello catálogo Stanley Gibbons, la “Inverted Jenny”, famosa estampilla norteamericana de 1918 que representa una avioneta azul en un fondo rojo, pero volteada ruedas arriba; aunque su valor facial es de 24 centavos, hoy se cotiza por ese error de impresión a más de 100 000 $. “¿Y si no fue un error –pregunté–, y si era una avioneta haciendo acrobacias?” Mis dos devotos filatelistas siguen reaccionando igual: uno no se cansa de alzar los ojos al cielo, el otro me sirve enseguida otra copa de drambuie...

Lo que no saben es que se trata de una inocente estratagema que me permite guardar las formas: yo nunca me animo a pedirle a Marmaduke mi tercera copa de drambuie porque en el colegio de monjas me enseñaron que una dama no debe pedir más de dos copas; pero como la única ocasión que tengo de tomarme un drambuie es cuando voy a cenar a casa de Marmaduke... ¡se vale!

martes, 22 de enero de 2008

BRINDANDO CON CARUSO/ Rosa Bertín

Estoy diseñando unos bocetos que voy a presentar en el Florida Grand Opera de Miami, un concurso para el vestuario de la ópera “Norma” que se montará en el 2009. Me asesora una amiga, profesora de música, y esta mañana me contaba que atendió a Vera Rosza, la gran maestra de canto, cuando vino a Caracas hace unos veinte años a dar una clase magistral en el Museo del Teclado: declaró que nunca había escuchado, en ningún país, tantas voces maravillosas reunidas en una sola clase.

Para estar en armonía con este feeling belcantista, este viernes de barra le pedí al barman un Caruso. Me lo tomé a sorbitos ricos, pensando al mismo tiempo que este país siempre ha sido muy musical. Ya en la época de la Colonia, a fines del siglo XVI, según me contó mi amiga la profesora de música, la Capilla Mayor de Caracas tenía un órgano, y cuando pocos años después fue incendiada durante la incursión de unos corsarios ingleses, de inmediato los curas encargaron otro órgano, y luego otros más, que llegaban a La Guaira desde España a través de Santo Domingo. Venían desmontados y aquí eran cargados en recuas de mulas que atravesaban selvas, llanos, páramos, llevando la música hasta las remotas provincias andinas. Era tal la afición, que Boves utilizó la música para tender una trampa mortal a los mantuanos: al final de una velada musical en Cumaná, los masacró a todos...

Mi segundo Caruso ahuyentó de mi mente tan sanguinaria gesta. Mientras saboreaba el refrescante combinado de ginebra, vermut seco y crema de menta, recordé que en mi adolescencia, con mi amiga hoy profesora de música, formábamos parte del coro del colegio. Lo dirigía el querido maestro Ángel Sauce que nos llevaba con tanta paciencia. Yo tenía voz de soprano y el maestro Sauce me ponía a cantar como solista una canción de V. E. Sojo: “Malhaya la cocina, malhaya el humo”. Fue premonitorio, nunca aprendí a cocinar, sólo a preparar cocktails.

Hoy en día, cuando escucho una y mil veces “Anch’io” o “Tacea la notte” o “Casta Diva”, el mundo a mi alrededor desaparece. Cómo me habría gustado ser cantante de ópera y vivir pasiones desatadas, sentimientos sublimes... eso sí, sin peligro real, arriesgando sólo mis cuerdas vocales.

Me imagino vestida con la larga túnica de seda cruda que estoy diseñando, el cabello hasta la cintura, la frente ceñida de una corona de verbena, y en la mano la hoz de oro para recoger el muérdago sagrado. Ahí estoy, en éxtasis, de pie en el centro del escenario iluminado por la luz plateada del plenilunio, cantando “Casta Diva”, alzo lentamente los brazos al cielo, igual que María Callas, estoy transportada por la celestial cabaletta: Spargi in terra quella pace cheee ee ee regnar, cheee ee regnaaar tu fai neeel ciel... Al final, unos segundos de silencio: el público está sobrecogido. Y de repente, el estruendo de la ovación, unas voces que gritan “¡Brava, bravísima!”, las flores que llueven a mis pies sobre el escenario, y yo me inclino con gracia para recoger dos flores, una la lanzo al director de orquesta, la otra al público, y el teatro se viene abajo...

En eso, unas voces me sacaron brutalmente de mi ensoñación. Venían del otro extremo de la barra, un grupo de fanáticos apaleados pero irreductibles entonando su “Le-on, le-on, le-on, le-on... le-on, le-on...” No pude con la dura realidad. Apuré mi Caruso y me fui a mi casa a escuchar a la Callas sin nadie que me perturbe.


ILUSTRACIONES: Florida Grand Opera de Miami, José Tomás Boves y María Callas.

MÚSICA: Escuche la "CASTA DIVA" de María Callas en la ROCKOLA DE LA BARRA mientras lee la crónica de Rosa Bertín.



jueves, 6 de diciembre de 2007

ROJO ROJÍSIMO/ Rosa Bertin

Este viernes, quise probar un cocktail recién creado, el Octubre Rojo. Como el barman no lo conocía, tuve que explicarle que se prepara con vodka, crema de cassis y schweppes. Me quedé contemplando el bello color rojo del combinado, preguntándome por qué se llama así, si fue creado durante el festival de Cannes, nada que ver con la revolución rusa que tantas veces me explicó mi ex-esposo, medio comunista él. De una cosa a otra, me recordé mi primer acto de rebeldía.
Yo tenía 15 años y estaba harta de mi cabello hasta la cintura. Un día me fui a la peluquería a cortármelo cortico y pintármelo de rojo pero rojo-rojo-rojísimo, para escándalo de mi abuela, que era costurera y muy conservadora. Y de la madre Bernadette, que me prohibió regresar al colegio mientras no me quitara (y señalaba con su dedo feroz) “ese color endemoniado”. Me gané 3 días sin clases y la admiración de mis compañeritas, pero también la sorna de las monjas que en adelante me llamaron “caperucita roja”...
Aquel tierno recuerdo, quizá por el efecto del excitante color rojo y de la vodka, se esfumó y en mi mente se dispararon las imágenes tremendas de una película francesa, “La reina Margot”, cuyo vestuario era un espectáculo no sólo para la vista sino para el oído, porque con cada movimiento de los personajes se oía el crujir del satén y el damasco, el frufrú de la muselina y el terciopelo. Pero aaaaaaah, cuando aparece el rey todo de blanco, y a medida que se desarrolla la escena, poco a poco, lentamente, el color blanco se va enrojeciendo: era la sangre que rezumaba de los poros, el rey estaba envenenado, se moría sin saberlo. Y lo más impresionante, al final de la película, Margot con su vestido de satén blanco salpicado por la sangre de su amante decapitado. ¡Qué película tan fuerte! Fuerte como el color rojo, el color de la sangre, el color de la pasión.
El barman me trajo mi segunda copa, pero si yo quería disfrutar de mi Octubre Rojo, de su sabor intenso y a la vez delicado, tenía que borrar esas imágenes terribles así que me obligué a enumerar las plantas con las que antaño se obtenía el color rojo, como lo aprendí en mis clases de diseño textil: la granza, el palo Brasil, el sándalo rojo, la orcaneta, el tornasol rojo, la flor de alazor... Pensé en el rojo de los pimientos de Espelette, un pueblito del país vasco francés, con sus fachadas cubiertas por los famosos pimientos de la región puestos a secar en ristras para ser envasados...
Y el rojo de la laguna de Cuare, en Morrocoy, cuando se posan las bandadas de coro-coros... Y el rojo de los diablos danzantes de Yare... Sí, el rojo es el color más vistoso, siempre me gustó. Pero como últimamente está en todas partes, se ha desvalorizado. En estos días vi un color rojo lastimoso: me fui en metro a las tiendas de tela de San Jacinto y me bajé por error en Capitolio. Al asomarme a la avenida Baralt, vi que todos los toldos de los buhoneros, una fila interminable, eran rojos pero un rojo ya desteñido, comido por el inexorable sol tropical...
Cuando terminé mi Octubre Rojo, me retoqué los labios con mi rouge de Dior, agarré mi cartera roja y me fui a mi casa.

En las imágenes: Cabellos rojos, La reina Margot y los Pimientos de Espelette

lunes, 26 de noviembre de 2007

UN CABALLERO/ Rosa Bertin


Este viernes, al instalarme en la barra de un restaurante de la Solano, me dí cuenta que me había sentado junto a un personaje conocido, que me recordó una anécdota de mi cuñada. Por eso es que casi le pido al barman un Cinderella. Es que este señor, un economista famoso, se graduó con el esposo de mi cuñada. Y ella, que ya para entonces era tan despreocupada como hoy, se quitó sus escarpines nuevos que le apretaban, dejándolos debajo de su butaca, y algún bromista de la fila de atrás los puso a rodar por toda la fila. Cuando el acto de graduación concluyó, mi cuñada no encontraba sus preciosos escarpines. En eso se le acercó este señor, en toga y birrete, y se los entregó. Ante aquel gesto caballeroso, ella se sintió como la Cenicienta cuando el Príncipe le presenta el escarpín milagroso. Y de verdad que este señor, cuando lo veo por televisión, me parece todo un caballero.

El barman me trajo el Jack Rose que en definitiva le pedí, y con este combinado de calvados, granadina, azúcar y limón, me puse a disfrutar mi viernes de barra. Una barra, por cierto, muy pequeña y estábamos tan apretados que yo podía escuchar lo que decía el economista. Cosas como: ¡500 000 millones de dólares de ingresos petroleros en 9 años de gobierno!

Me moví un poco para verlo sin parecer indiscreta. Y ahí estaba él con su elegancia natural, tenía puesta una chemise Lacoste y se tomaba un whisky en compañía de otro señor que lo escuchaba con atención, lo mismo que yo cuando lo escucho hablar de la responsabilidad social de la empresa. Tiene razón: si cada empresa ayudara a atender las necesidades del barrio vecino, el problema de la pobreza se aliviaría. Es lo que hace el ron Santa Teresa con el proyecto Alcatraz... Yo también trato de ayudar a que la gente que trabaja conmigo viva mejor. Por ejemplo Gladys: lleva 25 años en mi casa y hasta le expliqué cómo se hacen los cocktails, así que todos los viernes, igual que yo, se toma su cocktail viendo su telenovela. Sólo que a ella el único que le gusta es el Bloody Mary, y siendo cocinera de buena sazón lo prepara como Dios manda, con vodka, tabasco, worcestershire, jugo de tomate, limón, sal de céleri, pimienta y, como adorno, una hojita de céleri. A mí no me gusta el Bloody Mary, me sabe a gazpacho con licor...

La voz grave del economista me sacó de mis reflexiones sociológicas. Estaba diciendo algo insólito, viniendo de él que siempre es tan formal: decía que tiene una apuesta con su hijo por un millón de bolívares a que habrá cambio de gobierno en el primer trimestre de 2008, pero que él, el economista, dice que será más bien para fines del 2008. Ante tal perspectiva, y quizá también por efecto de mi segundo Jack Rose, me atreví a decirle: ¡Brindo por eso! Entonces él, siempre tan serio, ladeó la cabeza para mirarme y alzó su vaso de whisky en un gesto de adecuada cortesía.

Temerosa de cometer otra indiscreción, apuré mi copa, me puse el escarpín que se me había salido del pie, y me fui a mi casa para llamar a mi cuñada y contarle mi encuentro con el famoso economista.

lunes, 19 de noviembre de 2007

TEMPORADA DE BODAS/ Rosa Bertin

Hoy estuve a punto de no ir a tomar mi cocktail de los viernes, porque tengo un trabajo urgente: rediseñar un tocado de novia para una clienta de Miami. Es que la novia ya no quiere el velo corto de tul con filigrana de plata; ahora, a sólo tres semanas de la ceremonia, se le antojó un velo más largo y con diminutas lágrimas de cristal, porque lo vio en la boda de no sé quien.

Para quitarme el mal humor, finalmente fui a tomar mi cocktail. Pensé que un White Lady me caería bien, y así fue: el combinado de ginebra, cointreau y jugo de limón me serenó. No me gusta estar de mal humor mientras diseño el ajuar de una novia, para una boda todo debe ser armonía.

Mientras me deleitaba con mi cocktail, pensé en lo rápido que pasa el tiempo, ya estamos en plena temporada de bodas: la gente se casa en noviembre-diciembre, pero este año yo pensé que no habría tantas bodas, por todo el agite de la reforma. Pero qué va, hay muchas bodas, en Caracas es una tradición.

Y en Estados Unidos es una verdadera industria, con una cifra anual de 30 000 millones de dólares y casas especializadas en organizar bodas: te resuelven la ceremonia, la fiesta, las fotos, los videos, el viaje de luna de miel por unos 19.000 dólares. Cada año 2.400.000 novias se casan de blanco, símbolo de pureza espiritual... y todo un mercado para nosotras las diseñadoras y para las costureras. Mi socia Antonieta que está en Miami, quiere que yo me vaya para allá, pero no me gusta Miami y no quiero dedicarme a diseñar trajes de novia. Claro que cuando mi hija se case con su novio, un muchacho encantador, de Orlando, le diseñaré un vestido de ensoñación, con un delicado bouquet de phanolepsias blancas. El bouquet de azahar ya no se lleva, era símbolo de virginidad, quedó démodé.

El bartender me sirvió otro White Lady y se me ocurrió que en una boda sólo deberían servir cocktails como el White Lady, el White Russian, el Honeymoon, el Acapulco...

El Honeymoon me recordó mi luna de miel, fuimos a Moscú porque mi ex-esposo siempre ha sido medio comunista. El primer día pedí un Honeymoon en el bar del hotel pero la mezcla de calvados, benedictine y licor de naranja me pareció empalagosa, a pesar del zumo de limón. Mi ex-esposo pidió un Black Russian, y yo le sugerí que se tomara más bien un White Russian, o sea la versión suavizada, porque la mezcla original de vodka y kahlúa es muy fuerte para los turistas, entonces se le añade leche. Pero él insistió y entonces el propio barman le aconsejó que se lo tomara a sorbitos para no marearse. No se me olvida la cara de mi ex-esposo, se le salían las lágrimas pero siguió tomando su Black Russian como todo un cosaco. Al día siguiente, tuvo que quedarse en la cama. Fue en el invierno de 1983, uno de los más gélidos que recordaban los rusos, casi no salíamos del hotel, yo tuve que comprarme una chapka para protegerme la cabeza de aquel tremendo frío.

La chapka me hizo acordarme del tocado de novia que tengo que terminar, y me vine a mi casa para seguir trabajando.

martes, 13 de noviembre de 2007

FRENESÍ / Rosa Bertin

Comienzo mi participación en este espacio de gente tan interesante, presentándome. Soy diseñadora de modas, mi mejor amiga, Antonieta, tiene una tienda de modas con su taller de confección, "The great Mogol", en Miami. Yo diseño los modelos. Últimamente, todos los viernes en la noche paso un rato en alguna barra. Antes, los viernes en la noche me gustaba ir al Teresa Carreño, pero ahora ya no hay espectáculos de calidad, esa sala se puso roja, rojita, se llenó de agresividad.

La última vez que fui al Teresa Carreño, y más nunca volví, fui a ver "Luisa Fernanda", una zarzuela española que nunca me la pierdo, me fascina el canto de las sombrillas. Pero en el segundo acto, cuando los republicanos cantaban "El régimen se cuartea y el pueblo es un vendaval", el público se puso a gritar ¡Viva la libertad, fuera Chávez! y de repente entraron unos hombres por los laterales gritando ¡U-a-Chávez no se va! Aquel toma y daca duró una eternidad, qué pena con esos artistas españoles que se quedaron mudos en el escenario, no sabían qué hacer, qué locura. Detrás de mi había una señora de cabello blanco (o más bien morado) gritando ¡Viva la cultura, viva la música! El ambiente era tan contagioso que me puse a gritar lo mismo que ella, pero nadie oía nuestras vocecitas en medio de aquel alboroto. Para reponernos de aquel frenesí, la anciana dama y yo nos fuimos al barcito en el intermedio y nos sirvieron un vino blanco bien seco y bien fresco.



Entonces, como los viernes ya no voy al Teresa Carreño, ahora me instalo en una barra y me tomo un cocktail, siempre me gustaron los cocktails, son relajantes y me ayudan a reflexionar. Es que tengo que tomar la decisión de mi vida: ¿me voy o me quedo?

Son las once de la noche, ya llegué a mi casa. Hasta hace un rato estuve en una barra de El Rosal recién acabada de renovar, quedó preciosísima. El barman me preparó un Red Lion: esa combinación de ginebra y grand marnier con jugo de limón y de naranja es muy tónica, me estimula el pensamiento. Sólo que no pude pensar, con tanta gente y tanta música. Me recordé que hace años había un saxofonista que tenía bastante swing, un negro alto y flaco, con ojos enormes. Yo iba a veces con mi ex-esposo y mi cuñada en esa época.

Esta noche, me tomé mis dos copas (nunca paso de dos porque las monjas me enseñaron que una dama siempre debe guardar la compostura) escuchando la música y las conversaciones que se mezclaban a mi alrededor. Pero me regresé a mi casa sin haber pensado nada sobre mi futuro.

El próximo viernes iré a una barra más tranquila. Espero poder reflexionar un poco. Quizá mejor me tomaré un cocktail sin alcohol, para mantener las ideas claras


Imágenes: Mazurka de Las Sombrillas de la zarzuela "Luisa Fernanda" y diseño de Rosa Berlín.


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