lunes, 26 de noviembre de 2007

UN CABALLERO/ Rosa Bertin


Este viernes, al instalarme en la barra de un restaurante de la Solano, me dí cuenta que me había sentado junto a un personaje conocido, que me recordó una anécdota de mi cuñada. Por eso es que casi le pido al barman un Cinderella. Es que este señor, un economista famoso, se graduó con el esposo de mi cuñada. Y ella, que ya para entonces era tan despreocupada como hoy, se quitó sus escarpines nuevos que le apretaban, dejándolos debajo de su butaca, y algún bromista de la fila de atrás los puso a rodar por toda la fila. Cuando el acto de graduación concluyó, mi cuñada no encontraba sus preciosos escarpines. En eso se le acercó este señor, en toga y birrete, y se los entregó. Ante aquel gesto caballeroso, ella se sintió como la Cenicienta cuando el Príncipe le presenta el escarpín milagroso. Y de verdad que este señor, cuando lo veo por televisión, me parece todo un caballero.

El barman me trajo el Jack Rose que en definitiva le pedí, y con este combinado de calvados, granadina, azúcar y limón, me puse a disfrutar mi viernes de barra. Una barra, por cierto, muy pequeña y estábamos tan apretados que yo podía escuchar lo que decía el economista. Cosas como: ¡500 000 millones de dólares de ingresos petroleros en 9 años de gobierno!

Me moví un poco para verlo sin parecer indiscreta. Y ahí estaba él con su elegancia natural, tenía puesta una chemise Lacoste y se tomaba un whisky en compañía de otro señor que lo escuchaba con atención, lo mismo que yo cuando lo escucho hablar de la responsabilidad social de la empresa. Tiene razón: si cada empresa ayudara a atender las necesidades del barrio vecino, el problema de la pobreza se aliviaría. Es lo que hace el ron Santa Teresa con el proyecto Alcatraz... Yo también trato de ayudar a que la gente que trabaja conmigo viva mejor. Por ejemplo Gladys: lleva 25 años en mi casa y hasta le expliqué cómo se hacen los cocktails, así que todos los viernes, igual que yo, se toma su cocktail viendo su telenovela. Sólo que a ella el único que le gusta es el Bloody Mary, y siendo cocinera de buena sazón lo prepara como Dios manda, con vodka, tabasco, worcestershire, jugo de tomate, limón, sal de céleri, pimienta y, como adorno, una hojita de céleri. A mí no me gusta el Bloody Mary, me sabe a gazpacho con licor...

La voz grave del economista me sacó de mis reflexiones sociológicas. Estaba diciendo algo insólito, viniendo de él que siempre es tan formal: decía que tiene una apuesta con su hijo por un millón de bolívares a que habrá cambio de gobierno en el primer trimestre de 2008, pero que él, el economista, dice que será más bien para fines del 2008. Ante tal perspectiva, y quizá también por efecto de mi segundo Jack Rose, me atreví a decirle: ¡Brindo por eso! Entonces él, siempre tan serio, ladeó la cabeza para mirarme y alzó su vaso de whisky en un gesto de adecuada cortesía.

Temerosa de cometer otra indiscreción, apuré mi copa, me puse el escarpín que se me había salido del pie, y me fui a mi casa para llamar a mi cuñada y contarle mi encuentro con el famoso economista.

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