A ellos se puede llegar, como Picabia en Port Actif, con el Café Louvre a cuestas. En el Sambil por ejemplo abundan templos de gemas con tesoros deslumbrantes y exóticos, ámbar, ágata, corales y diamantes, artículos de shamanismo, incensarios y difusores, pócimas mágicas y adaptógenos. En su azotea se puede esquiar sobre la nieve virtual de montañas empinadas o navegar por ríos de corrientes indómitas, combatir cuerpo a cuerpo o utilizar peligrosas armas electrónicas.
Por sus pasillos circulan tribus variopintas y amenazantes, algunas con los ombligos al aire, como si llegaran de la Polinesia, que producen inquietantes borbotones hormonales. En Zara se reúne una peculiar tribu de bellas amazonas que venden y consumen atuendos invernales, largas botas y pieles parisinas. De sus estepas y laberintos brotan comidas exóticas, dialectos intraducibles, objetos de otros mundos, telas de países remotos.
Del interior del país llegan legiones de expedicionarios , provistos de rojos atavíos, con gorras de lemas invulnerables, trasportados por guías Zamoranos, con las carabinas del deseo y la ambición; pulsiones que les alejan del líder locuaz y de la avenida anónima; aventuras genuinas del sigloXXI . Muchos allí se sienten emboscados, unos parlanchines, otros meditabundos, en busca de una aventura o una barra ¿portátil?.
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