(VIENE ) Para quienes bebemos, o bebíamos todos los días, beber en diciembre, no solo es mas de lo mismo, sino que como el matrimonio, no hay nada más terrible que echarse un palo obligado. Ya he cacareado muchas veces, ese deprimente espectáculo de los 31 de diciembre, para el cual no hay otra solución que rascarse temprano, dormir hasta las diez, pararse, comer hallacas, pernil, jamón y ensalada, esperar el cañonazo y volverse a rascar.
Por eso, no hay nada más sabroso en el mundo que beber en enero. Es como un cabaret, los lunes en la noche. Los desaforados sexuales están en casa con sus espositas, los malandros están enratonados y durmiendo, y las meretrices son mas solícitas por la poca demanda del mercado carnal. En enero, los empleados públicos y privados, cajeros de bancos y los bebedores de viernes por la noche están limpios de dinero y hartos de aguardiente decembrino, por eso los bares vuelven a ser templos sibaritas. Las cervezas siempre están frías, los barman sirven los tragos con generosidad, nadie grita y los
parroquianos brindan como viejos amigos.
Enero también es el mes perfecto para pasar un despecho porque los dolores del alma se van con el año viejo. Es el mes para cantar bolero ranchero de José Alfredo Jiménez: "Para de hoy en adelante/, ya el amor no me interesa/ gritaré por todo el mundo/, mi dolor y mi tristeza/ porque se que de este golpe ya no voy a levantarme". Después vienen los meses de carnaval y semana santa, y en mayo, junio, julio siempre habrá una excusa para beber, por lo que si todavía en agosto, uno no logra olvidar el amor de sus amores, hay que volver con José Alfredo: "Que me sirvan de una vez para todo el año/ que me pienso seriamente emborrachar/" (CONTINUARA)
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