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jueves, 17 de abril de 2008

OLVIDOS, OMISIONES Y ERRORES/ Raúl Fuentes

Anónimo Jóvito Alcides Villalba Vera dijo...

Como es posible, caro Raul , que no hayas incluido entre las delicias del Gato Pescador aquellos sus famosos Fatanyeiros, que la maledicencia del lugar y de la epoca aseguraba que estaban compuestos, entre otra viandas, de gato y de pescado. Saludos amigo y te recuerdo que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Viejo es viejo manque se sfeite la papada.

16 de abril de 2008 22:09

Un amable comentario de Alcides Villalba en torno a la minucia que, bajo el título El gato sin nombre, colgáramos acá hace un par de días motiva estas pocas líneas a manera de apostilla a la mencionada fruslería. Nos reprocha Alcides lagunas y equivocaciones.

En nuestra nota, no intentábamos inventariar el menú del Gato Pescador, sino especular en torno al significado de las palabras Halászó Macska, sazonando nuestras elucubraciones con una que otra referencia a la oferta alimentaria del desparecido comedero húngaro. Pero, ya que nuestro amigo trajo el fatányéros a colación, debo confesar que fue más olvido involuntario que omisión deliberada.

Es cierto: servían en el Gato Pescador esta descomunal especialidad cuyas raíces nos remiten a Transilvania (recuérdese que esta región perteneció a Hungría en algún momento). Imagino que el tamaño y composición del fatányéros buscaban exorcizar al mismísimo Conde Drácula.

El platillo en cuestión es una suerte de parrillada mixta elaborada con filetes de buey y ternera, chuletas de cerdo, tajadas de hígado de ganso y tocineta. Se sirve sobre un plato de madera en cuyo centro hay una barra de metal, un alambre en realidad, que sostiene las distintas piezas manera de brocheta. Se le acompaña, generalmente, con una ensalada de papas y, a lo mejor, el Tokaj sea muy dulce para maridar con él.

Dice Alcides, apuntando a mi senilidad (Viejo es viejo manque se afeite la papada) que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Creo que nuestro amigo se equivoca. El Pez que fuma, más que burdel cabaret o bar de putas, quedaba en Los Flores de Catia. Román Chalbaud lo ubica en el litoral, tal vez evocando El campito, aquel famoso prostíbulo donde se dice mataron a un enano al usarlo como balón en un improvisado juego de voleibol. Eran tiempos en los el litoral guaireño, de alguna manera, formaba parte, parte de la ciudad. Después nos lo arrebataron para crear una entidad sufrida e insostenible.

También hubo, entre los años 40 y 50 del siglo pasado, un Pez que fuma en Acapulco. Allí tocaba el piano Juan Bruno Tarraza y cantaron, ente otras y otros, María Luisa Landín, Toña La Negra Bobby Capó y Olga Guillot... El regente de la mancebía catiense ha de haberse inspirado en este sitio para bautizar su casa.

martes, 15 de abril de 2008

EL GATO SIN NOMBRE/ Raúl Fuentes

Entre los numerosos establecimientos frecuentados por la bohemia caraqueña en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado destaca, tanto por el aspecto físico de los locales que le sirvieron de asiento como por la personalidad del patrón, el Gato Pescador. Conocí tres ubicaciones distintas de este restaurante y bar que servía generosos tragos y copiosas porciones de comida aparentemente húngara. La primera de esas ubicaciones nos sitúa donde hoy se levanta el edificio La Previsora; la segunda, un centenar de metros bajando hacia el sur por la avenida Las Acacias, y la tercera, que pienso fue la última, detrás de la Gran Avenida, en la calle Habana, la misma donde quedaban el Páprika y el Tic Tac, también muy cerca, pero hacia el oeste, de su primer emplazamiento. Los tres locales tenía en común, además del nombre, un anuncio de latón en el que podía verse la figura de un gato aferrado a una caña de pescar y la leyenda Halászó Macska debajo; y, lo que más llamaba la atención, por lo menos a mí, la incoherente, disparatada y ecléctica decoración: no hubo nunca una mesa cuyas mesas fuesen todas iguales y, en algunos casos, ni siquiera tenía altura similares, una anarquía que se hacía sentir incluso en mantelería, platos, copas, vasos, cubiertos y ceniceros,. Tal vez por ello el negocio gustaba y uno caí en las trampas del pícaro dueño al que algunos llamaban Halászó y otros apodaban Gato. Solía éste preparar, además de los infaltables pimentones rellenos, una buena cantidad de un estofado de carne de segunda que ofrecía con distintos nombres para que creyésemos que su menú era muy amplio: carne guisada, muy buena; goulash, excelente; carne, con papas, estupenda, strogonoff, superior, carbonada flamenca, increíble…”. Era interminable la lista de variaciones sobre el tema del estofado, que con su peculiar acento húngaro, recitaba el hombre a quien unos llamábamos Halászó y otros llamaban simplemente Gato, porque Halászó les parecía impronunciable. Él, Halászó o Gato, pensaba que uno no se daba cuenta del camelo, pero ello formaba parte del juego que la concurrencia mantenía con la administración.

Halászó a veces desaparecía por algún tiempo y dejaba la taguara al cuidado de un pariente que reputábamos hijo, sobrino, ahijado o cómplice de quién sabe qué fechoría. Fue este personaje quien hizo pública la pasión de su padre, tío, padrino o compinche por las carreras de galgos. Sus desapariciones correspondían a los viajes que cada cierto tiempo hacía a Miami para apostar en los galgódromos de Florida. Ello explicaba el cierre, mudanza y reapertura de sus restaurantes que siempre se llamaron Gato Pescador, nombre que parecía apropiado para una ciudad que había albergado un burdel llamado El Pez que Fuma, pero que a mí siempre me intrigó. No el nombre en sí, sino su procedencia.

Hay un félido originario de Asia, Prionailuturus Viverrinus, a la que se denomina comúnmente como gato pescador, del que no sólo se dice es buen nadador, sino que además se le atribuyen facultades para la captura de peces, pero dudo que el restaurador magyar tuvieses noticias de este espécimen.

La Rue du Chat qui Péche (calle del gato que pesca sería la traducción literal al castellano) es acreditada como la más corta de París: hay apenas un metro con ochenta centímetros entre las fachadas de esta callejuelo cuya longitud no alcanza los 30 metros ( la Rue Degrés, en el 2ª arrondissement con 5, 75 mts. es tenida como la más corta de la capital francesa). Comunica al Quai Saint Michell con la Rue de la Huchette, en el distrito V, en la Rive Gauche de la ciudad luz. El curioso nombre de tan estrecha vía está asociado a una leyenda cuyos orígenes se remontan al siglo XV. Según ésta, el canónico Dom Perlet, que al parecer se dedicaba a la alquimia en la vecina iglesia de Saint Severin, tenía por compañero a un gato negro que podía, de un zarpazo, sacar un pez del Sena. Esta habilidad que ayudaba a mantener bien alimentado al clérigo, contribuyó también a alimentar rumores y se decía que monje y minino eran una sola entidad diabólica. Tales rumorees se acrecentaron cuando unos estudiantes, o unos gamberros – que a veces son lo mismo – mataron al gato y lo arrojaron al agua.

Muerto el felino, el religioso brilló por su ausencia. Sin embargo, meses después, Dom Perlet, que no estaba de parranda sino de viaje, regresó a sus prácticas de alquimia al mismo tiempo que alguna gente juraba haber visto al gato negro pescando en las orillas del río. Una resurrección que nadie pudo explicar y a partir de la cual la calle de Neuve des Lavandiers pasó a llamarse Rue du Chat qui Peche. A esta calle vino a parar, después de la Gran Guerra, que aún no era primera, aunque si mundial, la escritora húngara Jolán Földes. Una escritora que gozó del favor del público de entre guerras y hasta obtuvo un prestigioso premio otorgado por la crítica inglesa.

Halászó macska utcája es el nombre de la novela con la cual Yolanda, que así podemos nominarla en español, obtuvo el primer premio de un concurso internacional de novela celebrado en Londres en 1936. En inglés se llamó Street of the Fishing Cat, es decir: la calle del gato pescador. De aquí debe haber sacado el nombre para su bebedero y comedero el hombre al que llamábamos Gato o Halászó. Quienes lo llamaban Halászó suponían que su nombre completo era Halászó Macska. Entre ello figuraba Adriano González León.

Un buen día nos enteramos del fallecimiento en misteriosas circunstancias del afable patrón del Gato Pescador, un húngaro pícaro y ludópata que sabía agradar a los poetas y, a través de gestos obscenos, hacía saber a las parejas de su disposición a rentarles un espacio para que se refocilasen. Adriano, en un hermosa y magistralmente bien escrita nota dio cuenta del deceso en la página de arte de El Nacional. La nota se titulaba Halászó Macska y reseñaba la relación del personaje así nombrado con el entorno bohemio de Sabana Grande y la naciente República del Este.

Poco tiempo después de morir el hombre a quien unos llamaban Halászó y otros Gato, me topé con una gran amiga de origen húngaro, Eva Ivanyi, cuyo padre, por afinidades étnicas y tratando de encontrar los sabores perdidos de su Budapest natal, solía invitarla al Gato Pescador. Fue ella la primera persona en advertirnos que el muerto no ha podido llamarse Halászó Macska, pues estas palabras significaban Gato Pescador. Y es más, puntualizó que quienes le decían Halászó no sabían que, en realidad, lo llamaban pescador porque el gato era Macska.


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