No es común en nuestros días que un Café se mantenga exitosamente por diez años. Es una paradoja: le sucede únicamente a quien no anda buscando el éxito.
Nada está a la moda en el Café con Verso. No juega al kitsch deliberado o al posmo fatuo o a las nuevas tendencias del ocio y el espacio. Huye de la decoración. Ni siquiera es candoroso. No me he topado un sitio con menos pretensiones en mis últimos años de libador y tabernista. (Aunque soy músico, poseo pergaminos).
Cundo fui llevado al café por primera vez, hace nueve años, me senté afuera, y me sentí adentro. Sitio breve atendido generalmente por mujeres eficientes -un poco exuberante y a la vez un poco austero-, me enganchó por su equilibrio: taberna uterina en calor y forma capaz de recrear en nocturno el sur de la existencia.
No hay televisión, no hay culto al bochinche, el oído no sufre en esta casa. Estamos a salvo de Las 40 Principales. De Petrona Martínez a Frank Zappa; de Djavan al Sabina, canta el menú. Eclecticismo sí, pero nada por azar. A diferencia de casi todos los lugares, aquí hay un celoso control de calidad, pieza por pieza, en el repertorio que fluye y entibia. No hace falta el Mentho Liptus en los Primeros Auxilios, tampoco la garganta sufre.
La barra, ideal para el despiste y el bebesolismo, en vez de ser el clásico confesionario de caoba que anda repartiendo escoceses como perdones, es un incómodo observatorio de cuatro sillas altas donde te dan de leer y de beber, incluyendo el mejor espresso de la ciudad. Confieso que he leído.
Hay un solo baño (aún se desconoce si el que falta es el de damas o el de caballeros). Lo cierto es que por no tener no tiene techo ni espejos: los tímidos a mirar al cielo raso y los curiosos a descifrar el poema semanal que cuelga frente al impávido inodoro, diez años más sabio que la noche de apertura.
En el Café con Verso todo está previsto para que nada ocurra de la manera más grata. Quizá por ello atrae poco a los adolescentes, cosa que aplaudo, que la noche sin acné transcurre diferente, rueda sin instrucciones al dorso ni código de barras. Nada personal.
El lado más luminoso de la noche larga solapa estos lugares que son pocos, cada vez más pocos en el planeta. Nosotros, mamíferos nocturnos, tenemos la obligación de celebrarlos sin desvelar a nadie.
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