sábado, 11 de agosto de 2007

LEYENDO EN LA BARRA y OMELENKO/ Pablo Antillano


El otro día que entramos a la Cervecería Alcabala vimos un montón de gente leyendo en la barra y Alberto preguntó : ¿a ver, esto es una tasca o una biblioteca?. Una docena de rostros orondos, contentos de sí mismos, voltearon al unísono y corearon una respuesta telepática, sin abrir la boca: “una tasca, cabezón...””.

La verdad es que al mediodía las cervezas y los whiskisitos no se sienten incómodos debajo de aquellas sábanas de papel impreso. La mayoría leía, eso si, las noticias frescas de los vespertinos: resultados de la vinotinto o del fútbol español, crímenes abominables, relatos de juicios interminables con testigos equívocos y, por supuesto, la entretenida novela de la diatriba política. Sal de la vida.

Los impresos que mandan en las barras de Caracas son Tal Cual y El Mundo, aunque nunca falta un Meridiano o una “Ultimas Noticias”. Los matutinos se han quedado en casa haciendo la siesta del desayuno, en los baños o en las poltronas del living room. Entre quienes leen y beben durante el traspaso de la mañana a la tarde no faltan los rellenadores de crucigramas ni los que subarriendan el pasquín.

Pero habría que decir que entre los solitarios que leen en la barra, no sólo los hay de periódicos. Abundan los que llevan su librito. El sábado en Lafayette de Chacao vimos a una muchacha, típico ejemplar de la belleza universitaria, devorando tequeños y solera mientras nadaba en “La enfermedad” de Alberto Barrera Tyszca. Y en “La Cita” un ingeniero, empleadazo público, bebía un Something con los ojos clavados en el “Estambul” de Orham Pamuk. Son escenas frecuentes en el ambiente tabernícola.

Los bebedores bulliciosos avecinados a estos lectores de barras no dejamos de sentir cierta envidia por la luminosidad trémula que los envuelve pero sobre todo por los fantasmas que se les sientan al lado y con los que mantienen apasionados intercambios secretos.


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