viernes, 19 de febrero de 2010

POR QUÉ LOS ECONOMISTAS VIENEN A LA BARRA

Keynes vs. Hayek: "Fear the Boom and Bust"
(subtitulado )

jueves, 18 de febrero de 2010

OÍDO EN BARRA COOL

El hombre: Dios?

Dios: ¿Sí?
Hombre: ¿Puedo preguntarte algo?
Dios: ¡Por supuesto!
Hombre: ¿Qué es para ti un millón de años?
Dios: Un segundo.
Hombre: Y un millón de dólares?
Dios: un centavo.
El hombre: Dios, ¿Puede darme un centavo?
Dios: Claro. Espera un segundo.

viernes, 12 de febrero de 2010

OJOS COLOR CAFÉ

El Artista y sus asistentes utilizaron 3,604 vasitos para crear esta Mona Lisa en Sydney. En cada vasito de cafe se puso mas o menos la cantidad exacta de leche para obtener los colores deseados....





miércoles, 10 de febrero de 2010

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ DESDE EL BAR LA BIELA / Tulio Monsalve

Salimos al mediodía desde Palermo camino hacia el Centro de Buenos Aires. Pedí pasar, independiente adonde fuéramos, por el Bajo. Uno de los lugares de la ciudad en posesión de colores y olores símbolos notables de la identidad urbana de la zona del Puerto. Atributos de remembranza. Marco desde el cual se ennoblece la grama de la Plaza San Martín. Su languidez nos hace presentir sorpresas, de algún lado va saltar la bohemia. Viva, cantando. Es música haciendo un fondo a la melancolía propia de las esclusa del antiguo Buenos Aires y su Bar Unión.

Para mas hipocondría, la ruta nos plantó frente al gomero del Bar La Biela. Espacio dedicado hacer de escenario a la monumental Recoleta. Buscamos mesa en la calle y el animo estival nos animó un gratificante gin tonic. Esperamos la llegada de Rodolfo Terragno. Al ver el gin se acordó automáticamente de Tomas Eloy.

Su aparición animó el dialogo, comenzamos a hablar sobre Venezuela, él a preguntar por sus buenos amigos de Caracas y yo a responder con los debidos rescates de mi sufrible y restante memoria. Era el año 1996 y Terragno venía de ganar la Presidencia del Partido Radical. Como en muchos de sus retos, siempre lo animó lo actualizado. Proponía una política de remodernización. Buscaba acercamiento con otros grupos opositores de centro-izquierda, para arribar al FrePaSo. Era todo una figura nacional.

Lo había conocido en Caracas en la época del 1976 cuando mordido por la dictadura huyó de Argentina. Unido a su gran amigo Tomás Eloy Martínez iniciaron vida en Venezuela. Mucho discutíamos aquí su último libro de la época Los 400 días de Perón.

Tenía interés en conocer su versión sobre los antecedentes de la creación de El Diario de Caracas. Muy recién llegado a Caracas fue invitado junto con Tomás Eloy Martínez a una reunión con Diego Arría, en parte culpable de su presencia en Venezuela. Era Ministro de Información y Turismo del Gobierno CAP I. Les propuso tenerlos como asesores en el campo político. Pensaba en su posible futura candidatura presidencial. Contrapropusieron. Lo más eficaz para una empresa de tal peso debía ser manejar un periódico. La idea cayó sorpresivamente pero no fue posible oponerse. Así comenzaba el cuento de la vida del Diario.

¿Por qué salen de Argentina?, era inocultable hasta ese momento la dictadura Argentina había desaparecido cerca de 30.000 personas, mas otros tantos miles asesinados. La gente de izquierda y los periodistas, y ellos lo eran las dos cosas, constituían el principal objeto de las persecuciones de la tiranía. En sus oídos sonaban inaguantablemente los nombres tristemente famosos, como la ESMA, el Vesubio, El Garage Olimpo. Puro terror. Pura dictadura, Suficientemente poderosa razón para huir. ¿ Por qué Venezuela?. No olvidar que este era el momento brillante de la Venezuela saudita….. tierra de oportunidades.

Saltaron en cascada las dudas. ¿Como debía ser este periódico?. La primera objeción, muy fundamentada por demás, era como superar el miedo a enfrentar ese par de moles, El Nacional y el Universal. Capaces de triturar entre ambos a cuanto competidor se pusiera en el medio. Se concluye indicando la necesidad de un crear un formato deferente. Debía ser tabloide. Contar con un diseño suficientemente ingenioso y un concepto apto para unir novedad, seriedad y precisión. Además contar con un plantel de periodistas dignos de poder alternar con Tomas Eloy y Terragno, nada sencillo. Terragno reconoció y probó, material humano había y abundante, por cierto, y con el liderazgo de TEM nada era imposible. Los resultado obtenidos dieron la razón al equipo humano allí concentrado.

Para iniciar acordaron reunirse en Nueva York con un personaje, llamado el chino. Realmente, era japonés, experto en asuntos de diseño y diagramación. Se inició el trabajo asistidos además, si la memoria no me traiciona por José Ignacio López otro colega de ambos. El trabajo como era de esperarse no se termino al tiempo lo cual en parte demoró la salida del número cero. Al final, a mediados del 1979 el chino terminó su trabajo, trajeron el material y un gran maestro del patio, Juan Fresán, le dio la forma final. El periódico nos cautivó desde el primer número. Lo seguimos con tanto afecto y emoción como mirábamos El Nacional de esa época.

Nos enseñaron a digitar un tabloide y apreciar el nuevo enfoque en camino a imponerse en el periodismo venezolano. El cuidado al escribir de Tomas Eloy Martínez era seña de una calidad, antes poco común. Nuestro maestros del periodismo local mucho nos enseñaron, Héctor Mujica, Moradell, Guaramato, Jesús Sanoja Hernández, Federico Álvarez, Pedro Espinoza. Con el Diario todos aprendimos un nuevo modo de leer la prensa. Gustar la estética del diagramado con el componente del tratamiento serio de lo noticiosa e informativa. Magia aun sostenida.

Pero hasta cuándo dura el hechizo del Diario de Caracas. Al Perder las elecciones Acción Democrática el financista de Diego Árria, Hans Neuman, decide, mejor es, dejarse de eso y le vende el periódico a 1BC. Compran Peter Botomme y Marcel Granier.

Poco probable, la dignidad de Tomas Eloy no podría convivir con gente de esa catadura. Los puestos de Terragno y TEM los ocupan, Carlos Ball y Rodolfo Schmidt. Es la caída moral, estética, ética y política del periódico que TEM fundó. Mucho para un caballero como Tomas Eloy, sobre todo cuando las barbaridades de la dictadura de Lanusse, lo estaban todavía atormentando.

Con el Diario de Caracas en su control, Granier ataca a Lusinchi. Total para eso lo compró. Él era su dueño. “Se enfrentan y Lusinchi mandó a meter preso a Rodolfo Schmidt, por cosas que había escrito en torno a tema de la Barragana. Esto molestó mucho a Miraflores, por ser verdad”. Según Carlos Ball: “Rodolfo llevaba dos meses preso, me llegó un mensaje muy claro: su libertad a cambio de que El Diario de Caracas dejara de publicar las columnas de José Vicente Rangel y de Alfredo Tarre Murzi (Sanín)”. Y colorin, …. colorao

Tener dignidad es parte integrante de un periodista notable. Un maestro en el mejor sentido de la palabra como él lo era. Contar todo esto es otra manera de darle valor a los recuerdos y dar amplio reconocimiento a esa gran persona y mejor escritor: Tomás Eloy Martínez. Él siempre decía, “que la muerte le daba una gran curiosidad”…… ojala la experiencia no lo halla defraudado. Lo seguiremos leyendo. Es justicia. Es respeto.

miércoles, 3 de febrero de 2010

IN MEMORIAM / Boris Muñoz

En la fotografía tomada de Prodavinci: Sergio Dahbar, Tomás Eloy Martínez y Boris Muñoz


Homenaje.

Para Tomás Eloy Martínez (1934-2010). In memoriam

Hay noticias esperadas y previsibles, pero igualmente devastadoras. Son como rayos que perforan hasta la raíz de nuestra existencia dejando un agujero calcinado. Ese es el efecto que me causó anoche la noticia de la muerte de mi maestro y mentor Tomás Eloy Martínez. Su cuerpo se ha ido dejando en su lugar un hueco memorioso.

Para un escritor que, entre titubeos, da sus primeros pasos no hay privilegio más grande que encontrar a un maestro que lo oriente a través del laberinto de la escritura. La pasión narrativa, el lenguaje deslumbrante y terso, el rigor de los hechos y un alto vuelo imaginativo, hicieron de Tomás Eloy uno de los escritores más versátiles y sólidos de la comarca latinoamericana. Esos hilos conductores han servido de coordenadas, no solo para mí, sino para muchos otros que consideran el periodismo mucho más que un oficio de notarios.

Lo conocí en un ascensor del Ateneo de Caracas, una mañana caliente de 1992 junto a Sergio Dahbar. Tomás Eloy contaba, con verdadero deleite, que el Nuevo Periodismo había comenzado en Latinoamérica cuando Gabriel García Márquez había aterrizado en Caracas como redactor de la revista Momento. Era enero de 1958 y en apenas unas semanas la dictadura de Marcos Pérez Jiménez llegaría a su fin. La estampida del tirano dejando en su fuga una maleta llena de dólares, fue la imagen seminal que inspiró a García Márquez a escribir la magnífica novela que sería El otoño del patriarca.

Ya en aquellos días era lector voraz de las crónicas que Tomás Eloy publicaba en el semanario Domingo Hoy, pero todavía no había caído en mis manos Lugar común: la muerte. Ese pequeño libro revolucionó mi comprensión de los poderes del lenguaje para darle vuelo a la realidad, pero también para darle vuelta, trasgredirla y rebelarse contra la muerte.

Cuando llegué a Rutgers University para estudiar mi postgrado en Literatura, Tomás Eloy y Susana Rotker, su esposa, nos cobijaron a mí y a Beatriz con un desprendimiento desinteresado e ilimitado. Fue el principio de una amistad que se volvería casi familiar. Sin reparar en que se trataba de un hombre realmente muy ocupado, lo llamaba constantemente para explayarme en largas conversaciones acerca de la más mínima tontería. Lo asediaba con preguntas sobre libros y películas, pues sabía que hablar de sus dos grandes pasiones intelectuales, no era perder el tiempo sino vivir el placer de recrear esos libros y esas películas con la palabra. Tomás Eloy era una enciclopedia ambulante siempre dispuesta a ser consultada. Sin embargo, disfrutaba enormemente escuchar y contar chismes mundanos y episodios de celos y traiciones que, sospecho, trufaba después como condimento en la fabulación de amores contrariados en sus novelas.

He sentido un poco de remordimiento por haberle regateado esos momentos a su escritura. Pero mirando atrás también veo esos años como un periodo fascinante. Nunca olvidaré el curso de Borges que tomé con él. A pesar de que solo éramos tres estudiantes, Tomás Eloy ponía todo de él para ofrecernos a un Borges de carne y hueso que jamás encontraríamos en ningún tratado académico.

Ese periodo candoroso y feliz, llegó a un abrupto final con la muerte de Susana, la brillante ensayista venezolana, en un accidente de tránsito a fines de 2000. Tomás Eloy hizo grandes esfuerzos por seguir siendo el mismo de siempre. Desde tiempo atrás, había luchado contra la peste del cáncer con una entereza y un valor abrumadores. Persistió en mantener la altivez de galán de cine que lo caracterizó toda la vida. Continuó siendo el comentarista preocupado y lúcido de la realidad argentina y latinoamericana: un intelectual de primera línea, una luz intensa en medio de una borrasca en la que cada día hay menos faros. La enfermedad lo socavaba como un taladro sordo. Así que abrazó la literatura como su última tabla de salvación.

Después de quedar viudo, la aparición de El vuelo de la reina, novela con la que había estado a punto de naufragar durante cinco años y que terminó por ser un gran éxito de ventas, fue un gran motivo de alegría. Sus demonios, sin embargo, le exigían escribir una obra que reflejara los años más oscuros de la dictadura Argentina durante su exilio venezolano. “Escribo sobre lo que no he vivido. Por eso quiero contar cómo era la vida cotidiana de los argentinos durante la dictadura”, repetía con frecuencia. Esa obra es Purgatorio. Poco después de su publicación, me contó que se sentía muy contento por haberla terminado.

La última vez que nos escribimos fue a fines de octubre o principios de noviembre. Estaba de buen ánimo y cariñoso como siempre. “El tratamiento funciona”, me dijo. Bromeó con que los médicos comenzaban a considerarlo un fenómeno de la ciencia. “Me dicen que me llevarán a los congresos de medicina para estudiar mi caso”. Le creí a pies juntillas. Ahora pienso que quería ahorrarme cualquier patetismo y estoy seguro de que sus fuerzas comenzaban a abandonarlo.

Anoche, hablando con sus hijos, sentí una inmensa alegría al saber que Purgatorio no había sido su última aventura. Como el protagonista de Invisible, la novela más reciente de Paul Auster, su amigo y colega admirado, Tomás Eloy se mantuvo en un hilo de vida escribiendo hasta el último aliento. La semana pasada, antes de una breve agonía, habría terminado el borrador de su próxima novela. También me enteré de que en sus días finales estuvo rodeado del amor de sus hijos mientras veía películas de Billy Wilder. Alguien me dijo: “Si todos tenemos que morir, ¿por qué no así?”.

Tomás Eloy solía decir que la ética comienza al cuidar el lenguaje con que nos expresamos, es decir, el lenguaje nos determina porque el lenguaje es el vehículo de nuestra interacción con el mundo y los otros. Solo ahora que se ha ido puedo apreciar el significado cabal de esa frase. Puso esa prédica personal a disposición de la libertad de expresión y también de la inalienable libertad creativa e individual. Ahora nos lega una obra excepcional y perdurable, no sólo para Argentina sino para toda América Latina. El trabajo de los que quedamos en la tierra es revisarla y darle su lugar dentro de la tradición.


Homenaje redactado originalmente para PRODAVINCI

IMÁGENES DE TEM

lunes, 1 de febrero de 2010

TOMÁS ELOY MARTÍNEZ CAMBIÓ EL PERIODISMO VENEZOLANO / Pablo Antillano


En mi generación casi nadie discute que Tomás Eloy Martínez partió en dos la historia de nuestro periodismo. En la época que él llegó al país, los periodistas de El Nacional asumían como maestros a Moradell y a Mario Delfín Becerra, y se sentían herederos de Miguel Otero Silva y Federico Álvarez, de Sergio Antillano y Héctor Mujica, de Arístides Bastidas y Pascual Venegas Filardo, de Antonio Arráiz y Jesús Sanoja. Se hacía un periodismo correcto, devoto de la noticia, el tubazo, el objetivismo y la pirámide invertida. Aunque simpatizaban, en su mayoría, con causas de izquierda suscribían las normas clásicas del diarismo norteamericano.

La llegada de Tomás Eloy Martínez produjo una hecatombe que hizo lucir envejecido ese periodismo local y disparó la euforia del cambio general. Con él llegó una pléyade de talentosos periodistas que venían escapando de la dictadura argentina, invitados por Diego Arria, entre los que se contaban Miguel Ángel Diez, Edgardo Silverkasten, Rodolfo Terragno y Raúl Lottito. Entre Terragno, que era el Director, y Tomás, que era el Jefe de Redacción, le inyectaron al periodismo doméstico una vigorosa renovación técnica, a la manera del periodismo argentino, y a los a periodistas les insuflaron una nueva y poderosa perspectiva ética.

Con la fundación del Diario de Caracas y su legendario Manual de Estilo, en mayo de 1979, la información se rebeló contra preceptos decimonónicos: el “lead” aferrado al titular, la organización piramidal invertida, una simple entrevista cono aval de la información, la broza retórica, los títulos de alta entropía, los condicionales y las conjeturas, la ambigüedad entre información y opinión, el uso de las fuentes habituales y consagradas...

La escuela de Tomás hacía énfasis en la nota narrativa, usualmente corta, en la que cada línea debía llevar una información y cada párrafo una idea, la historia por encima del documento, los titulares con verbo, la creación de nuevas fuentes, la confrontación entre informantes, el rigor en la investigación, la economía literaria, la elegancia. No eran simples técnicas, o normas para ser seguidas, sino que implicaban una demanda titánica a la subjetividad del periodista, exigían el entrenamiento de su espíritu creativo, crítico y personal. Se trataba en el fondo de una nueva ética.

LA EXPANSIÓN.

Formé parte de la primera camada invitada a integrarse a El Diario de Caracas a finales de los setenta. El escritor Luis Britto García formaba parte del grupo que convocaba a los prospectos. Conocí entonces la deslumbrante suavidad y sabiduría de Tomás, pero no pude aceptar su oferta. En esos días, recién entrado a El Nacional, me había comprometido con Miguel Otero Silva a dirigir la Página de Arte, que estaba abandonando Alfredo Armas Alfonzo. Un reto igualmente tentador.

Desde los periódicos grandes se miraba con escepticismo al pequeño tabloide que nacía en Boleíta. Diego Arria, el dueño, y los argentinos no parecían una amenaza a su popularidad y poderío, a su anclaje en las clases medias, a su entrelazamiento con el poder y las fuentes. Pero esa ilusión se disipó rápidamente pues el Diario, diseñado por Juán Fresán, comenzó a conquistar prestigio periodístico desde el primer día con un grupo de jóvenes con talento excepcional que hoy brillan en todos los periódicos del país.

Crearon sus propias agendas y estructuraron fuentes insospechadas, escribían corto y como grandes escritores, Luiggi Scotto le dio significación editorial a las fotos de primera página. Elizabeth Fuentes, Jessie Caballero y Susana Rotker entre otros martirizaban a la competencia con columnas (lo IN y lo OUT), críticas culturales e informaciones de una ciudad fulgurante que hasta entonces no había sido noticiosa. Pero, en general, todo el equipo donde figuraban Alfonso Molina, Luis Lossada Sucre, Manuel Felipe Sierra, Enrique Rondón, Sebastián de la Nuez, María Teresa Arbeláez, Elizabeth Fuentes, Elizabeth Baralt, Eva Feld, Edgar Larrazábal, Pedro López, Ugo Ramallo, entre otros, irradiaba seguridad. En su brillo, hacían notorio que confiaba plenamente en la doctrina de aquel nuevo periodismo

El tratamiento de la política se escabulló de las ruedas de prensa semanales de los partidos y puso en jaque al sistema de reputaciones. La información cultural fue jerarquizada y desparroquializada. La información internacional cobró una vida relevante para los transeúntes y la televisión perdió la hegemonía que hacía ver a los periódicos como si fueran de ayer.

El impacto del El Diario entre el resto de los periodistas fue decisivo. En El Nacional tuvimos la suerte de contar con el Dr. Ramón J. Velásquez como Director, posiblemente el más astuto, abierto, culto y flexible de todos los periodistas que hayamos conocido. No le había costado ningún esfuerzo medir el impacto que el cambio tendría sobre su periódico, así que abrió las puertas a las nuevas generaciones, impulsó el proceso interno de automatización y armó la estructura interna , conjuntamente con el joven Miguel H. Otero, que se iniciaba en la toma de decisiones empresariales de entonces (MOS vivía en Italia y venía ocasionalmente), para acometer los cambios que el momento exigía.

La competencia con el Diario fue intensa y muchas veces feroz. Su calidad era contagiosa y provocaba la emulación, nos abrimos a sus propias fuentes y temas de interés. Nos pusimos exigentes. Competimos en buena lid. A nuestro juicio sólo les ganamos cuando los avatares económicos, la chatura y conservatismo de las agencias publicitarias, atentaron contra su viabilidad y dificultaron la presencia de los argentinos en el Diario. Arria le vendió a 1BC y Tomás Eloy Martínez se vino a El Nacional con lo mejor de su gente joven a alimentar los suplementos especiales y las plataformas de innovación que se habían creado en el periódico. Terragno se fue a la Argentina y llegó a ser Ministro de Economía.

Cultivamos desde entonces una cálida amistad que se mantuvo con encuentros espasmódicos. Tomás Eloy se llenó de proyectos, se casó con Susana Rotker, trabajó en Radio Caracas, publicó varias novelas, asesoró periódicos en México, regresó a la Argentina, se asentó en New Jersey para enseñar literatura latinoamericana, impartió talleres en la Fundación Nuevo Periodismo y se consagró como gran articulista en el mundo hispanoamericano y en el New York Times. Terminamos, en lo personal, debiéndole mucho.

Pero la mayor deuda la tiene el periodismo venezolano en su conjunto. Él lo hizo nuevo.


UUUUUUYYYYYYYYYYY / Pajarito


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