martes, 6 de julio de 2010

GANAR LA NOCHE / Antonio López Ortega



Entre el jueves 24 y el domingo 27 de junio, con el sábado como día estelar, se llevó a cabo, por quinto año consecutivo, un evento singular llamado Por el Medio de la Calle. Lo que en sus orígenes fue apenas una calle cerrada, generalmente la Luis Roche, en el tramo que va de la redoma al cruce con la calle de la clínica El Ávila, esta vez fue un área cuadrada que se extendía desde la plaza de Altamira hasta la plaza Bolívar de Chacao.

Las autoridades municipales no previeron que, pese a la significativa extensión, la gente tuviera que caminar casi dándose de codazos, tal sería la afluencia de los rostros multicolores, de todas las edades, que plenaban las calles y aceras. Los pretextos pudieron ser cine al aire libre, conciertos de rock, espectáculos de danza, performances, ambientaciones musicales, intervenciones artísticas, bandas de samba o bandas marciales, si el propósito de fondo se alcanzaba: lograr la recuperación de la noche caraqueña, a salvo del crimen y las desgracias, bajo una propuesta cultural de intercambio, disfrute y libertad poco común en nuestro hostigado espacio de vida.

A su manera, o salvando las distancias, este espacio de apuesta ciudadana quiere emular experiencias ya conocidas en ciudades como París, Madrid o Barcelona, donde La Nuit Blanche o La Noche en Vela permiten una verdadera toma del espacio urbano por expresiones artísticas tan variadas como versátiles.
Las calles y plazas de Chacao podrían ser un tubo de ensayo para soñar en una apuesta mayor
de recorrido, reconocimiento y reconciliación tan necesaria para nuestros amenazados ciudadanos. No la ciudad dividida o parcelada, presa de sus propios miedos, sino la ciudad del reencuentro y la convivencia, capaz de trascender las diferencias de toda índole para reconocer que la circunstancia urbana es común a todos.

Los rostros de la noche del 26, los que se apelmazaban en la plaza de La Castellana para escuchar rock o los que se trepaban por los corredores del Mercado Popular de Chacao, eran sobre todo los de los jóvenes, vestidos de todas las maneras, peinados a la usanza actual o trayendo remembranzas del pasado, tatuados en brazos u hombros, atravesados por anillos en la boca o aros en las cejas.

Los patineteros, los grafiteros, los que sólo escuchaban música electrónica o los que bailaban con los ojos cerrados, eran especies vivas, que salían de la madriguera y mostraban una ciudad desconocida, anhelante, que añora un tratamiento distinto a la humillación y al desplante.

El futuro, finalmente, o la alternativa a lo que nos carcome, apuesta por vías libres, anchas, donde los vehículos no sean el único protagonista y la marginalidad el único asidero. Una manera de romper ataduras, miserias, cárceles móviles. Una manera de apostar a una humanidad de apetitos, deseos, sueños.
Una civilización secreta deambulaba bulliciosa por las calles y se bastaba a sí misma para reconocer que el rostro de la ciudad puede ser otro si sus protagonistas se vuelven conscientes
de lo que diariamente se niegan.

Poco importaban los atajos, las calles sin luz, los pasos estrechos, los botes de basura, si la noche, que es el símbolo mayor de la alteridad, se ganaba a fuerza de empeño y entusiasmo.

Ese rostro lo tuvo Caracas hace apenas unos días y, aunque se trata de algo todavía restringido a una porción de la ciudad, la experiencia nos demuestra que el salto puede darse a mayores en cualquier momento.

La noche puede ser de todos si la suma de almas que la habitan, a fuerza de fraternidad y concordia, irradia suficiente luz.

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