domingo, 16 de marzo de 2008

LA BARRA MAS LEJANA/Oscar Hernández Bernalette

Se trata de la barra de La Huerta en Caracas. Miguel Manrique y quien escribe nos trasladamos desde Altamira hacia la Avenida Solano un viernes de este marzo del 2008 para un rutinario encuentro entre viejos amigos politólogos. Pablo Antillano nos esperaba. Luego de una hora de tráfico a cámara lenta al fin llegamos a la redoma de La Campiña a solo 100 mts de la puerta de entrada al estacionamiento. Allí comenzó la tragedia de esa tarde, tardamos casi dos horas en recorrer el corto camino que teníamos por delante y cuya barra convertida en objetivo de sobrevivencia estaba a solo metros. La ciudad estaba paralizada. Pablo llamaba, me embarcaron, me voy, ¿a dónde se metieron?. Lo cierto es que estábamos a punto de cerrar el carro y caminar hasta la barra que nos esperaba como sedientos perdidos en el desierto. Entre cornetazos, llamadas telefónicas y silencios a rato, Miguel me conto una historia de cómo en una ocasión le cambio la vida una cola de estas. Ocurrió hace dos décadas en esta Caracas, la misma ciudad que le ha robado horas de existencia a millones de caraqueños que han perdido como imbéciles parte de sus vidas entre la contaminación de cuanto motor se nos topa o viéndole la maletera a cuanto imbécil diseño automovilístico se ha creado en este planeta.

Su historia fue la siguiente: una tarde de lluvia, la cola infernal, andaba solo y ante el agobio del tráfico logro estacionar y refugiarse en una barra. Para su sorpresa y por pura casualidad se encontró con buenos amigos que compartían una mesa y celebraban la designación de Germán Lairet como Embajador en Belgrado. Se sumo a la treta y el novísimo diplomático designado por Lusinchi luego de una larga tertulia le pidió que lo acompañara como segundo al frente de la Misión Diplomática. Cuenta Miguel que le agradeció y le recomendó que se llevara un diplomático de carrera. Me recomendó y quedó que me contactaría para proponerme esa opción. Entre ubicarme en algún sitio del planeta en donde vivía por esos tiempos, recapacito y acepto la tentadora propuesta. Dejó los pasillos de la UCV por caminos desconocidos. Su vida cambio y fue marcada por una enriquecedora carrera diplomática que lo llevo a Yugoslavia, Quito, Canadá y a las Naciones Unidas. Su experiencia como diplomático venezolano le corresponderá a él contárnosla. Lo cierto es que por esa cola caraqueña cambio para bien su destino.

De la tranca salvaje de ese viernes pasado me quedo esa historia, conocí al ex guerrillero más alto (Papote, Andrés Aguilar) y me permitió descubrir la barra más lejana de toda Caracas.

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