viernes, 20 de julio de 2007

HARRY'S BAR / Gustavo Méndez

Hay bares virtuales y hay bares reales. Cada vez que fui a New York, mi afición beisbolística me condujo a la refinada taberna del gran Mickey Mantle, al sur de Central Park, allí muy cerca de la estatua ecuestre de Bolívar, abierto en 1988. Su nombre aparecía en el aviso de entrada y cuando el marchante preguntaba por él, se le decía que terminaba de irse o que estaba por llegar. Como nunca pude apretar la mano del presunto dueño —ni siquiera verlo—, por mas que me haya bebido uno que otro Martini (very, very dry, of course), para mi esa cantina es virtual, no es real.

Hay otros botiquines irreales, así aparezcan en las guías de las ciudades, en la literatura escrita o en el cine. Son ‘leyendas urbanas’; ‘bulos’ como decimos aquí, en Candelaria. Su existencia es sólo un murmullo, una hablilla. Lo peor es que si uno resuelve acometer el misterio puede suceder que —después de años de dar vueltas al asunto— la desilusión sea irreversible. Así me pasó con el legendario CHICOTE, en la Gran Vía de Madrid. Una tarde muy húmeda (por fuera y por dentro) levanté la mirada y allí estaba. Tenía años leyendo sobre su colección de botellas, sobre si de repente uno se encontraba allí con Ava Gardner, y otros ensueños. Un mal encarado barman me explicó que los empleados y el mobiliario del local estaban ‘exactamente igual’ que antes de la guerra. Sólo porque le pregunté si eso incluía a las muy adultas señoras ‘de compañía’ que allí estaban, me fue negado el derecho a tomar otro whisky.

Allí terminó mi afán de confirmar leyendas. Así la ONIDEX me expida el pasaporte que afanosamente busco desde hace 10 meses; así me sobren bolívares ‘fuertes’ o me gane un pasaje en alguna rifa, hay bares a los que no pienso entrar. Entre ellos están unos que, aunque tengan el mismo nombre, son distintos: los afamados HARRY’S BAR, uno en Venecia (1931) y otro en París (1911). Prefiero conformarme con sólo saber que en el primero se inventó el carpaccio de res y unos cócteles llamados Bellini y Garibaldi. En el segundo (1911), sin ninguna relación con el de Venecia, la leyenda postula que Hemingway o Scott Fitzgerald lo decoraban con harta frecuencia (formaban parte del decorado, preciso). En éste se habría inventado el bloody Mary, mas apropiado a las costumbres alcohólicas de éstos, sobre todo en lo que respecta a sus invocadas virtudes anti-ratón.

Dado que Hemingway fue un ‘correcaminos’, más periodista andariego que literato, bohemio en todo caso, basta con averiguar en que ciudades estuvo para saber que, con seguridad, se echó un palo en alguna taberna del lugar. Los Harry’s y el Floridita ― ¿o era la Bodeguita del Medio, o ambos? ― lo confirman. Integra la leyenda hemigwayana la afirmación según la cual en algún lugar de España (¿Madrid, Pamplona?) hay un bar con el nombre “Hemingway nunca estuvo aquí”. Ni lo confirmo, ni lo niego. Si recuerdo haber visto en Madrid un cartel en alguna tasca en cuya barra colgaba un cartel con la frasecita.

Como en «CÓDIGO DE BARRA» escribimos para lectores ‘duros’, consumidores de bebidas serias, puedo suponer que nunca se hayan deleitado con los cócteles ideados en Venecia. Las proporciones de la mezcla las pondrán ustedes pero, básicamente, los menjurjes consisten: Bellini (en honor al pintor renacentista, no al compositor de óperas) es una combinación de champaña o prosecco con melocotón triturado, mientras que el Garibaldi es una mezcla de campari con jugo de naranja. Sinceramente, no creo que Hemingway destapase esos bebedizos de señoritas, pero es posible que algún paisano, rico de ocasión en estos tiempos, se anime a entrarle al Garibaldi, cuyo color y nombre evoca el rojo-rojito de las banderas y camisas revolucionarias de su ejército (el de Garibaldi, no sean malpensados).

Creo, hablando de durezas, que el gran Luis Buñuel haya sido quien proporcionó la mejor receta para una buen martini seco, muy seco. Un buen martini, como los lectores saben, es esencialmente una combinación de ginebra y vermouth blanco, en donde la presencia de éste debe ser imperceptible, casi intuida. Don Luis simplemente mojaba con una gota de vermouth cada hielo usado para agitar y enfriar el cocktail, mientras que el resto de la combinación consistía en ginebra. Otra fórmula, para bebedores más serios, residía en colocar la botella de vermouth en una ventana asoleada, de manera que los rayos del sol transfiriesen a la ginebra las sutiles virtudes del débil licor.

Pero no me crean, son leyendas. Reales son El Achuri o Da Guido, digamos.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Este tipo lo que respira es nostalgia. Por mas que quiera, no puede ocultar su odio a los cambios revolucionarios liderados por nuestro Comandante Chávez ("Uh hah") en donde lo que impera es la austeridad. Me parece bien que no le den pasaporte. !Tampoco deberían dejarlo entrar a ninguna tasca!

Anónimo dijo...

El gobierno 'revolucionario' está lleno de infiltrados. El enemigo va por dentro. En los florecientes tiempos prefranquistas del CHICOTE, durante la guerra civil española, se acuñó el término 'quintacolumna' para definir el fenómeno. El autor anónimo del comentario simula querer hacerme daño para, en realidad, hacerlo al chavismo.

Por otra parte —lo que es igual— no es hacedero en términos lógicos que la omisión de suministro de mi pasaporte sea designio del gobierno; ni tampoco manifestación de su torpeza, como resultado de combinar recientes avances de la informática con subdesarrollo tropical, p.ej.; ni siquiera acto preparatorio de la matraca, para hacerme pagar por la entrega del documento.

Es sólo que algún militante de la oposición radical, infiltrado en la ONIDEX quiere mantenerme en Venezuela por creer que así no se perderá mi constante aporte crítico. Es a este infiltrado (y no al anónimo comentarista) a quien va dirigida mi respuesta: ¡no pana! … igual lo puedo hacer desde mi laptop, cómodamente sentado en la barra del Astoria en New York, saboreando un dry martini. ¡Dame mi pasaporte!

No me lo darán, lo se. Pero practico la máxima de Kotepa: "Escribe que algo queda". G.M.

Anónimo dijo...

O.K. Que le den el maldito pasaporte, total no importa, lo que escribe es inofensivo … pero que no lo dejen entrar en las tascas.

Anónimo dijo...

GM dijo: ¡Aleluya! Si me dan el pasaporte, no entraré en las tascas, por ausencia territorial o por voluntad, lo prometo. Prometo también que mostraré mi profundo agradecimiento prosternándome ante las 16 o 17 vallas con la faz del Gran Comandante – Padre Líder de la Nueva Patria, que van desde Maiquetía hasta mi casa. De ñapa, me hincaré de cara a La Meca por si Alá tuvo que ver algo con el asunto. No contestaré más a las reticencias de ‘Anónimo’ de manera de alentarlo con el asunto del documento, que en los tiempos que corren es más salvoconducto que pasaporte. Y si se lo dan también a Nixon Moreno repetiré hasta 3 veces los homenajes y ofrendas rituales.


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