martes, 13 de mayo de 2008

Música para barras ¡CANTINERO!/Ana Black

En todas las canciones que he escuchado dedicadas al cantinero lo llaman amigo. Es más o menos conmovedor ver el cariño con que lo tratan y la consideración que le profesan, incluso en una copla en la que el parroquiano sospecha que quien le ha estado sirviendo los tragos por años tiene una vainita con su mujer (con la mujer suya del parroquiano, esa es la gracia), el hombre tras la barra –el infame hombre tras la barra, sería preciso decir- es tratado con respeto:

“Ya tomé mil botellas contigo

Y me has dicho las cosas más crueles,

No me digas que no soy tu amigo

Y confiesa también que la quieres.

Yo no voy a matarme por nadie,

Yo mi vida la vivo borracho

Si me cambia por ti, que bonito,

Tomaremos los dos a lo macho”.

Después dicen que borracho no es gente. Es muy fácil, estando sobrio perdido y en estado anímico más bien tirando a estable entrar, tomar asiento en la barra y ­–¡Tonnn-ces Pepe!- alante, instalarse a comentar el último acontecimiento deportivo o político o político-deportivo de la temporada hasta que llegan los(as) verdaderas(os) panas para entonces continuar la conversa pero viendo para otro lado o, estando en condiciones del todo opuestas y con el espíritu descalabrado querer como un hermano a quien le sirve. Eso es fácil, lo de admirar es que un ser pueda pasar noche tras noche, día tras día, turno tras turno calándose a unas y otros.

¿Se habrá dado cuenta alguien que Pepe ha estado comentando –una y otra y otra vez- el gol de Mengano allá en Kutusiapón desde que llegó el primer bebedor consuetudinario a eso del mediodía y que entre tanto y tanto pudo haber disertado acerca de cuánto le ha crecido el pelo a Britney Spears porque, sépanlo, saben hasta de farándula? Y si llega alguien a la barra y le pide: “Lo de siempre”, como en las películas, ¿se sentirá insultado por la falta de fe en su capacidad recordatoria? ¿No es la idea que el hombre conozca al parroquiano y no más verlo entrar se dé la media vuelta para servir el trago que lleva diecisiete años sirviéndole? ¿Alguno habrá notado que los cantineros siempre tienen lo que mi amigo Jesús llamaba “el gesto pegado”; que saludan, atienden, sirven, comentan y despiden siempre con la misma media sonrisa (a menos que venga alguien muy cómico y le arranque una carcajada, o aparezca otro muy necio que lo haga… enojar)? ¿Algún barman llevará el promedio de dichas y desdichas que asiste cada semana?

Aunque, tengo el pálpito de que son más los lamentos que escucha el cantinero que las historias felices porque, es difícil creer que alguien que está contento vaya a pasar –en soledad- toda una tarde en la barra del bar distrayendo al otro de su oficio. Son tantas las historias que comparte y los consejos que reparte que no en balde hay quien iguala la barra al confesionario, incluso leí en una página evangélica –cosas de la navegación- que un buen pastor había abandonado el ministerio para hacerse cantinero. De tanto escuchar historias se han vuelto sabios en casi todos los temas.

Así pues, aferrados a su barranco -y al borde de la barra- los malqueridos* estiran un brazo y, según cuentan todas las canciones, piden. Piden tragos, copas o botellas; piden de lo más fino que haya o cualquier cosa que estremezca, algo fuerte para aprender a olvidar, para saber morir, para atreverse a matar, para buscar razones o encontrar respuestas; buscan con quién brindar o quien los escuche maldecir; solicitan testigos de su desgracia o quien dé testimonio de su dolor; ordenan bebidas para vengarse o para perdonar, tragos para llorar o para reír. Piden música, boleros para evocar o rancheras para sufrir. Demandan consejo al amigo cantinero o igual le exigen que calle; reclaman algo que les de calma o sugieren que vierta veneno en el trago; que los consuele y los atienda, que los escuche, los cure o los mate; le piden diez veces la del estribo y hasta piden para llevar.

¡Puro pedir, puro pedir!

Y Pepe, sereno, lustra su barra, ese trozo de madera torneada que muchos consideran un templo.

No encontré una sola canción que alabe, agradezca, reconozca o considere al cantinero.

¡Urge escribirla!

*A lo mejor mi cultura de barras está algo caduca pero, escribo en masculino porque, por lo general las mujeres manejamos barrancos, despechos, y otras alteraciones del espíritu en compañía, ya sea de una persona (hombre o mujer, lo importante es que sepa escuchar) o en grupete, pero siempre con amigos.

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