sábado, 3 de noviembre de 2007

ENGRILLAR, GUIA PARA LA ACCIÓN /Gustavo Méndez


Mientras los Leones empataban a Magallanes (3 a 3), poco antes de perder por una carrera, el hombrón a nuestro lado decidió interrumpir la conversación (de varia insignificancia). Antes, resguardada la cabeza por un sombrero pelo e’guama, inclinados sus hombros sobre la barra, había permanecido totalmente silencioso, sucediese lo que sucediese en el stadium y dijésemos lo que dijésemos los tertulianos de esa noche.

Animado por la exhibición que alguien hizo de la reciente y famosa foto en la que una afro-descendiente, con un garrote en una mano y en la otra la pancarta que rezaba “HIJOS DE INMIGRANTES DE MIERDA … ¡FUERA! decidió intervenir, con rara cortesía y superiores conocimientos. Dijo, con suave entonación: —“Los caraqueños están totalmente equivocados con Hugo. Se los puedo decir yo, que aunque también nací en Sabaneta de Barinas, si conozco la historia de este país. Eso de que el hombre tiene un plan, de que tiene un proyecto, que es un estratega… ¿de dónde lo sacan?

— “En nuestra Escuela Militar sólo se estudia estrategia en los cursos de Estado Mayor (con dudoso aprovechamiento) a partir del grado de Coronel; de manera que no fue en el Ejército donde pudo asimilarla Hugo. ¿O es que creen que la aprendió de la lectura de «EL REPOSO DEL GUERRERO», antes de que BORIS IZAGUIRRE afirmara que su autor era gay?” —preguntó.

— “Desde que HUGO abandonó la lectura de JOSÉ LEÓN TAPIA, barinés como nosotros, y esos ‘cooperantes internacionales’ como RAMONET, DIETERICH, MONEDERO le empezaron a embarullar la cabeza, el hombre se nos perdió en esa maraña de ideas extranjeras” —pontificó—. “Aunque, si a ver vamos, al menos MARX estaba claro en la identificación del enemigo: la burguesía. ¿Qué es eso de que el enemigo ahora es el inmigrante? ¿Cómo sabemos quién es hijo de inmigrantes, en este maldito país de mestizos?”

Mientras —por sólo una vez— levantaba la cabeza hacia el televisor, como buscando a alguien entre los peloteros, dijo: —“Inmigrante es GIORDANI, ese que imposta ser Ministro de Planificación, nacido, como Sammy Sosa en San Pedro de Macorís, República Dominicana. Inmigrante es FARRUCO SESTO, gallego … como Francisco Franco … como los dueños de este botiquín donde bebemos. ¿Los matamos a ellos y a sus hijos?”.

—“Si HUGO no fuese tan antojadizo e impresionable, hubiese seguido las enseñanzas de ZAMORA. Sería mejor si la revolución se guiara por las palabras del adivino de EZEQUIEL, aquel TIBURCIO, que predicaba desde un púlpito previamente arrasado, desde El Real de Barinas: «Hay que seguir a ZAMORA porque éste lo que quiere es llevar a MARTÍN ESPINOZA a Caracas, a matar a todos los que sepan leer y escribir». “Esa si es una guía para la acción, como diría Lenin” —remató.

— “Si me lo permiten, les voy a enseñar una palabra ahora en desuso pero que fue muy empleada en Venezuela durante el SXIX: ENGRILLAR’. Fíjense: ahora bebemos para rebajar las tensiones, para adelgazar la crispación, pero MARTÍN ESPINOZA desde que los colorados le mataron la mujer, empezó a beber para hacerse más feroz. Cuando cogía a un godo le ordenaba: engrille, es decir, que bajara la cabeza para descargarle un machetazo. Mis hombros encogidos y mi nuca adelantada no es producto del cansancio ni del abatimiento: es un tic de familia. Desde que mi bisabuelo Antonio se salvó de chiripa de un machetazo de Espinoza, después de ofrecerle la nuca, todos sus descendientes varones nacemos así, engrillados —remató mientras pagaba su cuenta … y la nuestra.

“Por cierto —dijo mientras se devolvía— la compañera de la foto, la afrodescendiente esa, con tanta pasión xenófoba en el rostro, no parece ser maquiritare ni yekuana y, pa’mí, es tan extranjera como FARRUCO, sólo que de padres nacidos en distinto continente”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Chavismo y xenofobia

Elías Pino Iturrieta

Los abismos hacia los cuales nos está precipitando la "revolución bolivariana" se hicieron patentes en unos carteles de ignominia con los cuales algunos de los partidarios del oficialismo se opusieron a la marcha estudiantil. Elevados sin rubor sobre la multitud, los carteles solicitaban que se expulsara del país a "los hijos de los inmigrantes de mierda", una petición que nadie se había atrevido a hacer en los últimos años, por lo menos públicamente; un deslinde monstruoso que nadie en nuestros días había tenido el descaro de proponer a la vista de todos, o que apenas había derramado su veneno y su estupidez en escenas herméticas. Debemos suponer cómo la vergonzosa solicitud se remitía directamente a Yon Goicochea, un líder juvenil quien se ha ganado por sus talentos y corajes general admiración, o a algunas de las actrices de la televisión que han levantado su voz contra el Gobierno. Se me ha dicho que, como Goicochea, ellas son venezolanas de primera generación nacidas de padres extranjeros, un pecado que ahora pregona el índice afilado del chavismo dispuesto a cualquier aberración para profundizar su hegemonía.

Carece de sentido ponerse a debatir sobre la descalificación de Yon Goicochea y de quienes son como él por un nacimiento que no parece llenar los requisitos de participación política por su supuesto desarraigo, no en balde se trata de una conducta que no merece la contraposición de argumentos debido a su deplorable estrechez y su pérfida catadura; pero también a la asepsia que aconseja no meterse en los tremedales de un albañal con el objeto de cumplir la titánica tarea de cambiar a sus habitantes para que respeten al prójimo que piensa de manera diversa. En lugar de ese desagradable descendimiento, tal vez resulte de mayor utilidad llamar la atención sobre cómo puede un engendro de nacionalismo exacerbado, aunque sea todavía testimonio aislado, volverse plaga dentro de un entorno proclive al crecimiento de sus criaturas. Pese a la reiteración de un discurso a través del cual se nos ha dicho desde antiguo que es Venezuela lugar hospitalario para todas las criaturas del género humano, clima de tolerancia y generoso crisol de razas, la historia sugiere el establecimiento de una sabia distancia ante las interpretaciones angelicales para prevenirse frente al retorno de un demonio que puede llevarnos a ser como hemos sido en el pasado ante quienes consideramos perjudiciales por el solo hecho de ser diferentes de los nacionales de cuño añejo.

Debido a su relación con las herejías de la modernidad, la cultura colonial pontificó durante trescientos años sobre la vileza de quienes no provenían del tronco hispánico. Un muro de rezos y pólvora nos puso en guardia frente a los emisarios de Satanás que vivían en la otra orilla del imperio católico y que trastornaban la armonía del edén vestidos de piratas, de pastores protestantes o de filósofos ilustrados. Debido a ese magisterio o al aislamiento geográfico, a las hambrunas y a la precaria educación que marcó los primeros pasos del estado nacional, la intolerancia determinó en adelante conductas masivas contra los sujetos distintos a quienes se juzgaba entonces como propiamente venezolanos. El establecimiento expreso de la libertad de cultos permaneció en las gavetas de diferentes gobiernos por el espanto que causaba la llegada de los anglicanos y los cuáqueros. Sólo por ser españoles, durante el monagato ocurrieron persecuciones contra los españoles que vivían en Caracas. Durante la administración del mariscal Falcón sucedieron en Coro ataques desalmados contra la comunidad judía. El desprecio y la explotación de los canarios fueron una mancha permanente del siglo XIX. Los planes de López Contreras para acoger a los israelitas perseguidos por los nazis fueron faena agotadora, porque contaron con la reprobación de sectores numerosos y tercos de la ortodoxia. Cuando cayó Pérez Jiménez, nuestras ciudades y poblaciones protagonizaron ataques contra las colonias italianas de gente trabajadora a quienes se culpaba injustamente de colaboracionismo con la dictadura. Otras animadversiones ante individuos provenientes de otras partes de Latinoamérica completarían un panorama de palpitante actualidad.

Partiendo de esas actitudes compartidas en el pasado, se puede calcular la perversión capaz de multiplicarse cuando los clamores de un exorbitante nacionalismo suenan en nuestros oídos y llegan al extremo de pasearse en carteles contra los hijos de los inmigrantes. El solo hecho de su maldad intrínseca, aunque también, por añadidura, el sentir cómo el "bolivarianismo" obliga a nuestros hijos a la inmigración, invita a oponerse sin vacilaciones a un parecer tan deshonroso. O, mirando hacia más atrás, la audacia de recordar que fue en este país apacible y acogedor donde se suscribió entre vítores la Proclama de Guerra a Muerte.

eliaspinoitu@hotmail.com


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