miércoles, 24 de octubre de 2007

UN BAR CALLEJERO EN PARÍS/ Firmin Mutoto Luemba

Desde hace unos años, en la calle Faubourg Saint-Denis de París, al finalizar la jornada, se forman espontáneamente unos grupitos de africanos que se apoderan de la acera y la calzada para conversar y tomar cerveza, como en cualquier barra de bar. La gente va llegando para “socializar”, y al poco rato se forma un verdadero bar callejero, donde se habla y se bebe de pie.

Un hombre con ropa tipo militar, oriundo de Costa de Marfil, es uno de los asiduos de este bar espontáneo. Empieza diciendo: “Mi nombre es Tshatsho pero me llaman «Sargento», hice la guerra en mi país, después me metieron en la cárcel pero logré escaparme...” Una vez que entra en confianza, Tshatsho confiesa: “En realidad, yo sólo soy un reggae man.” Para convencerse, suelta algunas palabras en inglés, adoptando un acento a lo Bob Marley, y se pone a fumar marihuana, “un estimulante que nos ayuda a seguir por los caminos de la vida...”.

Otro de los asiduos es el manager de un grupo musical todavía desconocido, «Distribuidor Automático». Me explica el origen de este bar callejero: “En los bares nos venden la cerveza a 5 euros, pero en el auto-mercado la compramos a 1,50. Y como no podemos reunirnos en los auto-mercados, nos reunimos en esta calle... Todo comenzó siete años atrás, cuando Tantine Rosy, una africana dueña de un restaurante de especialidades marfileñas, ubicado ahí cerca, en el callejón, cerró su negocio, donde acostumbrábamos a reunirnos entre compatriotas, para echarnos tragos a bajo costo y socializar tranquilamente. Como no había nada para sustituir el lugar, los que frecuentábamos el negocio de Tantine Rosy empezamos a reunirnos aquí...”

Pero los vecinos soportan mal a estos “bebedores ambulantes” sin origen definido, que encochinan la calle con las botellas vacías. Y el dueño de un bar pakistaní ve con malos ojos la fuerte competencia de esta barra sin asientos y a precios solidarios.

La policía viene de vez en cuando, por las quejas de los vecinos: “Al principio nos pedían la identificación, pero como no somos inmigrantes clandestinos, ahora nos dejan tranquilos... Además, para hablar claro, no se puede decir que esta calle sea una calle residencial: es la calle de las putas... Así que los policías ahora se limitan a quitarnos las botellas y vaciarlas. Cuando se van, compramos otras y seguimos con la tertulia... Como no somos unos indocumentados, la policía nos tiene sin cuidado...”

Estos bebedores callejeros, africanos en su mayoría, se reúnen para discutir acerca de lo humano y lo divino: la política, el fútbol, las mujeres, los amigos comunes... Todos tienen un empleo y la mayoría son padres de familia. “Pero ninguno traemos a nuestra esposa...”, declara uno de ellos. Y otro explica “Yo trabajo 15 días en Auxerre, y vengo 15 días a París para descansar...”

La ventaja de esta barra espontánea en París es que cuando uno de estos bebedores callejeros se emborracha, no hay peligro de que se le aplique la ley de los bares africanos: allá, quien rompe una copa, la paga... ¡Salud, compadre!

Versión y traducción: Amelia Hernández

1 comentario:

Tito Graffe dijo...

Hola Amelia Hernandez, muy buena tu cronica,siempre detallista,
sobre Paris tan especial,me gusto
leerlo,el año regrese despues de muchos años.Saludo Tito


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