jueves, 19 de febrero de 2009

EN BUSCA DE LA REALIDAD PERDIDA/ Pablo Antillano

“ En Las páginas que siguen cuento la historia de mi amigo, el camarada y correligionario Franz Tunda.

Sigo en parte sus notas, y en parte sus relatos.

No he inventado nada, no he compuesto nada. No se trata ya de “poetizar”. Lo más importante es lo observado.”

JOSEPH ROTH

Paris, marzo de 1927

(Prólogo a su novela “Fuga sin Fin”*)

Desde hace tiempo nos hemos acostumbrado a celebrar al periodista que, finalmente, logra escribir una novela o un libro de cuentos, o a aquellos cuya prosa cotidiana es iluminada por metáforas o giros ingeniosos que se atribuyen al mundo de “lo literario”. En cambio, es mucho menos frecuente escuchar los elogios de una gran novela o de un cuento por su condición periodística.

A nadie se le ocurriría decir, por ejemplo, que la novela “India” de V.S. Naipaul o los “Hijos de la Media Noche” de Salman Rushdie podrían tener tanto o más valor que una hemeroteca completa, o que un centro de información documental, para informarnos con lujo de detalles sobre la India contemporánea. Sólo la experiencia de atravesar ese subcontinente, de Mumbai a Chennai, de Agra a Kerala, con ese par de novelas bajo el brazo nos puede ilustrar acerca de la formidable dimensión de su vigor informativo y periodístico, más allá de sus valores históricos, de los poéticos y de sus estrategias de ensoñación narrativa.

O que la novela de Roth, a la que se refiere el epígrafe, es imprescindible para conocer y sentir los avatares de una revolución en sus comienzos. Esta breve novela cuenta la historia de un soldado austriaco que intenta volver a su país tras la derrota astro-húngara en la I Guerra Mundial y que se ve envuelto en la revolución rusa. Nos permite mirar de cerca el amor moralista y combativo de las Natashas, la confusión de las ideas, la refinación e hipercrecimiento de aparato administrativo de los bolcheviques, el espacio de la ambición personal, el lugar del idealismo, la vigilancia permanente, el sentirse observado y no saber quien es el que te observa. Un relato que, para saber lo que pasa, vale más que los ensayos de Preobrazensky o del mismo Lenin, y penetra la realidad con más vigor que el Pravda o el Iszvestia.

“Una revolución sin guillotina –escribe Roth – era tan imposible como sin bandera roja, ...recorría tambaleante las calles de Moscú con las vestimentas rotas y poco formales del ejército rojo, no encontrando otra expresión para su emoción que el texto modificado de La Internacional. Hay momentos en la vida de los pueblos, de las clases, de los hombres, en los que la vulgaridad de un himno pierde importancia frente a la solemnidad con la que se canta. No siquiera los escritores profesionales estaban a la altura del triunfo de la revolución rusa. Todos utilizaban recursos fáciles y escribían palabras gastadas. Tunda no tenía idea de la banalidad de esas palabras, le parecían tan grandiosas como el tiempo en que vivía, como el triunfo que había alcanzado.

A Natasha solo la veía por la noche.

Tenían una cama en una habitación en la que vivían tres familias, y guisaban en un infiernillo de alcohol que alimentaban con petróleo. Una cortina hecha....”

Muchos pueden pensar igualmente, siguiendo este razonamiento, que la mejor información sobre la conmoción política e institucional que sacude hoy a Venezuela no se encontrará más tarde en los ensayos o en los periódicos, sino que se preferirán los relatos, los poemas y las novelas, especialmente aquellas novelas en las que la auto-conciencia de los personajes es atenuada, en las que las ideas jueguen un papel más modesto y en las que se permite el milagro de la trasmutación entre el cuerpo de la realidad y el de su expresión con menos interferencia.

Los secretos de este encuentro entre la realidad y su expresión se muestran como desafíos apasionantes para nuestro Rafael Cadenas cuando lee para nosotros la carta de Keats a Richard Woodhouse (1848):

Keats se acercó a eso – dice Rafael Cadenas—con una inocencia que está en el campo mismo al que nos conducen sus palabras, allí donde la realidad brilla recuperada, con la fuerza que le es propia, pues no está mediatizada por ninguna identidad, y sus relieves se sienten incrementados, como en el niño para quien el mundo tiene un esplendor intenso que después desaparecerá, y los colores arden y los sonidos traspasan y las texturas hablan, pues no hay barreras que produzcan opacidad y es como si unos cuerpos penetraran en otros y ya no hubiera cuerpos sino un puro sentir, o como si los cuerpos, ya sin sus defensas, entraran en otro tipo de comunicación en que todo se compenetra.”[1]

Entonces –concluye -- la realidad ha de mostrarse tal como es, con su peso propio, su fuerza, su misterio, libre de la cortina de ideas que impide sentirla.

* Roth, Joseph. Fuga sin Fin. Acantilado, Barcelona, España, 2003

Fotos de Joseph Roth y de José Stalin: una revolución sin guillotina era tan imposible como sin banderas rojas...



[1] Cadenas, Rafael. Realidad y Literatura. Universidad Simón Bolívar. Editorial Equinoccio

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