miércoles, 4 de julio de 2007

Si, código de barra / Pablo Antillano

Una de las cosas más apasionantes que tienen las barras son las conversaciones , que suelen fluir por cauces imprevisibles. A veces usted cree que va a ocurrir algo, pero no ocurre. Los signos están allí, está la gente, está la atmósfera, pero no ocurre nada de lo esperado. Cómo cuando usted ve los signos de la lluvia en la bóveda celeste, pero no llueve. Como cuando el viento fuerte de la esquina de Alcabala viene cargado de presagios, pero no se cumplen. Igual que cuando uno sueña con un número, con un evento, con una persona, y cree que va a ganar la lotería, o que le van a ofrecer un trabajo o que va a ver a alguien. Pero no gana, ni le ofrecen nada, ni se presenta la persona esperada. Así son las barras.

Las barras son imprevisibles. Los parroquianos llegan, se acomodan, piden una cerveza y esperan. Esperan que alguien conocido atraviese la puerta, que el barman lo sorprenda con un pequeño bocadillo, que una mujer hermosa se le siente al lado, que entre un amigo y le invite un trago. Pero no. Eso no pasa. Y si pasa , no es más que una leve coincidencia, un error de las premoniciones. Lo que suele ocurrir es lo inesperado.

Suelo comparar la barra con la sala de redacción de un periódico. Cuando suena el teléfono uno no sabe quien puede estar llamando, ni en que calle estará en los próximos minutos, ni que personas conocerá, ni que tamaña aventura le será contada. Así son las barras. Todos los días pasa algo nuevo, algo distinto. Especialmente en las conversaciones, que fluyen sin ton ni son y se orientan por caminos inesperados. Nadan en un océano de improvisaciones, de asociaciones disímiles, de recuerdos y relatos personales, de episodios insólitos, y de risa, mucha risa.

Lo inesperado forma parte de código secreto de la barra.



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