martes, 1 de junio de 2010

TEQUILA / Liko Pérez


El agua dulce que produce el maguey, al ser cercenado de su espiga, y embotellada durante 24 horas, se convierte en pulque: fermento pastoso que bebían los chichimecas y que aún, con o sin gusano, se puede beber por estos lares. Sin embargo, no todo lo que fermenta se puede convertir en Tequila.
Ya dejados atrás los entrecortados valles de Teotihuacán en el DF de México, enfilamos hacia Guanajuato y San Miguel de Allende, donde los guías mexicanos, agradables pero decididos, se esfuerzan en cementar la importancia patriótica de dichas ciudades (así como ha sucedido en cada contacto con cualquier ciudadano de este país).
De Guanajuato a León y de León a Guadalajara, se extienden las famosas planicies de Jalisco, tan mentadas en aquellos corridos mexicanos que antaño, de niño, fascinaban mi imaginación: el zorro, las momias y los ilustres precursores de la independencia de México se acumulan a borbotones en mi imaginación y trastocan la verdadera realidad que hoy estoy viviendo.
Desde Guadalajara, serpenteando hacia el Pacífico, aparecen paulatinamente, de lado y lado de la carretera, las infinitas hileras de agave azul. O más bien, diría yo, de agaves de un extraño verde azulado que cambian de tonalidad según los toca la luz.
La tierra árida y roja, va quedando escondida entre los estrechos surcos que separan las infinitas hileras de agaves. Y de esta manera, caprichosamente, los áridos campos parecen transformarse en mares verde-azules que con fingida brisa logran apaciguar el intenso calor.
El sol es inclemente y los sombreros de paja, o de fibra de agave, son una necesidad en esos campos abiertos, ocasionalmente adornados por algún arbusto o chaparral protector.
La famosa “ciudad” de Tequila, es más bien un pueblito campesino rodeado de un mar de pencas, tunas, magueyes y agaves de distintos tipos. Y si no fuera por esa virtud ecológica original, con toda seguridad, estaría simplemente rodeada por un peladero de chivos. Pero no, aquí se encuentran y se producen las más codiciadas marcas de tequila del mundo, producidas, estrictamente (y con denominación de origen controlada), de agave azul.
Del corazón (o “la piña”) del agave, se obtiene la materia prima para producir el tan conocido trago. Y de cada piña, sancochada al vapor durante 36 horas, se sacan hasta 7 litros del codiciado licor.
Llegar como llegamos (como invitados especiales), a la “Casa Cuervo”, fabricante de tequila desde tiempo inmemorable, es algo de agradecer. Los amplios patios de las casas coloniales que conforman la factoría, las interminables degustaciones de cada tipo de tequila (que son muchos) y las metódicas explicaciones sobre las bondades de esa bebida espirituosa, van creando una borrachera amena, poco dramática, y sobre todo deslastrada de todos aquellos exagerados clichés que las rancheras y las películas mexicanas han ido dispersando por toda la humanidad.
Un incontenible mar de “margaritas”, degustadas bajo las frescas arcadas de uno de los patios más sublimes de la casa de nuestro anfitrión, terminó por confirmarnos que los cocteles de tequila, aunque se aprecien donde sea, saben mejor aquí.
Ya de vuelta a Guadalajara, cargados de recuerdos y de varias botellas del mejor tequila “reserva de la familia” de la Casa Cuervo, enfilamos directamente a nuestro hotel para salir de nuevo. Salimos con apuro, y con la esperanza de encontrar el mejor “Pozole” de la ciudad; o por decirlo en criollo:


en busca del impar reconstituyente (saca ratón) que esta bienaventurada tierra le ofrece a todos sus pecadores (un Pozole sublime que es comparable a nuestros benditos “nerviosos”, o a cualquiera de nuestros más apreciados “sancochos”).
México lindo y querido…que digan que estoy dormido…
Salud y buen apetito
Estocolmo, 2010-05-13

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