Desde la invención del cinematógrafo a principios del siglo XX ninguna industria entendió mejor el negocio como la norteamericana. El condado de Hollywood en la ciudad californiana de Los Angeles a los pocos años ya era conocido como “
En efecto, nadie como Hollywood supo lanzar a la más alta popularidad mundial actores y actrices de todos los calibres, antes que la televisión y por supuesto Internet, usando las salas de proyección de películas y la fotografía en el papel de revistas y periódicos.
En el caso de las actrices, después del período de “entrenamiento” del cine mudo y el primer sonoro, que produjo descomunales divas que sabían cantar, bailar y a menudo hasta actuar – casi todas rubias por cierto – y tras
Puede decirse que las nuevas estrellas de los cincuenta se dividían en dos grandes grupos: por un lado las de gran belleza y enorme sensualidad tipo Ava Gardner, Rita Hayworth y Marilyn Monroe, que llegaron a ser verdaderas diosas de aquel olimpo de celuloide – adoradas y deseadas en el mundo entero – y por otro una nueva clase, no menos hermosas pero que su principal atractivo se basaba en sus cualidades interpretativas y sobre todo en su sereno “glamour”, porte elegante y gran estilo como Ingrid Bergman, Audrey Hepburn, Grace Kelly y una muy especial: Deborah Kerr que nos acaba de dejar la semana pasada víctima del Parkinson.
Nacida en Hellensburg, Escocia en 1921, pelirroja, de una finísima belleza y de un sereno “charm”, comenzó su carrera en Inglaterra donde tuvo gran éxito con “Mayor Bárbara”, una de sus primeras cintas, y pronto fue captada por
Burt Lancaster dijo que un actor no se consagraba si no hacía al menos una película con Deborah Kerr. Curiosamente la escena de ambos en “De Aquí a
Sorprende ver el enorme despliegue en los medios de caras y cuerpos bellos, con el único mérito de lucir narices, bocas y tetas de “marca”, y el magro centimetraje para actrices con la talla de Deborah Kerr.
carlos.managerman@gmail.com
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