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lunes, 26 de abril de 2010

¿COMO NO QUERER LUEGO UN MARTINI? / Jacqueline Goldberg


No sabría recordar, por ejemplo,
cuándo probé por primera vez un Vitel Toné,
un Foie-gras o una Coquilla Saint Jacques.

Pero el día en que me inicié en los ritos del Martini lo tengo clarito.
Fue un jueves antes de la Semana Santa del 2004.
Mi jefe nos invitó al restaurante Le Coq d'Or,
ya entonces en Las Mercedes.
Yo, que en mi vida había estado frente a una copa de Martini,
terminé zambullida en una piscina sin fondo ni decoro.
No sé cómo llegué a casa.

Al día siguiente, con más ansias que resaca,
pensé que aquel Martini
me hubiese gustado más con siete o diez aceitunas.

Días después,
dispuesta a osadas pesquisas,
descubrí que existe el Martini Sucio o Dirty Martini,
mi sueño hecho realidad:
saladito, turbio, con restos de incontables aceitunas.

Esa semana, que no fue precisamente Santa,
coincidió con la decimoquinta edición
del Festival Internacional de Teatro de Caracas
y entre sus lujos estuvo la obra belga
“Quando l'uomo principale e una donna”
(Cuando el hombre principal es una mujer)

del artista y coreógrafo Jan Fabre.
Y he allí que el Martini, las aceitunas y el aceite de oliva
eran protagonistas de un festín de sexualidad y sensualidad
del que salí, obviamente, 
deseando tomarme un Martini muy turbio.
Fuimos a Suka, en el CC San Ignacio.
Pedí al barman que hilara el más mugriento, obsceno,
fangoso, anegado y manchado de los Martinis.

Aquella noche fue la obra de Fabre
la que humedeció mi memoria.
La bailarina, Lisbeth Gruwez, comenzó colgando una veintena
de botellas de aceite de oliva mientras cantaba Volare.
Las botellas goteaban, ella se embadurnaba
al tiempo que preparaba un Martini.
Pasaron muchas cosas que no recuerdo con exactitud,
viento, más aceite, una corona.

Prefiero copiar, con la boca hecha aguas,
un fragmento de una nota de Mabel Diana
publicada en el portal Danza Hoy en Español:
“Se quita el pantalón, destapa las botellas y el aceite sale a chorros y moja el piso. Se quita la tira que cruza su pecho y su calzón. Queda desnuda y se baña con el aceite que cae. Rito, transformación, ahora es una mujer. Su cuerpo brilla magnífico, una luz verde acentúa el cambio. Comienza a girar en el suelo, a desplazarse, fácil, delicada, en equilibrio. Se acaricia, los muslos, la cara, el sexo, los brazos. Todo muy suave, descubriéndose placenteramente. Su desnudez está vestida de aceite. Cambia la intensidad de sus giros, ahora son rápidos, precisos. Con total dominio sobre esa superficie tan resbaladiza. Rueda, gira, se suspende. Su cuerpo refleja la luz, el aceite refleja la luz, que cambia de verde a blanca. El olor del aceite de oliva invade el teatro. Todo el escenario es un piso de aceite.
Va hacia el frasco de aceitunas, lo abre y éstas se desparraman. Vuelve a cantar "Volare" y comienza a caminar, muy femenina, se coloca la corona de olivo, la paz y la gloria. El regreso de la mujer, el baño de aceite que la purifica, la embellece, la protege, le da sabiduría. Se acerca a probar su trago, ahora con el toque que faltaba, una aceituna extraída por arte de magia de sus genitales.”

¿Cómo no querer luego un Martini?

jueves, 19 de junio de 2008

CÓDIGOS SECRETOS EN LAS BARRAS / Amelia Hernández

En las novelas de John Le Carré son pocas las barras que aparecen, y ninguna deja espacio para la ociosidad y las quimeras: están para recibir información estratégica, entregar documentos secretos, hacer pagos clandestinos, dar instrucciones, montar trampas... Instalarse en una barra de Le Carré tiene sus consecuencias.

En el barrio londinense de Battersea Bridge, un hombre con ropa manchada de lubricante y mojada por la lluvia entra al Prodigal’s Calf, que a esa hora temprana de la tarde se encuentra vacío y oscuro. El hombre bate una moneda en la barra y pide un whisky con aguardiente de jengibre. Es un mecánico, traficante de poca monta... pero sabe demasiado. Unas horas después, ya entrada la noche, su cadáver flota en el Támesis.

En el aeropuerto de una pequeña ciudad finlandesa, está nevando. Son las once de la noche y el bar está a punto de cerrar; en la barra sólo queda un cliente: apura su copa de Steinhäger, pensando que ciertas bebidas extranjeras saben mejor cuando se toman en el país de origen. “Sírvame otro trago de este veneno local.” El barman, que ya empezaba a apagar las luces, le contesta de mala gana que el Steinhäger no es finlandés sino alemán... El cliente es un agente británico aguardando a su contacto, un piloto finlandés con misión de sobrevolar y filmar una región estratégica de la Alemania comunista; pero la nieve ha retrasado el vuelo... Dentro de una hora, el agente británico morirá desangrado a orillas de la carretera.

Son dos escenas penumbrosas, casi silenciosas, que pertenecen a las primeras novelas de espionaje de Le Carré (Call for the Dead, 1961; The Loocking-Glass War, 1964), ubicadas en tiempos de guerra fría.

Contrastan con otra que tiene lugar en un bar de Bonn, rutilante de neón. En la barra, varios jóvenes neo-nazis trasiegan litros de cerveza cantando un himno del tercer reich. De repente estalla una refriega, puñetazos, patadas, botellazos, hay varios heridos, entre los cuales el que provocó la riña: Leo Harting, funcionario menor de la embajada británica, empeñado en desmontar una conspiración ultraderechista (A Small Town in Germany, 1968).

Ya finalizando los años setenta, en las postrimerías de la guerra fría, las barras de Le Carré se vuelven más amables.

En el Bar de Stan, frecuentado por jóvenes y estudiantes de Praga, el ambiente es acogedor “te da la impresión de que Checoslovaquia es un país libre...” Ahí, entre el vocerío de las discusiones políticas, el abundante consumo de aguardiente y una música de acordeón, James Prideaux, profesor de francés y agente británico en la Europa comunista, logra por pura casualidad una información crucial acerca de unos inquietantes movimientos militares (Tinker, Taylor, Soldier, Spy, 1974).

En las novelas posteriores, el ambiente que describe Le Carré ya es francamente cosmopolita.

En Asia, en 1975, se acerca el final de una era. Hong-Kong, último bastión asiático del colonialismo occidental, es un ineludible centro de información. Un sábado de tifón, los corresponsales extranjeros se resguardan de las trombas de agua en su bar habitual, encaramado en el último piso de un rascacielos. Entre cervezas, ginebras y chistes gruesos, esos hombres que se han curtido reporteando las guerras de Vietnam, Cambodia o Tailandia, se desestresan lanzando servilletas enrolladas hacia las botellas bien alineadas detrás de la barra. Si alguien logra encajar su servilleta en una botella, los demás le pagan esa botella y le ayudan a vaciarla. El barman, un chino de Shangai, sirve los tragos, recoge las servilletas caídas al suelo, pasa las llamadas que van recibiendo los alborotosos reporteros: una noticia aparentemente anodina... que se convertirá en una bomba (The Honourable School Boy, 1977).

En Peredélkino, en la exclusiva residencia vacacional de la unión de Escritores de la URSS, Barley Scott Blair, editor literario, saxofonista en sus ratos de inspiración, y agente secreto involuntario, pasa una jornada memorable compartiendo amistosamente con la élite soviética, en torno a una mesa que más parece una barra de bar: hay escritores, aristas, unos cuantos científicos, y hasta unos poetas disidentes, son tiempos de glasnost. Durante más de diez horas, todos gloriosamente borrachos, todos hermanados por el vino blanco georgiano, declaman poemas de Akhmatova, polemizan sobre el armamentismo, afirman que “el comunismo es una industria que vive de los errores y la imbecilidad de los capitalistas”, brindan por la paz universal, discuten apasionadamente acerca del ajedrez, el jazz, el teatro, descorchan botella tras botella, vituperan contra el control de la policía sobre las fotocopiadoras y las máquinas de escribir eléctricas, herramientas de la disidencia... A las tres de la madrugada, llegan a la conclusión de que “el socialismo con partido único es una calamidad histórica” y, en eso, uno de los científicos farfulla al oído de Barley: “Júrame que de verdad eres un editor, no un agente de tu gobierno, y te confío un secreto militar...” (The Russia House, 1989).

Después de tanta intensidad, el lector necesita un respiro. Le Carré plasma en tres páginas (The Night Manager, 1993) lo que podría ser el sueño de los amantes del buen vino, pero que para Mr Pyne, director nocturno de un gran hotel de Berna, será una señal del destino: se queda accidentalmente encerrado en la bodega del hotel, dieciseis horas en la oscuridad, en compañía de los Château Petrus 1961 a 4 500 francos suizos la botella, los Mouton Rothschild 1945 a 10 000 francos suizos... A Mr Pyne ni siquiera se le ocurre descorchar uno de esos tesoros; sobrio y disciplinado, aprovecha esas horas para revisar su vida, y decide que si sale vivo de la bodega se comprará un barco para dar la vuelta al mundo en solitario. Una vez rescatado, se verá obligado a actuar como agente encubierto en Las Bahamas, montando toda una tramoya en el Bar de Mama Low, frecuentado por turistas VIP que llegan en sus yates para asistir a unas famosas carreras de cangrejos, mientras se toman a sorbitos el infaltable punch de las islas.

Quizás empalagado después de semejante ejercicio de sofisticación, Le Carré se va al África profunda y se adentra en el mundo de las organizaciones humanitarias internacionales (The Constant Gardener, 2001). El Club de Loki, en Lokichoggio, Sudán, se reduce a un techo de palma, unos leones pintados en las paredes de bahareque, luces amarillas anti-mosquitos, un ventilador. Al ritmo de la música africana, trabajadores humanitarios de los más diversos países se encuentran y se desencuentran, aplacando su sed con cerveza tibia. Algunos caerán víctimas de una maquinación macabra montada por una trasnacional farmacéutica.

En uno de las novelas de Le Carré (The Night Manager, 1993) aparece de refilón un oscuro personaje de nacionalidad venezolana: el abogado Moranti, asesor para el lavado de narcodólares. Quien quita que el escritor británico decida ubicar una próxima trama en Caracas, donde prosperan las conspiraciones y donde pululan agentes de la CIA, del DAS, del G2, guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, vendedores de armas...

Pero no hay barra para tanto agente...

jueves, 24 de enero de 2008

LA CRONICA EN LA BARRA

La gente que pasa un rato en el bar de la esquina, tomándose un aperitivo o un café es, sin saberlo, partícipe de una “literatura del instante”, una literatura oral formada por la palabra del narrador, el color de su acento, su talento de comediante. Y si uno escucha con atención, puede hasta captar alguna metáfora, alguna elipsis... Sí, señor: procedimientos de retórica en un lugar popular.

Recientemente, en el bar que frecuento cerca del puerto, en Ajaccio, escuché a un estibador echando el siguiente cuento.

El hombre empezó pidiendo un Morisco (mezcla de pastís y horchata con unas gotas de agua) y preguntó: “¿Saben lo que pasó ayer en el muelle nº 4?” El coro de parroquianos contestó al unísono: “Noo...”

El estibador: Bueno, lo voy a contar. Antes de salir al muelle, marqué tarjeta, como de costumbre, y me quedé hablando un rato con el gordo Orsoni y con Guerini mientras esperábamos las instrucciones del día.

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: Llegó el jefe y nos dijo que fuéramos a descargar el barco que estaba atracando en el muelle nº 4. Como el barco no había terminado la maniobra, nos dio tiempo de tomarnos un cafecito.

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: Después de tomarnos el café, nos acercamos al barco. El gruero ya estaba en su cabina, allá arriba, y había empezado el desembarque de los containers. Cuando el gordo Orsoni se puso a chequear el primer container desembarcado, el segundo container ya estaba suspendido en el aire y yo le dije a Guerini que ese container se estaba balanceando...

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: El segundo container seguía balanceándose....

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: Viendo cómo se balanceaba, me acordé de aquella vez, hace años, cuando un container se desprendió de la grúa...

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: Le dije a Guerini que ese segundo container me preocupaba porque el gordo Orsoni estaba justo debajo...

El coro: ¿Y entonces?

El estibador: Guerini es un tipo tranquilo, nunca se preocupa por nada. Excepto cuando su mujer le saca las avellanas del bolsillo para llevárselas a la ardilla.

[Interpretación: cuando le saca el dinero del bolsillo para depositarlo en un banco popular que tiene una ardilla en su logotipo] Tan es así que un día...

Con una exclamación de impaciencia, uno de los parroquianos lo interrumpió: “¡No me interesan los reales de Guerini, termina de echar tu cuento!”

El narrador se tomó el tiempo de apurar su trago, volvió la espalda a los parroquianos y soltó estas palabras: “Mañana habrá colecta...” antes de pedir otro Morisco.

Esto es un ejemplo vivo de la literatura oral a la que me refiero. El narrador inicia su cuento interpelando al auditorio: “¿Saben lo que pasó ayer en el muelle nº 4?”, con lo cual anuncia que ha ocurrido un evento. Pero alarga el suspenso con varias digresiones, incluye la metáfora de la ardilla y, lo más interesante, termina con un espontáneo final elíptico: “Mañana habrá colecta...”

Dar espacio a la imaginación, ¿no es acaso lo propio de la literatura? “El lenguaje es el arte de la elipsis”, dice Sartre en Situations II. El estibador, sin haber estudiado humanidades, deja que el auditorio se imagine todo lo que siguió: que el container se desprendió, cayó sobre el gordo Orsoni y lo mató, por ende al día siguiente se llevará a cabo una colecta entre los compañeros de trabajo para ayudar a la familia.

En esta crónica de barra se encuentran todos los elementos de una novela de tema social: el bar del puerto, el alcohol, el suspenso, el trabajo duro, la muerte, la solidaridad... Y, con un poquito de imaginación, la huelga en los muelles, un asesinato disfrazado de accidente laboral, la corrupción en el puerto de Ajaccio...

Hay que aclarar que el narrador era un estibador corso, y ya se sabe que los corsos tienen un buen sentido del diálogo y del relato.

(Tomado del blog “Île noire”)

viernes, 28 de diciembre de 2007

DUELO EN LA BARRA/ a Raúl Bethencourt

Raúl Betancourt, era Suma/Tulio Monsalve

Pensar en algún libro era la forma mas inmediata y casi automática de conectarnos con Raúl Betancourt. Su fácil y amable trato fue uno de los cauces que mejor logró familiarizarnos a la amistad con los libros; en una de las primeras oportunidades en que lo contacté, le pregunté por una novela de Mark Twain, El príncipe y el mendigo. Me dijo donde estaba, y la tenía en mis manos cuando se acercó con otro libros y me dijo que le acababan de entregar, eran ejemplares de las novelas completas y los ensayos del escritor. Consideraba mucho mas ventajosa esta opción. Era una bella edición en dos tomos de Aguilar concebidos en bello papel bíblia. Suspiré, revise, e hice pucheros ante la oferta, solo qué, por forzosa y pecuniaria razón, hube de posponer el trato hasta dos semanas después. Para mi regusto y cómo forma de honrar el recuerdo de Raúl, aún conservo el Tomo I.

Estimo que él nunca nos vendió un libro, fue su pasmosa capacidad para reconocer el significado de cada obra, lo que nos obligaba y comprometía a acercarnos a ellas. No hubo oportunidad, en la que al pretender opinión de un escritor o alguna obra, no obtuviera una respuesta acertada, para rechazarla o para mencionar algo de mas calidad. Era peligrosísimo hacerle este tipo de preguntas directas, pues al final era imposible no aceptar la lógica en que fundaba sus juicios sobre lo que nos indicaba, visto en el tiempo, y para mi regocijo y crecimiento espiritual, felizmente desde siempre reconozco entre mis libros, aquellos que él, en cada oportunidad, recomendó.

Sus juicios y criticas tenían gran capacidad para exaltar o deprimir nuestro entusiasmo; ellas fundaron nuestra trincheras en defensa de la causa justa por mejorar o afinar nuestra sensibilidad. Sus cuitas nos dieron base para ordenar los sentidos y su relación obligada con la lectura. Siempre apreciaba finamente, y con mas profundidad que aquellos que hacían de críticos, al dar luces sobre los motivos para nosotros ocultos, sobre aquello que había de recóndito en los títulos que le sometíamos a examen. En pocas, pero muy pocas oportunidades, me decepcionó con sus apreciaciones, tanto así que luego me vi sometido a sus juicio como editor, campo en el cual es mucho lo que le agradezco; pues fue bastante lo que hizo por mis libros.

Había abundancia de afecto en sus juicios inmarcesibles y una real y eficaz y envolvente fuerza en su manera de sonreír, fluido que brotaba aún en sus mayores tristezas, que las hubo, para resarcirnos exultando ansias de luz, de goce y alegría.

En Suma estuve, igual abrevaron de esto mis hijos, y ahora voy con los nietos, las luces de Raúl, y la sencillez de Julia siempre estarán presentes cuando de Suma se trate y de lectura nos sintamos acortados.

Este lugar, verdadero y pleno lugar, fue concebido y mantenido por Raúl , para hacer suma de, obras, títulos, saber, amigos, adictos, especie de cofrades que asistíamos semanalmente, con o sin motivo, para recibir de él las buenas y nuevas referencias; finalmente me limito a sufragar mi admiración por lo allí realizado, y desear a quienes lo heredan, cumplan para su honor, fecundos años para mantener aquello que toda nuestra amistad y afecto por Raúl lograron en el buen tiempo pasado y el por venir.

Raúl sigue el camino de si mismo, que es el que nos marcó, y por el cual lo distinguimos y admiramos.

Para Raúl Betancourt (que se escribe, Bethencourt)

jueves, 29 de noviembre de 2007

DERROTA / Rafael Cadenas


Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una
solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces
más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
("Ud. es muy quedado, avíspese despierte")
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras cuya
enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido
encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya
sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,
barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación, mi extravío una frescura
nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los
otros
y de mí hasta el día del juicio final.

Rafael Cadena (Barquisimeto 1930) poeta y ensayista venezolano. Profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central. De sus libros de poesía y ensayo podemos destacar, "Los cuadernos del destierro" en 1960, "Falsas maniobras" en 1966, "Memorial" en 1977, "Intemperie" en 1977, "Anotaciones" en 1983, "Amante" en 1983, "Dichos" en 1992, "Gestiones" en 1992 y "Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística" en 1995.

martes, 27 de noviembre de 2007

SHERLOCK HOLMES DICE ¡NO!/ Gustavo Méndez

“… aún así, va a soplar viento del Este, un viento como nunca se ha visto soplar en Inglaterra. Será un viento frío y crudo, Watson, y puede que muchos de nosotros nos apaguemos bajo su soplo.”

El 221 BAKER STREET PUB & GRILL está dedicado a recordar a ese arquetipo de la literatura policial que hoy NO es de ficción: SHERLOCK HOLMES. Paradójicamente, este Pub NO queda en Londres sino en Houston, de forma que es un homenaje incongruente, un miramiento a la tejana, incoherente con el cosmos de CONAN DOYLE. Quien vaya encontrará mesas de pool, maquinitas electrónicas y podrá ver, hasta el hartazgo, todo evento deportivo que se efectúe en el mundo.
Allí conocí, hace unos pocos años, a un venezolano devoto de ese autor, o, con más precisión, de su personaje. Mientras su esposa convalecía en alguna clínica de Houston, el paisano trataba de recrear y realimentar en el pub su afición por el detective.
Militar activo con grado de General para la época, en la tertulia omitió referirse al tema de la política venezolana. Tampoco yo insistí. A cambio, durante el trasiego de 3 ó 4 cervezas disertó sobre algunas características de la narrativa holmesiana. Habló de cómo ―con la sola excepción de Watson, el escudero― todos los personajes de la saga eran extravagantemente inteligentes. Nombró a la hermosa, despiadada y perspicaz Irene Adler (“Un Escándalo en Bohemia”), cantante de ópera que fue una de las pocas mujeres (¿la única?) que logró llevar a Sherlock a la cama, con magros resultados; del profesor Moriarty, filósofo, pensador abstracto, un genio del mal (“El Problema Final”).
Para mostrar su desagrado con el pub tejano describió otro pub: el “SHERLOCK HOLMES PUB”, cerca del afamado Big Ben en Londres, pero lejos de la mítica residencia de Holmes, en Baker Street. Comentó sobre algunos íconos que allí se encontraban: la réplica del Stradivarius favorito del detective; las letras VR (‘Victoria Regina’) grabada a tiros en pared o la hipodérmica con la que se inyectaba la droga de su predilección.
— “Estando en ese pub en Londres, muchos años antes, en 1989, en otro febrero —remarcó—, pude presenciar en TV un debate sobre el golpe del Coronel Tejero y otros militares contra la recién inaugurada democracia española. Se decía por esos días que la Thatcher, a la sazón Primera Ministra de la Gran Bretaña, fue informada por un Coronel de Granaderos (jefe de su Casa Militar) sobre el enfado que había en el Ejército inglés por la torpeza de la política gubernamental en Irlanda y su intervención en el conflicto entre católicos (IRA) y protestantes que cada día teñía de rojo las calles de Belfast. La THATCHER habría preguntado: “¿Y que piensan hacer los descontentos al respecto? ¿Qué haría usted, si estuviese entre éstos?” A lo que el Coronel respondería: “NO volver a votar por usted nunca más y recomendar a nuestros allegados que hagan lo mismo”.
— “Por cierto que yo estaba en la comitiva de Hugo cuando, mucho tiempo después (sobra decir que él nunca está a la hora de los tiros, que es renuente al olor de la pólvora) visitamos en Madrid la sede del Parlamento español, lugar donde se desarrollaron los principales incidentes de aquel golpe. Allí permanecen en el techo del hemiciclo las perforaciones de la ráfaga de proyectiles disparada por Tejero mientras vociferaba a los ministros y diputados allí presentes: “Todos quietos”. España conserva los orificios en la escayola del techo como un reproche permanente a lo que nunca debió haber sucedido y para que nunca suceda de nuevo. Al mostrarlos el alto funcionario que era nuestro guía, Hugo, sobresaltado, palideció” (continuará).

jueves, 22 de noviembre de 2007

SON, CARIBE Y BORBON/ Tulio Monsalve


Acabo de asistir a un coloquio El Caribe más allá de sus fronteras, me emocionó como personas interesadas en temas, asuntos, en síntesis todo lo que tenga que ver con la región caribeña intercambiaban con grata armonía. Comprendí que existe más de un Caribe, y que cada uno tiene sus propias sistemas de vida y cultura

Observo que cada cual llegar a comprender en forma diversa el Caribe y en quienes y porque somos, -entre otras cosas y mas que otras-, seres de este mar. En muchas oportunidades tuve la poca fortuna de tener que toparme con alguno que otro ilustrado, diría Adelantado o virtuoso de nuestro continente que se permitía disculpar nuestras debilidades, tecnológicas entre otras, exponiendo, que en fin de cuentas, total, no éramos mas que Caribeños. El aprender a entendernos y aceptarnos como habitantes del Caribe es una pasión.

Me consta que una de las apasionamientos de don Alejo Carpentier era el Caribe. Desbordaba fuerza y emoción al hablar de su mar. En la novela El siglo de las luces, Victor Hughes trae copias del decreto del 16 Pluvioso que proclama la abolición de la esclavitud, y otorga igualdad de derechos a todos los habitantes de las islas del imperio, sin distinción de razas ni estado. Luego se le ve avanzando por el combés de la nave que lo traía, para ir a quitar la funda de alquitrana que cubría una maquina y se descubre por primera vez, la desnuda y bien filosa cuchilla a la luz del sol. Era un objeto de rara belleza. Con la libertad y el decreto, llegaba la primera guillotina al mundo nuevo.

Luego vendría la Ley del 30 Floreal del año X, por el cual se restablecia la esclavitud en las colonias francesas de América, que deja sin efecto el decreto del 16 Pluvioso de año II. Acto para el solo regocijo de los buenos burgueses y terratenientes de toda la América.

Esa a sido nuestra vida, idas y revenidas de la libertad, con violentas vueltas al control de nuestras poco ilustradas y pero si bien aventajadas burguesias en su afan por hacerse del control del poder y de las vidas y destinos, sobre todo los menos validos.

Con terquedad y sin dar cuartel, a ese ritmo se mueve nuestra poesía, nuestra narrativa, nuestra música, con ritmos hacia delante y contradanzas en retroceso. Pero así avanzamos y así vamos a seguir avanzando hacia el espacio que marca nuestra utopia. Esos ritmos, esas melodías, esos sones, esos cuentos de nuestros campesinos, del caribe son la musica de fondo para nuestras poblaciones, que burla burlando, siguen haciendo del amor su arma y de la entereza de sus valores un cuartel, una muralla para saber como defenderse de aquellos, que son capaces de gritarles insolentemente: ¡ POR QUE NO TE CALLAS!!. Pero esa música y ese nuestro tumbao nunca se callará…

Pero nuestra voz caribeña, el coro de nuestras voces caribeñas, los gañotes caribeños vamos a seguir cantando al ritmo de nuestra libertad, bailando al son de la energía de nuestros músculos prestos para el goce o la defensa (si es necesario, el ataque), vamos a seguir haciendo poesia para tenerla como bálsamo que nos energiza, y narrativa como la que nos viene, entre otras tradiciones de nuestros libertadores o la que hemos escuchado de hasta un estrafalario personaje, Lope de Aguirre, que lo será tanto, que es capaz de decirle a este REY Borbon, que hoy nos ofende, en memorable carta: "que, en fe de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia". No contento, agrega: "Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes; ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según teneis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire".

Mucho habrá de decirse en este coloquio, sobre nosotros y nuestros ardorosos ritmos y poesía, mucha expresión de lo que sentimos, mucho de nuestra voluntad de ser diversos e integrados en torno a ese grave asunto de querer ser independientes y bien soberanos. Muy a pesar de la voluntad y deseos del borbón de turno.


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