miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL HOMBRE DE PLOMO YA NO BEBE/ Johan Rodríguez Perozo

De cualquier malla sale un artista. Salamanca es una ciudad capaz de aguantar la eventualidad surgida del ingenio de la subsistencia en la calle. (Especial desde Salamanca)

En los días que transcurren, cualquier tipo de situación se le puede presentar a quien visite o viva en la histórica ciudad de Salamanca. Desde el encuentro con símbolos iconográficos, cuyo origen data de los siglos X o XII, desde la época del oscurantismo, pasando por el renacimiento o el llamado siglo de las luces, Salamanca es un mostrario capaz de impresionar al visitante más avezado, venido de cualquier parte del mundo. El caleidoscopio salmantino representa un catálogo de imágenes, de tal manera diverso que puede complacer, incluso, al más desprevenido de sus asiduos visitantes.

Figuras como la de Claudio, conocido en los predios del arte de la calle como “el hombre de plomo”, se tropiezan y confunden con los turistas en cualquier rincón o plaza de la ciudad. Ya los gitanos no tienen el monopolio de “la ruleta de la calle”, muchos paisanos, venidos de cualquier región del país, como es el caso de este hombre nacido en Gijón, recorren los espacios urbanos, ejerciendo una representación, a veces caricaturesca y otras, como remedos de artistas. Pero, de alguna manera hay que ganarse la vida“yo decidí hacerlo, llevando a cabo esta representación. Me cuesta algún esfuerzo, pues, no es fácil la preparación de las mezclas que uso para el maquillaje, también debo untar la ropa y el resto de mis instrumentos de trabajo con la misma sustancia; así le .doy coherencia a lo que mucha gente interpreta de la manera que quiere. Aunque antes ganaba más, cuando hacía de maniquí de modas”. La de Claudio es una imagen, cuya presencia despierta mucha curiosidad en los transeúntes. Al mejor estilo de Marcel Marceou, personaje francés quien consagró la figura del mimo, Claudio asemeja una especie de estatua, al permanecer de manera estática por mucho rato, en la perfecta simulación de un intelectual ejerciendo su hábito de lectura. Cualquier curioso viandante podrá constatar que a este hombre “hecho de plomo”, no se le mueve ni un solo músculo durante su actuación.

Miles y miles de visitantes, turistas o habitantes comunes de la ciudad, disfrutan de personajes como Claudio, el hombre de plomo, en la medida en que éstos representan un esfuerzo actoral que se ve premiado, siempre y cuando la vasija recolectora de la espontánea colaboración de la gente, se nutra de acuerdo al interés del artista. Aunque resulte contradictorio, será al calor de las frías noches de un otoño que comienza a asomar su rostro, cuando el artista muestre su satisfacción o inconformidad con el producto de las colaboraciones recibidas. Para mí lo que recoja sirve para alimentarme modestamente. No me hago ilusiones, ya que esto para mí, no es más que un modo de sobrevivir…” expresa el también conocido, como el ícono de plomo. Claudio es uno más de esos personajes confundidos con el asfalto y la arquitectura de cualquier ciudad europea. Al igual que otros, lucha por sobrevivir a las penurias personales representadas en una larga trayectoria por el mundo de las drogas y el alcoholismo. Dice haber abandonado las drogas y el alcohol, “ahora lucho por recuperarme de esa enfermedad, para atender el daño que me han causado las drogas y el cigarrillo. Los médicos no me dicen que deje de fumar, pero sí dicen que tengo los pulmones negros, quizás para ellos era más importante dejar el aguardiente y las drogas, pues, el tabaco, al fin y al cabo, lo usa todo el mundo”. Esto es lo que expresa un personaje como el hombre de plomo, al conversar de manera afable con quien escribe. Pero la realidad y los hechos no son a veces lo que la percepción asume. Una gitana, quien nos dice haber recorrido el mundo y que conoce bien a Venezuela, le sugiere una negociación a Claudio por la silla que utiliza para su acto en la plaza. Éste, de manera discreta, la aparta a un lado y conversan en privado. La gitana se retira, a su regreso y de manera imprudente, entrega a Claudio una porción de “substancias”, las cuales, al caer de su mano accidentalmente, pone al descubierto el resultado de la negociación. La diligencia está hecha, ambos se sienten satisfechos, la gitana regresa a pintar, utilizando la silla como atril y Claudio, de nuevo, al mundo que antes decía “… lo he dejado atrás”.

La vida sigue su curso en una ciudad, cuyas tradiciones han incorporado furtivamente, la trama representada por los personajes que hoy forman parte de los cambios sufridos por la sociedad. Entre Claudios y gitanas, representando su papel, seguirá transcurriendo el devenir de la ciudad moderna. Ahora, además, con estos nuevos personajes incorporados al paisaje urbano.

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