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miércoles, 19 de marzo de 2008

CORAZÓN PARTÍO...LEJOS DE LA FRONTERA/ Gustavo Méndez


La Semana Santa, por ella misma, no propicia la actividad tabernaria. La temporada aconseja recogimiento, espiritualidad, y no se si la templanza obedezca a algún plan divino, pero unida a la severidad de la moderna ‘Ley Seca’ —que si es plan humano— nos lleva, una con otra, al propio desierto.

Para los piadosos de este lado del mundo las bebidas alcohólicas no son caldos demoníacos, ni mucho menos, como si lo son para nuestros socios musulmanes. Lo que propiamente los cristianos están llamados a evitar es la embriaguez y sus efectos: no deben permitir que sus cuerpos sean “dominados” por cualquier cosa. Según cuentan Juan y Mateo, Jesús convirtió el agua en vino y, probablemente, lo consumía con alguna frecuencia. Pero, concedo, sería extremadamente difícil para cualquier cristiano decir que está bebiendo alcohol para la gloria de Dios.

Los caraqueños evitan ese desierto alejándose. Los pudientes se van a Miami, a Margarita, a las islas del Caribe … y así. Los pocos que nos quedamos tenemos varias opciones, casi todas bajo predominante cielo abierto y aire libre, lejos de la cálida placenta de las barras. En los 50’s, los viejos caraqueños solían ir a los llanos más cercanos (norte de Guárico, sur de Aragua) a impostar partidas de caza. Paco Vera, Marcelino Madriz, Oscar Palacios Herrera o Miguel Otero Silva se dejaban guiar por anfitriones y baquianos como los Escobares de San Sebastián de los Reyes, en prolijas incursiones donde las piezas cobradas eran menos tigres y venados que botellas escocesas. Por cierto que don Paco nos aclaró uno de estos días que ‘baquiano’ no es quien es experto en Baco, sino quien tiene “conocimiento práctico de los accidentes geográficos de una región” (del castizo ‘baquía’).

En estos finales de Cuaresma, suelen acometerse actividades gastronómicas equívocas. En Guayana y en los Llanos, acontece una de las prácticas más canallescas de la culinaria venezolana. Se perpetra el PASTEL DE MORROCOY, esa especie de guiso del quelonio alojado en su propia concha, rodeado de una especie de polenta. El morrocoy no sólo está en peligro de extinción, sino que su carne es ásperamente fibrosa. Sin la polenta, no es nada. El mismo pastel, con carne de pollo o de conejo, puede llegar a lo glorioso. Para cerciorarse, pruebe usted el “Falso Pastel de Morrocoy” elaborado con carne de aquellos animalejos en los fogones de Luis Alberto Méndez, en San Carlos.

Nunca he sabido, por otra parte, porqué ese inofensivo roedor llamado CHIGÜIRE es sistemáticamente sacrificado para ser consumido estos días de proscripción de la carne roja, como si pescado fuese. Supongo que sea por algún falaz razonamiento analógico que interpreta que como peces y chigüires suelen pasar mucho tiempo en el agua son similarmente aptos para el consumo ritual, sin transgredir la prohibición. Parece ser que fue el Padre Sojo, aquel pariente cercano de Bolívar, quien regresó de Roma con una dispensa papal que autorizaba la matanza y consumo ritual del gran roedor. Flaco favor que le hizo con esta incorporación al mundo de lo sagrado. Don LUIS EUSEBIO, mi padre, se quejaba de la sinrazón, dejando oír a los muchachos que queríamos oírlo esta parábola invertida: “En una gran creciente, un chigüire logró salvarse asentando sus patas en una piedra sobresaliente. Desde allí, trató de salvar a un pobre pez. ¡Cuál no sería su sorpresa al observar que el pez para nada le agradecía el favor!”

Hay más equívocos. Días atrás oí a una joven conductora de un programa de radio afirmar que la PARCHITA era afrodisíaca. Será porque uno de sus innumerables nombres es ‘pasionaria’ o ‘fruta de la pasión’. Pero en este caso es PASIÓN (así, con mayúscula) porque para algunos su flor contiene los elementos que se usaron en la Crucifixión: los clavos, el martillo, la cruz. Ese AMOR que llevó a algún poeta anónimo a escribir el perfecto soneto que termina con los tercetos que copio, tan bueno, tan bueno, que mucha gente ―incluido mi profesor en bachillerato― lo atribuye a esa gran Pasionaria que fue Santa Teresa de Ávila:

Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

En fin, si no resuelven asistir a ese “predominio de morado, de incienso y de genuflexión” que es la procesión del Nazareno, si no se suman a ese aguacero de plegarias que asorda la Puerta Mayor”, tómense a la salud o por el recuerdo de los grandes hombres que nombré, un daiquiri, o mejor, una guarapita de parchita … para encender las pasiones. Con mayúscula o sin ella. Eso sí: no consuman morrocoy. ¡Salud!


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