El barman me trajo el Jack Rose que en definitiva le pedí, y con este combinado de calvados, granadina, azúcar y limón, me puse a disfrutar mi viernes de barra. Una barra, por cierto, muy pequeña y estábamos tan apretados que yo podía escuchar lo que decía el economista. Cosas como: ¡500 000 millones de dólares de ingresos petroleros en 9 años de gobierno!
Me moví un poco para verlo sin parecer indiscreta. Y ahí estaba él con su elegancia natural, tenía puesta una chemise Lacoste y se tomaba un whisky en compañía de otro señor que lo escuchaba con atención, lo mismo que yo cuando lo escucho hablar de la responsabilidad social de la empresa. Tiene razón: si cada empresa ayudara a atender las necesidades del barrio vecino, el problema de la pobreza se aliviaría. Es lo que hace el ron Santa Teresa con el proyecto Alcatraz... Yo también trato de ayudar a que la gente que trabaja conmigo viva mejor. Por ejemplo Gladys: lleva 25 años en mi casa y hasta le expliqué cómo se hacen los cocktails, así que todos los viernes, igual que yo, se toma su cocktail viendo su telenovela. Sólo que a ella el único que le gusta es el Bloody Mary, y siendo cocinera de buena sazón lo prepara como Dios manda, con vodka, tabasco, worcestershire, jugo de tomate, limón, sal de céleri, pimienta y, como adorno, una hojita de céleri. A mí no me gusta el Bloody Mary, me sabe a gazpacho con licor...
La voz grave del economista me sacó de mis reflexiones sociológicas. Estaba diciendo algo insólito, viniendo de él que siempre es tan formal: decía que tiene una apuesta con su hijo por un millón de bolívares a que habrá cambio de gobierno en el primer trimestre de 2008, pero que él, el economista, dice que será más bien para fines del 2008. Ante tal perspectiva, y quizá también por efecto de mi segundo Jack Rose, me atreví a decirle: ¡Brindo por eso! Entonces él, siempre tan serio, ladeó la cabeza para mirarme y alzó su vaso de whisky en un gesto de adecuada cortesía.
Temerosa de cometer otra indiscreción, apuré mi copa, me puse el escarpín que se me había salido del pie, y me fui a mi casa para llamar a mi cuñada y contarle mi encuentro con el famoso economista.
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