




«Yo he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. Costumbre antigua, robustecida con los años... Luis Buñuel: Mi último suspiro; Barcelona, Plaza y Janes Editores; 1982; Pp. 53-54
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No hace mucho, visité Irlanda del Norte, donde los bares (Pubs) pululan en cada cuadra de sus ciudades.
Londonderry (simplemente Derry, para los católicos), a diferencia de Belfast, es una ciudad geográficamente dividida por un río (River Foyle) que a su vez, rígidamente, separa a católicos de protestantes (o viceversa).
A pesar de esas diferencias, existe un orgullo bien enraizado en toda la gran isla de Irlanda: un orgullo que se manifiesta al reconocer que en ambas partes, tanto en la católica como en la protestante, así como en el país de Irlanda o en la Irlanda del Norte británica,
Es cierto que cuando entré en los bares protestantes del puerto de Derry lo hice con cierta aprehensión; no porque sea católico, ya que soy ateo confeso, sino por estar consciente de poder ser confundido con uno de ellos. Aunque lo mismo hubiese sucedido al entrar en un bar católico a la otra orilla del río, lo que quiero contar hoy tiene poco que ver con ese conflicto y más bien con algo mucho más significativo.
Lo substancial que quiero destacar es que da igual donde uno se encuentre, ya que en ambas partes se bebe profusamente
¿Cuánto tiempo le toma a un barman servir una “pint” de Guinness de barril?
Mi compañero de viaje, mi jefe, un sueco impaciente de necesidades inmediatas, pidió la famosa cerveza quizás intuyendo que dicha acción sería un pasaporte para no ser tildado ni de “protestante” ni de “católico” (ya que no tenía muy claro en que sector se encontraba).
Mientras yo degustaba de una agradable y refrescante Lager inglesa (heredada de la Europa central), él desesperaba por el largo proceso de servirse una “genuina” Guinness irlandesa.
Esperar a que la espuma baje, luego de cada intento de llenar el vaso, es indispensable y requiere de tiempo; así como también se requiere de adecuada paciencia, sin mostrar desesperación (cosa mal vista), en esas circunstancias.
En realidad, para razonar con un poco de lógica, este problema sólo se presenta con la primera cerveza, ya que a la segunda, la percepción del tiempo, extraño ingrediente de lo que ha de acontecer, ha amainado y no termina de lograr azuzarnos de nuevo a esa inicial y traicionera inmediatez de satisfacción.
La Guinness, sin discusión, trastoca el discurrir del tiempo, ya que no es como cuando uno pide “una fría” que inmediatamente sale del congelador para aliviar el gaznate.
Luego de “la primera”, todo es calma y entendimiento. Y mientras más dure el proceso de servir “la segunda” y “la tercera…”, mucho mejor.
Lo otro que pude observar, es que nosotros los venezolanos y parece ser que los suecos también, a diferencia de los irlandeses, adolecemos de incomprensión sobre el ritmo en que deben discurrir estas especiales apetencias irlandesas.
De todas maneras, en ambos casos, tanto durante la libidinosa espera como durante la inmediatez, perdemos la conciencia de que en cualquier natural instante se agotará la esperanza de seguir retrasando (o esperando) el momento deseado; esto, simplemente sucede porque el tiempo, aunque es infinito, descuenta siempre hacia un final.
Pero en el caso irlandés, el placer paralizante de esperar a que se retrase la satisfacción se convierte en un acto consciente de abnegación: todo ello, en aras de diferir (y alargar), libidinosamente, un poco más nuestra soterrada necesidad de inmediata complacencia.
Quizás los mexicanos, y algunos otros latinoamericanos, aunque no estén conscientes de esa circunstancia (como los irlandeses), se acercan a ella cuando nos dicen que no hay que llegar primero, sino que hay que saber llegar.
Antes de beber Guinness, se bebe tiempo. Para que luego, ese tiempo bebido se nos convierta en verdadero tiempo vivido. El resto es pura evasión.
Liko Perez
Pablo…, aquí te envío algunas direcciones por si necesitas fotos o más información.
http://www.fotosearch.com/photos-images/guinness.html
http://en.wikipedia.org/wiki/Derry
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Etiquetas: GUINNESS, IRLANDA, LIKO PÉREZ, STOUT
Me imagino que el título de esta nota debe despertar inmensa nostalgia en gran cantidad de amigos y visitantes de uno de los mejores bares escondidos de la ciudad de Caracas.
Creo que fue en enero o en febrero de 1981, cuando recibí una llamada telefónica de mi amigo Luís Correa, cineasta impetuoso y apasionado a la hora de convencer a los amigos. Se trataba de que ese mismo día, o a más tardar al siguiente, debería yo de tomar un avión desde Estocolmo para trasladarme a Caracas - “lo más directo posible”. Está loco, pensé. Pero a la mañana siguiente me encontraba ya en el aeropuerto de Arlanda, dispuesto a trasladarme a mi querida Caracas para atender a la cita convenida al día siguiente de mi llegada en las oficinas de CineFilms71.
¿Qué fue lo que me convenció de tomar tan apresurada e inesperada decisión? Bueno, como les dije, su apasionamiento no tenía límites y además ya se encontraban a bordo del “proyecto secreto” tanto Pedro Fuenmayor como Enver Cordido, Pancho Toro, Rodolfo Porro y Santiago San Miguel. Así que no fue difícil, al sentir suficiente nostalgia, decirle SÍ al peligroso proyecto donde me estaba arrastrando Luís Correa: nada más y nada menos, que la complicadísima producción de la película “Ledezma, El Caso Mamera”.
La oficina de Pedro Fuenmayor, herméticamente regulada por potentes aires acondicionados, estaba vestida de una elegante y gruesa alfombra blanca de peluche que cubría todo su espacio. Al entrar, a mano derecha, se encontraba su también blanco e inmenso escritorio, en el centro, frente al inmenso ventanal que daba a
Todos estos recuerdos me indicaron que no podía llegar con las manos vacías a Caracas, sobre todo porque a la cita de CineFilms71 concurrirían también periodistas, amigos y otras personalidades del momento.
El Tax Free de Arlanda solucionó mi problema, dos litros de akvavit sueco, galletas suecas, dos latas de pescado fermentado “surströmming” (arenque agrio) y un manojo de dill (eneldo) para las papas sancochadas. La sorpresa iba a ser grande, ya que la pestilencia que emana de la lata al abrirse pone a correr a cualquiera. Aunque luego, para los valientes que aguantemos la pestilencia, un filete de fino arenque con galleta sueca, acompañado de cebolla cruda en ruedas, papas con eneldo y un casi congelado trago de akvavit, nos ofrece la sensación de haber experimentado la muerte en vida.
Hablo de muerte en vida porque así de mal huele ese arenque agrio, sortilegio nacido de la fermentación que la Suecia de antaño, durante sus veranos, y sin las modernidades de las heladeras de hoy, se vio obligada a inventar para preservar la fugaz frescura del más vulgar, pero más intensamente apreciado, pescado de su salobre mar; y convertirlo así, en una delicadez difícil de apreciar o entender desde nuestra modernidad.
Dicho y hecho, son alrededor de las tres de la tarde del día siguiente de mi largo viaje y ya la oficina de Pedro está llena de gente. Se llegaba a esta peculiar oficina a través del foyer del antiguo cine La Carlota, subiendo por una serpenteante escalinata que antiguamente nos llevaba al palco del cine. Si la memoria no me traiciona, se encontraba también allí, entre otros,
Rápidamente, y luego de los tragos de bienvenida, el encuentro se convirtió en tertulia; y más pronto que tarde, me increparon a abrir las “supuestas” latas de pescado podrido. Nosotros los venezolanos somos todos tan machos, que ese cuento del pescado podrido, que no asusta a los bárbaros del norte, simplemente se resuelve probándolo. Pero al abrir la primera lata, una fétida nube de pestilencia comenzó a esparcirse en el hermético recinto, primero delicadamente, así como si alguien hubiera incurrido en alguna indiscreta flatulencia, para luego arremeter con toda su violencia y sacarle un despavorido grito de terror a Santiago San Miguel: “que marranada, Dios…” y dicho esto, salió corriendo seguido por gran cantidad de amigos escaleras abajo, y hasta más allá, hasta la calle, ya que el sistema de ventilación se encargó de distribuir una crispante hedentina que los persiguió hasta la mismísima entrada principal del antiguo Cine La Carlota.
Como bien apunta el refrán, ese que asegura que donde ronca tigre no hay burro con reumatismo, sólo los valientes, entre ellos Correa, Fuenmayor y algún otro que no recuerdo, se quedaron a probar la marranada; eso sí, “siempre y cuando yo la probara primero”.
El consecuente, espeso, o más bien aterciopelado, akavit escandinavo, poco a poco fue atrayendo de vuelta a una parte de los amigos desbandados, ofreciéndonos a todos la excelsa oportunidad de brindar por la aventura vivida y por haber sumado una experiencia más al acervo de las cosas que se podrán contar cuando la nostalgia lo requiera.
Así como ha sucedido hoy.
Liko Pérez
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Es difícil coger una borrachera dentro del recinto, ya que luego de los shots de rigor ni sientes los efectos ni te provoca seguir campaneando un vaso que no suena.
Liko Pérez con
Pero al salir, estimados baristas, es cuando se siente que empieza
La tarde ya había comenzado a caer y en los alrrededores de
Liko Pérez
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