lunes, 19 de noviembre de 2007

TEMPORADA DE BODAS/ Rosa Bertin

Hoy estuve a punto de no ir a tomar mi cocktail de los viernes, porque tengo un trabajo urgente: rediseñar un tocado de novia para una clienta de Miami. Es que la novia ya no quiere el velo corto de tul con filigrana de plata; ahora, a sólo tres semanas de la ceremonia, se le antojó un velo más largo y con diminutas lágrimas de cristal, porque lo vio en la boda de no sé quien.

Para quitarme el mal humor, finalmente fui a tomar mi cocktail. Pensé que un White Lady me caería bien, y así fue: el combinado de ginebra, cointreau y jugo de limón me serenó. No me gusta estar de mal humor mientras diseño el ajuar de una novia, para una boda todo debe ser armonía.

Mientras me deleitaba con mi cocktail, pensé en lo rápido que pasa el tiempo, ya estamos en plena temporada de bodas: la gente se casa en noviembre-diciembre, pero este año yo pensé que no habría tantas bodas, por todo el agite de la reforma. Pero qué va, hay muchas bodas, en Caracas es una tradición.

Y en Estados Unidos es una verdadera industria, con una cifra anual de 30 000 millones de dólares y casas especializadas en organizar bodas: te resuelven la ceremonia, la fiesta, las fotos, los videos, el viaje de luna de miel por unos 19.000 dólares. Cada año 2.400.000 novias se casan de blanco, símbolo de pureza espiritual... y todo un mercado para nosotras las diseñadoras y para las costureras. Mi socia Antonieta que está en Miami, quiere que yo me vaya para allá, pero no me gusta Miami y no quiero dedicarme a diseñar trajes de novia. Claro que cuando mi hija se case con su novio, un muchacho encantador, de Orlando, le diseñaré un vestido de ensoñación, con un delicado bouquet de phanolepsias blancas. El bouquet de azahar ya no se lleva, era símbolo de virginidad, quedó démodé.

El bartender me sirvió otro White Lady y se me ocurrió que en una boda sólo deberían servir cocktails como el White Lady, el White Russian, el Honeymoon, el Acapulco...

El Honeymoon me recordó mi luna de miel, fuimos a Moscú porque mi ex-esposo siempre ha sido medio comunista. El primer día pedí un Honeymoon en el bar del hotel pero la mezcla de calvados, benedictine y licor de naranja me pareció empalagosa, a pesar del zumo de limón. Mi ex-esposo pidió un Black Russian, y yo le sugerí que se tomara más bien un White Russian, o sea la versión suavizada, porque la mezcla original de vodka y kahlúa es muy fuerte para los turistas, entonces se le añade leche. Pero él insistió y entonces el propio barman le aconsejó que se lo tomara a sorbitos para no marearse. No se me olvida la cara de mi ex-esposo, se le salían las lágrimas pero siguió tomando su Black Russian como todo un cosaco. Al día siguiente, tuvo que quedarse en la cama. Fue en el invierno de 1983, uno de los más gélidos que recordaban los rusos, casi no salíamos del hotel, yo tuve que comprarme una chapka para protegerme la cabeza de aquel tremendo frío.

La chapka me hizo acordarme del tocado de novia que tengo que terminar, y me vine a mi casa para seguir trabajando.

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