Por ahí quedaba la geografía que le conocimos en los últimos tiempos : por los lados del Amazonia, (justo al frente de su casa), por Le Coq d’Or, el Hereford Grill o el Maute. Siempre en Las Mercedes, desde que una lesión en una pierna puso límites cortos a sus incursiones urbanas.
Esta pasión por el deambular marcó siempre el carácter de Adriano —y de sus personajes— quien, a pesar de provenir de uno los “parajes más feos del mundo”, de allá del Estado Trujillo, era un genuino constructor de gran ciudad. Por donde él iba pasando, durante toda su vida, se armaron repúblicas de ciudadanos, lugares poblados de ideas, en donde se practicó con disciplina el culto a la inteligencia, a la poesía, a la imaginación y al regocijo. A muchos le pareció siempre una suerte de flautista de Hamelin seguido en su andar por bandadas de poetas y pintores, de mujeres intensas con ojos entorchados, y de conversadores insignes y maliciosos.
No es este el lugar, ni es el tiempo, de enumerar con detalles la inmensa obra de contagio que produjo Adriano en su andar, baste por lo pronto evocar las revistas y periódicos en los que participó, a las peñas, bandas, pandillas y repúblicas de las que fue artífice, o sus gestos de provocación, como fueron sus cofradías , desde Sardio y Techo de la Ballena hasta la República del Este, su programa Contratema y su exaltación subversiva de “la literatura oral”, significativa catedral de la conversación y
En estos últimos tiempos visitó lugares recurrentemente y sus temas también eran recurrentes. Solíamos verlo en el Hereford con
No citaré aquí por ahora a las legiones de con-barsianos, y conversadores del Maute, de El Castillo, ni del Amazonia para no resbalarme en las ofensas del olvido y para no abrumar este espacio con nombres compungidos por el dolor. Sólo mencionaré entre sus compañeros de la noche a Andrés, su formidable hijo, amoroso y amigo, convertido sin querer en padre de su padre.
Pero igualmente insistentes fueron los capítulos orales que le dedicó Adriano, en nuestros últimos encuentros, a la celebración erudita de la historia y los afanes del vino desde los mesopotámicos y los persas, pasando por los relatos sobre las dimensiones míticas que alcanzó en manos de los pueblos judíos y en la sangre de Cristo, o a la revisión de las rutas del vino en las civilizaciones árabes, a su explosión en los monasterios del occidente medieval, y a la fuerza que le ha transferido a la expresión poética de
En realidad a Adriano lo citaremos siempre, porque con él, como con el rayo y la lluvia, tenemos una deuda inmensa.