(VIENE..) Hace unos años, en este mismo siglo, un grupo de jóvenes intelectuales franceses emprendió un viaje de aventura hacia el África, inspirados por un extraño sueño de Marcel Duchamp. Huían de París, del intenso, del intelectual, del aburrido París. Iban en busca de un concepto de lo portátil, que estaba en el núcleo de un sueño de Duchamp. Asociaron Port Atif (portátil) con Port Actif, un puerto en el Níger. Cuenta Francis Picabia, uno de los viajeros, que al llegar sintieron, de inmediato, «el atractivo horror del mundo desconocido al que habían viajado» (Enrique Vila-Matas: «Historia abreviada de la literatura portátil». Editorial Anagrama. http://www.candaya.com/vilamatasportatil.htm).
—Nos sentíamos —escribe Picabia— transportados a nuevo astro; recuerdo que efectuamos las operaciones de desembarco al atardecer y que una nube de negritos invadió la cubierta: asomaban sus cabezas rapadas por las ventanas de nuestros camarotes, mostrando sus hermosos ojos y una sonrisa iluminada por deslumbrantes dientes; alargaban sus finas manos, con los huecos a modo de concha rosada, para pedir dinero…
Un poco después, Picabia, Duchamp, Ferenc Szalay, Paul Morand y Jacques Rigaut arribaron a la gran plaza de Port Actif que les pareció cuadrada y hermosa, repleta de pensiones, bares y tiendas. De pronto, todos se sentaron en el piso arenoso y caliente de la plaza para reírse, para reírse de si mismos, para reír a mandíbula batiente, cuando descubrieron que en la Plaza había un Café du Louvre. París, con sus costumbres, con sus rituales y su consumo los perseguiría hasta el último confín del planeta.
—En él nos sentamos, degustando los magníficos micris, que son granos de café de Harar, recubiertos por una espesa capa de azúcar. Dos negros se aproximaron y nos enseñaron, para vendérnoslas, ágatas de Ceilán, cristales de roca de tamojal, sortijas de plata, cuernos de gacela, plumas de avestruz y escudos nigerianos….»
Confesaron años más tarde que durante tres largos dias se aburrieron en la terraza del Café du Louvre y ninguno de ellos —cuenta Vila-Matas —, ni siquiera Picabia que era quien les había embarcado en la aventura, tenía demasiado claro qué estaban haciendo allí. Terminaron encontrándose con el poeta William Carlos William y la escultora americana Georgia O’Keefe, calificada de mujer fatal, que andaban juntos en busca de aventura, y terminaron todos emboscados en el círculo cerrado de sus conversaciones urbanas, sus delirios imaginativos, pero sobre todo sus juegos de seducción y de máquinas solteriles. La aventura del siglo XX.
(CONTINUARÁ, PROXIMO CAPÍTULO BARRA PORTÁTIL III, LA RUTA DEL SAMBIL)
Fotos: Expedicionarios en África y Marcel Duchamp.
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