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jueves, 25 de marzo de 2010

¡EL MEJOR REGALO! / © Carlos M. Montenegro


No hace mucho remití al director de Meridiano, el diario donde se publica originalmente esta columna, Víctor J. López, una selección de mensajes de personas que me leen y tienen la deferencia de enviarme sus comentarios, casi siempre positivos, al e-mail que suele acompañar a mi columna. La idea era pavonearme un poco y hacerle notar que hay quien me lee e incluso que a algunos les gusta. Acusó recibo de mi correo y me felicitó pero acto seguido me disparó esta andanada: “¿Y tú contestas sus correos agradeciéndoles el detalle?”. Confieso que no me esperaba eso, así que medio confundido le dije que lo hacía con los que me enmendaban la plana o los que a veces me malentendían para aclarar las cosas o para disculparme por el yerro. A lo que me replicó algo así como: “pues muy mal hecho, lo menos que puedes hacer es agradecer que se hayan molestado en escribirte unas líneas sobre tu trabajo”. O sea que “fui por lana y salí trasquilado”, como reza el viejo proverbio castellano o más corto: salí regañado.
Recapacitando, veo que al veterano jefe no le falta razón y he decidido agradecer a todos mis comunicantes su deferencia, pues la verdad es que cada vez que recibo sus correos me siento muy orgulloso. No me es posible hacerlo de uno en uno pues aunque no son multitud, tampoco son escasos. Espero me excusen.
Guardo en mi memoria algunos detalles gracias a Internet, por
ejemplo: desde Rusia reciben por la web lo que Meridiano publica; son dos venezolanos que residen allá, una profesora de español cervantino y otro que al parecer es un próspero empresario. Desde Argentina también me suelen mandar parabienes, lo mismo que desde Curitiba, al Sur de Brasil. Un señor de apellido Konrad o Conrad me dijo que esperando en la consulta del médico, leyó en un Meridiano retrasado “Los Culpables …”,  averiguó el día en que salía y desde entonces compra el periódico todos los miércoles, ¿no es fantástico?
Hay venezolanos en Los Ángeles Ca. y otros estados que me han escrito pues leen Meridiano por Internet y de paso a mí. También hay lectores que reportan desde España, especialmente una en Barcelona que por medio de amigos me hace llegar sus halagos y varios en Madrid; en Logroño, mi ciudad natal, una amiga me corrige inexactitudes. En Venezuela tengo quienes también me trabajan el ego, como un gran maestro de psicoanalistas, y una muy especial que me ayuda a corregir. Mis familiares y amigos íntimos los doy por descontado.
Todo esto es para decirles cuán agradecido estoy, y que mientras escribo como estoy de “cumple”, sus correos son mi mejor regalo de cumpleaños. Hoy me hacen sentir muy importante.

sábado, 15 de septiembre de 2007

DE LA BOITE Y EL PIANO BAR HASTA LAS ORQUESTAS SINFONICAS / Víctor José López


Aldemaro, un gran venezolano en cualquier onda.

( Tomado, sin permiso, de la columna SIN PARALELO de Meridiano)

Cuando el maestro José Antonio Abreu claudicó ante el presidente Chávez en un Aló presidente, llamé casa de Aldemaro Romero con intención de entrevistarle y conocer su opinión sobre lo dicho por el creador del gran movimiento juvenil musical venezolano. Me encontré con la noticia que el maestro Aldemaro había sido hospitalizado de emergencia y que su situación era crítica. Unos días antes había estado en Meridiano, donde compartimos un sabroso foro con los compañeros de la redacción. Semanas atrás, habíamos compartido un homenaje con motivo de los noventa años de Chiquitín Ettedgui, con el grupo que fundó Abelardo Raidi, Los periodistas de siempre. Aldemaro, como Abelardo y Chiquitín, era carabobeño. Nació en Valencia, en el cerro El Zamuro, como orgullosamente lo pregonada, “en casa sin letrina cuando había que ir a cagar al monte”. Hijo de un músico, guitarrista serenatero que amenizaba las funciones del cine mudo en el Teatro Mundial de Valencia, puede decirse que Aldemaro Romero nació músico.

Aldemaro, cuando apenas se alzaba un par de palmos del suelo, dio un recital de pasodobles con la guitarra de su papá en el Club Taurino de Valencia a Joaquín Rodríguez “Cagancho”, el gitano de los ojos verdes. Su muy humilde origen no fue barrera para su inteligencia y menos para su talento y creció y surgió en una Venezuela policlasista, sin odios y llena de oportunidades. Músico por los cuatro costados, tuvo en su hermana Rosalía, mujer de farándula, prensa y publicidad con pasantía por Meridiano, su gran compañera. Se hizo músico integral, orgullosamente venezolano, llegó a dirigir big bands y orquestas de cámara por igual. Acompañó a los más famosos en su piano, y les compuso sus canciones a los más grandes, como fue el caso con Alfredo Sadel, en el Ed Sullivan Show. Sullivan era el rey del espectáculo en Nueva York, los días dorados de la televisión en vivo y en blanco y negro de los Estados Unidos. Se atrevió revolucionar la música venezolana con el long play Dinner in Caracas, superando cifras récord de ventas y estirándole los pantalones, musicalmente hablando, al folklore nacional. Hollywood le contrató para que musicalizara la película Simón Bolívar que interpretó Maximilian Schell, uno de los grandes actores alemanes y conquistador de Beverly Hills. La música del filme le valió a Aldemaro Romero el premio Lenin de la Paz, por el que muchos “rojos rojitos del régimen” hubieran dado la vida. En Moscú conoció a Carlos Illich Ramírez “El Chacal”, a quien acompañó en el piano cantando el famoso terrorista el pasaje “Rosa Angelina”. Me contaba Aldemaro que había sido el personaje más famoso a quien acompañó al piano. Infatigable investigador, trabajador de la música, Aldemaro Romero estuvo en boites, piano bars, big bands, orquestas sinfónicas, orquestas de cámara. Agrupó y defendió hasta poco antes de morir a los músicos venezolanos, al crear una agrupación con miras a defenderlos en los momentos de penuria física y económica, a pesar que hubo una época cuando por ser músico popular sus colegas le “echaron bola negra”. Los superó a todos cuando lanzó lo de la Nueva Onda, y con tenacidad, calidad, inteligencia y trabajo impuso su profesionalismo. Era tan recto en sus ideas que un día en la radio de Amalia Heller, como siempre y como todo el mundo en un país libre, hizo un comentario de algo que había ocurrido. Uno de esos gestos atrabiliarios del gobierno. Frente al micrófono recibió un memorando, en el que le recomendaban ser más cuidadoso y reservado. Le señalaban que debería abstenerse de hacer comentarios que tuvieran que ver con la situación política. No dijo nada. Tomó el pedazo de papel, lo tiró al cesto, retiró la silla, se paró, dio media vuelta y abandonó el estudio. Hasta ese día trabajó con Amalia Heller.

Por su concepto sobre la libertad fue que le llamé a Aldemaro Romero aquel domingo, luego de escuchar con dolor la adhesión del admirado y admirable maestro José Antonio Abreu a la obediencia regimental. Siento que el maestro Abreu vive. Como diría mi hermano Rafael Ernesto, “el síndrome del Rio Kwai” o el traumático existencialismo del gran Strauss que apuntaló, sin proponérselo pero con defensiva actitud timorata la existencia del nefasto Hitler.

Ayer, en horas de la mañana falleció Aldemaro, un gran venezolano, un estelar músico hispanoamericano, que habiendo nacido en el cerro El Zamuro de Valencia le dio la vuelta al mundo cientos de veces, viajando en primera clase y hospedándose en hoteles cinco estrellas. Un estilo de vida muy venezolano, que nos pretenden arrebatar


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