jueves, 1 de julio de 2010

HERMANO Y SU SECRETO/ Pablo Antillano


(Más fotos del Estreno en http://codigodebarra-fotosymiscelaneas.blogspot.com

Anoche fuimos al estreno de la película de Marcel Rasquin, “Hermano”, que viene de ser triplemente premiada en la más reciente edición del Festival de Cine de Moscú: jurado, crítica y ¡público! Entendimos por qué.

Es una película que se atiene a las convenciones universales de un buen cuento. Dos jóvenes hermanos que viven en un barrio caraqueño emprenden juntos un viaje hacia una meta promisoria: ser seleccionados para jugar en el Caracas Fútbol Club. Desde el principio mismo se nos advierte que entramos en el reino de las Moiras, de los designios de un destino prefigurado, con aliento mítico.

Uno de los hermanos entra en la historia como un recién nacido abandonado en un depósito de basura. Aparece, atravesado por decisión soberana de los dioses, en el camino azaroso de una madre y su pequeño hijo. El uno, Julio, y el expósito, Daniel (Gato), se crían juntos trenzados por el amor maternal y la pasión por el fútbol, pero la travesía hacia su destino final es amenazada e interrumpida por vicisitudes de diversa índole, algunas de ellas insalvables, trágicas.

La narración fluye, pues, sin fisuras, sin dejarse vencer por ningún tipo de ruego, impulsada por el deseo y la destreza de los hermanos pero torturada por las tensiones de la violencia y la necesidad. Ganar al fútbol, entrar en un equipo profesional, significa “salir de la vida”, romper el anillo de la moral delictiva que sujeta cualquier gesto en el barrio, escaparse de las sombras que acechan en las escalinatas, en las pico´e loro, en los “piedreros”, en las armas que sobresalen en los cinturones de los adolescentes. Unos lo lograrán, mientras que otros, dolorosamente, no.

Dos grandes fuerzas opuestas tallan el carácter de los personajes centrales: la venganza y el secreto. Julio, confabulado con mitos arcaicos de la audiencia, desea vengar la muerte de su madre, y en su furia ciega se aleja del fútbol y el anhelo. Gato, en cambio, apuesta a la opción racional, guarda en secreto la identidad del asesino en función de la meta final y para salvaguardar el destino del hermano. Dos claras opciones éticas del mundo moderno.

Frente a esta historia, escrita por él mismo en el molde de la tradición mitológica, Rasquin coloca sus cámaras con ánimo épico y brinda un espectáculo sobrecogedor que por momentos estrangula la respiración del espectador. Los “combates” futbolísticos entre los dos hermanos se desatan en una especie de anfiteatro romano que refuerza el tono de pertenencia a las grandes historias humanas. El montaje del furioso encuentro entre los dos “gladiadores”, así como el de las secuencias de los juegos de fútbol exhiben un virtuosismo cinematográfico que dice mucho de su formación técnica y la de su equipo.

El público que suele ver cine venezolano encontrará aquí nuevas y alentadoras virtudes: un guión riguroso para un cuento bien diseñado, una economía absoluta de secuencias y planos en función de la narración, sin panorámicas del barrio ni regodeo en asuntos secundarios, preeminencia del cuento por encima del discurso sociológico, visión “horizontal” del barrio a pesar de la topografía y las escaleras.

A la verosimilitud de la historia vienen a contribuir un lenguaje coloquial sobrio --- ajeno a los costumbrismos habituales --- y una imaginación cinematográfica que disfruta escenas dramáticas memorables ( escenas familiares con la madre, los hermanos bailando bajo la mirada del corazón de Jesús en el cuarto de la madre asesinada, el joven Gato que llora en el baño , los encontronazos sentimentales entre los hermanos gladiadores, etc.), y frases memorables ( “Ya se está yendo el olor a torta” , en referencia al oficio de repostera de la madre muerta) .

Cuando se puede ver con fruición una película sin baches provoca decir que ha terminado el amateurismo y el autodidactismo que actuaron como potencias hasta hace muy poco en el cine venezolano. Incluso los actores, con poquísimas excepciones, son verosímiles y sus parlamentos tienen credibilidad como en muy pocos casos de nuestra cinematografía.

La coartada final, la manera como Rasquin culmina su película, puede sorprender a muchos a pesar de que sintoniza con secretos deseos de los venezolanos de hoy: logro y esperanza. Uno de los hermanos alcanza la meta en una atmósfera de celebración y fuegos artificiales. El precio sin embargo se muestra desmesurado: el logro adviene preñado de dolor, de sacrificio, de un alto costo sentimental y simbólico. El episodio evoca el mito de Castor y Polux, uno mortal y otro inmortal, fundidos tras la muerte de Castor en una sóla entidad de terneza y gloria.

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