miércoles, 5 de septiembre de 2007

EN THE STOCKHOLMS ICEBAR / Liko Pérez


Con el barman Jackob


Desde un pequeño pueblito de la Laponia sueca ( Jukkasjärvi ), nos llega una fantástica experiencia a Estocolmo: una barra de hielo ( configurada con los más puros bloques de hielo del cristalino del rio Torneälv ), con sillones, paredes, columnas y vasos hechos del gélido material; y todo acertadamente acompañado por una famosa marca de vodka sueco que “absolutamente” le quita el frío a cualquiera.Entrar, como entramos este día de verano a ese recinto con cinco grados bajo cero, es casi como trasladar el calendario cuatro meses adelante. Quiero recordarles que aquí (en Estocolmo), durante el invierno, oscilan las temperaturas entre +2 y -25 grados. Así que esta futileza de cinco grados bajo cero sólo impresiona a turistas tropicales de poca experiencia (que no es el caso de mis ilustrados invitados).

Ser anfitrión de visitantes “en visita de turismo” a Suecia, conlleva, a veces, partes negativas: ya que la práxis de “quién maneja no bebe” es una contundente y bien arraigada religión en este país. Por lo tanto, algo contrariado, tuve yo que contentarme con un “non alkoholic” que con el frío tan arrecho que hacía allá adentro estuvo a punto de congelárseme en el gaznate (cosa que me certificó la profesionalidad del bar, en cuanto a la garantía de absoluta ausencia de etílicos en la bebida sin alcohol dispensada).

Es difícil coger una borrachera dentro del recinto, ya que luego de los shots de rigor ni sientes los efectos ni te provoca seguir campaneando un vaso que no suena.


Liko Pérez con Gustavo Artiles

Pero al salir, estimados baristas, es cuando se siente que empieza la fiesta. Los tragos se desarrollan al calor del estío y un delicado devanéo se te acomoda entre las rodillas. – Que buenos estaban los tragos. – Ni me di cuenta que hacía tanto frío. – Caramba, el verano sueco es más caliente de lo que yo me imaginaba. – Pues vamos a tener que tomarnos una cerveza bien fría, pero ya.

La tarde ya había comenzado a caer y en los alrrededores de la Estación Central la maraña de atareados viajeros se nos mostraba como un conjunto de figuritas de plomo. Yo, que ni siquiera había olfateado un átimo de la espirituosidad que ofrece el Icebar, salí adelante, apresurado, hacia el estacionamiento; consciente de mi avidez de llevarlos a mi casa lo más pronto posible, dejar el carro en algún lugar adecuado y exclamar con inmensa satisfacción: - Bueno, queridos amigos, ahora si es verdad que nos vamos a tomar un güisquicito.

Liko Pérez Estocolmo, 2007-09-03

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