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Ya dejados atrás los entrecortados valles de Teotihuacán en el DF de México, enfilamos hacia Guanajuato y San Miguel de Allende, donde los guías mexicanos, agradables pero decididos, se esfuerzan en cementar la importancia patriótica de dichas ciudades (así como ha sucedido en cada contacto con cualquier ciudadano de este país).
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Desde Guadalajara, serpenteando hacia el Pacífico, aparecen paulatinamente, de lado y lado de la carretera, las infinitas hileras de agave azul. O más bien, diría yo, de agaves de un extraño verde azulado que cambian de tonalidad según los toca la luz.
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El sol es inclemente y los sombreros de paja, o de fibra de agave, son una necesidad en esos campos abiertos, ocasionalmente adornados por algún arbusto o chaparral protector.
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Del corazón (o “la piña”) del agave, se obtiene la materia prima para producir el tan conocido trago. Y de cada piña, sancochada al vapor durante 36 horas, se sacan hasta 7 litros del codiciado licor.
Llegar como llegamos (como invitados especiales), a la “Casa Cuervo”, fabricante de tequila desde tiempo inmemorable, es algo de agradecer. Los amplios patios de las casas coloniales que conforman la factoría, las interminables degustaciones de cada tipo de tequila (que son muchos) y las metódicas explicaciones sobre las bondades de esa bebida espirituosa, van creando una borrachera amena, poco dramática, y sobre todo deslastrada de todos aquellos exagerados clichés que las rancheras y las películas mexicanas han ido dispersando por toda la humanidad.
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Ya de vuelta a Guadalajara, cargados de recuerdos y de varias botellas del mejor tequila “reserva de la familia” de la Casa Cuervo, enfilamos directamente a nuestro hotel para salir de nuevo. Salimos con apuro, y con la esperanza de encontrar el mejor “Pozole” de la ciudad; o por decirlo en criollo:
en busca del impar reconstituyente (saca ratón) que esta bienaventurada tierra le ofrece a todos sus pecadores (un Pozole sublime que es comparable a nuestros benditos “nerviosos”, o a cualquiera de nuestros más apreciados “sancochos”).
México lindo y querido…que digan que estoy dormido…
Salud y buen apetito
Estocolmo, 2010-05-13
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