Todos éramos piedras y mirábamos
un río que comenzaba a pasar”.
Anoche, cuando Oswaldo Acevedo y, algo más tarde, José Malavé, ambos poetas en el amor por Montejo, me dijeron de la desaparición de Eugenio, se me vino entero, íntegro, el recuerdo de la última mañana en que estuve junto a su bondad, tocado por sus corteses maneras, saludado por su suave voz, admitido en su alta amistad.
De vuelta a casa, busqué su Terredad (1978) y me detuve en “La terredad de un pájaro”. El poema se me vino como venido del cielo y comprendí mejor que
La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras;
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrás escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
─más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre;
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz que lo defiende,
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca”.
Para que el canto permanezca no estamos solos. Ahora Eugenio está para siempre con nosotros. Eugenio, en esta hora de su muerte, es el río que comienza a pasar.
1 comentario:
Hermoso.
Gracias
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