Mostrando entradas con la etiqueta CARLOS REYES LIMA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta CARLOS REYES LIMA. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de octubre de 2008

LA BARRA DEL OLIVAR EN LA TARDE/Tulio Monsalve

Para algunos existen horas en que comienza a medrar el ánimo levantisco que les llegó con la mañana, tracción que los hizo apurarse a cumplir con las inclemencias del trabajo. Se cree que el cierre del programa del sol y su pérdida de vigor inicia una gestión que castiga con semipenumbras. Claman otros que la sonata del ángelus y sus cadencias le arrima el lomo al goteo de alguna catecolamina cuyo papel es disminuir nuestras defensas y ponernos en trance de languidez. Hasta aparentar travesías de poeta. Sin duda reflexionamos. Siguiendo el rumbo de Vallejo que hablaba: “Reanudo mi día de conejo /mí noche de elefante en/ descanso”, hacia allí vamos a un posible e inexacto recogimiento.

En esto pensaba mientras bajaba a esperar a una persona en el Bar del Hotel Sonesta en Lima, Perú. Estaba en este hospedaje e iba al bar. Desde su barra se siente lo que se mira. El lugar está ubicado y usurpa espacio a un extraño y bello lugar: el famoso Olivar del Barrio San Isidro.

La nota histórica dice que los terribles e imprevisibles hermanos Pizarro, animaron al Duque de San Isidro para que sembrara un olivar en la capital del virreinato; ya para 1567 el sitio era conocido en la ciudad. Dignidad de cuatrocientos años que hoy conserva. De su gloria y bondades aun existen con hermosas y extrañas formas, esculturas de fuerza vegetal como un atavismo de la colonia. Heredades de formas originales que hace fruncirse en emociones hasta al mas insensible. Su conjunto es un verdadero museo de hazañas arbóreas únicas. Ningún árbol asoma rastros o dolor de muerte. Algunos están, de puro increíbles, en trance de semejar mármol y piedra. Otros todavía en su gloriosa y digna senectud son capaces de regalarnos una que otra aceituna. Todos florecen a su manera. Dan tanta sombra como asombro. Sus ramas suaves que aun rinden homenaje al viento y cantan con él.

Esto miraba desde la barra en forma de barco, mientras fantaseaba en la pasmosa belleza del parque, de pronto me tope en el bolsillo de mi saco con un ticket, la sorpresa deparó fortalezas a mis desfallecidas dioptrías y pude leer, que me invitaba a recibir un trago de bienvenida al hotel. De la contemplación pasé a la tensión inmediata. La gula hizo estragos y solicite con la avidez de un beduino la especialidad del barman: un pisco sour (pisco, jugo de limón, azúcar blanca, clara de huevo y hielo picado). Para la hora y como apoyo a la contemplación nada mas estimable. Deleite, tiempo y buena barra, ahora a esperar que me vinieran a buscar.

Azar en la Barra. A mi espalda alguien pregunta: ¿Qué habéis pedido al barman?. Me volteo y sorprendo con el rostro de un joven. Un pisco. ¿Qué es eso?. Explico y el contertulio dice no conocer nada, pero que va a pedir uno. Lo prueba y aprueba con un: ¡ pero esto es cojonudo!. Mas español imposible. Impreca: Dadme otro. Agrego explicaciones sobre el pisco y me dice: Claro… es casi un orujo; creo que si. Montamos una cotorra y estando yo en el segundo trago, me sorprenden un par de personajes, uno de ellos con un arma en la mano, que grita, ¿Quien es usted?….. identifíquese … o como hubo una vez de decir un policía caraqueño que me aplico algo parecido pero con un culto criollismo: ¡ identifísique ¡.

El amigo de la barra, ya identificado como español, les pide que se vayan pues somos amigos. Surge otro personaje, menos pinta de policía, quien le pregunta a mi compañero de trago; ¡chaval, que susto no habéis dado!. Tenemos tiempo buscándote: Sabes que en Lima siempre hay peligros. Bueno, nada seguid, os espero en el lobby.

Pregunto ¿que pasa?, me dice que nada, solo lo protegen. Por dudas estimo que es hora de retiro. Se disculpa y me dice que si no tengo algún programa para el domingo, él tiene entradas para la corrida de toro y que me dejará dos en la portería. Le agradezco. Me pregunta que hago en Lima le explico y demando por la razón de su presencia en el Perú. ¿Pero no sabéis quien soy?. Respondo que no y me dice, presentándose que se llama David Galán y que es torero, este domingo estará con una contrafigura limeña llamado el Simpson. Me cuenta de su última actuación, fue, en Torre del Mar en Málaga y que le fue muy en esta temporada.

No se me ocurre otra cosa que decir: Bueno saludos, y que tenga suerte el domingo. ¡!Joder eso no se le debe decir a un torero en las vísperas!! pero que en mi caso es una ofensa venial, la ignorancia justifica los medios. Adiós, adiós. El barman me informa que es una gran figura del toreo español y que en Bogotá trataron de secuestrarlo. Vaya faena la mía. Todo por una ensoñación de olivos y un pisco sour.!! .. Suerte matador .. suerte ..

Salgo a la calle y me topo con el parque de los olivos y me acuerdo de una estrofa una canción de Duncan Dhu que dice: “ En el atardecer arde la hierba. En algún lugar de un gran país que olvidaron construir ...”

.

domingo, 17 de febrero de 2008

EL PAIS PORTÁTIL DE ADRIANO/ Carlos Reyes Lima

Adriano González León y su país portátil. “Hoy eres Girondo y mañana Walter y tu nombre verdadero se pierde en el universo, quieres acabar con los mezquinos sueños de supervivencia de los escritores, quieres inscribirte con tus lectores en un mismo horizonte anónimo donde establecerías por fin con la muerte una relación de libertad” P. 297. Enrique Vila-Matas. El Mal de Montano

El 12 de enero del 2008, con un montón de literatura en la memoria, con el periódico extendido sobre una mesa de un bar, leyendo el ayer, lo encontró un infarto. Lo descubrió entre un titular y un artículo de opinión. Él era su memoria. Y allí lo encontró, un sábado, un día no propicio de muerte; “las defunciones no saben de días festivos y laborables, no tiene consciencia del tiempo”, decía aquella escritora de esquelas. Y solo Cesar, Cesar Vallejo la predijo “moriré un jueves y con lluvia”. Y Adriano González León, igual que vivió, la muerte lo encontró en una barra de un bar, con algún libro salvavidas en su bolsillo y una noticia abierta.

Desde un lugar lejano me llega la noticia en forma de correo electrónico, es Ana que me dice, es Rodolfo que me comenta, es Yhajaira que afirma, es Juan que me alerta. Son todos los lectores de las imágenes, que Adriano González León, daba vida, en su espacio televisivo “Contratema”, en un soporte tan pasajero, tan inmediato como la televisión, solo 45 minutos para hablar de literatura, para contener tanto libro. Adriano, nos daba la vuelta al mundo de lo literario, con su voz ronca de ginebra. Con imágenes, con entrevistas, con comentarios, con lecturas: la literatura que se transformaban en imagen, en cotidianidad. Y entonces, en la pantalla chica, una cosa diferente sucedía, los culebrones dejaban de respirar en algunas casas, en muy pocas, era una alternativa: Un espacio para aprender a leer y romper las barreras de lo cultural como elite.

Y allí estaba la tradición de escritores hablantes, de escritores que jugaban (al 5 y 6) las carreras de caballos, con combinaciones poéticas, en sus nombres literables. Siempre artistas con tarjetas de créditos golpeadas de hambre y tragos, y el pago de la cuenta en el bar, para otro día, en la que el “Dios Baco apueste también por nuestros caballos”. Más que envites, era un acto poético: retar al destino, con los animales bautizados desde los libros. Las carreras se transformaban en un corretear de nombres que al final encontraban su llegada en los últimos puestos; “a una cabeza de la meta final”, pero el arte y la literatura tenían que seguir compitiendo por alcanzar, algún día, la voz ganadora, así sea en la narración de los locutores hípicos.

Apostar y perder. Crear y perder. Ganar un trocito de vida. La literatura corre con la existencia, lo que triunfa, al final, es el lector de País Portátil, de Las Hogueras Más Altas, de Solosolo, de Viejo, de Crónica del Rayo y la lluvia, de Huesos de mis huesos; de su libro Damas en edición de bolsillo, no más grande que la palma de la mano, que podía ser secuestrado con el puño, oloroso a perfume derramado sobre sus hojas. Letra y olores, imágenes y sabores en esa sucesión de damas, que en el libro, son todas las mujeres y una.

Y así por mucho tiempo, Contratema fue la vitrina de muchos escritores, del mismo Adriano en su pasión por Andre Bretón, en sus discusiones sobre realismo mágico, por allí deben de estar los programas, la literatura oral y la crónica de un tiempo de escritores, de políticos, de cineastas. Con su cabecera con la música de la película “País portátil” su novela, y la película de Iván Feo y Antonio Llerandi. En algún lugar oscuro, en un depósito húmedo, la memoria debe estar muriendo, así como los programas de Aquiles Nazoa, Arturo Uslar Pietri, y ahora Adriano, escondido en el naufragio de la imagen que se borra con el paso del tiempo.

Su libro País Portátil (recibió en 1968 el premio Biblioteca Breve de Seix Barral), al igual que Andrés Barazarte (su personaje), Adriano González León rescato la historia con la bomba que llevaba Andrés, actor con ficción, encerrado en su juego de azares improvisados, dispersos, que como la historia de Venezuela, puede explotar en el autobús, en el viaje que somos. Adriano lleno su “vida portátil” de todas las ilusiones y todo el pasado que un venezolano pretende sentir, ayer y hoy. Y en País Portátil, más que un análisis de la violencia de los años 60, esta el escondite de lo que somos, de ese pasado portátil, álbum de fotos que guarda nuestros recuerdos, sitio imaginado, refundado cada día. Las maletas siempre se extravían, siempre, y ahora más que nunca, llevamos un país portátil en nuestro hablar, en nuestros recuerdos. El Andrés de Adriano, nos dio la conciencia de que no hay presente sin pasado. Nos construyo en nuestros miedos y laberintos. Para morir y ser un cuerpo portátil, y llegar hasta un lugar donde los dioses apuestan por las sombras de los caballos ganadores.

Adriano era Escuque, su pueblo de fantasmas y ruinas en el páramo. Nunca dejo de estar en él. En el sabor del picante con leche, del miche callejonero, en las tías, en los tíos. En emigrar a Caracas para conquistar el mundo. En la pensión triste de hombres tristes que se asomaban a las ventanas para ver pasar el tiempo. Y Sardio, y el Techo de La Ballena, subversivo y nunca panfletario. Buscando lectores y escuchas. Y, después la ginebra con zumo de naranja y hielo golpeado. Y las republicas fundadas en bares, en dibujos, en gabinetes de utopías y rones. Las embajadas como respiración. Nunca cambio, las entrevistas de antes y ahora nos hablan de ese Adriano que no dejo nunca la literatura, que como Montano, en el libro de Vilas- Mata: “esta enfermo de literatura”. Adriano, como Montano, vivió de citas y de lecturas, de los “otros para hacerse él porque todos los libros son un solo libro, y todos los escritores un solo escritor.

Y ahora que las cartas no hacen falta, que estar lejos, por razones de geografía, no es la excusa, ahora que la justificación es que tú estas en algún lugar donde el alma se hace portátil y solo guardamos lo que escribiste, cito este trozo de texto: “Acá, en las islas, orillas de las orillas, probablemente han llegado más botellas de náufragos que a otra parte del mundo. Estación postal del desconsuelo, está en la encrucijada de tres continentes. Es probable que los mensajes no recibidos por tanto abandonado, hayan chocado en las rocas, luego devueltas por la resaca mar adentro, hasta encontrar su trabazón en el camposanto de las historias” (1)

Y así, amigo Adriano, en un lugar donde “Se llega y ya uno se siente instalado en orillas que no buscan el mar porque todo es mar” (2) Guardo mi país portátil, desojado y perdido entre el macuto que me acompaña.

1. 2. Crónicas del Rayo y La lluvia. Itinerario de las Islas.

Carlos Reyes Lima carlosreyeslima@yahoo.es 0034-626232368.


Click aquí