martes, 22 de junio de 2010

ÓRALE MONSIVÁIS

Queridos amigos, lamento comunicarme con ustedes en esta ocasión de duelo: Carlos Monsiváis se ha ido. Quienes todavía no salimos del shock recordamos el verso de Borges, ¿Quién nos dirá de quién en esta casa sin saber nos hemos despedido?, que Tomás Eloy Martínez, otro amigo que partió, solía citar con asiduidad.

Quisiera compartir con ustedes un homenaje preparado por http://www.prodavinci.com/con las contribuciones de Juan Villoro, Fabrizio Mejía Madrid y este escribidor. Ojalá tengan la oportunidad de visitarlo.

Saludos y abrazos,
Boris Muñoz
Nieman Fellow 2010 boris_munoz@havard.edu
Saludo triste al último rebelde librepensador:

Carlos Monsiváis/ Boris Muñoz
21 de Junio, 2010


FRAGMENTO
(…) Por otro lado, Carlos Monsiváis era un apasionado de la gente, uno de los poquísimos escritores capaces de vivir la ciudad a través de su caos. Abrazó a la multitud retratándola y descifró su sensibilidad confiando al mismo tiempo en su fuerza democratizadora. Paralelamente, fue el adversario tenaz de la tradición autoritaria mexicana y latinoamericana, uno de los escasos militante de izquierda ferozmente independiente de dogmas y teologías. Mantuvo su conciencia con los reflejos en alto y en plena forma hasta el final. Por eso nunca condescendió al pensamiento fofo, tan al uso de quienes entronizan el populismo autocrático como único camino hacia la justicia social. Ni se fue a la cama con el líder máximo de turno.

Separarlo de la escena política era difícil, pues lo rodeaba por todas partes. Incluso llegó a protestar con aflicción contra la invasividad de la política, que había llegado a convertirse en todo y nada al mismo tiempo, un abismo negro que se traga la creatividad de los individuos y es la muerte espiritual de los pueblos. Sin embargo, cuando esto sucedía aparecía un hombre enamorado del arte. Una noche, durante una visita a Rutgers University, fuimos a cenar con Tomás Eloy Martínez –otro maestro que se llevó la parca. Era el primer encuentro a tres bandas entre dos cinéfilos empedernidos. Ambos pasaron toda la velada citando películas, cada una más rara que la otra, compitiendo para demostrar quién sabía más de cine estadounidense de los cincuenta. Ninguno bajó la barra de su exigencias ni rehuyó las emboscadas sutiles que le tendía el otro, aunque Tomás Eloy admitió estar impresionado por la memoria wikipédica de Monsi. Al final, cada uno por su lado, se autofelicitó narcisísticamente reconociendo en el rival un dominio amplio en el concurso de trivia hollywoodense. Yo me sentí premiado como testigo de excepción de ese duelo espléndido entre dos maestros que a su vez encarnaron el alfa y el omega de la crónica contemporánea, pues cada uno por su cuenta reiventó el género a su medida.

Ubicuo, omnívoro, grafómano, sardónico, brillante, auténtico, militante, librepensador, generoso, honrado, obstinado, melómano, rebelde, desmesurado, risueño casi tierno, se ha ido Carlos Monsiváis, conciencia de México y faro intelectual de América Latina. Su obra es en buena medida el equivalente literario al soundtrack de mis veinte. Desde Amor perdido y Días de guardar, pasando por Nuevo Catecismo para indios remisos y Entrada libre, hasta llegar a Los rituales del caos y Aires de familia, cada libro remite a un nuevo descubrimiento y a una estación definida de mi educación intelectual.

Sobra decir que es una pérdida irreparable. Sobra decir que lo echaré de menos. Órale.







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