Mostrando entradas con la etiqueta MIGUEL OTERO SILVA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta MIGUEL OTERO SILVA. Mostrar todas las entradas

miércoles, 28 de abril de 2010

ROMANCE DE LOS WHISKEYS



Llegó de etiqueta negra,
montado en caballo blanco,
con un ratón de tres filos
y de chivas ataviado.
Abrió su inmenso buchanan
de Presidente tumbado
y así le grito a los monjes:
tomen Old Parr que yo pago,
y con antiquary estilo
pagó con un chequers raro.
Que hombre tan rarity es este!,
me dijo con grant cuidado,
le encuentro something special
de ambassador diplomático,
de Rodolfo Ballantine
o de estrella del Bells canto.
Mas le descubrí el ancestor
de King Ramson africano
al verle el color perfection
de black and white trinitario.
!Era Juvenal Herrera!
de la haig del Guarataro,
cuarto vat 69
y scotish cream de El Callao


Poema escrito por Miguel Otero Silva en 1971, dedicado a nuestro buen amigo, hoy desaparecido, Juvenal Herrera, periodista y cineasta nacido en El Callao.

martes, 28 de octubre de 2008

MIGUEL OTERO SILVA VIVO A LOS CIEN AÑOS/ María Teresa Arbeláez

TOMADO SIN PERMISO DE http://arbelaez.org/archives/754

Ayer se celebró un siglo del nacimiento de Miguel Otero Silva. Como parte de las conmemoraciones, la Universidad Simón Bolívar realizó un homenaje con un programa que incluyó la visión del líder estudiantil, escritor, humorista, periodista y político de este hombre que hoy, trás poco mas de dos décadas de desaparecido, continúa vigente. A continuación el artículo que alude al Otero Silva periodista, presentado por mi en el evento.

Rafael Valentín, Miotsi, Mickey, Julio A. Zapata, Morrocúa Descartes, Morrocúa Sprinter, Lucido Quelonio, Shelock Morrow, muchos nombres, un solo hombre: Miguel Otero Silva.

La historia ha inclinado la balanza hacia su exitoso desempeño en la literatura y le ha restado peso a su dimensión como profesional de la comunicación, sostiene la introducción de Miguel Otero Silva, retrato de un periodista, tesis de grado realizada por Adriana Nuñez y Vanesa Acosta, bajo la tutoría de la profesora Carolina Oteyza, para optar al título de licenciadas en comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello en 2005, la cual utilizamos como base en este artículo-homenaje, por ser uno de los trabajos donde con más claridad se teje el hilo que unió todas las facetas de la vida de quien como periodista de oficio fue también poeta, novelista, humorista, político y empresario.

El periodismo y la literatura

El académico de la lengua Alexis Márquez Rodríguez coincide con quienes sostienen que MOS, como también se conoce a Miguel Otero Silva, utilizó la literatura como una alternativa de expresión del periodismo, púes describe la situación de la sociedad venezolana a través “de un conjunto de elementos simbólicos, y mediante un estilo y un lenguaje que mucho deben al periodismo, como recurso de apoyo del discurso literario”.

Según Márquez, Otero Silva solía decir que sus novelas debían más al periodismo que a la literatura. Tal tesis es compartida por el escritor Jesús Sanoja Hernández quien dice que “es imposible separar al periodista en Otero Silva, del novelista, el humorista, el conferencista, incluso, el poeta. “Más de una vez dijo que era un novelista tarado de periodismo, y en efecto, para escribir Oficina N° 1, se fue a El Tigre casi por un año, investigó por doquier y entrevistó a personajes de la era informativa del pueblo petrolero. La misma técnica había aplicado antes en Casas Muertas y después en La Muerte de Honorio y en Cuando Quiero Llorar No Lloro, y hasta en una novela histórica como Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad”.

“Yo no soy un hombre de imaginación, soy un hombre de hechos. Mi vida ha sido siempre el periodismo” , le confesó MOS en una entrevista al reportero José Pulido. Agregó: “Cuando uno en función periodística debe escribir algo en 20 minutos, tiene que olvidarse del estilo y la personalidad literaria; me han dicho que tengo poemas que son una entrevista, un reportaje, un editorial. Dentro de mi literatura hay todo eso porque soy un periodista de información”. “Cuando estoy escribiendo como periodista trato de no olvidar que soy escritor y cuando estoy escribiendo como escritor, jamás me olvido que soy periodista. Hay que emplear todos los trucos de los periodistas para preparar un libro”.

MOS y el periodismo

Miguel Otero Silva fue el primer Premio Nacional de Periodismo que se otorgó en Venezuela tras la caída de la dictadura en 1958, un reconocimiento ganado a fuerza de la lucha por la libertad, sin descuidar la creatividad, la frescura, la innovación y la solidaridad con sus colegas.

Otero Silva desde muy joven participó en diversas publicaciones, como creador o como colaborador, entre ellas la revista Válvula -que con un solo número hizo historia en el mundo literario nacional- y el periódico El Imparcial, este último descrito por Sanoja Hernández como un periódico manuscrito o mecanografiado según fuera el caso, cuyo primer ejemplar circuló en mayo de 1928, bajo el lema “ Periódico de intereses generales (sin generales)” y que constituyó “ una de las mejores muestras del periodismo clandestino, dónde la sátira cohabitaba con el pasquín, las ‘boutades’ con ataques sangrientos dirigidos, principalmente, contra las altas esferas políticas e intelectuales del gomecismo”.

Si estaba MOS fuera de Venezuela, por ausencias obligadas, colaboraba con periódicos en el exterior, si estaba en el país entonces participaba en publicaciones políticas, estudiantiles, culturales, humorísticas.

Sin embargo dos publicaciones son su legado más importante al periodismo y a la sociedad venezolana: la revista humorística El Morrocoy Azul y el diario El Nacional.

VERSION COMPLETA EN http://arbelaez.org/archives/754

miércoles, 19 de marzo de 2008

CORAZÓN PARTÍO...LEJOS DE LA FRONTERA/ Gustavo Méndez


La Semana Santa, por ella misma, no propicia la actividad tabernaria. La temporada aconseja recogimiento, espiritualidad, y no se si la templanza obedezca a algún plan divino, pero unida a la severidad de la moderna ‘Ley Seca’ —que si es plan humano— nos lleva, una con otra, al propio desierto.

Para los piadosos de este lado del mundo las bebidas alcohólicas no son caldos demoníacos, ni mucho menos, como si lo son para nuestros socios musulmanes. Lo que propiamente los cristianos están llamados a evitar es la embriaguez y sus efectos: no deben permitir que sus cuerpos sean “dominados” por cualquier cosa. Según cuentan Juan y Mateo, Jesús convirtió el agua en vino y, probablemente, lo consumía con alguna frecuencia. Pero, concedo, sería extremadamente difícil para cualquier cristiano decir que está bebiendo alcohol para la gloria de Dios.

Los caraqueños evitan ese desierto alejándose. Los pudientes se van a Miami, a Margarita, a las islas del Caribe … y así. Los pocos que nos quedamos tenemos varias opciones, casi todas bajo predominante cielo abierto y aire libre, lejos de la cálida placenta de las barras. En los 50’s, los viejos caraqueños solían ir a los llanos más cercanos (norte de Guárico, sur de Aragua) a impostar partidas de caza. Paco Vera, Marcelino Madriz, Oscar Palacios Herrera o Miguel Otero Silva se dejaban guiar por anfitriones y baquianos como los Escobares de San Sebastián de los Reyes, en prolijas incursiones donde las piezas cobradas eran menos tigres y venados que botellas escocesas. Por cierto que don Paco nos aclaró uno de estos días que ‘baquiano’ no es quien es experto en Baco, sino quien tiene “conocimiento práctico de los accidentes geográficos de una región” (del castizo ‘baquía’).

En estos finales de Cuaresma, suelen acometerse actividades gastronómicas equívocas. En Guayana y en los Llanos, acontece una de las prácticas más canallescas de la culinaria venezolana. Se perpetra el PASTEL DE MORROCOY, esa especie de guiso del quelonio alojado en su propia concha, rodeado de una especie de polenta. El morrocoy no sólo está en peligro de extinción, sino que su carne es ásperamente fibrosa. Sin la polenta, no es nada. El mismo pastel, con carne de pollo o de conejo, puede llegar a lo glorioso. Para cerciorarse, pruebe usted el “Falso Pastel de Morrocoy” elaborado con carne de aquellos animalejos en los fogones de Luis Alberto Méndez, en San Carlos.

Nunca he sabido, por otra parte, porqué ese inofensivo roedor llamado CHIGÜIRE es sistemáticamente sacrificado para ser consumido estos días de proscripción de la carne roja, como si pescado fuese. Supongo que sea por algún falaz razonamiento analógico que interpreta que como peces y chigüires suelen pasar mucho tiempo en el agua son similarmente aptos para el consumo ritual, sin transgredir la prohibición. Parece ser que fue el Padre Sojo, aquel pariente cercano de Bolívar, quien regresó de Roma con una dispensa papal que autorizaba la matanza y consumo ritual del gran roedor. Flaco favor que le hizo con esta incorporación al mundo de lo sagrado. Don LUIS EUSEBIO, mi padre, se quejaba de la sinrazón, dejando oír a los muchachos que queríamos oírlo esta parábola invertida: “En una gran creciente, un chigüire logró salvarse asentando sus patas en una piedra sobresaliente. Desde allí, trató de salvar a un pobre pez. ¡Cuál no sería su sorpresa al observar que el pez para nada le agradecía el favor!”

Hay más equívocos. Días atrás oí a una joven conductora de un programa de radio afirmar que la PARCHITA era afrodisíaca. Será porque uno de sus innumerables nombres es ‘pasionaria’ o ‘fruta de la pasión’. Pero en este caso es PASIÓN (así, con mayúscula) porque para algunos su flor contiene los elementos que se usaron en la Crucifixión: los clavos, el martillo, la cruz. Ese AMOR que llevó a algún poeta anónimo a escribir el perfecto soneto que termina con los tercetos que copio, tan bueno, tan bueno, que mucha gente ―incluido mi profesor en bachillerato― lo atribuye a esa gran Pasionaria que fue Santa Teresa de Ávila:

Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

En fin, si no resuelven asistir a ese “predominio de morado, de incienso y de genuflexión” que es la procesión del Nazareno, si no se suman a ese aguacero de plegarias que asorda la Puerta Mayor”, tómense a la salud o por el recuerdo de los grandes hombres que nombré, un daiquiri, o mejor, una guarapita de parchita … para encender las pasiones. Con mayúscula o sin ella. Eso sí: no consuman morrocoy. ¡Salud!

sábado, 9 de febrero de 2008

INFORME PARA ENANOS/ Crónicas Barsianas de Raúl Fuentes



“He notado que a veces inspiro temor

Piccolino

Dos noticias, sin aparente conexión entre si llaman mi atención. La primera, leída en la sección económica de un diario de circulación nacional hace referencia a la cría, en algún lugar de los llanos venezolanos, de avestruces que no son tales, pues, según el periodista que firma la nota, se trataría más bien de ñandúes”. La segunda, aparecida en las páginas deportivas del mismo periódico, nos informa sobre el triunfo que, valiéndose de todo tipo de malabarismos circenses”, alcanzó un equipo de enanos basquetbolistas sobre una selección de experimentados jugadores de la NBA. Y, aunque no viene a cuento – por lo menos al que me propongo contar – no puedo dejar de asentar aquí que una de las canastas mas espectaculares de la noche se registró en el segundo tiempo, cuando sin darse cuenta, Magic Jonson lanzó el balón con todo y enano, lo que permitió al diminuto jugador acreditarse una cesta de tres puntos que fue definitiva para la definición del cotejo La conjunción de estos dos hechos hizo que recordara un tercero ocurrido en otro tiempo y lugar.

Estábamos en Lima con Pepe Luís Garrido trabajando en una exposición para la celebración del sesquicentenario de la batalla de Ayacucho y nos habíamos alojado en el vetusto, céntrico y decadente Hotel Bolívar. Una noche, mientras dábamos cuenta de unos cuantos pisco sour, Pepe salió del bar para dejar algún encargo en la recepción. No llegó. Regresó exaltado y haciendo enormes gestos con ambas manos me conminó a que lo acompañara para mostrarme lo que tanto le había asombrado. Cuando vi de qué se trataba, entendí y compartí su turbación: frente a los ascensores, ataviado con paletó levita rojo y una enorme corbata de lazo, un enano sostenía con una traílla a un ñandú que le doblaba en tamaño. El animal había alzado la pata derecha y con uno de sus tres dedos presionaba el botón de llamada de los elevadores. Al principio creí que alucinaba bajo los efectos del pisco, pero no, una pancarta en la que no había reparado con anterioridad anunciaba la celebración en los salones del hotel de la I Convención Latinoamericana de Enanos, Payasos, Morisqueteros y Artistas de Circo, de modo que la presencia de enano en cuestión (y su enorme pajarraco) estaba plenamente justificada.

A partir de entonces comencé a toparme con enanos de toda guisa en los más disímiles lugares. Ya en Caracas y departiendo un viernes en el desaparecido Restaurant El Parque me enteré de que en el Hotel Hilton tenía lugar una reunión del Frente para la Liberación de los Enanos de Jardín. Imaginé al tiro a una sarta de jodedores y mamadores de gallo; pero no, se trataba de un movimiento liderizado por un grupo de intelectuales de escasa estatura y abundante resentimiento que había hecho de los enanos de jardín una metáfora de lo que, sostenía ellos, era su condición no ya de minusválidos físicos sino de marginados sociales. Por eso, robaban y destruían los cursis enanitos con que acomodadas (y, probablemente, poco ilustradas) familias adornan sus jardines.

Yo había leído El Enano, aquella novela de 1944 que hizo célebre a Pär Lagerkvist y que se nos presenta como el diario de Piccolino, un enano de corte cuya deficiencia de talla era compensada por su inmensa crueldad y portentosa inteligencia. También había leído Sobre héroes y tumbas y, tal vez, bajo la influencia del inquietante Informe para ciegos que Ernesto Sábato pone en pluma de Vidal Olmos, extrapolaba la perversidad que el padre de Alejandra atribuye a los invidentes para adjudicársela al pueblo de la gente en miniatura como de forma desproporcionada y poco elegante había yo entonces bautizado a los enanos. Mi relación con estos pequeños seres (con el perdón de Salvador Garmendia) se convirtió en una obsesión. Leí sobre los enanos de Palma, los enanos toreros de Aguas Caliente, me interese por duendes y gnomos, adquirí una reproducción de la Cuadrilla de enanos toreros (¡y además gordos!) de Fernando Botero, compré la única novela de Harold Pinter porque se llama Los Enanos, pero no se refiere a ellos; estudié la arquitectura de el Palacio de los Enanos, esa especie de casa de muñecas que un par de “pequeñas personas”, el conde y la condesa de Nicol construyeron en Québec en 1913, y en cuyo minúsculo salón destaca una foto tamaño real del conde, de smoking y sombrero de ocho reflejos, recibiendo a sus invitados (también hay allí una foto de Principito, el hijo no enano de la pareja.); en fin mi obsesión fue tal que llegué a creer lo que leí en una de esas revistas que hablan de OVNIS y conspiraciones y que a continuación reproduzco: “existe el rumor de que en la actualidad, los enanos se dejan acariciar la cabeza para ganarse nuestra confianza y controlar así la economía mundial. Para mayor inri hizo su aparición en los círculos donde me movía un personaje cuyas dimensiones hacía de él el enano más grande o el gigante más pequeño, del mundo, claro, y dependiendo de cómo se le catara o se le midiera o se le viera y que era pornógrafo y obseso sexual y a quien Miguel Otero Silva le endilgó el mote de Miniputo y Héctor Myerston llamaba no liliputiense, sino liliputoso.

Todas mis aprehensiones terminaron cuando me enteré de que en medio de una borrachera de tronío Toto Diez, en complicidad con Marco Tulio Troconis y, seguramente, Gustavo Méndez, se robó un enano (robo, lo llamaba él; secuestro lo llamo yo). El rapto se produjo un sábado de carnaval en lo que entonces se llamaba Calle Real de Sabana Grande, utilizando para tal fin un vehículo oficial, un Cadillac cuyo tamaño, así como el de los plagiarios, ha debido deslumbrar al objeto de una retención que, en aquel momento y a los ojos de la víctima tenía todos los visos de una abducción.

Una de las conclusiones preliminares a las que había llegado en mi nunca escrito Informe para (o sobre) enanos es que resulta muy difícil determinar la edad de estos, pues a su escala, la lozanía de la juventud o la rugosidad de la vejez no son apreciables a simple vista. Esta hipótesis me la confirmó Toto cuando me dijo que nunca supo cuántos años tenía su botín, ya que una vez en posesión del minúsculo individuo, éste no pudo precisar su edad porque no sabía cuándo ni donde había nacido y que para él el tiempo era una dimensión que no modificaba su aspecto y que, desde siempre, se recordaba a sí mismo con idénticas facciones. Estas revelaciones convencieron a Toto, a Marco y, seguramente, a Gustavo de que no se habían apropiado de un niño cabezón. Esta convicción pudo más que cualquier escrúpulo y, en consecuencia, cargaron con el enano hasta un bar de La Florida que frecuentaban por aquellos día, el Polesu (después Black Horse), donde le obsequiaron un enorme Bull de cerveza que lo predispuso a favor de sus captores, mucho antes de que se hablara del síndrome de Estocolmo, e hizo que se sintiera arte y parte de aquella irresponsable patota, y pasó del yo quiero irme para mi casa al coño, vale, ustedes si son chéveres.

En esas estaban cuando Toto propuso que le compraran un liqui-liquito a Bebé, que así habían comenzado a llamar el enano. Se fueron a La Imperial, que se publicitaba como el palacio del liqui-liqui y el liqui-liquito y le compraron un traje blanco y unos zapatitos de patente que encantaron al enano que ya se sentía grande entre los grandes.

Anduvieron con el enano a cuestas durante todo el carnaval y hasta lo disfrazaron de negrita. El enano estaba gozando un puyero sin pensar en lo que le tenían preparado como fin de fiesta.

El día martes, a pesar de que todavía en algunos lugares se jugaba carnaval con agua y otras sustancias no tan inocuas, lo trasladaron al barrio Chapellín donde había una gallera de dudosa reputación y se sabía que moraba un enano tan maluco como chiquito. Convencer al bebé para que lo enfrentara requirió de varios frascos y un sin número de promesas. Cuando estuvo hasta los teque - teques, aceptó el reto y, en brazos de Toto que lo acunaba como a un recién nacido de talla extra larga, Bebé se hizo presente en la gallera donde lo esperaba, desafiante, un malandrín de siete suelas dispuesto a masacrar a nuestro héroe a quien las apuestas no favorecían para nada. El público rugía como si de gallos se tratase y las botellas de ron pasaban de mano en mano y de boca en boca. La pelea duró poco: Bebé resultó un experto en artes marciales y dejó muy mal parado al enano de la casa. Los apostadores, indignados, acusaron a Toto y su pandilla de organizar un fraude y estuvieron a punto de lincharles. Con Bebé en alto, como si se tratara de un trofeo, salieron corriendo de allí y no pararon hasta llegar al carro que habían dejado en uno de los accesos al barrio.

Una vez a salvo se planteó lo inevitable: ¿qué hacer con el enano? Éste no quería desprenderse de sus amigotes, a pesar de que estos habían puesto en peligro su integridad física. Emborracharon una vez más al enano y lo depositaron, mientras dormía, en el jardín de una casa en El Paraíso, perteneciente a un influyente político de la época quien, suponemos, ha debido entregarlo a la policía al constatar que no era uno de los pigmeos que adornaban su huerto.

Esta estrafalaria aventura hizo que mi posición frente a los enanos sufriera radicales modificaciones. Sin embargo, no estoy del todo convencido de que no haya un dejo de malicia o de siniestra perversidad en ellos. Una duda que se ha acrecentado a raíz de lo que, recientemente, me contara Toto al regresar de un viaje a Paramaribo a donde fue en viaje de negocios. Para celebrar no sé que exitosa transacción lo llevaron a un lugar llamado Mi reino sí es de este mundo, que resultó ser una amalgama de cabaret, café concert y burdel de lujo donde la estrella era un ventrílocuo políglota cuyo muñeco profería improperios en más idiomas de los que habla el Papa (eso decía la postal que me mostró). Me dijo que se había divertido de lo lindo y que al día siguiente descubrió que el ventrílocuo se hospedaba en su hotel. Se las ingenió para hablar con él porque le parecía muy cómico que, a cada rato, hablase por el celular y dijese que lo hacía con el muñeco. Era graciosa, sí, pero muy raro y se dedicó a espiarlo. Así descubrió, que el muñeco era en realidad un enano y que el enano no era otro que BebéIgualito, no había envejecido nada y estoy seguro de que me reconoció cuando lo vio abordar un taxi…porque me sonrió”.


Click aquí