Mostrando entradas con la etiqueta ELEAZAR LEON. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ELEAZAR LEON. Mostrar todas las entradas

domingo, 16 de agosto de 2009

LA QUIETUD PRESUROSA / Silvio Orta Cabrera



“un manantial no cesa

cuando termina un manantial

Eleazar León prefiguró muchas veces su muerte. En 1977, en su libro “Cruce de caminos”, lo hace de un modo, digamos, indirecto, imaginando en los versos de “Orfeo ve al amor en una última mirada” que el hijo de Apolo y Calíope, al leer en la palma de la mano de Eurídice, vislumbra la muerte de la amada y la inmortalidad que la aguarda, pues, le dice, “…esplenderás de algún modo en cada mujer”. Y, hacia el final, “Te veo / por última vez y ya no encuentro otra plegaria. // Tienes / ese sabor de olvido de la esperanza, / Eurídice mi niebla, mi verdor”.

En el mismo cruce se halla “Sin comienzo ni término”, poema donde afloran claves de la relación entre el creador y el par vida-muerte. No se piense, tras la frase anterior, que hallarla resulte cuesta arriba. Recordemos –como lo apunta Arráiz Lucca en “El coro de las voces solitariaa”– que Eleazar León es de los poetas de la UCV que en los años 70 hicieron “de las letras su objeto académico” y, por tanto, en sus poemas se evidencia, junto con sus experiencias, “el saber organizado”. (p. 313).

Cabe precisar que ese poeta de la UCV llega –ya poeta– a su Escuela de Letras, en pleno movimiento renovador (1969). La Renovación en Letras tuvo rasgos muy propios entre los que destellaron la creatividad cotidiana en el cómo pensar el fenómeno y el cómo afrontar su dinamismo, así como mantener la convergencia en la divergencia, es decir, la natural vivencia y convivencia de lo singular en lo plural. Lo vimos como lo revolucionario. Y certeramente, pues lo propio de la vida es la conciencia de lo plural. Si una revolución se dice vida, para darse y no cesar ha de impulsar tal conciencia, no sojuzgarla.

¿Cómo procede Eleazar en “Sin comienzo ni término”? Como poeta y maestro. Como si nada especial hiciera, para desvelar el “término”, el final, se pregunta “¿Tuvo principio algo alguna vez?”. No se va cuesta arriba en procura de la respuesta. Por el contrario, muy a lo orientalista, piensa “en el agua lenta de ciertos manantiales / montaña abajo, yéndose / hasta morir de frío en el lecho fangoso / de un pozo bajo el sol”.

¿Qué descubre entonces el saber poético, el que Saint John Perse, al recibir el Nobel (1960), señala como camino abierto cuando los de filosofía y ciencia lucen obstruidos? Descubre “que un manantial no cesa cuando termina un manantial”, que “Se pierde el agua acaso, pero no la corriente, / pero no la premura que busca la quietud / y que parte de nuevo cuando la encuentra”.

Tal hallazgo – por el que comprendemos que habiendo muerto Eleazar este 7 de agosto, su manantial no cesará – es lluvia de estrellas sobre los poemas de Descampado (1999), la más alta y más bella prefiguración que de su apremiante quietud tuvo el poeta. En sus páginas acamparemos, en tanto el dolor transcurre.

Cumaná, 11 de agosto de 2009

El Tiempo, 14 de agosto de 2009

sábado, 15 de agosto de 2009

ELEAZAR DE ARABIA/ Leonardo Rodríguez

Le debo varias cervezas y otros momentos a Eleazar León. Todos, sí, relacionados con la poesía. Tan enamorado andaba de Ella-porque era Ella y se parecía a una princesa persa- que podía pasar noches enteras hablando de sus gracias y oficios. Los enamorados pueden aburrir tanto como los fanáticos, se sabe, pero no, en este caso, a mí. Eleazar era no sólo un militante sino un enamorado de la poesía. Sospecho que ese romance constante fue su secreto, humilde orgullo. Ella, Diosa blanca, rosa negra, brújula del descarriado, perra sagrada, Lo-Li-ta. En su caso, ser profesor universitario equivalía a servir en el altar de esa virgen gozosa. ¡Qué amable fue con quienes nos atrevíamos, casi a escondidas, como quien entra en un club de strip-tease, a inscribirnos en su taller de poesía! Corría un rumor esterilizador o pasteurizado en aquella escuela, en realidad en muchas escuelas: la poesía o no tiene nada de aprendizaje o no se escribe sino después del doctorado y, si se es más sensato, después de la jubilación. Eleazar la servía con más alegría y también reverencia. No era un poeta hooligan ni tampoco protocolar. En cualquier momento, como quien saca su guitarra más metafórica, te regalaba un pedazo de última noche a menudo con lujo de detalles. Para él, el poema era una ofrenda y, a veces, un piropo no del todo cifrado. Miel en los muslos de la ninfa. Era astuto: puede no haber poetas, decía ante la concurrencia femenina, pero siempre habrá maravillas. ¿Para qué tantas maravillas? Es una pregunta que se me antoja esencial y a la que, creo, Eleazar sabría responder mucho mejor que yo.
Jazz y poesía, Eleazar, más allá de la doña.
hosting
banquetes bodas
naves industriales
novasoft
novasoft
dominios .es
tienda animales
barco para fiestas
racks audio
puerto vallarta

viernes, 14 de agosto de 2009

LEO UN POEMA DE ELEAZAR LEON, QUE SE HA IDO


Cenit

Una chicharra teje a mediodía
el único deseo de su tonada.

Es un violín de una sola cuerda:
árbol y canto.

Por lo extremado de su número fijo
debe de ser un gran deseo. No
se sabe qué dice ni qué procura:
vibra nada más en delirio monótono de lluvia.
No demasiado, no se le pida
mucho al canto sonámbulo
ni al deseo de la chicharra:
repite en el cenit
la sola claridad que conoce su sueño
sin variaciones ni riquezas, fija
y hermosamente fatal.
A la vuelta de un día será hojarasca
pero habrá conocido bajo la cúpula
de un cielo de inclemencias
ebriedad, consagración, fiesta, destino.


Click aquí