martes, 15 de abril de 2008

EL GATO SIN NOMBRE/ Raúl Fuentes

Entre los numerosos establecimientos frecuentados por la bohemia caraqueña en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado destaca, tanto por el aspecto físico de los locales que le sirvieron de asiento como por la personalidad del patrón, el Gato Pescador. Conocí tres ubicaciones distintas de este restaurante y bar que servía generosos tragos y copiosas porciones de comida aparentemente húngara. La primera de esas ubicaciones nos sitúa donde hoy se levanta el edificio La Previsora; la segunda, un centenar de metros bajando hacia el sur por la avenida Las Acacias, y la tercera, que pienso fue la última, detrás de la Gran Avenida, en la calle Habana, la misma donde quedaban el Páprika y el Tic Tac, también muy cerca, pero hacia el oeste, de su primer emplazamiento. Los tres locales tenía en común, además del nombre, un anuncio de latón en el que podía verse la figura de un gato aferrado a una caña de pescar y la leyenda Halászó Macska debajo; y, lo que más llamaba la atención, por lo menos a mí, la incoherente, disparatada y ecléctica decoración: no hubo nunca una mesa cuyas mesas fuesen todas iguales y, en algunos casos, ni siquiera tenía altura similares, una anarquía que se hacía sentir incluso en mantelería, platos, copas, vasos, cubiertos y ceniceros,. Tal vez por ello el negocio gustaba y uno caí en las trampas del pícaro dueño al que algunos llamaban Halászó y otros apodaban Gato. Solía éste preparar, además de los infaltables pimentones rellenos, una buena cantidad de un estofado de carne de segunda que ofrecía con distintos nombres para que creyésemos que su menú era muy amplio: carne guisada, muy buena; goulash, excelente; carne, con papas, estupenda, strogonoff, superior, carbonada flamenca, increíble…”. Era interminable la lista de variaciones sobre el tema del estofado, que con su peculiar acento húngaro, recitaba el hombre a quien unos llamábamos Halászó y otros llamaban simplemente Gato, porque Halászó les parecía impronunciable. Él, Halászó o Gato, pensaba que uno no se daba cuenta del camelo, pero ello formaba parte del juego que la concurrencia mantenía con la administración.

Halászó a veces desaparecía por algún tiempo y dejaba la taguara al cuidado de un pariente que reputábamos hijo, sobrino, ahijado o cómplice de quién sabe qué fechoría. Fue este personaje quien hizo pública la pasión de su padre, tío, padrino o compinche por las carreras de galgos. Sus desapariciones correspondían a los viajes que cada cierto tiempo hacía a Miami para apostar en los galgódromos de Florida. Ello explicaba el cierre, mudanza y reapertura de sus restaurantes que siempre se llamaron Gato Pescador, nombre que parecía apropiado para una ciudad que había albergado un burdel llamado El Pez que Fuma, pero que a mí siempre me intrigó. No el nombre en sí, sino su procedencia.

Hay un félido originario de Asia, Prionailuturus Viverrinus, a la que se denomina comúnmente como gato pescador, del que no sólo se dice es buen nadador, sino que además se le atribuyen facultades para la captura de peces, pero dudo que el restaurador magyar tuvieses noticias de este espécimen.

La Rue du Chat qui Péche (calle del gato que pesca sería la traducción literal al castellano) es acreditada como la más corta de París: hay apenas un metro con ochenta centímetros entre las fachadas de esta callejuelo cuya longitud no alcanza los 30 metros ( la Rue Degrés, en el 2ª arrondissement con 5, 75 mts. es tenida como la más corta de la capital francesa). Comunica al Quai Saint Michell con la Rue de la Huchette, en el distrito V, en la Rive Gauche de la ciudad luz. El curioso nombre de tan estrecha vía está asociado a una leyenda cuyos orígenes se remontan al siglo XV. Según ésta, el canónico Dom Perlet, que al parecer se dedicaba a la alquimia en la vecina iglesia de Saint Severin, tenía por compañero a un gato negro que podía, de un zarpazo, sacar un pez del Sena. Esta habilidad que ayudaba a mantener bien alimentado al clérigo, contribuyó también a alimentar rumores y se decía que monje y minino eran una sola entidad diabólica. Tales rumorees se acrecentaron cuando unos estudiantes, o unos gamberros – que a veces son lo mismo – mataron al gato y lo arrojaron al agua.

Muerto el felino, el religioso brilló por su ausencia. Sin embargo, meses después, Dom Perlet, que no estaba de parranda sino de viaje, regresó a sus prácticas de alquimia al mismo tiempo que alguna gente juraba haber visto al gato negro pescando en las orillas del río. Una resurrección que nadie pudo explicar y a partir de la cual la calle de Neuve des Lavandiers pasó a llamarse Rue du Chat qui Peche. A esta calle vino a parar, después de la Gran Guerra, que aún no era primera, aunque si mundial, la escritora húngara Jolán Földes. Una escritora que gozó del favor del público de entre guerras y hasta obtuvo un prestigioso premio otorgado por la crítica inglesa.

Halászó macska utcája es el nombre de la novela con la cual Yolanda, que así podemos nominarla en español, obtuvo el primer premio de un concurso internacional de novela celebrado en Londres en 1936. En inglés se llamó Street of the Fishing Cat, es decir: la calle del gato pescador. De aquí debe haber sacado el nombre para su bebedero y comedero el hombre al que llamábamos Gato o Halászó. Quienes lo llamaban Halászó suponían que su nombre completo era Halászó Macska. Entre ello figuraba Adriano González León.

Un buen día nos enteramos del fallecimiento en misteriosas circunstancias del afable patrón del Gato Pescador, un húngaro pícaro y ludópata que sabía agradar a los poetas y, a través de gestos obscenos, hacía saber a las parejas de su disposición a rentarles un espacio para que se refocilasen. Adriano, en un hermosa y magistralmente bien escrita nota dio cuenta del deceso en la página de arte de El Nacional. La nota se titulaba Halászó Macska y reseñaba la relación del personaje así nombrado con el entorno bohemio de Sabana Grande y la naciente República del Este.

Poco tiempo después de morir el hombre a quien unos llamaban Halászó y otros Gato, me topé con una gran amiga de origen húngaro, Eva Ivanyi, cuyo padre, por afinidades étnicas y tratando de encontrar los sabores perdidos de su Budapest natal, solía invitarla al Gato Pescador. Fue ella la primera persona en advertirnos que el muerto no ha podido llamarse Halászó Macska, pues estas palabras significaban Gato Pescador. Y es más, puntualizó que quienes le decían Halászó no sabían que, en realidad, lo llamaban pescador porque el gato era Macska.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pequeño local mágico, situado en un espacio de tiempo perecedero, efímero como nosotros. Nadie excepto yo había nacido. Deambulaba como un gato salvaje por las aceras vecinas al local en mi camino a la Universidad. De día los veía trabajar recogiendo los restos de la noche anterior. Nunca faltó una sonrisa.Al atardecer,al regresar de la Escuela de Letras, las mesitas, escasas en la acera, se ofrecían luchando por alcanzar una horinzontalidad peleada con las raíces de la mata de caucho, siempre más grande que el día anterior. La comida era aceptable, para quien no aspirara a experimentar grandes esbozos geniales. Bien hecha, simple, recordaba el cálido fogón hogareño y cotidiano. La bebida, común y alcanzable. En ocasiones algún buen vino hacía su aparición y se disfrutaba. Lo mejor era la compañía, la gentileza y las conversaciones de barra, interminables, que se desarrollaban entre los miembros de barra, los parroquianos de las mesitas interiores.
Inolvidable trozo de Caracas desde donde divisar el cielo y un cachito de luna tembolorosa cuando dominaban las brumas.

Anónimo dijo...

Una de las cosas memorables del Gato Pescador era su ubicación en una callecita lateral , paralela a la Plaza Venezuela . A unas dos cuadras de Sabana Grande, orillaba el localcito, mínimo y alargado como una cueva sin fondo, una calle sin mucho carro ni transeúnte. De día, los vecinos despuntaban junto a los usuarios de una lavandería automática que pululaba de estudiantes y solitarios de la zona, entre ellos, mi persona. Un inmenso árbol, si mal no recuerdo, de caucho, hojas inmensas y quebradizas cuando secaban sobre las acera, arrancaba la estabilidad con su inmensa raíz y obligaba a ubicar las mesas de manera que no se inclinasen. Estas, las mesas de afuera, eran a lo sumo dos o tres. No muy lejos el Tic Tac hacía de las suyas. Si no había puesto en el Gato Pescador estaba el Tic Tac para una cerveza o algo más poderoso; si no había, siempre estaba el Soledad, Y si no había por esos lados, pues el Chicken Bar con sus pasteles de chocolate podía servir, si se deseaba ingerir algo serio.. El Ebro todavía existía. Conversar era la nota. El nombre, el árbol, los amigos suplían una cocina casera aceptable, pero no extraordinaria. Podría decirse que era honesta en el sentido de que no escamoteaba los sabores con ficciones afrancesadas.La amabilidad era real y sólo había que asegurarse de no pasarse de tragos y regresar tranquilos a casa a rememorar las historias compartidas. ¡Na zdarovia!!

Anónimo dijo...

Negro usted si escribe bonito, que envidia.
Por cierto te estas blanqueando con los años, sera que eres paciente de la misma clinica que Michel Jackson, ja,ja,
Un abrazo desde Miami

Anónimo dijo...

Como es posible, caro Raul , que no hayas incluido entre las delicias del Gato Pescador aquellos sus famosos Fatanyeiros, que la maledicencia del lugar y de la epoca aseguraba que estaban compuestos, entre otra viandas, de gato y de pescado. Saludos amigo y te recuerdo que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Viejo es viejo manque se sfeite la papada.

Anónimo dijo...

Antonio Izsak wrote
at 8:32pm
Muy bueno el artículo. Me trajo memorias de ese sitio adonde iba de pequeño con mi papá que era hungaro. Hay una mención al Paprika. A ese fui mas con mis amigos de la época, entre ellos Raúl Valera, hoy fallecido. También estaba el Chicken Bar en Sabana Grande en el mismo estilo pero mas restaurante. Lo curioso es que los tres eran de hungaros


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