lunes, 20 de octubre de 2008

CANTINAS LEJANAS /Julio Bolívar

Aterrizo en Maiquetía casi deshidratado. En Costa Rica la militancia de un evento editorial me puso lejos de todas las barras. Desde la ventana del autobús miré, con nostalgia mexicana y larense, algunas cantinas con nombres lapidarios: Cantina El último trago, Cantina El halcón negro. Pensé en el cine mexicano y también me dije, descubriendo el agua tibia, que Centroamerica es un invento mexicano: comen casi igual pero con menos chile, beben tequila y casi todas las cervezas norteñas, también las tortillas están en la mesa y a los totopos les dicen nachos como todo país turístico. No hay dudas. Tampoco había rockolas, ¡susto!. En un centro comercial llamado Mi Pueblo, algo country entre a Likos, un bar restaurant, acompañado de una editora peruana de lo más chida, descerrajé unos cuanto tequilas con una Corona bien fría para poder entrar en calor y acompañar la cena de una exuberante botella de Merlot y digerir esa comida en la que nunca faltan los frijoles. Todas las comidas ticas llevan Gallo Pinto, una especie de moros y cristianos pero sin cerdo, aliñados , gratos , pero a uno le recuerda a las caraotas con arroz de nuestras casas familiares venezolanas, o esa especie de acompañante de las carnes de nuestros asaderos públicos, bueno para los que venimos del interior y que fuimos criados con una abuela que venía del monte, la manigua diria un habanero.

En fin mi querido Pablo, un viaje cansón, rodeado de libros universitarios, en el que que a veces encontramos pequeños milagros, como un preciosos libro de la Universidad del Perú, escrito por el sociológo Mirko Lauer y su hija, sobre el milagro gastrónomico peruano, una joya de interpretación del fenómeno que sucede en la tierra de Vargas Llosa.

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