viernes, 28 de diciembre de 2007

DUELO EN LA BARRA/ a Raúl Bethencourt

Raúl Betancourt, era Suma/Tulio Monsalve

Pensar en algún libro era la forma mas inmediata y casi automática de conectarnos con Raúl Betancourt. Su fácil y amable trato fue uno de los cauces que mejor logró familiarizarnos a la amistad con los libros; en una de las primeras oportunidades en que lo contacté, le pregunté por una novela de Mark Twain, El príncipe y el mendigo. Me dijo donde estaba, y la tenía en mis manos cuando se acercó con otro libros y me dijo que le acababan de entregar, eran ejemplares de las novelas completas y los ensayos del escritor. Consideraba mucho mas ventajosa esta opción. Era una bella edición en dos tomos de Aguilar concebidos en bello papel bíblia. Suspiré, revise, e hice pucheros ante la oferta, solo qué, por forzosa y pecuniaria razón, hube de posponer el trato hasta dos semanas después. Para mi regusto y cómo forma de honrar el recuerdo de Raúl, aún conservo el Tomo I.

Estimo que él nunca nos vendió un libro, fue su pasmosa capacidad para reconocer el significado de cada obra, lo que nos obligaba y comprometía a acercarnos a ellas. No hubo oportunidad, en la que al pretender opinión de un escritor o alguna obra, no obtuviera una respuesta acertada, para rechazarla o para mencionar algo de mas calidad. Era peligrosísimo hacerle este tipo de preguntas directas, pues al final era imposible no aceptar la lógica en que fundaba sus juicios sobre lo que nos indicaba, visto en el tiempo, y para mi regocijo y crecimiento espiritual, felizmente desde siempre reconozco entre mis libros, aquellos que él, en cada oportunidad, recomendó.

Sus juicios y criticas tenían gran capacidad para exaltar o deprimir nuestro entusiasmo; ellas fundaron nuestra trincheras en defensa de la causa justa por mejorar o afinar nuestra sensibilidad. Sus cuitas nos dieron base para ordenar los sentidos y su relación obligada con la lectura. Siempre apreciaba finamente, y con mas profundidad que aquellos que hacían de críticos, al dar luces sobre los motivos para nosotros ocultos, sobre aquello que había de recóndito en los títulos que le sometíamos a examen. En pocas, pero muy pocas oportunidades, me decepcionó con sus apreciaciones, tanto así que luego me vi sometido a sus juicio como editor, campo en el cual es mucho lo que le agradezco; pues fue bastante lo que hizo por mis libros.

Había abundancia de afecto en sus juicios inmarcesibles y una real y eficaz y envolvente fuerza en su manera de sonreír, fluido que brotaba aún en sus mayores tristezas, que las hubo, para resarcirnos exultando ansias de luz, de goce y alegría.

En Suma estuve, igual abrevaron de esto mis hijos, y ahora voy con los nietos, las luces de Raúl, y la sencillez de Julia siempre estarán presentes cuando de Suma se trate y de lectura nos sintamos acortados.

Este lugar, verdadero y pleno lugar, fue concebido y mantenido por Raúl , para hacer suma de, obras, títulos, saber, amigos, adictos, especie de cofrades que asistíamos semanalmente, con o sin motivo, para recibir de él las buenas y nuevas referencias; finalmente me limito a sufragar mi admiración por lo allí realizado, y desear a quienes lo heredan, cumplan para su honor, fecundos años para mantener aquello que toda nuestra amistad y afecto por Raúl lograron en el buen tiempo pasado y el por venir.

Raúl sigue el camino de si mismo, que es el que nos marcó, y por el cual lo distinguimos y admiramos.

Para Raúl Betancourt (que se escribe, Bethencourt)

miércoles, 26 de diciembre de 2007

TAP & TAPA/ © Carlos Martínez Montenegro


Consiste en que los bailarines calzan unos zapatos con unas placas metálicas en las suelas, que al golpear el piso suenan como instrumentos de percusión a ritmos poco menos que endiablados, aunque Astaire y Rogers eran capaces de acompañar románticas melodías con sus pies y su notable expresión corporal y gestual – que para eso eran estrellas de Hollywood – y además cantaban bastante bien, ¿quién da más?

El tap, figura como un baile norteamericano que desde finales de los años treinta Hollywood difundió en sus maravillosos musicales, pero curioseando aparecen sus ancestros. En Europa la gente del campo usaba unos sobre-zapatos de madera llamados “zuecos” que les permitía caminar sobre el barro sin mojarse los pies en época de lluvias. Esa madera producía un “tap” al caminar sobre suelos duros que se usó en los bailes folclóricos de cada país. Lo cierto es que en los aledaños de Nueva York, donde se instalaban los inmigrantes europeos – básicamente irlandeses – ya en 1830 se reseña una fusión de danzas irlandesas, escocesas e inglesas que aplicaban la técnica “tap” para ciertos bailes cuando los inmigrantes se reunían en fiestas y competían para demostrar sus cualidades. El “Tap” nacía con nombre propio como estilo de baile.

Los esclavos ya liberados tras la guerra civil, debieron ver “algo” en aquella técnica y la adoptaron. Con su extraordinario don rítmico imagino que no dejaron nada para los demás y al poco tiempo inundaron los teatros de Broadway y de allí fueron invadiendo el vasto territorio según nacían las ciudades. El cine después se encargó de popularizarlo en el resto del mundo.

Hubo innumerables bailarines de “tap” famosísimos, casi todos de raza negra, pero el “star system” se encargó de promover a los actores de mayoría blanca. Entre los primeros destacan los Nicholas Brothers, que ya en 1930 maravillaron a todo el mundo y que sin duda influyeron en el resto cuando aparecieron en el cine.

Astaire y Rogers tomaron buena nota, pero no se puede obviar a una Eleanor Powel, quizás la mejor – con quien Astaire hizo pareja en muchas películas – ni a Gene Kelly que provenía del ballet y adoptó el “tap” al igual que Sammy Davis Jr. excelente baterista y cantante de jazz. La lista es grande con figuras del tap.

Como soy cocinero “amateur” les dedico una tapa: En una plancha bien caliente se coloca un champiñón y una gamba o camarón, se rocía con sal, aceite de oliva virgen y limón por ambos lados sin hacer mucho, y sobre una rodaja de pan campesino tostada y untada con aguacate maduro, se pincha con un palillo arriba la gamba y debajo el champiñón; adornar con perejil picadito. La gamba es Ginger y el “sombrerito” de champiñón Fred. Va por los dos.

¡Ah! en Venezuela conocí al Sabanero Porteño, que con unas maracas atadas a sus alpargatas también hacía maravillas acompañando joropos, no es “tap” pero también es un estilo…

carlos.managerman@gmail.com

LA BARRA DEL CONVENTO/ Tulio Monsalve

Para aquellos que han unido su vida a los libros, esos, a quienes resulta difícil no reconocer que sus momentos mas importantes o sueños y alegrías y tristezas se asocian con una obra literaria, o para quienes, esta materia tenga algún sentido, llegar a toparse de pronto con los autores que lo han maravillado y quitado sueño o causado placidez y no pocas sorpresas, llegar a la FIL de Guadalajara es un acto que causa maravilla y estupor.

Verse rodeado de agentes literarios, bibliotecarios, libreros, demiurgos del viejo arte de la edición y más de mil seiscientas casas editoriales de 39 países, es asunto inolvidable. Mirarse peleando por un puesto en una sala adonde caben mil quinientas personas para escuchar, a uno de tantos, para mi gusto, notables como Antonio Muñoz Molina, quien con su sencillez habitual, reconoce, con tono agradecido, y poética y académica placidez y honestidad notable, que buena y por cierto muy buena parte, de la producción literaria europea y sobre todo la de España actual, se debe al influjo y magia que en ellos causó la producción de los autores provenientes del llamado boom literario latinoamericano … verdad que causa asombro.

Esta Feria es si duda uno de los sucesos mas connotados y mejor montados sobre el negocio del libro, no solo en Latinoamérica, sino a escala mundial, la exuberancia en cuanto al numero de empresas representadas y amplísima presencia de figuras internacionales, causa asombro y habla de fortaleza y vigencia de la obra escrita. Álvaro Mutis, en una de sus intervenciones reconoció que el libro es aún mas eficaz, accesible y potente como fuente de formación que la misma computadora y su inefable y asociado programa de Internet. Pues su uso no está para nada hipotecado al lastre de una conexión externa o exige requerimientos eléctricos o electrónicos para cumplir su tarea. Basta la mera y sencilla voluntad para que la inmediata conexión con los sueños y lucubraciones se produzca en el lugar y condiciones menos favorables. Mas libertad y amplitud de goce, juntos, con viaje asegurado a la imaginación, es imposible.

Pero la Feria no es Guadalajara ni ella es solo negocio del libro. Pues la ciudad tiene su donaire y garbo latino. Con una historia que de inmediato nos conecta con el terrible periodo y los sibilinos episodios de la Conquista de México. Para suerte o desgracia la fundación de la ciudad se debe a Nuño Beltrán de Guzmán, quien la nombra en honor de la Ciudad de Península de donde él proviene, Guadalajara, España. Ayuda saber, que Bartolomé de las Casas calificó a Nuño de gran tirano y otro arriesgado cronista lo describió como el “aborrecible Gobernador del Pánuco y quizás el hombre mas perverso de cuantos han pisado la nueva España”. Dato, entre otros miles, que demuestra, que los verdaderos irracionales no eran tanto los que habitaban nuestras tierras cómo aquellos que las asolaron por mas de trescientos años.

Irrumpe en México Nuño Beltrán, con el aval del Emperador Carlos V, quién le encomienda actuar como contralor y evitar que siguiera cometiendo atropellos, el no menos bárbaro, Hernán Cortéz; no fueron pocas las disputas y diferencias entre ambos, por el asunto de los abusos que cada uno perpetraba. Nuño duró un año en el cargo de Presidente de la Real Audiencia de México, suficiente para ganar espacio como infame.

Novedades históricas aparte, hay que decir que en la actual Guadalajara, existen notables vestigios de toda la grandeza de la arquitectura del período colonial, muchas de esas obras se encuentra en la zona colonial de la ciudad y una se le conoce como la Fonda de San Miguel. Lugar adonde funciona un magnifico espacio en cual se albergaron las monjas de la orden de las Carmelitas Descalzas, hasta el período de la Cristiada o Guerra Cristera, entre los años de 1926 a 1929. Don Plutarco, tal y como conocían a Plutarco Elías Calles, se le enfrentaron grupos de milicias de laicos y un importante contingente de presbíteros y religiosos católicos que resintieron la aplicación de leyes y políticas públicas cuyo fin era restringir la presencia política y la autonomía de la Iglesia Católica; que se colocaba frente al gobierno y pretendía crear un Estado dentro del Estado; sobre todo, limitar el prominentísimo poder de la Iglesia y controlar su capacidad de uso y enajenación de sus inmensas riquezas, con fines políticos.

Una de tantas medidas adoptadas por la Presidencia fue desalojar a las monjas Carmelitas de este claustro de San Miguel e instalar allí un Cuartel militar. Curiosamente este enfrentamiento se le llamó “la última guerra religiosa en pleno siglo XX”.

Sin poder obviar todo ese conjunto de hechos históricos, al día de hoy, al estar en los espacios de convento es inevitable sentir el dominio de la paz, y el animo de recogimiento que las arcadas, plantas, aves confieren a su patio central, lugar adonde se alojan los comensales que asisten a sus mesas.

A pesar de lo concurrido del local, la tradición y la fuerza del diseño arquitectónico se nos imponen, se siente el ánimo y sentido poderoso de las tradiciones de esta cultura y esa historia adonde todo suponía recato y placidez.

Muchos detalles, motivan las sensaciones, la presencia en los pasillos laterales de pequeños espacios, que sin ofender o imponerse a quién allí asiste a comer, ofrecen artesanía y abalorios que parecen estar destinados a lograr un grato y armónico espacio. El comedor está en el patio central, abierto al cielo y rodeado de pájaros y música, sin duda que nos hacen volver al espíritu de quienes lo diseñaron. Su mismo nombre se adelanta a los juicios: La Fonda de San Miguel, lugar adonde descubrimos maneras del buen beber y comer con acuerdo a las historias que rodean este enclave. Sin duda es alta cocina mexicana lo que allí se degusta.

Jeroglífico prominente del lugar, sin duda, es su barra, allí viven como destacados huéspedes una inmensa variedad de tequilas de ágave, planta que los habitantes de América conocen desde mas nueve mil años; (género cuyo significado es: “noble” o “admirable”, de su savia se destila el “tequila” o “mezcal”). Fajarse con un buen: “curado” , “reposado” “joven” o si llegamos al “añejo”, es una manera de encontrarse en un viaje a la chifladura, con singular nota. Ramiro su barman, le gusta hacer valer sus conocimientos en materia de tequilas e impone con nobles maneras su fundadas recomendaciones. Tomarse uno es la justificación para deslizarse con varios y de allí planear hacia la realidad de la oferta principal: La Pechuga de San Francisco de Asís, rellena de cuitlacoche, saborearla, es apoderarnos de un convento donde no sabemos que exorcismo nos puede atrapar o cual traviesa monja nos hace un guiño o sortilegio, para que perdamos el juicio hasta caer en insondables celdas

martes, 18 de diciembre de 2007

LA DEL ESTRIBO/ Adriano González León


17 Diciembre 2007

Pancho:

Estoy aquí pensando en un dibujo tuyo que tenía todas las glorias que tu puedes inventar. Estoy aquí bebiéndome un trago en tu honor. Todos los tragos desde los mesopotámicos son en honor de los poetas. De los poetas como tú , que domestican las constelaciones y las meten en una copa. Y se la beben solitarios, para mayor riqueza de la imaginación. Recuerdo que Omar Kayam decía “Voy por el camino con mi botella y mi sombra. Afortunadamente mi sombra no bebe.”

Tu estás allí en tu silla de príncipe iluminado. No te sientas mal. Es de dioses estar solo a veces. Mantén esa quietud y ten presente que todo el país te ama. Conozco demasiadas muchachas que deslumbraron nuestro corazón. Veo cómo tus páginas crecen y el viento y los duendes tienen envidia. Déjalos que se las apropien y constituyan la comarca que desean. Tienen buenos materiales para el trabajo. Eso si. Quiero decirte que en estos días fui a una playa rocosa. Allí recogí una piedra de mar para ti.

Adriano

( Carta a Pancho Massiani escrita en la barra del Amazonia, con las que se inician sus colaboraciones en Código de Barra)

QUÉ LE APETECE / Phecda Márquez desde la Costa Levantina


Cuando recibí la primera vez este Código de Barra me dio morriña, saudade y nostalgia , y resultó inevitable que me entregara a los recuerdos de mis lejanas peripecias por las barras caraqueñas, especialmente por Candelaria, Sabana Grande, Altamira y Los Palos Grandes. Eran muchos y frecuentes los encuentros con Pablo, Fuentes, Maria, Gustavo, Beatriz, Tamanaco, Carlos Raúl, Jean , Elisabeth Tinoco, Julio y mi querida amiga Antonieta Sosa que ya no está entre nosotros, pero que siempre está en mis pensamientos. Me vienen también las imágenes de las tardes de tasca con mis amigos biólogos de la facultad de Ciencias de la U.C.V.

La vida me ha cambiado un poco desde que decidí emigrar a España ( fastidiada de todo lo que nos molesta en nuestra adorada Caracas) , y ahora me encuentro en la Costa Levantina, en la ciudad de Valencia. Es aquí donde me asaltan estas añoranzas y recuerdos sobre mi ciudad. Les cuento que por años mi jefa y yo frecuentábamos todos los viernes, al salir de la oficina, una tasquita cercana , en las inmediaciones del CCCT y El Cubo Negro. A partir de las cuatro ambas estábamos pendientes del reloj para salir volando a encontrarnos con nuestra barra y nuestra conversa. Se me ocurre que con el cambio de horario que acaban de implantar en Vzla. tal vez saldríamos mas rápido y nos escaparíamos antes de la hora.

Mi querida jefa sigue siendo, como en aquellos tiempos, una persona muy glamorosa y con mucho charm. Durante muchos años llegábamos juntas a aquella barra, muy grande, de color negro . Allí nos acomodábamos: ella toda parsimoniosa y yo, como siempre, toda atorada. Rápidamente pido mi trago preferido: vodka con aguakina y un toquecito de limón . Mi jefa con la parsimonia que la caracteriza , después de arreglarse el cabello con la mano, con mucho estilo y de una bella sonrisa, solía solicitar al barman que le ofreciera algo para beber. El barman, un muchacho buen mozo y gentil, le pregunta qué le apetece y seguidamente le presenta unas alternativas: Sra. un cocktail preparado o uno de frutas, una ginebrita o una vodka como la de su amiga. Ella, toda dudosa, responde: “ es que estoy indecisa creo que un whiskisito esta bien, podría ser con agua por favor”. Asi se repetía nuestra visita una y otra vez. Siempre, al final, tras un buen rato, salíamos de allí dando unos glamorosos traspiés después de varios whiskisitos y vodkitas y tras el guiño habitual que me hacía el barman.

Hasta que un día después de varios años de repetir este ritual yo, con la inquietud que me caracteriza, los interrumpí y le dije al barman “ señor por favor sírvale de una vez su whisky con agua.”

domingo, 16 de diciembre de 2007

ARENQUE Y AKVAVIT EN CINEFILMS 71 / nostálgias desde Estocolmo de Liko Pérez

Me imagino que el título de esta nota debe despertar inmensa nostalgia en gran cantidad de amigos y visitantes de uno de los mejores bares escondidos de la ciudad de Caracas.Hablo de la oficina de Don Pedro Fuenmayor, “cineasta mayor” que siempre nos brindó su bondad, su alegría, su creatividad y su pasión por las buenas marcas de vinos y licores. Y todo esto, nos lo ofrecía siempre con comedimiento, decencia y ejemplos de buena voluntad.

Creo que fue en enero o en febrero de 1981, cuando recibí una llamada telefónica de mi amigo Luís Correa, cineasta impetuoso y apasionado a la hora de convencer a los amigos. Se trataba de que ese mismo día, o a más tardar al siguiente, debería yo de tomar un avión desde Estocolmo para trasladarme a Caracas - “lo más directo posible”. Está loco, pensé. Pero a la mañana siguiente me encontraba ya en el aeropuerto de Arlanda, dispuesto a trasladarme a mi querida Caracas para atender a la cita convenida al día siguiente de mi llegada en las oficinas de CineFilms71.

¿Qué fue lo que me convenció de tomar tan apresurada e inesperada decisión? Bueno, como les dije, su apasionamiento no tenía límites y además ya se encontraban a bordo del “proyecto secreto” tanto Pedro Fuenmayor como Enver Cordido, Pancho Toro, Rodolfo Porro y Santiago San Miguel. Así que no fue difícil, al sentir suficiente nostalgia, decirle SÍ al peligroso proyecto donde me estaba arrastrando Luís Correa: nada más y nada menos, que la complicadísima producción de la película “Ledezma, El Caso Mamera”.

La oficina de Pedro Fuenmayor, herméticamente regulada por potentes aires acondicionados, estaba vestida de una elegante y gruesa alfombra blanca de peluche que cubría todo su espacio. Al entrar, a mano derecha, se encontraba su también blanco e inmenso escritorio, en el centro, frente al inmenso ventanal que daba a la Av. B de La Carlota, imperaba una mesa de conferencias del mismo color. Y bien a la izquierda, discreto pero visible, encontrábamos el famoso BAR “de libre acceso” de Don Pedro Fuenmayor, eternamente lleno de bien temperados vinos Chablís y congeladas botellas de vodca y ginebra, y bien apertrechado siempre de un envidiado jamón pata negra que le vendía, casi en secreto, una gitana del jet set internacional, y del cual cortaba deliciosas lajas con un finísimo cuchillo Sabatier; y también habían botellas de güisqui, calvadós, coñac, una máquina de hacer jugo de naranja, hielo a granel, vasos, copas de todo tipo y hasta varios delantales de cocinero que nos reiteraban la ya conocida debilidad culinaria de nuestro anfitrión.

Todos estos recuerdos me indicaron que no podía llegar con las manos vacías a Caracas, sobre todo porque a la cita de CineFilms71 concurrirían también periodistas, amigos y otras personalidades del momento.

El Tax Free de Arlanda solucionó mi problema, dos litros de akvavit sueco, galletas suecas, dos latas de pescado fermentado “surströmming” (arenque agrio) y un manojo de dill (eneldo) para las papas sancochadas. La sorpresa iba a ser grande, ya que la pestilencia que emana de la lata al abrirse pone a correr a cualquiera. Aunque luego, para los valientes que aguantemos la pestilencia, un filete de fino arenque con galleta sueca, acompañado de cebolla cruda en ruedas, papas con eneldo y un casi congelado trago de akvavit, nos ofrece la sensación de haber experimentado la muerte en vida.

Hablo de muerte en vida porque así de mal huele ese arenque agrio, sortilegio nacido de la fermentación que la Suecia de antaño, durante sus veranos, y sin las modernidades de las heladeras de hoy, se vio obligada a inventar para preservar la fugaz frescura del más vulgar, pero más intensamente apreciado, pescado de su salobre mar; y convertirlo así, en una delicadez difícil de apreciar o entender desde nuestra modernidad.

Dicho y hecho, son alrededor de las tres de la tarde del día siguiente de mi largo viaje y ya la oficina de Pedro está llena de gente. Se llegaba a esta peculiar oficina a través del foyer del antiguo cine La Carlota, subiendo por una serpenteante escalinata que antiguamente nos llevaba al palco del cine. Si la memoria no me traiciona, se encontraba también allí, entre otros, Pablo Antillano, incondicional amigo del cine nacional y eterno seguidor y corrector de cualquier mala interpretación de las verdades del cine nacional.

Rápidamente, y luego de los tragos de bienvenida, el encuentro se convirtió en tertulia; y más pronto que tarde, me increparon a abrir las “supuestas” latas de pescado podrido. Nosotros los venezolanos somos todos tan machos, que ese cuento del pescado podrido, que no asusta a los bárbaros del norte, simplemente se resuelve probándolo. Pero al abrir la primera lata, una fétida nube de pestilencia comenzó a esparcirse en el hermético recinto, primero delicadamente, así como si alguien hubiera incurrido en alguna indiscreta flatulencia, para luego arremeter con toda su violencia y sacarle un despavorido grito de terror a Santiago San Miguel: “que marranada, Dios…” y dicho esto, salió corriendo seguido por gran cantidad de amigos escaleras abajo, y hasta más allá, hasta la calle, ya que el sistema de ventilación se encargó de distribuir una crispante hedentina que los persiguió hasta la mismísima entrada principal del antiguo Cine La Carlota.

Como bien apunta el refrán, ese que asegura que donde ronca tigre no hay burro con reumatismo, sólo los valientes, entre ellos Correa, Fuenmayor y algún otro que no recuerdo, se quedaron a probar la marranada; eso sí, “siempre y cuando yo la probara primero”.

El consecuente, espeso, o más bien aterciopelado, akavit escandinavo, poco a poco fue atrayendo de vuelta a una parte de los amigos desbandados, ofreciéndonos a todos la excelsa oportunidad de brindar por la aventura vivida y por haber sumado una experiencia más al acervo de las cosas que se podrán contar cuando la nostalgia lo requiera.

Así como ha sucedido hoy.

Liko Pérez/ Estocolmo, 2007-12-13

viernes, 14 de diciembre de 2007

UN COÑAZO NOSTÁLGICO DESDE LA UMBRIA/ Manel Martínez

Fue un verdadero coñazo Pablo, un encontronazo, penetrar en tu código de barras. Me vi metido de verdad en el tunel del tiempo. Ese Raúl Fuentes, lejano del casi marginal que yo conocí, con esa pinta de dueño del local y primer candidato a prenderle fuego con todos los amigos-parroquianos dentro. Ese Carlos Gimenez, colega y "contraparte" en jerga de la FAO. Muy entendedor y aprovechador de las reglas del juego, de pura buena intuición pero yo siempre le sospeché un lado sano, una almita. Y míralo aquí tan contento, tan en su lugar.

Paseándome luego por todas esas fotos me he topado con todos mis "yos", allí bebiendito, con la diferencia de que ellos se quedaron y yo me fui. Quizás por eso es que se ven un poco mas inchaitos, con tanta barras, pero, por lo demás, la misma vaina. Seguro que si pudiera hablar con ellos terminariamos encontrando recuerdos comunes.

Cuando estuvimos en Caracas el año pasado, y no te vimos, estuvimos de acuerdo con Marimé que las barras de Caracas son lugares mágicos. Afuera está ese soberano peo, esa humanidad que hasta ahora no sabíamos donde estaba y que ahora llena las calles e impregna el asfalto de humanidad. Está también eso que llaman el modernismo mezclado con el miedo y la crispación. Adentro cambia la temperatura, la luz, los sonidos y ahí estás en un especie de oasis extraño y naturalmente imperfecto. Es curioso porque cuando yo llegué a Caracas en el 58 las únicas barras que existian eran las de la Candelaria, réplicas de las que dejaron atras los españoles en su península. Luego la cosa cogió cuerpo y se pintó de Caribe. Durante muchos años pasó para mi de lo folklórico al campo de batalla del amor. Detenidas casi en el tiempo, esas barras me acogieron el año pasado con el mismo sabor tradicional que hace veinte años.

Ya se que suena a pura nostalgia, casi a ñoñería, pero debo decir en mi defensa que yo siempre demostré mi total admiración por esos lugares. Quiza la "alternativa" en lenguaje taurino, me la dieron en mi período margariteño. Tu sabes como era mi vida allí. Una mezcla de absoluta irreflexión y gozadera no irrefrenada, porque aquello de que soy catalán, pero...bien. Iba con frecuencia, después del trabajo, desde Boca de Rio a Porlamar, a jugar pelota vasca en un colegio de curas que nos prestaba el frontón. Después nos ibamos a una barra de neta orientación española. Solo un angel de la guarda de excepción impidió que me escoñetara en uno de esos regresos a Macanao. Ya en la barra (el mentidero) comenzaba la conversadera. Yo, casi profano en ese ejercicio, trataba inocentemente de ponerle racionalidad al asunto. Un dia me di cuenta de que me llamaban, de vacilón, profe, doctor y todo eso y tuve la revelación, "el insight" de que allí se podía hablar de la madre, la patria, la amistad y las mujeres pero no regían las reglas de "afuera", no es que fuera irracional, es que era otro tipo de racionalidad. Por eso cada vez que oigo a un político o a un filósofo desmenuzar sesudamente una idea y tratar de demostrar su punto, me acuerdo de las barras y las admiro mucho mas.

Te podría decir mucho mas sobre el tema pero no quiero que esto pase a la categoría de rollo. Podría hablar por ejemplo de las nobarras de Roma o la Umbria , de indudable influencia vaticana y comentar un poco esas sabrosas declaraciones de algunas señoras de esas barras. En fin, que me ha encantado tu código de barras. !Bravo Pablo!

Un abrazo.

Manel

jueves, 13 de diciembre de 2007

(UN) CUENTO DE NAVIDAD/ Crónicas Barsianas de Raúl Fuentes

El Viñedo estaba en pleno apogeo. Aún no existía el boulevard de Sabana Grande y la República del Este apenas comenzaba a sentar sus reales en el Triángulo de las Bermudas. En la fachada del edificio de la General Electric colocaban unos gigantescos renos anunciando el arribo inminente de San Nicolás, los cuales - según el gran Baica Dávalos - o eran sospechosos de mariconería o eran renas, pues carecían de atributos visibles de masculinidad. Un arbolito aquí, un pesebre allá y unos reyes magos más allá nos decían que estábamos en diciembre. Sin embargo, no fue sino cuando la grave y bien modulada voz del inolvidable Héctor Myerston nos dijo por ahí debe venir mi hermano ofreciendo sus famosas hallacas vegetarianas que tomamos plena conciencia de que, en efecto, teníamos encima lo que el editor de este blog llamaba el mes de los chantajes afectivos.

Ya el país había dicho sí a la democracia con energía y, pasada la resaca electoral, comenzaba atiborrase las tiendas y a proliferar los bazares de navidad, refugio estos últimos de trasnochados hippies devenidos en artesanos de fin de año, auque su principal ocupación eran la meditación y el cultivo hongos del género psilocybe, conocidos también como hongos mágicos. En tanto que micocultores ejercían principalmente en Mérida, pero llegada las festividades decembrinas solían venirse a Caracas en busca de algunos centavos y, también, de los profetas e iluminados locales.

Festejábamos, pues, y desde muy temprano en la terraza de El Viñedo sin otro motivo que el festejo mismo, cuando el desganado chancleteo de uno de aquellos esclarecidos del páramo llamó nuestra atención. La indumentaria de aquel tipo era de espanto y brinco y su extravagancia sólo era comparable con la del pintor Pascual Navarro quien vestido de blanco, con capa, sombrero, bastón y una increíble colección de anillos salía en aquellos momentos por las puertas de la librería Cruz del Sur, situada justamente frente a nuestro mirador. ¿Quién es ese loco?, inquirió alguien, sin precisar si se refería al artista plástico o al espantapájaros que ya repartía invitaciones para una experiencia psicotomimética a cargo, entre otros, de Alberto Sánchez y Cappy Donzella. El evento se realizaría esa noche en la Zona Feérica de El Conde, justo donde se construyó después Parque Central y a la sazón terreno baldío que servía de asiento a una heteróclita colección de iniciativas culturales y recreativas con olor a guiso.

A falta de algo mejor que hacer, la invitación nos tentó y, así, fuimos primeros chicharrones en un galpón de usos múltiples donde se habían desarrollado espectáculos audiovisuales de gran envergadura, como Imagen de Caracas, pero que para aquel momento había sido degradado por toda suerte de festivales de rock mal tocado y peor bailado por una fauna de chancleteros y fumones que vociferaban consignas exaltando el poder de las flores, del cannabis sativa, de la paz, del amor y, por supuesto, del sexo sin límites.

La experiencia psicotomimética resulto ser más de eso mismo con un bazar de navidad como atracción adicional: decenas de parejitas descalzas, cuando no semi desnudas, vendiendo toda clase de sortijas, pulseras, collares y guirindajos diversos, así como pachulí y otros aceites esenciales; sandalias y camisas hindúes; papel de fumar, pipas de agua y vaporizadores; afiches, franelas con, ¡como no!, el rostro del Ché, y una innumerable provisión de baratijas de gran popularidad y aceptación por aquellos día entre los rezagados hippies del patio. También habían instalado varios quiscos para el expendio de alimentos y bebidas: sándwiches vegetarianos, arroz integral, jugos de frutas, té de todas las regiones imaginables y un vasto y multicolor surtido de dulcería criolla, que nos abstuvimos de probar porque pensábamos que, seguramente, estaba sazonado con hachís, hongos u otros alucinógenos. Destacaba en esa feria de comida macrobiótica y zanahoria un puesto sobriamente arreglado con un letrero que anunciaba, ¡vaya casualidad!, las famosas hallacas vegetarianas de Don”. Allí nos detuvimos a saludar a Don y Héctor aprovechó para adquirir hallacas y bollos que se resignó a cargar en una especie de porsiacaso que su hermano le obsequió a manera de aguinaldo.

Lo que más nos llamó la atención de aquel mini woodstock caraqueño fue la total ausencia de caña. Interrogamos a uno de los organizadores y éste nos explicó que el aguardiente no ligaba bien con la hierba y que, además, no tenían permiso para expender bebidas alcohólicas. Esto fue argumento más que suficiente para tomar las de Villadiego y buscar donde abortar la incipiente resaca. No tuvimos que caminar mucho para encontrar donde saciar la creciente sed. Nos instalamos en un viejo botiquín de San Agustín del Sur del cual recuerdo todavía con suma claridad algunos detalles, aunque no el nombre: encima de la puerta de batientes, una hornacina con un demonio clavando un tridente en el abdomen de un arcángel; el piso ajedrezado en blanco y negro con una capa de aserrín que, de vez en cuando, era barrido por el encargado de la limpieza; la barra alta, altísima, de madera oscura, los esbeltos espejos ahumados y unos murales enfrentados desde los cuales, y desde paredes opuestas, se enfrentaban indios y vaqueros (flechas y fusiles sobresalían de las paredes dándole un dimensión escultórica a la representación). Estos murales estaban firmados por P. Martínez con número telefónico bajo la rúbrica...Las sillas y las mesas eran de madera y el techo del salón había sido pintado por el mismo Martínez con un cielo crepuscular. Juntamos varias mesas y en torno a ellas recomenzó el holgorio. La bebezón se prolongó por unas cuantas horas hasta que alguien se quejó por la abundancia de calorías y la carencia de proteínas Todos miramos hacia el porsiacaso que Héctor defendía aferrándose a él con las dos manos. No le quedó otra opción que ceder. Enviamos la mercancía a la cocina para ser calentada. Al rato estábamos comiendo las ya demasiado famosas hallacas vegetarianas que, para ser honestos, eran bastante buenas. El dueño del negocio se sentó con nosotros; las probó y manifestó su disposición a hacer un pedido para venderlas en su establecimiento. Para cerrar y celebrar el trató ordenó una generosa ronda del trago de la casa: un misterioso brebaje que él llamaba rifiñake. Es lo último que recuerdo de aquella tenida.

Desperté en el sofá de una sala de estar que no era la de mi casa. En los sillones y sobre la alfombra yacían otros borrachos, todos con gorras de Papa Noel y una corona de muérdago alrededor del cuello. Estábamos en una casa en El Hatillo. Cómo llegamos allí, quién o quines vivirían en aquella casa, pues al despertar no encontramos a nadie más que a nosotros, y de dónde habían salido las gorras y coronas fueron interrogantes que nunca pudimos responder y que tal vez deban ser objeto de un trabajo detectivesco.

Salimos de aquella casa a hora muy temprana y caminamos hasta el pueblo para buscar los medios de regresar a nuestros hogares. El cansancio y el ratón nos impedían pensar con claridad y el silencio impuso su ley mientras buscábamos taxis y autobuses. Pasada la fase de recuperación y compensación volvimos vernos por la noche en el Páprika. Comentábamos lo sucedido y todos estuvimos de acuerdo en que el origen de aquel black out había que buscarlo en alguna sustancia desconocida que Don había puesto en sus hallacas. Pasaba por allí Salvador Garmedia y se interesó en el asunto. Dijo que conocía el bar donde habíamos estado y que la culpa de lo que nos había sucedido era precisamente de del célebre rifiñake que él conocía con otro nombre, pues éste dependía de quién lo preparara. El que la había tocado probar se le suministró como riquitriqui y nos dijo que mejor hubiese sido llamarlo triqui traqui. Nos explicó que este trago se elabora básicamente con las sobras que los clientes van dejando en las barras y que los barmen van escanciando en una pimpina que ya contiene algunas frutas a punto de putrefacción que fermenta aceleradamente con la ayuda de la saliva contenida en los sobrados. A esta preparación base se le añaden otro aguardiente de acuerdo al criterio del maestro coctelero y normalmente se vende a muy bajo precio (real y medio el vaso) entre los borrachitos consuetudinarios. Un preparado asqueroso que, por respeto a la tradición, nunca, nunca jamás debe servirse en Navidad.

martes, 11 de diciembre de 2007

LA PASION POR LA BARRA / Pablo Antillano

Código de Barra nació una tarde de copas en la Cervecería Alcabala, primero como idea hace unos cuantos años y luego como un grupo de páginas impresas, dobladas y engrapadas apenas a finales del 2006. En su origen prehistórico estuvo inspirada por los efluvios de una brevísima peña que reunía cotidianamente Saúl Alvarado, un guariqueño mal hablado que se había leído ya todos los libros que un sabio doméstico debe leer en su vida y que contaba con igual número de amigos que de enemigos. Él estaba siempre ahí, en una esquina de la barra, en la esquina del fondo, esperando la visita de por lo menos otro miembro de la peña que quisiera escucharle la diatriba, los versos arrugados, las nostalgias de la República del Este, o sus memorias como funcionario incómodo y porfiado de administraciones insufribles.

El núcleo duro de la peña lo formaban Héctor Flores , también guariqueño y hoy su mejor imitador; Carlos Giménez, biólogo marino que traía a la tertulia saberes insospechados para el resto, que versaban sobre los hábitos de los peces y especialmente sobre el señor atún y sus asociaciones; Alberto Centeno, la afabilidad metabolizada en deportista y un maestro en los asuntos de la enseñanza; y Gustavo Oliveros, el alma de la fiesta , de la estirpe pacifista que heredaron los verdaderos judokas, y periodista de mil y un campos de batalla. Por supuesto yo mismo, que tuve el privilegio de ser invitado a estas libaciones periódicas, repletas de embustes , desahogos y mucha catarsis.

El crecimiento de la peña no fue abrupto sino más bien pausado, pero muy consistente. El poder de convocatoria de Gustavo atrajo una tribu de periodistas fantasiosos como Yajaira, Coromotico, Nella y Vitico , y al imprescindible Raúl Azuaje, con quienes la peña comenzó a estudiar la posibilidad de tener un medio de expresión. Con Raúl llegaban además los escritores José Pulido y Petruvska Simne. No tardaron en incorporar a Olgamar Pérez , editora y dueña de una imprenta, con quien terminó el larguísimo lapso de ensueño y fantasía. Gustavo se embraguetó , le dio vida a la revista y la ha mantenido a tracción de sangre. El solo la organizaba, hacía las fotos, la diseñaba, la llevaba a la imprenta, la vendía y la distribuía. Hay que reconocer este empecinamiento y energía. Los demás sólo escriben y celebran.

En el interín Alberto le inyectó a la peña una apertura hacia sus redes personales y amistosas en el Guernica, donde la revista tuvo su primera sede y centro de distribución, y luego fue fácil compartir vida con las otras peñas y los otros barsianos de la parroquia. El grupo se abrió a La Cita, el Imperial, Las Burgas, la Tasca de Ouro, el Moderno, el Achuri, La Tertulia e hizo familia con los bar tenders y los mesoneros...En ese mismo proceso se incorporaron militantemente a la peña Raúl Fuentes, Tulio Hernández, Gustavo Méndez y Milagros Rodríguez, y luego Humberto Márquez y Oscar Hernández. La barra tenía su gente, su código y su revista.

¿Dónde estamos hoy?. Hoy estamos celebrando que la Revista Código de Barra alcanzó, superando todo pronóstico, su primer año de vida. Celebramos que su red ya no se limita a Candelaria sino que Gustavo ha logrado incorporar a la fiesta a decenas de sitios formidables en Las Mercedes, Altamira, Chacao y Los Palos Grandes; la peña se desplaza con su código y fiereza por toda la ciudad. Y ahora, desde julio, tenemos un blog, un sitio en Internet , (http://codigodebarra-revista.blogspot.com) que se retroalimenta con la revista impresa y que ha permitido incorporar a una docena de excelentes cronistas para remozar cotidianamente las cuitas de la cultura barrera, tasquera y botiquinera del país.

La peña no es ya la misma, pero su núcleo duro se sigue reuniendo como una cofradía que siempre, de una u otra manera, brinda fervorosamente por la memoria de su fundador, Saúl Alvarado , el Homo criticatus convenienceii, como lo bautizó el taxonomista Carlos Giménez, gran Linneo de la peña.

¡!!!Feliz Aniversario y Feliz Navidad!!!!

sábado, 8 de diciembre de 2007

EL NEGRO RESUCITADO / Gustavo Méndez

"Ojalá todas las dificultades se parecieran a Morella Muñoz"

(Carlos González Vegas)

Me había prometido a mi mismo ―y a algún prominente miembro del equipo editorial― no escribir mas sobre política en este blog. Llamadas y correos de mis amigos también me empujaban a la flexión hacia otros temas. Se imponía entonces situar al “BAR RISTER”, usado en anteriores notas, espacio donde transcurren mis conversaciones de barra, fuera del mundo de lo real. Construir fabuladamente un improbable lugar, una barra en la que no se habla de política. Ni en la España de Franco eso sucedía, pese a la recomendación del Caudillo (éste, el que nombro, no el venezolano): “Joven, haga como yo: no se meta en política”.

La tarea era doblemente ardua porque ronda en mi cabeza un reciente verso del poeta granadino Rafael Guillén (“Los dominios del cóndor”, 2007): “No había sitio en que albergar tanto silencio".

Ansié crear alguna comarca imaginaria para situar la barra de mis amores, intentando aprender del método (el método se puede copiar, el genio no) usado por algunos grandes escritores, por el cual se inventan países, regiones, distritos, para situar su narración: ‘MACONDO’, ‘SANTA MARÍA’, ‘COMALA’, ‘COSTAGUANA’ o la mítica ‘YOKNAPATAWPHA’ de Faulkner. Otros, menos famosos pero, por amigos, mas cercanos y queridos, también inventaron sus regiones ‘reales-maravillosas’ para usarlas en sus relatos o tertulias: “EL GRITERÍO” de Cabrujas; la “REPÚBLICA DE CHIGUARÁ” del gran Antonio Márquez-Salas; la creación colectiva llamada “REPÚBLICA DEL ESTE”.

En eso estaba al día siguiente de las elecciones mientras esperaba a ser atendido en un consultorio oftalmológico, pensando en “EL CALORÓN”, ¿reino, república, ‘burdel sideral’? del ‘Negro’ González Vegas.

La penúltima vez que yo lo vi, él Negro sólo me oyó. Ya estaba herido de muerte: la retinopatía derivada de la diabetes que lo consumió, le impedía la visión; se trasladaba y se movía por la ciudad, ‘tocando de oído’, como me dijo, al reconocer mi voz, en el autobús en el que coincidimos. Sin quejas y sin llantos, con la mordacidad con la que se trataba a si mismo, habló: —«Según el negro Malavé Mata, los médicos que hicieron mi diagnóstico están equivocados, porque ni la diabetes ni el stress son enfermedades de negro. A los negros lo que nos da es erisipela, dengue o tabardillo». Para repetirme, luego, otro chascarrillo mas conocido (racial, no racista): «Hermano, ser negro no es malo, lo malo es que es muy forzado».

La espera en la consulta oftalmológica se hizo mas larga de lo acostumbrado. “Es que hay muchas emergencias” —se nos explicó. El ‘afrodescendiente’ a mi lado, con esos lentes redondeados que creo que llaman quevedos, también, dijo en alta y algo atiplada voz: «Es que esta madrugada, cuando emitieron el boletín del CNE no podían creer lo que veían. De tanto frotarse los ojos se los dañaron, o inutilizaron los lentes intraoculares que les habían colocado. Para su fortuna, el mal es sólo de la vista y no les ha afectado la mente. Requieren oculista, no psiquiatra … Psiquiatra necesita el uniformado aquél que anda con un ojo morado, diciendo que perdiendo, ganó y que la de sus adversarios fue “una victoria de mierda”.

No podría afirmar que era el “Negro”, resucitado, pero … ustedes saben como son a veces esas comarcas imaginarias: pueden ser mas reales que la misma vida. Quizás no sea la última vez que lo veo.

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P.S. A los inadvertidos amigos que han preguntado donde queda el “BAR RISTER”, con sus 3 ‘caritas felices’ en la Guía de Miro Popic, ahora les digo que está en todas partes y no está en ninguna; que es un bar ilusorio frecuentado por hadas y pigmeos; que allí el tiempo no existe, pero que está lleno de ruinas a la vez que es un futuro tan rudimentario como gozoso; donde ‘se niega el derecho de admisión’ al desasosiego y a la zozobra, al aturdimiento, a la prisa y al pesar … ¡entre otros sujetos indeseables!. ¡Y hay tallos y hojas de cancanapire! Que según Alfredo Armas Alfonzo neutralizan los dolores de conciencia que la gente llama puntadas de cabeza “cuando la mujer es ajena o se resiste, o se hace la que se resiste”· Y en otros casos, agrego yo.



jueves, 6 de diciembre de 2007

ROJO ROJÍSIMO/ Rosa Bertin

Este viernes, quise probar un cocktail recién creado, el Octubre Rojo. Como el barman no lo conocía, tuve que explicarle que se prepara con vodka, crema de cassis y schweppes. Me quedé contemplando el bello color rojo del combinado, preguntándome por qué se llama así, si fue creado durante el festival de Cannes, nada que ver con la revolución rusa que tantas veces me explicó mi ex-esposo, medio comunista él. De una cosa a otra, me recordé mi primer acto de rebeldía.
Yo tenía 15 años y estaba harta de mi cabello hasta la cintura. Un día me fui a la peluquería a cortármelo cortico y pintármelo de rojo pero rojo-rojo-rojísimo, para escándalo de mi abuela, que era costurera y muy conservadora. Y de la madre Bernadette, que me prohibió regresar al colegio mientras no me quitara (y señalaba con su dedo feroz) “ese color endemoniado”. Me gané 3 días sin clases y la admiración de mis compañeritas, pero también la sorna de las monjas que en adelante me llamaron “caperucita roja”...
Aquel tierno recuerdo, quizá por el efecto del excitante color rojo y de la vodka, se esfumó y en mi mente se dispararon las imágenes tremendas de una película francesa, “La reina Margot”, cuyo vestuario era un espectáculo no sólo para la vista sino para el oído, porque con cada movimiento de los personajes se oía el crujir del satén y el damasco, el frufrú de la muselina y el terciopelo. Pero aaaaaaah, cuando aparece el rey todo de blanco, y a medida que se desarrolla la escena, poco a poco, lentamente, el color blanco se va enrojeciendo: era la sangre que rezumaba de los poros, el rey estaba envenenado, se moría sin saberlo. Y lo más impresionante, al final de la película, Margot con su vestido de satén blanco salpicado por la sangre de su amante decapitado. ¡Qué película tan fuerte! Fuerte como el color rojo, el color de la sangre, el color de la pasión.
El barman me trajo mi segunda copa, pero si yo quería disfrutar de mi Octubre Rojo, de su sabor intenso y a la vez delicado, tenía que borrar esas imágenes terribles así que me obligué a enumerar las plantas con las que antaño se obtenía el color rojo, como lo aprendí en mis clases de diseño textil: la granza, el palo Brasil, el sándalo rojo, la orcaneta, el tornasol rojo, la flor de alazor... Pensé en el rojo de los pimientos de Espelette, un pueblito del país vasco francés, con sus fachadas cubiertas por los famosos pimientos de la región puestos a secar en ristras para ser envasados...
Y el rojo de la laguna de Cuare, en Morrocoy, cuando se posan las bandadas de coro-coros... Y el rojo de los diablos danzantes de Yare... Sí, el rojo es el color más vistoso, siempre me gustó. Pero como últimamente está en todas partes, se ha desvalorizado. En estos días vi un color rojo lastimoso: me fui en metro a las tiendas de tela de San Jacinto y me bajé por error en Capitolio. Al asomarme a la avenida Baralt, vi que todos los toldos de los buhoneros, una fila interminable, eran rojos pero un rojo ya desteñido, comido por el inexorable sol tropical...
Cuando terminé mi Octubre Rojo, me retoqué los labios con mi rouge de Dior, agarré mi cartera roja y me fui a mi casa.

En las imágenes: Cabellos rojos, La reina Margot y los Pimientos de Espelette


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