lunes, 20 de octubre de 2008

MUSA LEVIS / Pablo Antillano, desde Chelsea, NY. NY

Recordando a Elba Damast

Hay gente que habla sola. Uno los ve en la autopista hablando con el retrovisor, o con el volante. Hay quienes se exaltan y gesticulan en su agitada soledad. A veces ofrecen discursos al espejo mientras se afeitan o a la almohada mientras sueñan. El silencio hogareño se quiebra ante las exclamaciones, en ocasiones imperativas, con las que los fantasmas de inconsciente realizan su ritual matutino. La familia sonríe, como los transeúntes, ante estos absortos parlanchines.

Estas meditaciones en voz alta son frecuentes en los templos, en donde los feligreses susurran a los santos sus reclamos prometéicos, o en los parques donde los estudiantes recitan una y otra vez como si las hormigas no pudieran escucharles. A veces los periodistas frente a sus teclados orientan sus miradas hacia el techo y murmuran sus cavilaciones, para luego cazarlas cómo si fueran pájaros y encerrarlas en breves parrafadas. Pues ni modo, es Gente que habla Sola, como titularía Sergio Dahbar su columna.

En estos dias, el parloteo solitario de un caminante reveló ante nosotros una extraña explicación a su ensimismamiento. Fue un martes agitado en las aceras de Chelsea, el barrio de moda de Nueva York. A la zona la han puesto de moda centenares de artistas, nuevas galerías y lugares de entretenimiento, que en la última década huyeron de los altos alquileres del Soho y el Village. El Distrito Histórico de Chelsea es hoy el bastión de las vanguardias, del new age, de los anticuarios y del movimiento gay, y se extiende al oeste de la Sexta Avenida hasta las riberas de Río Hudson, entre las calles 14 y 34.

La casa de Elba Damast

Apenas nos incorporamos a la multitud de la Séptima Avenida, en pleno rush hour, escuchamos la murria de un hombre de apariencia mustia y abatida que venía diciéndose a sí mismo una especie de oración de Sai Baba: «Tenemos edificios más altos, pero templos más pequeños; autopistas más anchas, pero puntos de vista más estrechos; gastamos más dinero, y tenemos cada vez menos; compramos más, y disfrutamos menos.»

Cuando cambió el semáforo y la muchedumbre tuvo que detenerse para dejar pasar un centenar de taxis amarillos, el hombre pareció despertar. Nos miró y dijo: «Ustedes no entienden». Cambió de nuevo el semáforo y la maquinaria humana reemprendió su marcha. El siguió orando hacia adentro: «Tenemos casas más grandes, y familias más pequeñas; cosas más convenientes, pero menos tiempo; más educación, y menos sentido; más conocimiento, y menos juicio; más expertos, y más problemas; más medicinas, y menos bienestar»

Había algo en estas palabras, de apariencia imprecatoria, que prolongaba el ánimo meditativo que perfumaba la casa en la que solíamos alojarnos hace unos años. Era la silenciosa casa de Elba Damast en la que se respiraban inciensos y se escuchaban permanente y suavemente los discos hindúes de Sree Guru Gita, de Raga Taranga o Brufali Raga. Una hermosa posada económica para artistas y escritores con once habitaciones y tres baños majestuosos, llena, absolutamente llena, de cuadros, libros y objetos sugerentes.

Elba Damast, hoy desaparecida, era una artista nativa de Pedernales que se fue a Nueva York a principios de los años setenta y se hizo beneficiaria de una sólida reputación tanto aquí como allá. Los críticos venezolanos asociaron las obras de sus primeros años al abstraccionismo gestualista en el que militaban otros artistas como Hung, Mérida y Hernández Guerra. En Estados Unidos se le asoció al «action paiting». Con los años y hasta el último día de su vida consolidó una vasta obra de dibujo, gráfica, pinturas de gran formato, esculturas e instalaciones.

Aunque expuso pocas veces en los Salones y galerías venezolanas, los asiduos al arte recuerdan sus grandes cuadros abstractos poblados de ventanas simuladas y postigos, sus grandes corazones y, muy especialmente sus casas tridimensionales. En los primeros años de este siglo trajo a Caracas sus casas transparentes y flotantes recubiertas de telas metálicas, que Juan Carlos Palenzuela asoció a los paisajes de su niñez en el Delta.

La casa, motivo permanente de su larga obra plástica, tiene su expresión más acabada en esa morada para artistas que ella instaló, junto a su esposo, el pintor Peter Mackle, en el corazón de Chelsea. La luz, la alegría que le proporcionaban sus innumerables objetos, la atmósfera reflexiva y un tanto mística que promovía con las tertulias del desayuno, con sus infusiones de variadas especies, aderezadas con cárdamo, canela y azúcar negra, y su constante incitación a la discusión, le daban a esa residencia un carácter único, como el de las obras de arte. Los suyos son «paisajes oníricos» diría Palenzuela en su último catálogo. Y lo entendimos.

Hablar con los demás

Fue pues con este ánimo de inocencia que inoculan los ambientes New age que decidimos acompañar al orate introspectivo que circulaba por la Séptima Avenida. El seguía con su filípica : «Tomamos mucho, fumamos mucho, gastamos sin medida, reímos muy poco, manejamos muy rápido, nos enfurecemos demasiado rápido, nos acostamos muy tarde, nos levantamos muy cansados, casi no leemos, vemos demasiada TV, y casi nunca rezamos.»

Pero de pronto, en una esquina, el musitante despertó de nuevo y preguntó: ¿Qué me ven? ¿Que están pensando ustedes? ¡Seguramente creen que soy un insano, que estoy loco! ¡Levanten la vista del piso! ¡Mírenme! ¡No se vean los zapatos! ¡Todos iguales, como sus almas! ¡Ustedes no saben quien soy yo! ¡Ustedes no leen nada! ¡No leen ni el periódico! ¡Sólo ven televisión todo el día!…

¿Quien será este?, nos preguntamos mirándolo de reojo y recordando que en Chelsea siempre han sido muy frecuentes los artistas extravagantes. Importantes pero extravagantes. En el Hotel Chelsea murió Dylan Thomas, y entre los cincuenta y los sesenta fue la base de Williams Burroghs, de Brendan Beham, de Nabokov, de Pollock, de Bob Dylan y todos recuerdan las «Chelsea Girls» de Warhol.

Cambió el semáforo y la masa aceleró el paso. Muchos desertaron atemorizados. El hombre siguió duro. Caminó más rápido y continuó, casi gritando: ¡Claro ustedes ven a un hombre hablando sólo y piensan éste es un pobre loco¡ ¡Pero yo no hablo solo porque estoy loco! ¡ Yo hablo solo porque ya probé eso de hablar con los demás¡ ¡Y eso, eso no sirve para nada!

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy grato el artículo. Mil gracias.

Anónimo dijo...

Aprovecho para agradecer tus importantes envíos. Me ha impresionado mucho la nota sobre Elba Damast. No la conocí pero escuché mucho de ella. Tu nota es extraordinaria.

Recibe cariños

Anónimo dijo...

Pablo: Me encantó tu artículo. Por dos, no tres, motivos. (1) gracia, agudeza en la mirada que nos regala esta prosa; (2) me llevaste a NY, mi ciudad favorita, mi patria en realidad, pues allí viví gran parte -- la mayor parte -- de mi vida, si acaso lo mío es vida; y (3) por presentarme a ED, a quien no conocía, ni a ella ni a su obra. El puente entre las casas que pintaba y la que puso como una mesa para sus huéspedes, me convenció de que debo buscarla. Estaré pendiente. A ti te doy un abrazo muy fuerte, como si fueras una botella de whisky de 24 años. Octavio Armand

Anónimo dijo...

Que bonito o que escribiste de Elba. Sabías que Elba tenía dos nombres artisticos?
Uno ED y otro (no lo recuerdo) que era el que usaba en su producción MASIVA de obras y gráficas que colmaron miles de habitaciones de hoteles x el mundo!!!!
Recuerdo las grandes ventanas de su cocina con colección de objetos en vidrio color añil.

El texto de “el loco” es maravilloso. Envíamelo para los hijos.

Un beso y gracias

M.

Anónimo dijo...

SIEMPRE ESTUPENDO. CARINOS A TU HIJITA. UN ABRAZO
FERNANDO

Anónimo dijo...

Esa columna quedó deliciosa... veo que nadas un poco lejos, cuándo regresas para montar la sesión de trabajo con el grupo de la maestría de la Universidad de salamanca, estarán aquí hasta el 30 de noviembre... avísame...
un abrazote

Anónimo dijo...

Disfruté mucho tu crónica pitiyanki

Anónimo dijo...

¡Que hermoso texto, Pablo!
Gracias y besitos

Anónimo dijo...

esta mañana leì RECORDANDO A ELBA DAMAST. Què bonito, Pablo, no puedes dejar de escribir nunca. Què frescura, què buen rato pasè leyèndote. Me enorgulleces.

Un beso,
Pili

Anónimo dijo...

Hola Pablo, estuve leyendo tu crònica Recordando a Elba Damast, me encantò, es una delicia.
Un abrazo,

Maite Espinasa

Anónimo dijo...

Que maravilla esta pieza y todas las demás que nos llegan. Doy gracias por este vital encuentro que siempre espero con la boca hecha agua.
Abrazos muchos y salud mas buena cerveza!
Edgar Vergara

Anónimo dijo...

Hay vidas asì.gracias por nutrir el grupo siempre de algo nuevo
Rosa Virginia Bigott


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