viernes, 24 de agosto de 2007

MOTOS: SÄLVESE QUIEN PUEDA / Gustavo Oliveros

Más de dos millones de motos inundan Caracas ante la mirada indefensa de los peatones. Aparecen como por arte de magia sobre las aceras, vienen en dirección contraria por calles, avenidas y autopistas. Se cuelan en medio de los vehículos dejando perplejo a los conductores cuyos nervios saltan ante la idea de tropezar con uno de ellos y aparezcan de la nada dos mil jinetes del Apocalipsis para vengar tal afrenta. Cargan parrilleros de todos los tipos y hasta sirven de transporte escolar. Un porcentaje imposible de cuantificar le mete al atraco, al hurto y al arrebatón. Otro se dedica al robo de automóviles aprovechando los semáforos cuando las avenidas están vacías del tráfico cotidiano. Los menos, imagino, son honestos trabajadores que se rebuscan unos cien mil bolos diarios trasladando gente apurada que juega dominó con la pelona. Los observo en cada esquina bajo una denominación cooperativista: “Moto taxis el proceso”, a la espera de un apurado y mitigando el calor con un par de laticas de cerveza. Masticando chiclets de menta para evitar que el aliento los delate frente a la clientela. Como miembro honorífico de las barras caraqueñas, me siento ofendido ante el tratamiento que le dan a la latica: oculta dentro de una bolsa de papel o envuelta en periódico. O la botellita ligeramente clandestina entre los riñones y las nalgas del conductor. Juego peligroso este para los expertos en bebidas alcohólicas que de sobra conocemos que manejando en cuatro ruedas, si no se está atento a todo lo que sucede a nuestro alrededor, las cosas pueden resultar fatales. Imaginen la vaina en un vehículo a dos ruedas, con una parrillera de ochenta kilos y un carajito de tres años jugando a la “libertad del aire sobre el rostro” . Peor aún imaginense saliendo de un bar con tres tragos encima y en plena acera uno de ellos te mande al otro mundo y luego te grite: fíjate por donde andas borracho del coño

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