jueves, 7 de febrero de 2008

INTENSAS/ Rosa Bertín



Como he visto que en las barras hay gente que lee, esta vez me llevé una revista de arte. Al acercarme a la barra vi que también hay gente que escribe: una mujer anotaba algo en una libreta... Me senté junto a ella, admirando de reojo su caftán color ciruela. Cuando le dije al barman que quería un Kir Royal, la mujer aprovechó para pedir otra copa de vino.

Mientras llegaba mi regio combinado de champaña y crema de cassis, me puse a hojear mi revista, un número dedicado a la pintora Tamara Lempicka. Me fascinan sus retratos, esas líneas duras, como filosas, sus colores y texturas que son... no sé cómo explicarlo... sensuales y fríos a la vez. Me quedé contemplando su “Auto-retrato en Bugatti verde”, y en eso mi vecina de barra se interesó en mi revista. Se la estaba mostrando cuando llegaron nuestros tragos. “¡Salud!”, brindamos ambas.

Como le notaba un acento francés, le pregunté de dónde era. Me dijo que de Borgoña y empezamos a hablar de vinos, y le comenté que a mí me encantan los cocktails, que todos los viernes me tomo uno en alguna barra. Y entonces la francesa me dijo que ella nunca toma cocktails porque le reactivan “esa parte de nuestra humanidad que es pesadillesca y escapista...” Aaaay, me alarmé, otra intensa más...

Un poco a la defensiva, le repliqué que a mí más bien me aclaran las ideas y me ayudan a reflexionar. Sobre qué, quiso averiguar la francesa. Sobre mi futuro y mi trabajo, soy diseñadora de modas y no sé si irme a Miami. Y resultó que a ella tampoco le gusta Miami. Y que es diseñadora gráfica: me explicó que se había formado en Polonia y fue allá donde descubrió, por cierto, a Tamara Lempicka. “Pero su pintura no me gusta mucho –decretó, señalando el famoso auto-retrato–, es muy arrogante.”

Sí, asentí, ésa es la palabra para describirla: arrogante, como los personajes que retrató. “Pero es también la arrogancia de su estilo: ese toque de realismo socialista...”, sugirió la francesa.

Yo, la verdad, nunca me había percatado de eso. Y ahí comprobé mi tesis de que un buen cocktail sí que te aclara las ideas: por primera vez percibí nítidamente en esos cuadros “ese toque de realismo socialista”. Las cosas que se descubren en una barra... Pero entonces, acoté tímidamente tras un instante de reflexión, lo que hizo la Lempicka fue torcer la estética comunista: en vez de exaltar a obreros y campesinos, retrató a sus clientes capitalistas cosmopolitas y decadentes. O sea, se vaciló a todo el mundo...

“Évidemment! –soltó la francesa–. Y eso sí se le reconozco: que fue una mujer desprejuiciada, una mujer libre. En definitiva, eso es lo único que importa.”

Con esas palabras irrebatibles, mi vecina de barra apuró su copa de vino y se despidió, tenía que trabajar en sus bocetos. Yo, agotada por tan sesuda conversación, tenía que reponerme, así que pedí otro Kir Royal, por cierto el cocktail favorito de la Lempicka. Y lo saboreé con fruición mientras seguía con mi revista.

Como bien dijo la francesa, la Lempicka fue una mujer desprejuiciada y libre. Nacida en una familia austera de Varsovia, huyó muy joven a Moscú, y cuando estalló la revolución rusa se fue a París, donde conquistó a la alta sociedad europea pintándola en esos retratos glamorosos. Tuvo novios y también novias en Londres, Roma, Zurich. Quiso quemar el Louvre con sus amigos del Movimiento Nabi. Logró sacar de una cárcel soviética a su esposo que era un barón polaco, pero luego lo dejó por un millonario americano con el que se fue a México. Y allí siguió “regocijándose con la congoja y el vértigo del arte”, para escándalo de aquella sociedad conservadora...

Uff... qué mujer tan intensa, pensé, cerrando mi revista. Habrá sido agotador convivir con ella... Me tomé el último sorbo de mi delicioso Kir Royal y me fui a mi casa en mi Renault verde, bien decidida a pasar una noche plácida, sin congojas ni vértigos pesadillescos.

Ilustraciones:

Auto-retrato en un Bugatti verde

Retrato de la señora Boucard

Tamara Lempicka pintando el retrato de su esposo

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