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jueves, 26 de agosto de 2010

jueves, 19 de febrero de 2009

ARMANDO CLOSE-UP EN LA BARRA / Tulio Monsalve

La novela de Armando Coll se inicia con nota sobre una barra de Le Club. El novelista habla de asuntos de la noche y sus complicidades y de habitantes que hacen espacio en botiquines pedantes. Locales de moda para escaladores y desplazados de las notas de las paginas de los sociales.

Descubre parte del problema del alcohol bastamente consumido pero mal administrado. Me refiero cuando no hace efecto enervante e impulsa los ingenios y la gracia, sino que marca caminos a la angustia y reduce el raciocinio y crea mucha desesperación. Ingesta que se hace dramática en cierta clase media que sigue sin entender lo que está pasando en el país. Que todavía no acepta que esto cambió, que nuestra sociedad tiene otros valores y otras reglas y sobre todo otros actores. Entre estos actores que muy mal ejecutan su papel por que no comprenden el escenario, se mueve el novelista Coll. Con buen arte y excelente oficio hace crónica con estos desvencijados seres y los desmenuza y luego crea sus personajes.

Su narración se abre desde los espacios de un lugar de “siempre” que reinauguran, Le Club. Pieza del esparcimiento que fue construida con el desecho de los chismes de la farándula y sirve de alojamiento a los duendes del ocio y vaguedad de una desfallecida clase que no sabe y menos comprende en que país se encuentra. Allí inicia su disección de ese sub mundo, cuando alguien en el ambiente del besamanos, saluda tendida y efusivamente a Gloria. Quién la acompaña, le pregunta ¿Quién es él? . Responde que no sabe: N-p-i. Se descubre el lance de quienes quieren figurar que estos lugares de moda y saludan a los periodistas queriendo ser objeto de alguna línea de la crónica que en algo mengue su anonimato. El juego del “Verse y dejarse ver”. Vanidad, jactancia, son el slogan de este no lugar, caraqueño.

En medio de un trago y mientras piensan en el próximo. Desde esa barra miran y delatan ese muestrario de retazos e hilachas sin sentido cuya ausencia destruiría esa entumecida e inculta clase media. Ella, Gloria y el Augusto Márquez, saben que sin esta materia humana que los rodea y contamina perderían el sentido de sus vidas. Ella relacionista publica y él periodista de farándula, este dúo, esta compañía, esta compleja sociedad, difícil de imaginar y complejo de mantener, constituye la dupla que Armando Coll crea para contar su ultima novela, Close up. Alfaguara 2008

Resalto que mientras algunos escritores y periodistas en su desespero no encuentran sino el recurso del abatimiento y la dolorosa crónica morbosa como expresión, Armando Coll escribe. Su novela sin duda tiene que ver con la forma como cierta desamparada clase social evita el tema de la realidad y la evade refugiándose en lugares adonde la noche de los privilegiados tiene asiento.

Armando Coll trabaja ese espacio de la comunidad y ahí, escarba. Analiza y describe: los cuidados músculos de la gente, sus liposucciones, botox o su look u otros productos que brinda el “fitnes” que le da apoyo a quienes sufren la angustia del anonimato o por que escasean sus “levantes”. Tal como dice en la Pág. 53 “ La envidia, ese terrible padecimiento de las muchachas pasadas de kilos y atacadas por el acné”. Esa es parte de la materia prima de su cuento. Pero Coll no se entumece sino vitalmente ocupa y agita y muestra una parte del problema social de esta eternamente dividida República.

Evita lo que otros, que se dedican a desfigurar los nuevos modos de la antropología en proceso de creación. No comulga con las manifestaciones preferidas de los quejosos, que se dedican de forma bastante ingrata a exaltar hasta el paroxismo y el lloro su visión negativa de la vigente realidad política del país. Lloran por las colas. Gimen por una inseguridad que nunca los toca. Hacen pucheros por que falta el aceite y el papel sanitario. Gimotean por la basura del centro pero no por la de Chacao. Sollozan por la “tacita dorada” que es Bogotá, no por sus crímenes y ejecuciones nocturnas. Suspiran por el clima de Miami. Suspiran por todo y sufren por todo.

Plañidera que se ha hecho tan corriente que llegan hasta los editoriales de la falazmente denominada “gran prensa nacional”. El autor de la novela obvia este esqueleto de la amargura, por improductiva y como literato sigue dando fe de la buena potencia y salud de nuestros productos del intelecto.

Rescato, por acertado, lo que presenta su novela en la, Pág. 142, para aquellos que no lo saben, presenta ciertos lugares clásicos de la ciudad y escoge, entre otros, para hacer vivir la memoria el Restaurante Le Coq D´Or y reconozca aun sin proponérselo el papel que tuvieron en esa época ese trío de respetables restauradores, Antonio Martínez, Bartolomé Pol, el chef Eugenio y el barman Alfredo, que con tesón construyeron un lugar adonde había respeto por el buen comer y se trataba con rigor y cuidado a los fogones y a los clientes. Me refiero al período de Ave. Solano y luego de Sabana Grande (Ave. Los Mangos), por que al trasladarlo y empotrarlo en Las Mercedes no han logrado sino atraer a su barra a yuppies o banqueros con deudas insalvables con la justicia, para que entre todos degüellen el buen comer y conviertan el lugar en un clásico, escandaloso e insoportable bebedero. Triste, muy triste final. A pesar del desastre mi paladar aún celebra sus “sesos en mantequilla negra”.

Los personajes de Coll son piezas que viven del sentimentalismo y la nostalgia. No quieren entender que esta Venezuela cambió, esto ya es otra cosa, parece decirles: no sigan soñando ni mirando para atrás porque van a quedar petrificados como la mujer de Lot.

Sean dignos, eviten la tragedia, parecería ser la conseja que nos hace Armando Coll. Finalmente recomiendo la lectura de este autor que seguro no va a ser reseñado por las “paginas culturales”, ese otro club de selectos escogidos y manejados por paquidermos de la política, que ahora se centran en la mediática, pero que son ajenos a las masas, ….. ojala me equivoque.

domingo, 8 de junio de 2008

ESSEIS BARRAL/ Jason Galarraga



De los bellisímos y bien recordados años de Sabana Grande,allá por 1985 inventamos una exposición que se llamo en principio SEIS BARRAL, el título viene a colación porque no era la famosa casa editora sino que eramos seis pintores que deambulabamos por las barras de Sabana Grande: Rafael Franchesqui, Felipillo Rodríguez, Víctor Antonioni, Pancho Burne, el Chivo Acosta, y qien suscribe esta nota, Jason Galarraga. Exactamente los que asistíamos al no menos famoso Callejón de La Puñalada; el lugar escogido para la exposición era la TASCA GIBUS en pleno callejón y que a la epoca era regentada por unos jóvenes Gallegos, morochos, dicho sea de paso, Jossé y Pablo Dobarro, personajes que además de ser los dueños eran los bartenders, quienes se turnaban la barra día y noche porsupesto, su parecido confundía a los habitués que de por sí estaban confusos etílicamente,ya para este momento solo quedabamos tres pintores para la muestra.El curador de la exposición,fué nuestro recordado amigo Saúl Alvarado Guzmán, y el texto del catalogo estuvo a cargo del tambien muy querido Adriano González León, quien cuando el curador (Saul Alvarado), le comunica que debe escribir el texto del catálogo de exposición le contesta- bueno ¿ y que voy a escribir Yo, que ni siquiera he visto un cuadro de la exposición? (los cuales no existían y creo que no existieron jamás). A la pregunta, Saúl le contesta a Adriano,-pero bueno tu no conoces los payasos y las figures de Franchesqui, que se parecen a las de Picasso, las caritas de Antonioni,como las de Modigliani, las rayas de Jason como las de Hartung, los personajes y las barras de Felipillo como Gauguin, - y así le describe el resto de los Pintores - ¡! allí tienes el tema…!!

Así, Adriano escribió el texto, el cual se editó en un tríptico que quien les cuenta esta nota lo diseño y aparece como ilustración de este articulo, que es un dibujo a tres manos donde aparece el circuito de barras de Sabana Grande. Para ese momento sólo quedábamos para la exposición tres pintores, por eso Adriano cambio el título del texto que en principio fue SEIS BARRAL, por “Paisaje con Tres Pintores y Lluvia”

ANTONIONI, JASON Y FRANCESQUI

Son tres caballeros de la noche que

deambulan por las transversales de Sabana

Grande. Siempre llevan a la espalda

lienzos, cartulinas y carpetas. En el pecho,

por supuesto, un corazón propio para las

locuras del mundo. Y entre pecho y

espalda algunos vinos que ayudan a la

imaginación.En cierta barra pintan.

En otra cantan. En una tercera hacen las

necesarias exploraciones del sueño.

Al final de la travesía, Antonioni tiene

reunidas varia figuras mágicas, un

resplandor, un tenue juego de sombras y

secretos que insinúa en ajustadas

composiciones atmosféricas, como si

hubiera llovido y los pájaros se hubiesen

escondido entre las telas.

Jason ha depurado sus manchas, finos

Contactos, evanescentes presencias de la

Línea y el trazo, todo como sin querer

Queriéndolo, en una suerte de alquimia

Celeste que mezcla el reposo de los

Ángeles con restos dorados y grises de la

Lluvia que dejó de caer.

Franceschi debe haber concluido sus

payasos, sus pájaros orientales y sus figuras

enredadas en una especie de red maritima

y trepadora de jardín antiguo. Hay trazos

donde el grafismo nervioso es suavizado

por una concepción poética de hilos

entretejidos, maravillosa textura simulada

para el ojo del espectador y tela de araña

que después de la lluvia,apresa el

encanto de flores extraviadas.

No se si todo esto es lo que exiben

hoy. Saúl Alvarado Guzmán me habló

desde lejos de esta aventura.Si mis palabras

no coinciden con la muestra, no importa.Se

las dejo como programa.Y ya nos

encontraremos los cinco por esas transversales

de Sabana Grande, para celebrar los resultados.

A la espalda, otros papeles y otros lienzos.

En el pecho, el mismo corazón. Y entre pecho

y espalda, todos los vinos del mudo que

pregonan la amistad.

Adriano González León.

Ahora lo simpático de este cuento es el comentario de Adriano, cada vez que nos encotrábamos años después por los predios de Las Mercedes, siempre referia aquella exposición que nunca se hizo, además que esta exposición que no existió era un hito en las exposiciones de pintura en Venezuela, porque uno siempre se quejaba al ver la exposición que “nunca estaba listo el catálogo” aquí sucedió lo contrario el catálogo existió como tal, pero la exposición nunca pasó..

Jason galarraga.

jasongalarraga@gmail.com

jueves, 17 de abril de 2008

OLVIDOS, OMISIONES Y ERRORES/ Raúl Fuentes

Anónimo Jóvito Alcides Villalba Vera dijo...

Como es posible, caro Raul , que no hayas incluido entre las delicias del Gato Pescador aquellos sus famosos Fatanyeiros, que la maledicencia del lugar y de la epoca aseguraba que estaban compuestos, entre otra viandas, de gato y de pescado. Saludos amigo y te recuerdo que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Viejo es viejo manque se sfeite la papada.

16 de abril de 2008 22:09

Un amable comentario de Alcides Villalba en torno a la minucia que, bajo el título El gato sin nombre, colgáramos acá hace un par de días motiva estas pocas líneas a manera de apostilla a la mencionada fruslería. Nos reprocha Alcides lagunas y equivocaciones.

En nuestra nota, no intentábamos inventariar el menú del Gato Pescador, sino especular en torno al significado de las palabras Halászó Macska, sazonando nuestras elucubraciones con una que otra referencia a la oferta alimentaria del desparecido comedero húngaro. Pero, ya que nuestro amigo trajo el fatányéros a colación, debo confesar que fue más olvido involuntario que omisión deliberada.

Es cierto: servían en el Gato Pescador esta descomunal especialidad cuyas raíces nos remiten a Transilvania (recuérdese que esta región perteneció a Hungría en algún momento). Imagino que el tamaño y composición del fatányéros buscaban exorcizar al mismísimo Conde Drácula.

El platillo en cuestión es una suerte de parrillada mixta elaborada con filetes de buey y ternera, chuletas de cerdo, tajadas de hígado de ganso y tocineta. Se sirve sobre un plato de madera en cuyo centro hay una barra de metal, un alambre en realidad, que sostiene las distintas piezas manera de brocheta. Se le acompaña, generalmente, con una ensalada de papas y, a lo mejor, el Tokaj sea muy dulce para maridar con él.

Dice Alcides, apuntando a mi senilidad (Viejo es viejo manque se afeite la papada) que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Creo que nuestro amigo se equivoca. El Pez que fuma, más que burdel cabaret o bar de putas, quedaba en Los Flores de Catia. Román Chalbaud lo ubica en el litoral, tal vez evocando El campito, aquel famoso prostíbulo donde se dice mataron a un enano al usarlo como balón en un improvisado juego de voleibol. Eran tiempos en los el litoral guaireño, de alguna manera, formaba parte, parte de la ciudad. Después nos lo arrebataron para crear una entidad sufrida e insostenible.

También hubo, entre los años 40 y 50 del siglo pasado, un Pez que fuma en Acapulco. Allí tocaba el piano Juan Bruno Tarraza y cantaron, ente otras y otros, María Luisa Landín, Toña La Negra Bobby Capó y Olga Guillot... El regente de la mancebía catiense ha de haberse inspirado en este sitio para bautizar su casa.

martes, 15 de abril de 2008

EL GATO SIN NOMBRE/ Raúl Fuentes

Entre los numerosos establecimientos frecuentados por la bohemia caraqueña en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado destaca, tanto por el aspecto físico de los locales que le sirvieron de asiento como por la personalidad del patrón, el Gato Pescador. Conocí tres ubicaciones distintas de este restaurante y bar que servía generosos tragos y copiosas porciones de comida aparentemente húngara. La primera de esas ubicaciones nos sitúa donde hoy se levanta el edificio La Previsora; la segunda, un centenar de metros bajando hacia el sur por la avenida Las Acacias, y la tercera, que pienso fue la última, detrás de la Gran Avenida, en la calle Habana, la misma donde quedaban el Páprika y el Tic Tac, también muy cerca, pero hacia el oeste, de su primer emplazamiento. Los tres locales tenía en común, además del nombre, un anuncio de latón en el que podía verse la figura de un gato aferrado a una caña de pescar y la leyenda Halászó Macska debajo; y, lo que más llamaba la atención, por lo menos a mí, la incoherente, disparatada y ecléctica decoración: no hubo nunca una mesa cuyas mesas fuesen todas iguales y, en algunos casos, ni siquiera tenía altura similares, una anarquía que se hacía sentir incluso en mantelería, platos, copas, vasos, cubiertos y ceniceros,. Tal vez por ello el negocio gustaba y uno caí en las trampas del pícaro dueño al que algunos llamaban Halászó y otros apodaban Gato. Solía éste preparar, además de los infaltables pimentones rellenos, una buena cantidad de un estofado de carne de segunda que ofrecía con distintos nombres para que creyésemos que su menú era muy amplio: carne guisada, muy buena; goulash, excelente; carne, con papas, estupenda, strogonoff, superior, carbonada flamenca, increíble…”. Era interminable la lista de variaciones sobre el tema del estofado, que con su peculiar acento húngaro, recitaba el hombre a quien unos llamábamos Halászó y otros llamaban simplemente Gato, porque Halászó les parecía impronunciable. Él, Halászó o Gato, pensaba que uno no se daba cuenta del camelo, pero ello formaba parte del juego que la concurrencia mantenía con la administración.

Halászó a veces desaparecía por algún tiempo y dejaba la taguara al cuidado de un pariente que reputábamos hijo, sobrino, ahijado o cómplice de quién sabe qué fechoría. Fue este personaje quien hizo pública la pasión de su padre, tío, padrino o compinche por las carreras de galgos. Sus desapariciones correspondían a los viajes que cada cierto tiempo hacía a Miami para apostar en los galgódromos de Florida. Ello explicaba el cierre, mudanza y reapertura de sus restaurantes que siempre se llamaron Gato Pescador, nombre que parecía apropiado para una ciudad que había albergado un burdel llamado El Pez que Fuma, pero que a mí siempre me intrigó. No el nombre en sí, sino su procedencia.

Hay un félido originario de Asia, Prionailuturus Viverrinus, a la que se denomina comúnmente como gato pescador, del que no sólo se dice es buen nadador, sino que además se le atribuyen facultades para la captura de peces, pero dudo que el restaurador magyar tuvieses noticias de este espécimen.

La Rue du Chat qui Péche (calle del gato que pesca sería la traducción literal al castellano) es acreditada como la más corta de París: hay apenas un metro con ochenta centímetros entre las fachadas de esta callejuelo cuya longitud no alcanza los 30 metros ( la Rue Degrés, en el 2ª arrondissement con 5, 75 mts. es tenida como la más corta de la capital francesa). Comunica al Quai Saint Michell con la Rue de la Huchette, en el distrito V, en la Rive Gauche de la ciudad luz. El curioso nombre de tan estrecha vía está asociado a una leyenda cuyos orígenes se remontan al siglo XV. Según ésta, el canónico Dom Perlet, que al parecer se dedicaba a la alquimia en la vecina iglesia de Saint Severin, tenía por compañero a un gato negro que podía, de un zarpazo, sacar un pez del Sena. Esta habilidad que ayudaba a mantener bien alimentado al clérigo, contribuyó también a alimentar rumores y se decía que monje y minino eran una sola entidad diabólica. Tales rumorees se acrecentaron cuando unos estudiantes, o unos gamberros – que a veces son lo mismo – mataron al gato y lo arrojaron al agua.

Muerto el felino, el religioso brilló por su ausencia. Sin embargo, meses después, Dom Perlet, que no estaba de parranda sino de viaje, regresó a sus prácticas de alquimia al mismo tiempo que alguna gente juraba haber visto al gato negro pescando en las orillas del río. Una resurrección que nadie pudo explicar y a partir de la cual la calle de Neuve des Lavandiers pasó a llamarse Rue du Chat qui Peche. A esta calle vino a parar, después de la Gran Guerra, que aún no era primera, aunque si mundial, la escritora húngara Jolán Földes. Una escritora que gozó del favor del público de entre guerras y hasta obtuvo un prestigioso premio otorgado por la crítica inglesa.

Halászó macska utcája es el nombre de la novela con la cual Yolanda, que así podemos nominarla en español, obtuvo el primer premio de un concurso internacional de novela celebrado en Londres en 1936. En inglés se llamó Street of the Fishing Cat, es decir: la calle del gato pescador. De aquí debe haber sacado el nombre para su bebedero y comedero el hombre al que llamábamos Gato o Halászó. Quienes lo llamaban Halászó suponían que su nombre completo era Halászó Macska. Entre ello figuraba Adriano González León.

Un buen día nos enteramos del fallecimiento en misteriosas circunstancias del afable patrón del Gato Pescador, un húngaro pícaro y ludópata que sabía agradar a los poetas y, a través de gestos obscenos, hacía saber a las parejas de su disposición a rentarles un espacio para que se refocilasen. Adriano, en un hermosa y magistralmente bien escrita nota dio cuenta del deceso en la página de arte de El Nacional. La nota se titulaba Halászó Macska y reseñaba la relación del personaje así nombrado con el entorno bohemio de Sabana Grande y la naciente República del Este.

Poco tiempo después de morir el hombre a quien unos llamaban Halászó y otros Gato, me topé con una gran amiga de origen húngaro, Eva Ivanyi, cuyo padre, por afinidades étnicas y tratando de encontrar los sabores perdidos de su Budapest natal, solía invitarla al Gato Pescador. Fue ella la primera persona en advertirnos que el muerto no ha podido llamarse Halászó Macska, pues estas palabras significaban Gato Pescador. Y es más, puntualizó que quienes le decían Halászó no sabían que, en realidad, lo llamaban pescador porque el gato era Macska.

domingo, 16 de marzo de 2008

LA BARRA MAS LEJANA/Oscar Hernández Bernalette

Se trata de la barra de La Huerta en Caracas. Miguel Manrique y quien escribe nos trasladamos desde Altamira hacia la Avenida Solano un viernes de este marzo del 2008 para un rutinario encuentro entre viejos amigos politólogos. Pablo Antillano nos esperaba. Luego de una hora de tráfico a cámara lenta al fin llegamos a la redoma de La Campiña a solo 100 mts de la puerta de entrada al estacionamiento. Allí comenzó la tragedia de esa tarde, tardamos casi dos horas en recorrer el corto camino que teníamos por delante y cuya barra convertida en objetivo de sobrevivencia estaba a solo metros. La ciudad estaba paralizada. Pablo llamaba, me embarcaron, me voy, ¿a dónde se metieron?. Lo cierto es que estábamos a punto de cerrar el carro y caminar hasta la barra que nos esperaba como sedientos perdidos en el desierto. Entre cornetazos, llamadas telefónicas y silencios a rato, Miguel me conto una historia de cómo en una ocasión le cambio la vida una cola de estas. Ocurrió hace dos décadas en esta Caracas, la misma ciudad que le ha robado horas de existencia a millones de caraqueños que han perdido como imbéciles parte de sus vidas entre la contaminación de cuanto motor se nos topa o viéndole la maletera a cuanto imbécil diseño automovilístico se ha creado en este planeta.

Su historia fue la siguiente: una tarde de lluvia, la cola infernal, andaba solo y ante el agobio del tráfico logro estacionar y refugiarse en una barra. Para su sorpresa y por pura casualidad se encontró con buenos amigos que compartían una mesa y celebraban la designación de Germán Lairet como Embajador en Belgrado. Se sumo a la treta y el novísimo diplomático designado por Lusinchi luego de una larga tertulia le pidió que lo acompañara como segundo al frente de la Misión Diplomática. Cuenta Miguel que le agradeció y le recomendó que se llevara un diplomático de carrera. Me recomendó y quedó que me contactaría para proponerme esa opción. Entre ubicarme en algún sitio del planeta en donde vivía por esos tiempos, recapacito y acepto la tentadora propuesta. Dejó los pasillos de la UCV por caminos desconocidos. Su vida cambio y fue marcada por una enriquecedora carrera diplomática que lo llevo a Yugoslavia, Quito, Canadá y a las Naciones Unidas. Su experiencia como diplomático venezolano le corresponderá a él contárnosla. Lo cierto es que por esa cola caraqueña cambio para bien su destino.

De la tranca salvaje de ese viernes pasado me quedo esa historia, conocí al ex guerrillero más alto (Papote, Andrés Aguilar) y me permitió descubrir la barra más lejana de toda Caracas.

domingo, 17 de febrero de 2008

A UN MES DE ADRIANO/ Tulio Monsalve

Es sólo un mes. Debo decirte que en este mínimo lapso que también incluye distancia, mucho se ha dicho y escrito sobre tu persona y obra. No te tengo ni tendré como ausente, sólo como escapado del diario hacer de esta complicada realidad. Desde siempre te escuché hablar y analizar lo que amigos comunes, Edmundo Aray, llamaba los delirios del Capitán Ahab persiguiendo una ballena blanca, bella y terrible asesina de la cual, sospechamos siempre, estuvo enamorado. Empresa que inexorablemente agotó su vida, quizás, hasta llevarlo a la muerte. Así de terribles son las quimeras.

Como en toda utopía el capitán no estaba solo, lo seguía una tripulación, algunos, quizás esperando cobrar la moneda de oro que había martillado en el palo mayor para quien primero avistara la ballena. ¿Avaricia?. Otros tripulantes, por saberse cómplices del momento de inmensa felicidad que alcanzaría el viejo Ahab si mataba a quien le había robado su pierna. ¿Felonía?. Otros quizás lo seguían para saber que pasaría luego de la muerte de la fiera, vaticinaban que ello sería también el fin de la vida del Capitán. ¿Utopia?.

¿ Cual era el Techo de la Ballena?, sencillamente un lugar de sueños, océano de cosas remotas que solo estaban en el corazón de cada uno de los aplaudimos las infinitas arbitrariedades que allí se les ocurría, a Contramaestre, Montillita, Caupolicán, Edmundo, Adriano y Daniel, que hacían política con alma de poetas.

Lugar de aventura y vida, ideas, sueños y muchas cervezas, regueros de cerveza e ingenio que comenzó en el Bar Iruña, en el centro de Caracas, fue a una calle cerca de Cuchilleros en Madrid, volvió para vivir en El Viñedo y fijar residencia en un garage de Sabana Grande y allí alojar a todos los oficiantes de la imaginación y el vuelo nocturno que fue el mundo ballenero.

Pero en los años sesenta, en Venezuela, cualquier viaje a la fantasía por mundos nuevos era peligroso, al realizarlo, solo logramos conocer algo de nosotros mismos y del mundo que vivíamos. Estuvimos como peregrinos medioevales convencidos de que el viaje al Santiago de la democracia no lo lograríamos, pues este era un buque fantasma manejado por espectros que escondían fines poco confesables. La vida parece que nos dio la razón.

Nuestra ceguera consciente, nuestra ballena, nos advertía de los peligros de ese poder sin responsabilidad social que enfrentábamos, asi vimos como abundaba el trastoque de los fines verdaderos por otros falsos. Como se sacrificaba el bien tenido por colectivo en aras de la libertad abstracta de las necesidades del comercio y la trácala; y que este, sería el patrón de vida de los gobiernos que luego vimos desfilar en comparsa, carnaval tras carnaval.

La realidad de que llega, llega, y de que golpea duro y en la cara ni que decirlo, eso le pasó a Adriano, cuando fue detenido por ejercer su natural oficio de escritor. Por cumplir lo que el compromiso del destino y la gravedad de sus sueños impuso: escribir. Por hacer bien lo que su ingenio le disponía y sus artes narrativas le imponían, narrar, sentir y expresar a través de los textos, en fin, comprometerse con lo que un buen ballenero debía hacer, desmontar la tramoya de la política “democrática” de Rómulo Betancourt.

Mañana del 1 de mayo de 1962, una vez mas –con espíritu militante- fuimos al eterno y ya repetido y fastidioso desfile y volvimos a ser repelidos por los mismos cabilleros adécos de siempre dirigidos por el Negro Herrera, que no aceptaban la presencia de la izquierda, menos mal que ese día tendría lugar otro evento cuyas repercusiones tienen vigencia 48 años después. Caupolican Ovalles iba a presentar su poemario “Duerme usted, señor Presidente”. Después de este libro la democracia betancurista se hizo palpable, en sus verdaderos métodos, Caupolican, tuvo que huir violentamente en Colombia y Adriano fue detenido en la Digepol. Sin duda que el poema era una provocación y la respuesta fue violenta. Según dice Adriano: “Caupolicán tuvo que irse al exilio porque lo querían matar y a mí me agarraron preso”. A Adriano, lo agarran en el aeropuerto, y fue a parar a Los Chaguaramos, urbanización donde se encontraba la sede de aquella siniestra policía del régimen adeco.

Síntesis: Adriano fue encarcelado por esa singular democracia adeco copeyana acusado del gravísimo delito de haber escrito el prólogo del libro ¿Duerme usted, señor presidente?.

En los días siguientes tenía que ir la Digepol, de visita, para entregarle un remedio a un amigo detenido, cerca del lugar me topé con Gonzalo Castellanos, el arquitecto, quien me pidió que, si se podía, le preguntara a Adriano por un escrito sobre Cuba que él le había entregado. Quería recuperarlo pues lo estimaba algo peligroso. Pude entrar y entregar el remedio, convine con el amigo que tratara de que Adriano estuviera cerca de las rejas y que disimulara para poder preguntarle algo que me interesaba. En eso estaba, cuando fui sorprendido por el guarda presos, que se adelantaba para evitar que continuara preguntando. El policía -- hay que considerar que allí solo habían o políticos o intelectuales presos, y por lo tanto, se suponía, él debía hablar de forma tal que correspondiera con el nivel de los encarcelados -- así, con firmeza y palabra cuyo tono pretendía culto o refinado, dijo grandilocuente mientras se acercaba …. rolo en mano: “mucho conversándome con cuyo detenido”.

Entre desenmascarado y temeroso decidí dar por terminada la gestión, evitando por razones evidentes, llegar a reírme como era obvio.

Hoy no te veo, pero igual estás presente entre todos los que siempre peleamos contigo y mucho te admiramos. Si por allí te topas con el Capitán Ahab pregúntale quien se quedó por fin con su moneda de oro.

Tomado del Prólogo que le causó el carcelazo de Adriano Gonzalez León:

“Se trata de una poesía que se da como una necesidad cotidiana.

Sobre todo, se trata de un rechazo definitivo de lo encadenante poético, mientras se afirma, ya que no un derecho a decir, sí una posibilidad de maldecir. ¡MALDECIR! “

viernes, 11 de enero de 2008

SABANA GRANDE SIN RAUL/ Julio Bolívar


Desde los años 80 recuerdo la imagen de Raúl Betancourt. Estudiaba un postgrado en la Simón Bolívar y si quería saber de la movida literaria era obligatorio pasar por Suma. No se quién, pero me advirtieron que ese librero era un hombre de malas pulgas. En verdad no lo noté nunca, tal vez algo huraño, de mirada verde y de humor incomprensible, yo diría que español y tímido, esa particular fabla que a los venezolanos nos suena a regaño. Recuerdo que los escritores se sentaban en una café enfrente, que ya no era el mítico recuerdo del Gran Café, o el llamado triángulo de las Bermudas, que tanto recuerdos dejó en la narrativa de la época. Pienso en “Pancho” Massiani o en Carlos Noguera. En ese café era fácil ver a Hanni Ossot, a Osvaldo Trejo que al caer la tarde abrevaba junto con Denzil Romero en esas fuentes báquicas y a todos los amigos escritores o habladores de Raúl, que obviamente yo no conocía. Una vez, recuerdo, vi caminar con destino a la librería al mísmisimo jefe de la pandilla Lautremont, Caupolicán Ovalles. Seguramente , yo , como muchos estudiantes de la época de esos años de los últimos grupos literarios, nos acercabamos a mirar a esos extraños seres, como si fueran ídolos del rock, a los que de vez en cuando le hablabamos, tímidos e inseguros, para escuchar sus sentencias sin discusión. Eso era más o menos el entorno que vi por aquellos días, más académicos que bohemios. Todos venían de regreso. Ahora recuerdo también a un niño prodigio que había participado en un concurso de televisión y había ganado una fortuna, para su corta edad que trabajaba como vendedor de Suma: Gonzalo “Gonzalito”Ramirez Quintero. Era un niño que leía y sabía demasiado. Hoy es el mismo lector, pero, como le gustaría decir a Pablo Antillanoun lector comprometido”. Por esos días se convirtío en la imagen del negocio de Raúl.

Una tarde, bajo la mirada zahorí de Julia, hojeaba libros en los mesones de la emblemática librería, , y de pronto se me acercó Raúl , del que no era amigo y me increpó: ¡leete esta vaina, es muy buena¡. El laberinto de las Aceitunas se llamaba aquella novelita de Eduardo Mendoza. Desde aquella lectura soy un fanático del escritor catalán, tal vez el que mejor ha descrito a Barcelona. Eso se lo debo a Raúl. A nuestro lado Denzil miraba de reojo la foto de Kundera y murmuró sarcasticamente, tiene cara de puto.

El año pasado, con su barba absolutamente blanca, ya sin la coquetería de los ochenta, el librero me comentaba sobre la terquedad de Juan Liscano en corregirle el nombre al librería, insistía el poeta de Carmenes que esta debía llamarse Summa en vez de Suma como le había puesto Betancourt, y decía con su grata sonrisa que cada vez que Juan iba a la librería volvía con el mismo tema. Es posible que el poeta pensaba el la Summa Teologica de santo Tomás de Aquino, Raúl simplemete quería sumar, amigos, libros, cigarrillos y plata , por supuesto. Ahora cuando Sabana Grande comienza a recuperar su viejo rostro Raúl no está, pero no importa, pasaremos por la vieja Suma entraremos a hojear las novedades y en silencio le preguntaremos a su ánima si escogimos el mejor libro. Nos quedaremos con la duda.


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