jueves, 25 de octubre de 2007

DEBORA KERR, CLASE ESCOCESA/ © Carlos M. Montenegro

Desde la invención del cinematógrafo a principios del siglo XX ninguna industria entendió mejor el negocio como la norteamericana. El condado de Hollywood en la ciudad californiana de Los Angeles a los pocos años ya era conocido como “La Meca del Cine” y otros muchos títulos alegóricos. Me voy a quedar hoy con el de “Fábrica de Estrellas”, que no es poca cosa.

En efecto, nadie como Hollywood supo lanzar a la más alta popularidad mundial actores y actrices de todos los calibres, antes que la televisión y por supuesto Internet, usando las salas de proyección de películas y la fotografía en el papel de revistas y periódicos.

En el caso de las actrices, después del período de “entrenamiento” del cine mudo y el primer sonoro, que produjo descomunales divas que sabían cantar, bailar y a menudo hasta actuar – casi todas rubias por cierto – y tras la II guerra mundial, Hollywood dio un viraje y comenzó a especializarse más. Las nuevas estrellas fueron favorecidas por la enorme maquinaria publicitaria de los estudios, la calidad del sonido y el color en las pantallas. Pero además las actrices traían con frecuencia un bagaje de oficio, que las hacía diferenciarse notablemente de las de antes de la guerra.

Puede decirse que las nuevas estrellas de los cincuenta se dividían en dos grandes grupos: por un lado las de gran belleza y enorme sensualidad tipo Ava Gardner, Rita Hayworth y Marilyn Monroe, que llegaron a ser verdaderas diosas de aquel olimpo de celuloide – adoradas y deseadas en el mundo entero – y por otro una nueva clase, no menos hermosas pero que su principal atractivo se basaba en sus cualidades interpretativas y sobre todo en su sereno “glamour”, porte elegante y gran estilo como Ingrid Bergman, Audrey Hepburn, Grace Kelly y una muy especial: Deborah Kerr que nos acaba de dejar la semana pasada víctima del Parkinson.

Nacida en Hellensburg, Escocia en 1921, pelirroja, de una finísima belleza y de un sereno “charm”, comenzó su carrera en Inglaterra donde tuvo gran éxito con “Mayor Bárbara”, una de sus primeras cintas, y pronto fue captada por la MGM que inmediatamente la convirtió en una de las más grandes estrellas de Hollywood con películas como “Las minas del Rey Salomón (1950), “Quo Vadis”(1951), “El prisionero de Zenda (1952), “De Aquí a la Eternidad” (1953) “El Rey y yo” (1956), “La noche de la Iguana” (1964), “Algo para Recordar” y así hasta medio centenar de producciones, dirigida por los mejores de la época que se la disputaban al igual que los actores.

Burt Lancaster dijo que un actor no se consagraba si no hacía al menos una película con Deborah Kerr. Curiosamente la escena de ambos en “De Aquí a la Eternidad, besándose en la arena de una playa se convirtió en una de las más eróticas del cine. Su fantástica carrera de buenas películas le dio 6 nominaciones al Oscar, que nunca obtuvo por cierto, sin embargo en 1994, la Academia enmendó tal vez su error concediéndole la estatuilla en reconocimiento a su enorme aporte a la industria del cine.

Sorprende ver el enorme despliegue en los medios de caras y cuerpos bellos, con el único mérito de lucir narices, bocas y tetas de “marca”, y el magro centimetraje para actrices con la talla de Deborah Kerr.

carlos.managerman@gmail.com

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