miércoles, 22 de agosto de 2007

EL SACRAMENTO DE PERICO DE LOS PALOTES/ Crónicas Barsianas de Raúl Fuentes

Noches atrás, en el bar de costumbre y cuando ya había ordenado lo de siempre, caí en cuenta de que había llegado muy temprano pues no reparé en ninguno de los borrachos habituales. Resignado a la soledad, repartí mi atención entre el trago y el espejo que duplicaba mi sumisión al aislamiento. En esas estaba cuando analgatizó a mi lado un extraño que a todas luces buscaba compañía y conversación. My kimgdom for a whisky, dijo en un registro los suficientemente alto para que sonara todo lo teatral que Shakespeare hubiese querido. Sonreí y lo miré de soslayo. Por su vestimenta parecía hombre de mar. Un pirata de la modernidad, pensé. El sujeto se presento. De la Calle, Faramundo de La Calle dijo con seriedad digna de un revólver. Conversamos y bebimos. Así me entere que su indumentaria era una impostura, aunque me dijo que su padre si había sido marino. Él apenas era pescador de orilla y agente viajero. Me echó un montón de cuentos y así supe que él mismo era un cuento. Bebía tragos dobles con urgencia y avidez. Hablaba como una cotorra y el perico era un tema recurrente en las historias que contaba. Por eso lo bauticé Perico de los Palotes. Y digo bauticé para estar a tono con el espíritu de la narración que transcribo. No he cambiado nada, pero si he suprimido algunas referencias que podría herir susceptibilidades.

Con el concurso de una muy numerosa parentela, Joaquín había logrado levantar un modesto pero rentable negocio de clientela fija y respetable. Lo que en principio iba a ser una panadería se convirtió en la única factoría de hostias de la ciudad: panificación en miniatura para abastecer con regularidad y prontitud a los siete templos mayores, a la catedral, a la basílica Metropolitana, a las iglesias parroquiales y las capillas vecinales, así como a las abadías, conventos, monasterios y casas profesas del extra radio. Tal vez, además de harina, los ácimos panecillos de Joaquín tenían más Dios que los de la competencia, entre otras cosas porque eran amasados con agua bendita y, en consecuencia, obraban mejor para la digestión espiritual. Por eso, su reputación y su fortuna personal ascendían en proporción directa a los arrebatos de fe, esperanza y caridad que una población desahuciada por la inflación y en permanente espera de la extremaunción asumía como sucedáneo de los tres golpes reglamentarios. En paz con el Señor y en guerra con sus aparatos digestivos, Los pobres, que siempre son mayoría y, lo que es peor, son cada vez más pobres, pobres pero tan pobres que un miligramo más de pobreza los haría desaparecer para tranquilidad y mayor gloria de los planificadores sociales, pasaban la noche en vela para recibir de manos sacerdotales la oblea que milagrosamente les quitaba el apetito por 24 horas, ¡cosas de Dios y de la Santísima Virgen!, decían agradecidos y en los huesos, pensando en la próxima ración de Altísimo para poder seguir disfrutando de los muchos circos en que había devenido los atrios, jardines y patios de las casas de Dios donde se suministraban a los indigentes las portentosas hostias de Joaquín.

La dieta eucarística afianzaba el compromiso y la dependencia, ahora mucho más que meramente espirituales, de la comunidad con sus pastores. El prestigio de las autoridades eclesiásticas alcanzó por aquellos días las más elevadas cotas de su, para entonces, ya larga historia. Era de rutina ver cómo los capitanes de la Santa Madre Iglesia se paseaban por el palacio de gobierno como Pedro por su casa y, si a ver vamos, tenían ciertos derechos sucesora les que le otorgaban ese privilegio. Joaquín, ni pendiente, comenzó a extender más allá de la capital, de modo que, al cabo de muy poco tiempo, no hubo un solo rincón nacional donde se echase de menos el régimen sacramental. Una vez satisfecha la demanda del mercado interno, José, yerno de Joaquín, hizo ver a su suegro que la oportunidad calva como era imponía imperiosamente la exportación, a fin de aprovechar la capacidad instalada del hostificio que, como resultado de sucesivas ampliaciones, modernizaciones actualizaciones y adquisiciones de sofisticados equipos , presagiaban una transnacionalización del negocio familiar. A tal efecto, Jesús, nieto de Joaquín, obtuvo del Arzobispo una carta de presentación para el Secretario de Comercio del Vaticano y viajó a Roma para entrevistarse con Su Eminencia el cardenal a cargo de los asuntos mundanos de la Santa Sede, quien le recibió por todo lo alto, tan alto que hasta le llevó a Cenar con Su mismísima Santidad, este sí con pleno derecho a pasarse por su casa siendo más Juan y Pablo que Pedro- Avalados por la curia romana, Joaquín y sus familiares, que ahora hablaban en términos de msrketing, se dispusieron a exportar y comercializar en gran escala las hostias Ecce Homo, que así bautizaron a la minúscula transubstanciación del rey de Reyes.

La aceptación del producto fue universal e instantánea. El regreso al redil romano, primero, de las diversas formas de disidencia que emanaron de las reformas, cismas y contrarreformas, y la conversión en masa de judíos, musulmanes, budistas e hindúes, después, aseguraban a Joaquín y a su familiares un palco preferencial en el cielo, a la diestra de Dios Padre, y, en la tierra, toda la indulgencia papal, amén de cuantiosos ingresos. Su nombradía, crédito y santidad se catapultaron al límite cuando, desde La Habana, un Fidel enardecido por un tema que se le escapaba de sus manos, y de los ojos, y de las barbas, ¡por las barbas del Profeta!, profirió, hacía de templetes, cartujas, cenobios y claustros centros de conspiración mística que convocaban, al son de timbales, congas y güiros, los entusiasmos de santeros y ñáñigos que danzaban fieramente al ritmo de la nueva eucaristía y proclamaban el fin del materialismo histórico, dialéctico y jurásico. Fidel, ¡cómo no!, sentenció: es el opio de los pueblos. Y se mandó una arenga que para qué te cuento, más larga que su ya legendariamente larga intervención e la Naciones Unidas, para machacar una y otra vez que se trataba de una conspiración imperialista, un refuerzo espiritual a la Ley Helm-Burton para santificar el bloqueo y el embargo a la isla. Por su parte, fundamentalistas e integristas islámicos recomendaban el corte de lengua para quienes diesen la espalda al Corán, a Alá y a Mahoma para comulgar con la fe cristiana. Y, a todas estas, los rabinos señalaban a extremistas palestinos como responsables de una perversión que atentaba directamente contra la esencia misma del alma judía. En el oriente extremo se hablaba de amarillismo católico y en la India se amenazaba a los conversos con vergonzosas reencarnaciones. Tales posturas, sin embargo, no pudieron frenar la irresistible atracción que ejercían las hostias Ecce Homo en las cuatro esquinas del globo.

Todo parecía marchar por los caminos del señor para los bienaventurados panaderos que alimentaban a los pobres de espíritu y panza, mas los designios de Dios, ya se sabe, son inescrutables. A las autoridades norteamericanas, a quienes les parecía perfecto que la fe moviese montañas humanas en el tercer mundo, pero sumamente sospechoso que movilizase a ciudadano wasp en pos de una comunión adictiva, les dio por hurgar en el asunto y, aunque se les acusase de profanar el cuerpo de Cristo, ordenaron una exhaustiva investigación al respecto, entre otras cosas, porque a juicio de los eruditos de Harvard, Stanford y Yale había comenzado un nuevo tipo de revolución que amenazaba seriamente la estabilidad política y económica de las naciones cuyas masas se rebelaban contra el agnosticismo de sus dirigentes. Sin embargo, la mediación papal, el forcejeo diplomático y la oportuna asociación estratégica de la Standard Oil con Ecce Homo Holy Host Inc. hicieron que se le diera largas a la cuestión e impidieron que, de momento, el Tío Sam se cagara en la hostia. Pero, cuando una sobredosis de Espíritu Santo, Hizo perder la compostura al cardenal Primado de Nueva York y lo impulsó a correr desnudo por las escalinatas de San Patricio, la prensa desató todo su poder y los socios americanos se retiraron del llamado negocio secular, lo que dio pie para que arreciaran los procedimientos de rigor.

Lo demás es historia conocida: Joaquín, su esposa, hijos y nietos (La Sagrada Familia, los llamó el Post) fueron extraditados a los Estados Unidos por solicitud de la Drug Enforcement Administration y esperan a ser sentenciados por el delito de distribuir sustancias psicotrópicas en forma masiva, aun cuando la defensa alega que el compuesto aislado en los laboratorios de la DEA, y que según especialistas de esa agencia, tendría efectos similares al los de la cocaína y los de las anfetaminas, no fue deliberadamente introducido en la masa de hacer las hostias, sino que se formó al calor de los hornos por una infeliz coincidencia de fenómenos físico-químicos que alteraron la composición del sagrado panecillo. El escándalo desatado provocó, como se sabe, motines a lo largo y ancho del planeta. Millares de iglesias fueron arrasadas y saqueadas por la ira de los fieles. Joaquín y su familia, además de presos, fueron excomulgados”.

Así me lo contó Faramundo.

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