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viernes, 11 de enero de 2008

SABANA GRANDE SIN RAUL/ Julio Bolívar


Desde los años 80 recuerdo la imagen de Raúl Betancourt. Estudiaba un postgrado en la Simón Bolívar y si quería saber de la movida literaria era obligatorio pasar por Suma. No se quién, pero me advirtieron que ese librero era un hombre de malas pulgas. En verdad no lo noté nunca, tal vez algo huraño, de mirada verde y de humor incomprensible, yo diría que español y tímido, esa particular fabla que a los venezolanos nos suena a regaño. Recuerdo que los escritores se sentaban en una café enfrente, que ya no era el mítico recuerdo del Gran Café, o el llamado triángulo de las Bermudas, que tanto recuerdos dejó en la narrativa de la época. Pienso en “Pancho” Massiani o en Carlos Noguera. En ese café era fácil ver a Hanni Ossot, a Osvaldo Trejo que al caer la tarde abrevaba junto con Denzil Romero en esas fuentes báquicas y a todos los amigos escritores o habladores de Raúl, que obviamente yo no conocía. Una vez, recuerdo, vi caminar con destino a la librería al mísmisimo jefe de la pandilla Lautremont, Caupolicán Ovalles. Seguramente , yo , como muchos estudiantes de la época de esos años de los últimos grupos literarios, nos acercabamos a mirar a esos extraños seres, como si fueran ídolos del rock, a los que de vez en cuando le hablabamos, tímidos e inseguros, para escuchar sus sentencias sin discusión. Eso era más o menos el entorno que vi por aquellos días, más académicos que bohemios. Todos venían de regreso. Ahora recuerdo también a un niño prodigio que había participado en un concurso de televisión y había ganado una fortuna, para su corta edad que trabajaba como vendedor de Suma: Gonzalo “Gonzalito”Ramirez Quintero. Era un niño que leía y sabía demasiado. Hoy es el mismo lector, pero, como le gustaría decir a Pablo Antillanoun lector comprometido”. Por esos días se convirtío en la imagen del negocio de Raúl.

Una tarde, bajo la mirada zahorí de Julia, hojeaba libros en los mesones de la emblemática librería, , y de pronto se me acercó Raúl , del que no era amigo y me increpó: ¡leete esta vaina, es muy buena¡. El laberinto de las Aceitunas se llamaba aquella novelita de Eduardo Mendoza. Desde aquella lectura soy un fanático del escritor catalán, tal vez el que mejor ha descrito a Barcelona. Eso se lo debo a Raúl. A nuestro lado Denzil miraba de reojo la foto de Kundera y murmuró sarcasticamente, tiene cara de puto.

El año pasado, con su barba absolutamente blanca, ya sin la coquetería de los ochenta, el librero me comentaba sobre la terquedad de Juan Liscano en corregirle el nombre al librería, insistía el poeta de Carmenes que esta debía llamarse Summa en vez de Suma como le había puesto Betancourt, y decía con su grata sonrisa que cada vez que Juan iba a la librería volvía con el mismo tema. Es posible que el poeta pensaba el la Summa Teologica de santo Tomás de Aquino, Raúl simplemete quería sumar, amigos, libros, cigarrillos y plata , por supuesto. Ahora cuando Sabana Grande comienza a recuperar su viejo rostro Raúl no está, pero no importa, pasaremos por la vieja Suma entraremos a hojear las novedades y en silencio le preguntaremos a su ánima si escogimos el mejor libro. Nos quedaremos con la duda.

viernes, 28 de diciembre de 2007

DUELO EN LA BARRA/ a Raúl Bethencourt

Raúl Betancourt, era Suma/Tulio Monsalve

Pensar en algún libro era la forma mas inmediata y casi automática de conectarnos con Raúl Betancourt. Su fácil y amable trato fue uno de los cauces que mejor logró familiarizarnos a la amistad con los libros; en una de las primeras oportunidades en que lo contacté, le pregunté por una novela de Mark Twain, El príncipe y el mendigo. Me dijo donde estaba, y la tenía en mis manos cuando se acercó con otro libros y me dijo que le acababan de entregar, eran ejemplares de las novelas completas y los ensayos del escritor. Consideraba mucho mas ventajosa esta opción. Era una bella edición en dos tomos de Aguilar concebidos en bello papel bíblia. Suspiré, revise, e hice pucheros ante la oferta, solo qué, por forzosa y pecuniaria razón, hube de posponer el trato hasta dos semanas después. Para mi regusto y cómo forma de honrar el recuerdo de Raúl, aún conservo el Tomo I.

Estimo que él nunca nos vendió un libro, fue su pasmosa capacidad para reconocer el significado de cada obra, lo que nos obligaba y comprometía a acercarnos a ellas. No hubo oportunidad, en la que al pretender opinión de un escritor o alguna obra, no obtuviera una respuesta acertada, para rechazarla o para mencionar algo de mas calidad. Era peligrosísimo hacerle este tipo de preguntas directas, pues al final era imposible no aceptar la lógica en que fundaba sus juicios sobre lo que nos indicaba, visto en el tiempo, y para mi regocijo y crecimiento espiritual, felizmente desde siempre reconozco entre mis libros, aquellos que él, en cada oportunidad, recomendó.

Sus juicios y criticas tenían gran capacidad para exaltar o deprimir nuestro entusiasmo; ellas fundaron nuestra trincheras en defensa de la causa justa por mejorar o afinar nuestra sensibilidad. Sus cuitas nos dieron base para ordenar los sentidos y su relación obligada con la lectura. Siempre apreciaba finamente, y con mas profundidad que aquellos que hacían de críticos, al dar luces sobre los motivos para nosotros ocultos, sobre aquello que había de recóndito en los títulos que le sometíamos a examen. En pocas, pero muy pocas oportunidades, me decepcionó con sus apreciaciones, tanto así que luego me vi sometido a sus juicio como editor, campo en el cual es mucho lo que le agradezco; pues fue bastante lo que hizo por mis libros.

Había abundancia de afecto en sus juicios inmarcesibles y una real y eficaz y envolvente fuerza en su manera de sonreír, fluido que brotaba aún en sus mayores tristezas, que las hubo, para resarcirnos exultando ansias de luz, de goce y alegría.

En Suma estuve, igual abrevaron de esto mis hijos, y ahora voy con los nietos, las luces de Raúl, y la sencillez de Julia siempre estarán presentes cuando de Suma se trate y de lectura nos sintamos acortados.

Este lugar, verdadero y pleno lugar, fue concebido y mantenido por Raúl , para hacer suma de, obras, títulos, saber, amigos, adictos, especie de cofrades que asistíamos semanalmente, con o sin motivo, para recibir de él las buenas y nuevas referencias; finalmente me limito a sufragar mi admiración por lo allí realizado, y desear a quienes lo heredan, cumplan para su honor, fecundos años para mantener aquello que toda nuestra amistad y afecto por Raúl lograron en el buen tiempo pasado y el por venir.

Raúl sigue el camino de si mismo, que es el que nos marcó, y por el cual lo distinguimos y admiramos.

Para Raúl Betancourt (que se escribe, Bethencourt)


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