Según mi amigo Pablito Antillano, sólo los perros pueden gozar del privilegio de ver a las hadas. Por alguna razón esta visión, según una leyenda celta está negada para nosotros los mortales comunes, pero como la excepción siempre va en contra de la regla, en algunos momentos, cuando ladramos internamente, es posible ver un hada, algo que ocurre en fracciones de microsegundos y que según Antillano, se le denomina glamour: seducción, fascinación ante algo, tal cual lo describe el diccionario de la RAE. Por supuesto que Pablo ya había realizado la consulta en un libro más especializado que cuenta grandes leyendas sobre las cuales el hombre ha construído su mundo mitológico; “Enciclopedia de las cosas que nunca existieron”. Lo cierto es que esa misma tarde, un par de horas luego de esta conversa, sentados frente a una mesa nos quedamos sorprendidos ente la aparición de un hada que sin pensarlo dos veces se apostó en la barra de La Cita. Nadie más advirtió su presencia, sólo nosotros: cuatro perros y una perra amiga que quedamos seducidos ante tamaña aparición. Por si las moscas, no se tratase de una burundanga dentro de los tragos, cosa que esta de moda para robarte si es posible hasta un riñón mientras uno ilusiona con pajaritos preñados, Pablito se apresto a dejar la imagen para la historia y cámara en mano, lanzó flashes a diestra y siniestra. Pidió tarjetas y obsequió revistas. El hada siguió ahí lanzando miradas de embrujo hacia nuestra mesa, mientras todos nosotros tratabamos de descifrar el contenido de la tarjeta: “The Word Shop”. Una dirección cercana y un nombre místico, por supuesto de hada: Hege Pedersen
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