martes, 14 de agosto de 2007

LA PRIMERA VEZ DE TATY / Petruvska Simne


La primera vez que entré a un bar tenía doce años, -me comentó Tati- y sonreía al recordarlo. Taty es mi amiga desde cuando yo vivía en la avenida Victoria, hace unos cuantos años, y todavía hoy nos visitamos para hablar de nuestras vidas. Destapamos el vino que trajo y continuó hablando de la primera vez que entró a la penumbra de un bar.

-Mi padre trabajaba en el Registro Subalterno como escribiente y llegaba a las cuatro y media todas las tardes. Se cambiaba de ropa y se iba al bar de las Tres Esquinas hasta la hora de cenar, que en mi casa se oficiaba a las siete. Digo oficiaba porque la cena era un acto casi litúrgico, pues se seguían las mismas normas todos los días del año y era en realidad el único momento de nuestras vidas que realizábamos una actividad juntos: al sentarnos, por ejemplo, nos persignábamos, dábamos gracias al Creador, y en seguida mamá comenzaba a pasar las bandejas de comida, aunque nadie hablaba nada nos comunicábamos con gestos y miradas y sólo papá hablaba para alabar la sazón de mamá, y para comentar lo que le había costado ganarse el dinero que servía para alimentarnos diariamente. Pero ese día no llegó a la casa a cambiarse y mi mamá conociéndolo como lo conocía me dijo: Tatiana del Carmen, vaya al bar de las Tres Esquinas y dígale a su papá que la cena está lista y la mesa puesta, y esa orden fue como la revelación de que el apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina. Me dio como un susto grande y pesado entrar al lugar en cuestión. Traté de hacerlo rápidamente, aunque el apuro no logró evitar mi decepción, pues había imaginado un sitio brillante, reluciente, oloroso a trajes costosos, lleno de hombres y mujeres enfrascados en amena conversación: en cambio vi una larga, oscura y triste barra, llena de borrachitos tambaleantes, hablando a gritos. Y en la mesa del rincón, dándole una bullanguera nalgada a la negra Caridad, estaba mi papá, celebrando que había ganado la partida de dominó.

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