«Yo he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. Costumbre antigua, robustecida con los años...
Luis Buñuel: Mi último suspiro; Barcelona, Plaza y Janes Editores; 1982; Pp. 53-54
Queridos amigos, lamento comunicarme con ustedes en esta ocasión de duelo: Carlos Monsiváis se ha ido. Quienes todavía no salimos del shock recordamos el verso de Borges, ¿Quién nos dirá de quién en esta casa sin saber nos hemos despedido?, que Tomás Eloy Martínez, otro amigo que partió, solía citar con asiduidad.
Quisiera compartir con ustedes un homenaje preparado por http://www.prodavinci.com/con las contribuciones de Juan Villoro, Fabrizio Mejía Madrid y este escribidor. Ojalá tengan la oportunidad de visitarlo.
Saludos y abrazos,
Boris Muñoz
Nieman Fellow 2010 boris_munoz@havard.edu
Saludo triste al último rebelde librepensador:
Carlos Monsiváis/ Boris Muñoz 21 de Junio, 2010
FRAGMENTO
(…) Por otro lado, Carlos Monsiváis era un apasionado de la gente, uno de los poquísimos escritores capaces de vivir la ciudad a través de su caos. Abrazó a la multitud retratándola y descifró su sensibilidad confiando al mismo tiempo en su fuerza democratizadora. Paralelamente, fue el adversario tenaz de la tradición autoritaria mexicana y latinoamericana, uno de los escasos militante de izquierda ferozmente independiente de dogmas y teologías. Mantuvo su conciencia con los reflejos en alto y en plena forma hasta el final. Por eso nunca condescendió al pensamiento fofo, tan al uso de quienes entronizan el populismo autocrático como único camino hacia la justicia social. Ni se fue a la cama con el líder máximo de turno.
Separarlo de la escena política era difícil, pues lo rodeaba por todas partes. Incluso llegó a protestar con aflicción contra la invasividad de la política, que había llegado a convertirse en todo y nada al mismo tiempo, un abismo negro que se traga la creatividad de los individuos y es la muerte espiritual de los pueblos. Sin embargo, cuando esto sucedía aparecía un hombre enamorado del arte. Una noche, durante una visita a Rutgers University, fuimos a cenar con Tomás Eloy Martínez –otro maestro que se llevó la parca. Era el primer encuentro a tres bandas entre dos cinéfilos empedernidos. Ambos pasaron toda la velada citando películas, cada una más rara que la otra, compitiendo para demostrar quién sabía más de cine estadounidense de los cincuenta. Ninguno bajó la barra de su exigencias ni rehuyó las emboscadas sutiles que le tendía el otro, aunque Tomás Eloy admitió estar impresionado por la memoria wikipédica de Monsi. Al final, cada uno por su lado, se autofelicitó narcisísticamente reconociendo en el rival un dominio amplio en el concurso de trivia hollywoodense. Yo me sentí premiado como testigo de excepción de ese duelo espléndido entre dos maestros que a su vez encarnaron el alfa y el omega de la crónica contemporánea, pues cada uno por su cuenta reiventó el género a su medida.
Ubicuo, omnívoro, grafómano, sardónico, brillante, auténtico, militante, librepensador, generoso, honrado, obstinado, melómano, rebelde, desmesurado, risueño casi tierno, se ha ido Carlos Monsiváis, conciencia de México y faro intelectual de América Latina. Su obra es en buena medida el equivalente literario al soundtrack de mis veinte. Desde Amor perdido y Días de guardar,pasando porNuevo Catecismo para indios remisosy Entrada libre,hasta llegar aLos rituales del caos y Aires de familia, cada libro remite a un nuevo descubrimiento y a una estación definida de mi educación intelectual.
Sobra decir que es una pérdida irreparable. Sobra decir que lo echaré de menos. Órale.
El agua dulce que produce el maguey, al ser cercenado de su espiga, y embotellada durante 24 horas, se convierte en pulque: fermento pastoso que bebían los chichimecas y que aún, con o sin gusano, se puede beber por estos lares. Sin embargo, no todo lo que fermenta se puede convertir en Tequila.
Ya dejados atrás los entrecortados valles de Teotihuacán en el DF de México, enfilamos hacia Guanajuato y San Miguel de Allende, donde los guías mexicanos, agradables pero decididos, se esfuerzan en cementar la importancia patriótica de dichas ciudades (así como ha sucedido en cada contacto con cualquier ciudadano de este país).
De Guanajuato a León y de León a Guadalajara, se extienden las famosas planicies de Jalisco, tan mentadas en aquellos corridos mexicanos que antaño, de niño, fascinaban mi imaginación: el zorro, las momias y los ilustres precursores de la independencia de México se acumulan a borbotones en mi imaginación y trastocan la verdadera realidad que hoy estoy viviendo.
Desde Guadalajara, serpenteando hacia el Pacífico, aparecen paulatinamente, de lado y lado de la carretera, las infinitas hileras de agave azul. O más bien, diría yo, de agaves de un extraño verde azulado que cambian de tonalidad según los toca la luz.
La tierra árida y roja, va quedando escondida entre los estrechos surcos que separan las infinitas hileras de agaves. Y de esta manera, caprichosamente, los áridos campos parecen transformarse en mares verde-azules que con fingida brisa logran apaciguar el intenso calor.
El sol es inclemente y los sombreros de paja, o de fibra de agave, son una necesidad en esos campos abiertos, ocasionalmente adornados por algún arbusto o chaparral protector.
La famosa “ciudad” de Tequila, es más bien un pueblito campesino rodeado de un mar de pencas, tunas, magueyes y agaves de distintos tipos. Y si no fuera por esa virtud ecológica original, con toda seguridad, estaría simplemente rodeada por un peladero de chivos. Pero no, aquí se encuentran y se producen las más codiciadas marcas de tequila del mundo, producidas, estrictamente (y con denominación de origen controlada), de agave azul.
Del corazón (o “la piña”) del agave, se obtiene la materia prima para producir el tan conocido trago. Y de cada piña, sancochada al vapor durante 36 horas, se sacan hasta 7 litros del codiciado licor.
Llegar como llegamos (como invitados especiales), a la “Casa Cuervo”, fabricante de tequila desde tiempo inmemorable, es algo de agradecer. Los amplios patios de las casas coloniales que conforman la factoría, las interminables degustaciones de cada tipo de tequila (que son muchos) y las metódicas explicaciones sobre las bondades de esa bebida espirituosa, van creando una borrachera amena, poco dramática, y sobre todo deslastrada de todos aquellos exagerados clichés que las rancheras y las películas mexicanas han ido dispersando por toda la humanidad.
Un incontenible mar de “margaritas”, degustadas bajo las frescas arcadas de uno de los patios más sublimes de la casa de nuestro anfitrión, terminó por confirmarnos que los cocteles de tequila, aunque se aprecien donde sea, saben mejor aquí.
Ya de vuelta a Guadalajara, cargados de recuerdos y de varias botellas del mejor tequila “reserva de la familia” de la Casa Cuervo, enfilamos directamente a nuestro hotel para salir de nuevo. Salimos con apuro, y con la esperanza de encontrar el mejor “Pozole” de la ciudad; o por decirlo en criollo:
en busca del impar reconstituyente (saca ratón) que esta bienaventurada tierra le ofrece a todos sus pecadores (un Pozole sublime que es comparable a nuestros benditos “nerviosos”, o a cualquiera de nuestros más apreciados “sancochos”).
México lindo y querido…que digan que estoy dormido…
Suena un tanto cursi enunciar una breve colaboración sobre cantinas de esta manera quinceañera y rosa, pero la verdad es que lo he imaginado y verbalizado tanto en diversos momentos de la vida, con muchos amigos, que ya no puedo sustraerme de compartirlo con ustedes y sobre todo, en un foro de tanta convivencia perspicaz, y con uno de los más afortunados nombres en el universo blogista: Código de Barra. Sin duda la codificación inteligente de ese mundo etílico ha dado y seguirá dando para mucho, porque además de crónica amena y sui géneris es un sitio lúdico con hondo calado literario que les recomiendo
Mi cantina de sueño o de ensueño no es muy difícil de conjeturar. Lo adivinarán quienes sienten una inclinación poderosa por el cine, la industria que más ha hecho por colocar en nuestro imaginario los escenarios de casas de bebidas más propicios al encuentro y a la convivencia, por no hablar de las rupturas y los desaguisados. Ya habrán imaginado que solo puedo referirme, en primer lugar, al set donde fue filmada gran parte de la película "Casablanca", el Rick´s Café Americain. Aunque conozco algunos remedos, uno de ellos en Ixtapa, México, nunca me deparé con una reproducción escenográfica que nos hiciera revivir el clima de la más afortunada chiripa (Disquisición: confirmando en un mataburros la acepción de chiripa, desprendo que debería de usar la voz inglesa Serendipity, sobre todo en Venezuela, porque allá significaría cucaracha de menos de dos centímetros, también llamada Moca, en alusión al grano del café) de la cinematografía mundial. Hay que agradecer con todo el corazón el golpe de suerte que llevó a Curtiz a escoger a Humprey Bogart, en lugar del impresentable y mediocre de Ronald Reagan. Mi bar de "Casablanca" me lo imagino igual al cabaret de la película donde adicionalmente debería instalarse un piano similar y contratar a un cantante negro que interpretara cada hora, a la hora en punto, el tema de la película, "As times goes by". Independientemente de que el 14 de julio de cada año podría honrarse también a la "Marsellesa", con el espíritu antifascista que nos urge recuperar en el mundo. En un principio, decía yo en tiempos pretéritos, se deberían servir tan solo "Champagne Cocktail" , "Martines" secos en la receta desértica de Buñuel y "Manhatan". Hoy agregaría toda suerte de rones y tequilas de verdadera caña y agave y vinos tintos de la Ribera del Duero y blancos Albariños y Alvarinhos. . En el bar ideal no podría faltar una sala mullida donde se proyectara “Casablanca”, ininterrumpidamente. No hay otra cinta que conjugue mejor la sobriedad y la embriaguez amorosa. Me imagino también los olores, en función de los platos que deberían servirse, todos ellos de influencia gastronómica árabe y levantina. En el aire respiraríamos cardamomo, rosmarino y aromas a cafés intensos, como el del mal llamado turco, lo que más se acerca a los benditos mejunjes del espresso, y se aleja del “americano” que ni es americano ni es café, recalentado y bebido a litros en los típicos tazones horrendos Claro que ya entrados en gastos y partir del homenaje a la tibia frialdad erótica de la Bergman, el restaurante y piano bar bien podría poseer una bien montada librería con temas de alcoholes, poesía, gastronomía, novelas de ebrios trascendentes a lo Malcom Lowry, y Hemingway; ah, y una galería con fotografías de épocas en que la galantería ascendía a paraísos terrenales factibles de verificarse tan solo en mitológicas barras de bares. Ya les contaré, con más espacio y tiempo, sobre la bendita barra del "Antonios" en Río de Janeiro, que me deparó vivencias del calibre de las canciones de Vinicius de Moraes, por cierto, asiduo cliente del mágico bar de mi gran amigo gallego Manolo (quien publicó mi libro de poemas bilingües "Indistinta"), donde Tom Jobim escribiría "Aguas de Marzo" y, siempre las malas lenguas, habría quedado prendada de un famoso periodista brasileño una todavía lozana Candice Bergen, seducida en realidad por la magia de la "Bossa nova" que se respiraba en ese macrocosmos poético de sesenta metros cuadrados. Por cierto, el gran Vinicius de Moraes también fue propietario de un bar carioca, lo llamó "Cirrosis".
El modelo original de mi “bar ideal” además de haber propiciado pasiones de gran calado, sería el café de película donde más se bebe y fuma en la historia de la cinematografía mundial. Para beber y enamorar en su réplica deberíamos vestir de blanco; de hecho, no debería faltar en el guardarropa de un experto en barería un smoking con corte y solapas tan peculiares y elegantes como el que inmortalizó Humprey Bogart.