jueves, 25 de septiembre de 2008

CITA A CIEGAS/Petruvska Simne

Carla Alejandra se puso el vestido amarillo con diminutas rayas turquesas, las sandalias doradas, bajitas, y un chal ocre con rayas doradas para taparse un poco el escote y abrigar además su espalda si hacía frío allá, en el bar. Tenía casi cuatro meses chateando con un hombre, que se hacía llamar Mapache, y que tenía una manera encantadora de comunicarse. Por los términos que empleaba, Carla Alejandra deducía que era un hombre joven, tal vez de algunos treinta y poquitos años, y eso la contentaba porque no quería salir con algún vejestorio, de esos divorciados insignes que se hacen pasar por eternos adolescentes para llevarse a la cama a cuantas damas solitarias se les atraviesan en el camino.

Eso sí, Carla Alejandra se lo repitió infinidad de veces, la aceptación de la cita no implicaba ningún compromiso a futuro. Ante tal petición Mapache repetía en la pantalla que sin el consentimiento de Carla Alejandra nada sucedería, que sólo quería conocerla y hablar personalmente con ella.

Ese detalle le encantó. Pensó que tal vez los santos se habían apiadado de ella, después de su traumático divorcio con Eleazar, y finalmente le habían concedido el deseo de conocer a un hombre de verdad honesto, sincero y, sin lazos sentimentales de ningún tipo.

Sucedió luego de arreglar los papeles del divorcio, pues comenzó a frecuentar museos, y salas de teatro y se compró una computadora con internet incluido para aprender a abrir una cuenta de correos, enviar emails, conectarse al messenger y chatear con los amigos, conocidos y con amigos de amigos. Así fue como entró Mapache en su vida. Su insistencia, la manera que tenía de preguntar cosas íntimas sin caer en vulgaridades y la delicadeza con la que expresaba sus pensamientos la decidió a aceptar una cita para conocerlo personalmente en un bar muy cercano a su casa.

Entró y le preguntó al mesonero cuál era la mesa 7, pues Mapache le había indicado que había reservado esa mesa para la cita. Caminó sin ver a nadie y por eso no se dio cuenta que en la mesa de al lado estaba su ex, bebiendo y jugando dominó con sus amigos. Carla Alejandra pidió una cerveza y esperó. Luego otra, y otra más. Hasta que fastidiada de tanto esperar, llamó al mesonero y le preguntó si conocía a Mapache. Los de la mesa de al lado se largaron a carcajadas cuando oyeron ese nombre. El mesonero volvió a preguntarle ¿usted quiere ver a Mapache? ¿está segura que quiere ver a Mapache? Carla Alejandra le dijo que sí, que cuál era el problema. Ninguno, ninguno, respondió como disculpándose el mesonero. Ya le traigo a Mapache. Los de la mesa de al lado se doblaban de la risa y Carla Alejandra pensó que la causa era la partida de dominó. El mesonero llegó con el muchacho que limpiaba el local, los baños, la cocina, todo, y más que bien parecía un mendigo sucio y maloliente, este es Mapache, le dijo el mesonero y se fue.

Carla Alejandra se quedó petrificada: pero… usted… ¿es Mapache?... ¿chatea por internet? No señora, yo no sé que es eso… ¿quiere que le lave el carro? Y la risa de mesa de al lado comenzó a llenar todo el bar, ja ja ja ja… ja ja ja ja… El ex de Clara Alejandra, Ezequiel, saltaba de perverso gozo, estaba muy divertido…y no había cambiado nada: seguía desquitándose y burlándose de ella…

ADAGIOS / Alberto Centeno desde Osage, Missouri




Epa Antillano. Fotos de un barcito en Osage, Missouri . Un Abrazo

CON O SIN RAMADAN/ Eloy Torres Román

Durante mi permanencia en Jordania confirmé que es un país en el cual hay muchos códigos - por el idioma - y muy pocas barras por la rigurosidad que existe en el mundo musulmán en cuanto al consumo de bebidas alcohólicas .Entre otras cosas, tuve la ocasión de experimentar in situ la “realidad real” del RAMADAN. Ciertamente, es muy inflexible el comportamiento de los musulmanes durante ese mes. Aún cuando hay ciertos sectores de la sociedad jordana que consumen alcohol normalmente, durante el mencionado periodo no hay posibilidad alguna de consumir algo etílico. Los escasos bares con sus también escasas barras brillan por una considerable ausencia.

Para mi fue una simpática novedad saber que la gente durante casi o más de doce horas el individuo no pueden consumir alimento alguno ni beber nada, ni siquiera agua, ¡mucho menos alcohol!, Están excluidos los niños y ancianos, mujeres en estado de gravidez y enfermos sometidos a un tratamiento medico comprobable.

Un venezolano acostumbrado a degustar unas copas, de vez en cuando y de cuando en vez, como dice Serrat, le resultaría un verdadero proceso kafkiano. Mis amigos Miguel Gerardo Van der Dijs (El catire Yaty, hermano y compadre mío) y Sunny (su esposa) al parecer tuvieron un momento de premonición al regalarme, antes de yo viajar a ese bello país, una “Carterita” en silver plate, a fin de llenarla de whisky. Con ella pude eludir las exigentes costumbres islámicas. Gracias a ellos, en buena medida, cuando iba a un restaurant logré disfrutar mis momentos, satisfaciendo mis deseos de tomarme mis traguitos. Pedía un vaso con hielo y lo llenaba con el líquido que traía en mi “carterita”. Y todo salía a la perfección. Yo respetaba las leyes de ese país al no pedir bebidas alcohólicas y al mismo tiempo, repito, satisfacía mis deseos de tomar.

viernes, 12 de septiembre de 2008

EL HOTEL MALLORCA DE MATURÍN/ José Maria Aristimuño P


El Maturín de mediados del siglo 20 no puede ser visto sin los vestigios del noble, y viejo hotel Mallorca,1959, inspirado este nombre en la isla mas grande de las Baleares, isla histórica, ahora uno de los destinos turísticos mas apetecido de Europa. Su propietario es Juan Morione Goñy, de Navarra, casado con Catalina Martorelli de Palma de Mallorca.

El hotel aun existe, a pesar de haber sido golpeado por los vientos duros del progreso. Sereno, continúa siendo testigo de los tiempos. Sigue sembrado al final de la Avenida Las Palmeras, frente a la estructura de lo que fue el cine del pueblo: el Rialto, con el que comparte la evocación regional del Art déco, y muy cerca de la que es actualmente la residencia del gobernador, construida ésta por quien la ejercía tiempos de dictadura, Alirio Ugarte Pelayo.

Aun se ven rastros del neo plasticismo de mediados de los años 50, los colores puros (amarillo, rojo, azul) y los neutros, las tendencias abstractas de los disidentes, Pascual Navarro, Mateo Manaure, González Bogen, y muchos otros.

Desde que entras los cuerpos se impregnan del pasado reciente, una atmósfera bucólica que evoca los acontecimientos que allí se suscitaron. Entra por los poros la nostalgia.

La estructura fue levantada por inmigrantes europeos llenos de esperanza, que venían abatidos por la guerra reciente, “ los ingenieri constructore”, y se toparon con el constructivismo de Pérez Jiménez, cajas de concreto, cuadradas, fuertes.

Aun brilla el aviso fluorescente, con letras a la usanza de la época, los bloques trincote, dándole la ventilación necesaria a la recepción, mas el dejo decorativo que permanece.

Al penetrar al recinto se ven las sillas cargadas de memoria y acontecimientos, pisando el granito de la época, diplomas, placas de reconocimiento, adornando los casilleros de habitaciones vivientes, entras al bar, magia atendida por goyo, José Gregorio Sepúlveda, los cocidos y Darío, los comensales, el suscrito, y un viejo hermano de infancia, Humberto Darthenay, recordando los tiempos, llovía, Maturín “ la bacinilla del cielo “ .

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viernes, 5 de septiembre de 2008

TRUMPETER EN PUERTO MADEROS/ Pablo Antillano





Es verdad que si uno lo busca con ahínco , puede conseguir un restaurante carísimo en Buenos Aires. Se puede tropezar con el Chila , uno de los más glamorosos y elegantes de Puerto Maderos. Con todo y vinos de etiquetas Premium y un súper menú que incluye foie gras, mollejas o jamón de cordero, rape, ciervo colorado o una bondiola de jabalí con cuatro horas de cocción, no tendrá que pagar más allá de un rango entre 180$ (pesos) y 240$, que divididos entre tres pesos por dólar, le saldrá entre 60 y 80 dólares. No como en Caracas donde en un hotel de Las Mercedes le clavan a usted hasta 200 dólares , según me contó ayer Oscar Rincón, por un trozo de carne ( sin vinos ni más nada).

Huelga insistir a estas alturas que las diferencias entre Buenos Aires y Caracas no son sólo de precios y de voracidad de especuladores, son diferencias civilizatorias. No merece meterse en lo hondo cuando se compara el cielo con la tierra, o el cielo con el infierno.

Puerto Maderos se expande con velocidad y concreto armado. Si no fuese por los canales, una cierta arcilla roja y las calles amplísimas , el transeúnte podría pensar que está en Dubai, en Singapur o en cualquier remoto desarrollo de condominios para banqueros y otros globalizados. El famoso Hotel Faena está en remodelación, así que no logramos traspasar ninguna puerta.

Pro en cambio nos recibió cálidamente el restaurante Cabaña de Las Lilas, bañado por los reflejos del río, arrullado visualmente por el suave retorno de los veleros y agitado por el crepitante ir y venir de los mesoneros que portan vinos, morcillas, bifes, asados, mollejas y ensaladas. Ya Tulio Hernández nos había advertido de esta intensidad y del formidable placer de sus condumios. Muy concurrido, pleno, grato, no provoca pararse de la mesa.

Afuera nos esperaba la hospitalidad del largo malecón, el Puente de la Mujer, y muchos kilómetros de paisaje peatonal para amansar el bife y los reserva de TrumpeTer.

jueves, 4 de septiembre de 2008

ESTRATEGIAS EN LA BARRA

LOS HIELITOS TRISTES
DE ALFONSO MONTILLA
( en la foto con Soledad Mendoza)
Alfonso Montilla era el juglar de la República del Este.
Todos querían escucharlo. A Alfonso le encantaba el
trago pero no tenía recursos, por eso se aprovechaba
de sus cuentos para beber.
Un día, Elías Vallés, el de la Funeraria, a quien algunos
llamaban «Mecenas» pero otros preferían llamar
«Mebebes», le pidió a Alfonso que contara un cuento
que a él le gustaba mucho. Alfonso dijo:
- Lo que pasa es que estos hielitos están muy tristes.
Estaba sin trago. Entonces Vallés ordenó inmediatamente
al mesonero que le pusiera otro trago al poeta.
Era la fórmula infalible de Alfonso para beber gratis.


PICHIRRE
Un día están Adriano González León, Mary, su esposa,
Salvador Garmendia y Rodolfo Izaguirre, tomando
unos tragos en un bar de Sabana Grande.
A la hora de pagar, que eran como 15 bolívares, todos
pusieron algo de dinero menos Adriano a quien se le
engatilló el dedo en el bolsillito pequeño del pantalón.
Mary, al ver que Adriano se está haciendo «el policía
de Valera», para no poner dinero, le dice en valerano:
- Sacá, Adriano, sacá.

EL POETA MONTES DE OCA
Al poeta Ramón Montes de Oca le gustaba ir a Trujillo
porque allí los poetas le celebraban sus versos. Cuando
Adriano González León, Alfonso Montilla y Oswaldo Barreto se enteraban de que el poeta Montes de Oca
los iba a visitar, se ponían felices porque sabían que
por unos días iban a descansar del micho andino
porque el poeta lo que bebía era whisky.
Montes de Oca tenía un verso que repetía siempre:
- Yo soy un satán que hiere las rosas
Los poetas aprovechaban para aplaudir a rabiar.
- Qué verso, poeta, qué verso- decían todos al unísono.
Entonces el poeta se entusiasmaba y pedía una botella.
Cuando Alfonso Montilla veía que la botella se estaba
terminando pedía a Montes de Oca que por favor
volviera a decir el verso. Los poetas aplaudían de nuevo
la perfección del endecasílabo, y entonces el poeta
Montes de Oca llamaba al mesonero y ordenaba
otra botella.

Fragmentos tomados del libro Ebriedades de Gonzalo Fragui , (en la foto) Cooperativa Librería Ifigenia, Mérida, Venezuela 2008

DE LA RIOJA, LAS PEÑAS /© Carlos M. Montenegro

Para aquellos que quieren y pueden tomar sus vacaciones a contrapelo de la mayoría (en julio y agosto, generalmente obligada por la cosa escolar de los muchachos) y deciden hacerlo en España, me voy a permitir recomendar una zona poco conocida por aquí: La Rioja.

De España como destino, especialmente los turistas profesionales, se sabe casi todo; pero dentro de ese “casi” hay algunas maravillas poco trilladas, que yo les aseguro merecen la pena; una de ellas es La Rioja esa pequeña provincia castellana que desde hace unas décadas se estrenó como Comunidad Autónoma, casi sin pedirlo, aunque es una de las más prósperas de la España actual. Pero no se trata de analizar aquí lo histórico-político-económico-social de esa tierra, sino recomendar a todo el que vaya a España en septiembre con ganas de pasarlo muy bien que se acerquen, pues no lo olvidarán.

Lo que mejor sabemos de La Rioja nos lo hemos bebido. Pero hay muchas cosas más que les hará alegrarse de haberla conocido. Septiembre es un buen mes para ir; está a punto de cosecharse la uva que se convertirá en esos caldos mundialmente famosos, y que los riojanos celebran con júbilo y esplendidez. Mi sugerencia es que lleguen a Logroño, su capital; hay media docena de cómodos hoteles que están en el centro y muy buenos precios; estacionen el auto y olvídense de él. La ciudad es pequeña y todo se puede hacer caminando.

Traten de llegar el 18, con la ciudad expectante a que el 20 desde el Ayuntamiento, a las 12 del mediodía en punto se lance el cohete que da inicio oficial a las fiestas de San Mateo o de la Vendimia. Deben estar ahí, porque tan simple acto se convierte en un espectáculo inolvidable. En ese momento la ciudad entra en un alegre y estupendo trance durante una semana.

Se toparán con múltiples “peñas”: amigos agrupados en sociedades culturales que durante el año se preparan para estos días; salen a la calle desde temprano con sus distintivos atuendos y sus propias bandas de música, tocando alegres “pasacalles” para despertar y animar a la ciudad a salir a celebrar, mientras bailan e invitan a los transeúntes con vino de sus abultadas botas. Las peñas, en diferentes plazas de la ciudad ofrecen a modo de aperitivo cada día platos de la gastronomía riojana, cocinadas a la vista por ellos mismos, regado con tinto del país y a precios simbólicos; patatas con chorizo, chuletillas de cordero al sarmiento, embuchados y muchas delicias más componen las degustaciones. Por toda la ciudad se encuentran los “chamizos”, que son locales abiertos durante las fiestas, donde las peñas y grupos de vecinos obsequian a los visitantes con “zurracapote”, una bebida pariente mejorada de la sangría. Sólo hay que entrar y lo demás déjenselo a ellos.

La ciudad a diario da conciertos gratuitos de artistas nacionales e internacionales en la Plaza del Ayuntamiento, y en las casetas regionales hay bailes y actuaciones con entrada libre; desfiles de carrozas y cada noche concursan fastuosos fuegos artificiales, montados por empresas pirotécnicas de diferentes países. Podrán asistir al ancestral “pisado de la uva”, y cómo se hacía el vino incluso antes de Baco.

Falta lo mejor, se lo aseguro, pero será la próxima semana. Uds. disculpen.

carlos.managerman@gmail.com

martes, 2 de septiembre de 2008

MARCELINO MADRID/Gonzalo Fragui

Marcelino Madrid tenía una casa en Choroní y una noche, un poco tarde, Enver Cordido fue a visitarlo.

Toca la puerta y Marcelino dice desde dentro:

- Aquí está el general Pechoepavo, Conquistador de muchos territorios, allá ¿quién?

- Es Enver.

- Cuál Enver.

- Pues Enver Cordido.

- Diga la contraseña, compañero.

- Coño, Marcelino, déjese de vainas y abra la puerta de una vez.

- Lo siento, compañero, si no dice la contraseña no lo puedo dejar entrar.

- Pero, es que yo no sé de qué contraseña me hablas.

- Contraseña o nada.

- Marcelino, yo sólo vengo con una botella de whisky y quería tomármela contigo…

Se abre la puerta de golpe y aparece Marcelino:

- Contraseña correcta, compañero

MI BAR IDEAL / Edmundo Font

Suena un tanto cursi enunciar una breve colaboración sobre cantinas de esta manera quinceañera y rosa, pero la verdad es que lo he imaginado y verbalizado tanto en diversos momentos de la vida, con muchos amigos, que ya no puedo sustraerme de compartirlo con ustedes y sobre todo, en un foro de tanta convivencia perspicaz, y con uno de los más afortunados nombres en el universo blogista: Código de Barra. Sin duda la codificación inteligente de ese mundo etílico ha dado y seguirá dando para mucho, porque además de crónica amena y sui géneris es un sitio lúdico con hondo calado literario que les recomiendo

Mi cantina de sueño o de ensueño no es muy difícil de conjeturar. Lo adivinarán quienes sienten una inclinación poderosa por el cine, la industria que más ha hecho por colocar en nuestro imaginario los escenarios de casas de bebidas más propicios al encuentro y a la convivencia, por no hablar de las rupturas y los desaguisados. Ya habrán imaginado que solo puedo referirme, en primer lugar, al set donde fue filmada gran parte de la película "Casablanca", el Rick´s Café Americain. Aunque conozco algunos remedos, uno de ellos en Ixtapa, México, nunca me deparé con una reproducción escenográfica que nos hiciera revivir el clima de la más afortunada chiripa (Disquisición: confirmando en un mataburros la acepción de chiripa, desprendo que debería de usar la voz inglesa Serendipity, sobre todo en Venezuela, porque allá significaría cucaracha de menos de dos centímetros, también llamada Moca, en alusión al grano del café) de la cinematografía mundial. Hay que agradecer con todo el corazón el golpe de suerte que llevó a Curtiz a escoger a Humprey Bogart, en lugar del impresentable y mediocre de Ronald Reagan. Mi bar de "Casablanca" me lo imagino igual al cabaret de la película donde adicionalmente debería instalarse un piano similar y contratar a un cantante negro que interpretara cada hora, a la hora en punto, el tema de la película, "As times goes by". Independientemente de que el 14 de julio de cada año podría honrarse también a la "Marsellesa", con el espíritu antifascista que nos urge recuperar en el mundo. En un principio, decía yo en tiempos pretéritos, se deberían servir tan solo "Champagne Cocktail" , "Martines" secos en la receta desértica de Buñuel y "Manhatan". Hoy agregaría toda suerte de rones y tequilas de verdadera caña y agave y vinos tintos de la Ribera del Duero y blancos Albariños y Alvarinhos. . En el bar ideal no podría faltar una sala mullida donde se proyectara “Casablanca”, ininterrumpidamente. No hay otra cinta que conjugue mejor la sobriedad y la embriaguez amorosa. Me imagino también los olores, en función de los platos que deberían servirse, todos ellos de influencia gastronómica árabe y levantina. En el aire respiraríamos cardamomo, rosmarino y aromas a cafés intensos, como el del mal llamado turco, lo que más se acerca a los benditos mejunjes del espresso, y se aleja del “americano” que ni es americano ni es café, recalentado y bebido a litros en los típicos tazones horrendos Claro que ya entrados en gastos y partir del homenaje a la tibia frialdad erótica de la Bergman, el restaurante y piano bar bien podría poseer una bien montada librería con temas de alcoholes, poesía, gastronomía, novelas de ebrios trascendentes a lo Malcom Lowry, y Hemingway; ah, y una galería con fotografías de épocas en que la galantería ascendía a paraísos terrenales factibles de verificarse tan solo en mitológicas barras de bares. Ya les contaré, con más espacio y tiempo, sobre la bendita barra del "Antonios" en Río de Janeiro, que me deparó vivencias del calibre de las canciones de Vinicius de Moraes, por cierto, asiduo cliente del mágico bar de mi gran amigo gallego Manolo (quien publicó mi libro de poemas bilingües "Indistinta"), donde Tom Jobim escribiría "Aguas de Marzo" y, siempre las malas lenguas, habría quedado prendada de un famoso periodista brasileño una todavía lozana Candice Bergen, seducida en realidad por la magia de la "Bossa nova" que se respiraba en ese macrocosmos poético de sesenta metros cuadrados. Por cierto, el gran Vinicius de Moraes también fue propietario de un bar carioca, lo llamó "Cirrosis".

El modelo original de mi “bar ideal” además de haber propiciado pasiones de gran calado, sería el café de película donde más se bebe y fuma en la historia de la cinematografía mundial. Para beber y enamorar en su réplica deberíamos vestir de blanco; de hecho, no debería faltar en el guardarropa de un experto en barería un smoking con corte y solapas tan peculiares y elegantes como el que inmortalizó Humprey Bogart.



28 de agosto de 2008




EL CEMENTERIO ALEGRE /Eloy Torres Román

Definitivamente, Pablo Antillano tiene razón, cuando dice “las barras te ofrecen las dichas del viaje y la expedición”. En ellas, te encuentras como en un barco, tren o avión conociendo el mundo en sus particularidades. Viajar a Paris, Roma, Madrid o New York. Sentarte en una de sus barras, te da la sensación de un dejá vu. Todo está visto en sus esencias estético-ambientales, vale decir en sus decoraciones. E incluso, la fisonomía de los habitué a las barras de esos países es bastante conocida. Es como si estuvieras en Venezuela, me decía un imberbe sobrino que viajó a Europa por primera vez. En el caso que nos ocupa, pretendo reeditar lo que vi en una muy sui generis barra que disfruté a plenitud en Mara Mures, una zona montañosa del norte de Rumania. Digo sui generis porque, como establecimiento, no reunía los elementos físicos necesarios para ser catalogada como tal. Sin embargo, la disfruté como una gran barra. Particularmente por los contertulios.

Viajé, con mi mujer, a conocer esa zona, invitado por unos grandes amigos rumanos quienes muy amablemente pretendían mostrarme la naturaleza salvaje, por demás hermosa, de esa montañosa región. Decía haber disfrutado la rústica barra ubicada en un verdadero tugurio cuyos asiduos, campesinos todos ellos, incrustados existencialmente en un tiempo difícil de precisar; todos me “bombardeaban” con preguntas acerca de Venezuela y donde estaba. Uno de los campesinos, estimulado por el alcohol, se aventuró a responder que Venezuela se encontraba ¡en el este de Rusia! Posiblemente tenía razón. Esto es, si observamos al globo terráqueo, con la lógica del campesino rumano, repito, por ser un hombre que vive en un tiempo difícil de precisar.

El caso es que gocé mi recién conocido espacio salvaje. Conversando con los campesinos rumanos, me invitaron a conocer el “cementerio alegre” de Mara Mures. Raudo y veloz me apresuré a aceptar la invitación, por la curiosidad que generaba en mí el nombre con el que bautizaron un sitio en el cual la tristeza y la solemnidad, por lo general, es la regla de oro. Los campesinos botella de tsuica en mano (típica bebida alcohólica, hecha por ellos a base de ciruela, cuyo olor y sabor al principio es un tanto fuerte, pero, después quedas atrapado por el gusto) me “adentraron” en el “cementerio alegre”. Lo particular y simpático, -para utilizar una expresión-, es que en ese camposanto, cada tumba tenía un llamativo epitafio, en el cual se detallan, en síntesis, la virtudes y defectos de la persona enterrada. Si el individuo fue un mujeriego, lo describen, en pocas palabras, como tal; igual, si fue un avaro; si fue mal marido que no cumplía con sus deberes, lo presentan como tal. Con las mujeres pasa lo mismo.

Mis guías, los campesinos rumanos me dijeron que ellos siempre conversaban en su tugurio (para mi ¡una barra!) para ser recordados como unos alegres tomadores de tsuica y contadores de chistes, por lo que sus coterráneos deben tomar en cuenta esa actitud destacando su semblanza en vida.

Es ahí donde entendí a Claude Lévi-Strauss en su trabajo Antropología Estructural cuando concibe la cultura como un sistema de comunicación simbólica que se ha de investigar apoyándose en métodos utilizados por otros, como por ejemplo la literatura, el cine, la política o los deportes. En este caso, visitar el “cementerio alegre” fue clave para, mediante datos sencillos y simples, comprobar que la naturaleza humana es similar, en su esencia, cuando se trata de confraternizar frente a una barra la cual te ofrece, repito en paráfrasis a Pablo Antillano, la dicha del viaje y la expedición.

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PERDÓNALA / Bolero


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