miércoles, 7 de noviembre de 2007

LA BARRA PORTATIL (I), SAFARI/ Pablo Antillano

Los exploradores de nuestro tiempo ya no van a buscar aventuras en Port Actif, en la enigmática desembocadura del río Níger. Ya no se lleva el viejo atuendo a lo Hemingway para buscar marfil o cazar leones en las estepas que rodean a Nairobi, ni hay buscadores de rutas escondidas para alcanzar las cumbres del Kilimanjaro. No vivimos una época en la que pueda emularse a Marco Polo o a Vasco de Gama, ni tampoco imitarse los delirios de Kipling, de Verne o de Salgari. Las cabeceras de los grandes ríos ya fueron visitadas, los lagos han sido descubiertos, las más altas cumbres ha perdido su virginidad, los gusanos de seda se cultivan en todas partes. Clapperton y Caillié develaron los misterios del Sahara y descifraron el silencio de los tuareg. Y los tesoros de Timbuctú, los de allí, de acá y más allá, todos han sido expuestos sin pudor, saqueados y exportados.

Esto no quiere decir por supuesto que se hayan extinguido el ánimo explorador y las ansias de aventura. ¿Ha cesado acaso el sabroso flujo de adrenalina que nos provocan siempre el riesgo, lo nuevo y lo desconocido? Lo que parece haber cambiado son las rutas, las tribus y los tesoros que lo provocan. ¿Hacia dónde dirigen hoy los jóvenes curiosos su deseo de peregrinaje, sus ansias de descubrimiento, sus deseos por conocer y enfrentar nuevas tribus, su ambiciones de tesoro, sus deseos de conquista ? ¿Hacia dónde prefieren escabullirse los convidados a concentraciones dominicales que llegan en autobuses y en tropel desde todos los rincones del interior del país, financiados por la agencia expedicionaria del Comando Zamora? ¿Ah? ¿Hacia dónde? ¡Piense! ¡Atrévase!…. ¡Exactamente! ¡Hacia el Sambil!… Se ha hecho usted acreedor de un cupón virtual para explorar el fantástico mundo de las barras y su código…

(CONTINUARÁ . PRÓXIMO CAPÍTULO: LA BARRA PORTÁTIL (II) , EL CAFÉ DU LOUVRE)

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