miércoles, 27 de febrero de 2008

martes, 26 de febrero de 2008

BARDEM: OBJETIVO EMBORRACHARME / las rumbas del Oscar


"Vanity Fair decidió suspender su fiesta por solidaridad con los guionistas. Si es así, ¿por qué no los invitan alguna vez?", dijo con ironía Jhon Stewart al comienzo de la ceremonia. Cuando la gala terminó, los invitados se repartieron entre las fiestas de la noche. De madrugada se pudo ver a Javier Bardem saliendo del club Villa junto a Penélope Cruz, vestido ya más casual, con gorra de beisbol. "El objetivo de la noche es emborracharme", anunció cuando compartió su triunfo con la prensa española en el Chateau Marmont antes de acudir a la fiesta de Miramax.

La nota musical la puso Elton John con su piano, celebrando su 16ta. fiesta anual para recaudar fondos para la lucha contra el sida (consiguió 5,1 millones de dólares). La cita, con 750 invitados entre los que se encontraban Calista Flockhart, Harrison Ford, Marion Cotillard o Petra Nemcova, fue en el Pacific Design Center, donde cenaron ensalada de pera, risotto y carne. John, vestido con un traje negro de Yamamoto, tocó 11 canciones y cantó con Mary J. Blige y el frontman de Scissor Sisters. Allí estaba también Sean Penn, que describió a Daniel Day-Lewis como "el mejor actor de la historia". Pero la más multitudinaria fue el tradicional Baile del Gobernador, donde acudieron 1.500 de los 3.300 invitados a los Oscar. Se celebró a unos pasos del Kodak Theatre, en el complejo Hollywood Highland. En la mesa 303 cenaron los Coen.

A la fiesta asistieron cerca de 1.500 invitados, entre nominados, premiados, presentadores y otras personalidades, como el presidente de Estados Unidos, George Bush, que acudió con su esposa Laura y el gobernador de California, el ex actor Arnold Schwarzenegger. El prestigioso chef de origen polaco Wolfang Puck se encargó de que los exquisitos platos despertaran el apetito, después de un día en el que los nervios seguro que impidieron a los candidatos probar bocado.

Comieron buffets de ceviche, mini hamburguesas de carne de Kobe con encurtidos dulces, tartar de atún con alioli de Wasabi, sushi, mariscos y muchos más aperitivos que dieron paso a los platos principales: el bistec Wangyu beef steak acompañado por macarrones con queso y trufas negras de invierno. Las decenas de canapés que inauguraron el banquete hicieron las delicias de Diablo Cody, ganadora del Oscar al mejor guión original, mientras que Tilda Swinton, mejor actriz de reparto, no pudo resistirse al chocolate. Las mesas se convirtieron en un ir y venir de actores y actrices que querían comentar con sus amigos las anécdotas de la noche. Viggo Mortensen, que felicitó a Cate Blanchett por su próxima maternidad, George Clooney y su novia Sara Larson y Javier Bardem, eufórico con su estatuilla, fueron otros de los asistentes.

domingo, 24 de febrero de 2008

DIMINUTAS E INFINITAS/ Rosa Bertín

Este viernes fui a cenar con mi ex-esposo a casa de un caballero escocés, viejo amigo nuestro. Cada vez que nos invita, Marmaduke nos ofrece al final de la cena un pousse-café muy especial: una copa de drambuie, un licor escocés que, según él, viene del siglo XVIII y lo elabora una antigua familia, los Mc Kinnon de la comarca de Kirkliston, con añeja malta escocesa, miel de brezos y una mezcla de hierbas aromáticas cuyo secreto siempre ha sido celosamente guardado (igual que el secreto del ponche-crema elaborado por Eliodoro González P.). Me encanta el drambuie, por su bello color amarillo ámbar y su grato sabor a especias y melado. Aunque se utiliza en ciertos cocktails, yo lo prefiero puro: es tan delicioso que mezclarlo me parece un crimen de lesa-paladar.

Marmaduke, que vino de su escocia natal a los 30 años de edad como maestro cervecero, es hoy en día, ya jubilado, un apasionado filatelista. Pasión compartida por mi ex-esposo. Mientras estuve casada con él, aprendí las reglas de la filatelia: a la vez ciencia, arte y pasatiempo, es una disciplina exigente, un universo diminuto que abarca todos los temas. Incluyendo las bebidas: hay una estampilla francesa muy linda que invita a tomar champagne para ver la vida en rosa...

La colección de Marmaduke se especializa en los aniversarios de eventos, en los oficios desaparecidos, y sobre todo en la Revolución Francesa, eterno tema: qué cantidad de países han emitido estampillas reproduciendo los lienzos famosos o los simples dibujos de época que representan los grandes acontecimientos de esa revolución. Algunas de estas estampillas, aunque minúsculas, son tremendas, por ejemplo la de la reina María Antonieta subiendo a la guillotina...

Mi ex-esposo, siendo médico, se centra en la temática científica. De su colección, la estampilla que más me agrada, por su diseño ingenuo, es una de la república africana de Malí en homenaje a Avicena, el gran sabio árabe tan traducido en la Edad Media.

Marmaduke y él tienen un amigo italiano en Maracaibo cuya colección es exigua pero vale una fortuna: sólo colecciona falsificaciones, entre otras las “arepitas del Táchira”, unas estampillas redonditas inventadas en 1906 por un travieso filatelista de San Cristóbal que las puso a circular como si hubieran sido emitidas por el correo oficial venezolano, y que son valiosísimas.

Si yo fuera más disciplinada, aprovecharía las enseñanzas de mi ex y de Marmaduke para montar mi propia colección. Me dedicaría a las estampillas más hermosas, por ejemplo las que reproducen mariposas, flores, encajes, porque lo que me interesa de la filatelia es la imagen y el diseño. Todo el aspecto técnico, los elementos que hay que tomar en cuenta porque agregan o quitan valor a la pieza, que si el matasello de parrilla, que si la estampilla de favor, la resellada, la sobrecargada, la habilitada, que si la pareja capicúa, el centro invertido, la reimpresión, que si la filigrana, la marca de agua, la dentada de los bordes, etcétera... ¡todo eso me aburre!

Pero me divierte ver a los coleccionistas manipulando delicadamente las estampillas con pinzas, odontómetros, lupas desplegables, calibradores... O escudriñando los bellos catálogos de estampillas y extasiándose ante las rarezas, como ciertas estampillas inglesas, las únicas en el mundo que no llevan el nombre del país “porque la efigie de la reina es inconfundible”. O constatando un error acreditado, como en la “Red penny”, una estampilla inglesa muy feíta, de mediados del siglo XIX, cuyo fondo debió haber sido negro pero fue impreso en rojo; o el célebre “Bolívar negro” de 1900, de apariencia anodina, impreso en sepia y negro, luego resellado por error con un valor superior, y aunque sólo se emitieron 200 piezas, hay más de quinientos coleccionistas que dicen tenerla...

Una vez, Marmaduke nos mostraba una preciosa estampilla egipcia que acababa de adquirir, la que conmemora el 25º aniversario de bodas del rey Farouk, y yo pregunté cuál de las esposas de su harén es la que aparece junto a él. Mi ex-esposo alzó los ojos al cielo y Marmaduke se apresuró a servirme una tercera copa de drambuie, como para hacerme callar... Desde entonces, siempre perturbo el ceremonial de estas sesiones filatélicas con alguna pregunta tonta. Este viernes estábamos contemplando, en un bello catálogo Stanley Gibbons, la “Inverted Jenny”, famosa estampilla norteamericana de 1918 que representa una avioneta azul en un fondo rojo, pero volteada ruedas arriba; aunque su valor facial es de 24 centavos, hoy se cotiza por ese error de impresión a más de 100 000 $. “¿Y si no fue un error –pregunté–, y si era una avioneta haciendo acrobacias?” Mis dos devotos filatelistas siguen reaccionando igual: uno no se cansa de alzar los ojos al cielo, el otro me sirve enseguida otra copa de drambuie...

Lo que no saben es que se trata de una inocente estratagema que me permite guardar las formas: yo nunca me animo a pedirle a Marmaduke mi tercera copa de drambuie porque en el colegio de monjas me enseñaron que una dama no debe pedir más de dos copas; pero como la única ocasión que tengo de tomarme un drambuie es cuando voy a cenar a casa de Marmaduke... ¡se vale!

LA MEJOR CANCIÓN PARA ‘OSCAR’ /Carlos M. Montenegro

Hoy domingo 24 de Febrero es la entrega de los premios Oscar 2008, que cumplen 80 años. Mucho se escribe sobre este evento, el máximo del cine, que premia a los supuestos mejores del año 2007 en un montón de disciplinas que intervienen en la realización de las películas nominadas. Yo quisiera referirme hoy a un renglón muy importante: “El Oscar a la mejor canción”.

He tenido la oportunidad de escuchar las cinco designadas para esta entrega, que tiene una particularidad aunque no es la primera vez, y es que de las cinco, tres pertenecen a la misma película: “Encantada”; los temas seleccionados son: “Happy Working Song”, “So Close” y “That’s How You Know”; la historia es una comedia musical romanticona al estilo Disney con sus animalitos y todo, lleno de efectos de animación digital. La cuarta nominación es para “Raise It Up”, un tema “gospel” suave, con una niña como solista; la película es “August Rush” el nombre del protagonista, un muchachito huérfano con gran talento musical que conoce casualmente a un cantante “pop” y una joven chelista que lo ayudan. Y la última nominación pertenece a la cinta “Once”; la canción se llama “Falling Slowly” donde el protagonista, es un cantante callejero, que conoce a una muchacha pianista, que le ayudará también a salir de abajo y hace dúo con él en la canción, una balada muy romántica que me recuerda sospechosamente al estilo de Cat Stevens, lo cual no es malo pero si poco original.

La verdad es que en conjunto todos los temas parecen bastante descafeinados y blandos, pero es lo que hay y la Academia es la Academia.

Y uno echa en falta las grandes melodías que Hollywood escogía sobre todo en los primeros años, cuando empezó a premiar la mejor canción original. Los Oscar existían desde 1928, pero el cine era silente; al llegar el sonido se comenzó a otorgar a partir de 1934, en la séptima edición. Que fueran grandes melodías no sorprende, eran los tiempos de Irving Berlin, George Gerswin, Jerome Kern, Rodgers y Hart, Cole Porter y toda aquella galería de “monstruos” de la composición importados de Broadway, que andaba tambaleándose debido al desastre financiero de 1929; Hollywood, acusado de ayudar a hundir al teatro musical especialmente, con sus maravillosas producciones tomadas de Broadway tal vez sin querer, paradójicamente, ayudó al género a renacer al término de la depresión y la II Guerra Mundial.

Ese año, 1934, La Academia otorgó el Oscar a la mejor canción a “The Continental” de la cinta “The Gay Divorcée”, que significaba “La Alegre Divorciada” por si acaso – compuesta por los señores C. Conrad y H. Magidson. Los protagonistas eran Ginger Rogers y Fred Astaire, reyes del musical en esos tiempos; la canción la interpretaban en tres partes Ginger Rogers, Lilian Miles y Eric Rhodes. Astaire se limitó a silbar un poco mientras su pareja cantaba, pero lo grandioso es que esas tres intervenciones son parte de una super, pero super producción* de unos 20 minutos sin parar, donde la coreografía, la dirección y el elenco todo, hicieron historia del cine.

(*) Si quieren, pongan en “youtube” esto:Ginger Rogers Fred Astaire The Continental The Gay Divorcee”. Un poco largo pero no lo olvidarán.

Carlos.managerman@gmail.com

jueves, 21 de febrero de 2008

PORLAMAR TIENE SU CINE CITTÁ







CARTA/ Phecda Márquez desde Valencia, España

Hola Pablo tuve el placer de compartir con Adriano en mi corta estadia en Venezuela, me lo encontré, como era de esperarse, en una barra de Altamira; fue una tarde deliciosa en la que conversamos de lo humano y lo divino acompañados de una buena botella de vino.

Habia leido este articulo de Juan Cruz que publicó el periódico EL PAIS, hace exactamente un mes, lo había recortado para enviartelo, pero entre una cosa y otra no lo hice, sin embargo cuando hoy leí en el código de barra " A un mes de Adriano " me animé y aquí te lo adjunto.

No se pueden imaginar los escritores del Código de Barra lo felices que nos hacen a aquellos que estamos en la afueras de nuestro querida y amada Venezuela

En verdad felicitaciones, en especial a ti por tanta creatividad ademas de poder reunir a tanta gente tan maravillosa

cariños

Phecda

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lunes, 18 de febrero de 2008

domingo, 17 de febrero de 2008

A UN MES DE ADRIANO/ Tulio Monsalve

Es sólo un mes. Debo decirte que en este mínimo lapso que también incluye distancia, mucho se ha dicho y escrito sobre tu persona y obra. No te tengo ni tendré como ausente, sólo como escapado del diario hacer de esta complicada realidad. Desde siempre te escuché hablar y analizar lo que amigos comunes, Edmundo Aray, llamaba los delirios del Capitán Ahab persiguiendo una ballena blanca, bella y terrible asesina de la cual, sospechamos siempre, estuvo enamorado. Empresa que inexorablemente agotó su vida, quizás, hasta llevarlo a la muerte. Así de terribles son las quimeras.

Como en toda utopía el capitán no estaba solo, lo seguía una tripulación, algunos, quizás esperando cobrar la moneda de oro que había martillado en el palo mayor para quien primero avistara la ballena. ¿Avaricia?. Otros tripulantes, por saberse cómplices del momento de inmensa felicidad que alcanzaría el viejo Ahab si mataba a quien le había robado su pierna. ¿Felonía?. Otros quizás lo seguían para saber que pasaría luego de la muerte de la fiera, vaticinaban que ello sería también el fin de la vida del Capitán. ¿Utopia?.

¿ Cual era el Techo de la Ballena?, sencillamente un lugar de sueños, océano de cosas remotas que solo estaban en el corazón de cada uno de los aplaudimos las infinitas arbitrariedades que allí se les ocurría, a Contramaestre, Montillita, Caupolicán, Edmundo, Adriano y Daniel, que hacían política con alma de poetas.

Lugar de aventura y vida, ideas, sueños y muchas cervezas, regueros de cerveza e ingenio que comenzó en el Bar Iruña, en el centro de Caracas, fue a una calle cerca de Cuchilleros en Madrid, volvió para vivir en El Viñedo y fijar residencia en un garage de Sabana Grande y allí alojar a todos los oficiantes de la imaginación y el vuelo nocturno que fue el mundo ballenero.

Pero en los años sesenta, en Venezuela, cualquier viaje a la fantasía por mundos nuevos era peligroso, al realizarlo, solo logramos conocer algo de nosotros mismos y del mundo que vivíamos. Estuvimos como peregrinos medioevales convencidos de que el viaje al Santiago de la democracia no lo lograríamos, pues este era un buque fantasma manejado por espectros que escondían fines poco confesables. La vida parece que nos dio la razón.

Nuestra ceguera consciente, nuestra ballena, nos advertía de los peligros de ese poder sin responsabilidad social que enfrentábamos, asi vimos como abundaba el trastoque de los fines verdaderos por otros falsos. Como se sacrificaba el bien tenido por colectivo en aras de la libertad abstracta de las necesidades del comercio y la trácala; y que este, sería el patrón de vida de los gobiernos que luego vimos desfilar en comparsa, carnaval tras carnaval.

La realidad de que llega, llega, y de que golpea duro y en la cara ni que decirlo, eso le pasó a Adriano, cuando fue detenido por ejercer su natural oficio de escritor. Por cumplir lo que el compromiso del destino y la gravedad de sus sueños impuso: escribir. Por hacer bien lo que su ingenio le disponía y sus artes narrativas le imponían, narrar, sentir y expresar a través de los textos, en fin, comprometerse con lo que un buen ballenero debía hacer, desmontar la tramoya de la política “democrática” de Rómulo Betancourt.

Mañana del 1 de mayo de 1962, una vez mas –con espíritu militante- fuimos al eterno y ya repetido y fastidioso desfile y volvimos a ser repelidos por los mismos cabilleros adécos de siempre dirigidos por el Negro Herrera, que no aceptaban la presencia de la izquierda, menos mal que ese día tendría lugar otro evento cuyas repercusiones tienen vigencia 48 años después. Caupolican Ovalles iba a presentar su poemario “Duerme usted, señor Presidente”. Después de este libro la democracia betancurista se hizo palpable, en sus verdaderos métodos, Caupolican, tuvo que huir violentamente en Colombia y Adriano fue detenido en la Digepol. Sin duda que el poema era una provocación y la respuesta fue violenta. Según dice Adriano: “Caupolicán tuvo que irse al exilio porque lo querían matar y a mí me agarraron preso”. A Adriano, lo agarran en el aeropuerto, y fue a parar a Los Chaguaramos, urbanización donde se encontraba la sede de aquella siniestra policía del régimen adeco.

Síntesis: Adriano fue encarcelado por esa singular democracia adeco copeyana acusado del gravísimo delito de haber escrito el prólogo del libro ¿Duerme usted, señor presidente?.

En los días siguientes tenía que ir la Digepol, de visita, para entregarle un remedio a un amigo detenido, cerca del lugar me topé con Gonzalo Castellanos, el arquitecto, quien me pidió que, si se podía, le preguntara a Adriano por un escrito sobre Cuba que él le había entregado. Quería recuperarlo pues lo estimaba algo peligroso. Pude entrar y entregar el remedio, convine con el amigo que tratara de que Adriano estuviera cerca de las rejas y que disimulara para poder preguntarle algo que me interesaba. En eso estaba, cuando fui sorprendido por el guarda presos, que se adelantaba para evitar que continuara preguntando. El policía -- hay que considerar que allí solo habían o políticos o intelectuales presos, y por lo tanto, se suponía, él debía hablar de forma tal que correspondiera con el nivel de los encarcelados -- así, con firmeza y palabra cuyo tono pretendía culto o refinado, dijo grandilocuente mientras se acercaba …. rolo en mano: “mucho conversándome con cuyo detenido”.

Entre desenmascarado y temeroso decidí dar por terminada la gestión, evitando por razones evidentes, llegar a reírme como era obvio.

Hoy no te veo, pero igual estás presente entre todos los que siempre peleamos contigo y mucho te admiramos. Si por allí te topas con el Capitán Ahab pregúntale quien se quedó por fin con su moneda de oro.

Tomado del Prólogo que le causó el carcelazo de Adriano Gonzalez León:

“Se trata de una poesía que se da como una necesidad cotidiana.

Sobre todo, se trata de un rechazo definitivo de lo encadenante poético, mientras se afirma, ya que no un derecho a decir, sí una posibilidad de maldecir. ¡MALDECIR! “

EL PAIS PORTÁTIL DE ADRIANO/ Carlos Reyes Lima

Adriano González León y su país portátil. “Hoy eres Girondo y mañana Walter y tu nombre verdadero se pierde en el universo, quieres acabar con los mezquinos sueños de supervivencia de los escritores, quieres inscribirte con tus lectores en un mismo horizonte anónimo donde establecerías por fin con la muerte una relación de libertad” P. 297. Enrique Vila-Matas. El Mal de Montano

El 12 de enero del 2008, con un montón de literatura en la memoria, con el periódico extendido sobre una mesa de un bar, leyendo el ayer, lo encontró un infarto. Lo descubrió entre un titular y un artículo de opinión. Él era su memoria. Y allí lo encontró, un sábado, un día no propicio de muerte; “las defunciones no saben de días festivos y laborables, no tiene consciencia del tiempo”, decía aquella escritora de esquelas. Y solo Cesar, Cesar Vallejo la predijo “moriré un jueves y con lluvia”. Y Adriano González León, igual que vivió, la muerte lo encontró en una barra de un bar, con algún libro salvavidas en su bolsillo y una noticia abierta.

Desde un lugar lejano me llega la noticia en forma de correo electrónico, es Ana que me dice, es Rodolfo que me comenta, es Yhajaira que afirma, es Juan que me alerta. Son todos los lectores de las imágenes, que Adriano González León, daba vida, en su espacio televisivo “Contratema”, en un soporte tan pasajero, tan inmediato como la televisión, solo 45 minutos para hablar de literatura, para contener tanto libro. Adriano, nos daba la vuelta al mundo de lo literario, con su voz ronca de ginebra. Con imágenes, con entrevistas, con comentarios, con lecturas: la literatura que se transformaban en imagen, en cotidianidad. Y entonces, en la pantalla chica, una cosa diferente sucedía, los culebrones dejaban de respirar en algunas casas, en muy pocas, era una alternativa: Un espacio para aprender a leer y romper las barreras de lo cultural como elite.

Y allí estaba la tradición de escritores hablantes, de escritores que jugaban (al 5 y 6) las carreras de caballos, con combinaciones poéticas, en sus nombres literables. Siempre artistas con tarjetas de créditos golpeadas de hambre y tragos, y el pago de la cuenta en el bar, para otro día, en la que el “Dios Baco apueste también por nuestros caballos”. Más que envites, era un acto poético: retar al destino, con los animales bautizados desde los libros. Las carreras se transformaban en un corretear de nombres que al final encontraban su llegada en los últimos puestos; “a una cabeza de la meta final”, pero el arte y la literatura tenían que seguir compitiendo por alcanzar, algún día, la voz ganadora, así sea en la narración de los locutores hípicos.

Apostar y perder. Crear y perder. Ganar un trocito de vida. La literatura corre con la existencia, lo que triunfa, al final, es el lector de País Portátil, de Las Hogueras Más Altas, de Solosolo, de Viejo, de Crónica del Rayo y la lluvia, de Huesos de mis huesos; de su libro Damas en edición de bolsillo, no más grande que la palma de la mano, que podía ser secuestrado con el puño, oloroso a perfume derramado sobre sus hojas. Letra y olores, imágenes y sabores en esa sucesión de damas, que en el libro, son todas las mujeres y una.

Y así por mucho tiempo, Contratema fue la vitrina de muchos escritores, del mismo Adriano en su pasión por Andre Bretón, en sus discusiones sobre realismo mágico, por allí deben de estar los programas, la literatura oral y la crónica de un tiempo de escritores, de políticos, de cineastas. Con su cabecera con la música de la película “País portátil” su novela, y la película de Iván Feo y Antonio Llerandi. En algún lugar oscuro, en un depósito húmedo, la memoria debe estar muriendo, así como los programas de Aquiles Nazoa, Arturo Uslar Pietri, y ahora Adriano, escondido en el naufragio de la imagen que se borra con el paso del tiempo.

Su libro País Portátil (recibió en 1968 el premio Biblioteca Breve de Seix Barral), al igual que Andrés Barazarte (su personaje), Adriano González León rescato la historia con la bomba que llevaba Andrés, actor con ficción, encerrado en su juego de azares improvisados, dispersos, que como la historia de Venezuela, puede explotar en el autobús, en el viaje que somos. Adriano lleno su “vida portátil” de todas las ilusiones y todo el pasado que un venezolano pretende sentir, ayer y hoy. Y en País Portátil, más que un análisis de la violencia de los años 60, esta el escondite de lo que somos, de ese pasado portátil, álbum de fotos que guarda nuestros recuerdos, sitio imaginado, refundado cada día. Las maletas siempre se extravían, siempre, y ahora más que nunca, llevamos un país portátil en nuestro hablar, en nuestros recuerdos. El Andrés de Adriano, nos dio la conciencia de que no hay presente sin pasado. Nos construyo en nuestros miedos y laberintos. Para morir y ser un cuerpo portátil, y llegar hasta un lugar donde los dioses apuestan por las sombras de los caballos ganadores.

Adriano era Escuque, su pueblo de fantasmas y ruinas en el páramo. Nunca dejo de estar en él. En el sabor del picante con leche, del miche callejonero, en las tías, en los tíos. En emigrar a Caracas para conquistar el mundo. En la pensión triste de hombres tristes que se asomaban a las ventanas para ver pasar el tiempo. Y Sardio, y el Techo de La Ballena, subversivo y nunca panfletario. Buscando lectores y escuchas. Y, después la ginebra con zumo de naranja y hielo golpeado. Y las republicas fundadas en bares, en dibujos, en gabinetes de utopías y rones. Las embajadas como respiración. Nunca cambio, las entrevistas de antes y ahora nos hablan de ese Adriano que no dejo nunca la literatura, que como Montano, en el libro de Vilas- Mata: “esta enfermo de literatura”. Adriano, como Montano, vivió de citas y de lecturas, de los “otros para hacerse él porque todos los libros son un solo libro, y todos los escritores un solo escritor.

Y ahora que las cartas no hacen falta, que estar lejos, por razones de geografía, no es la excusa, ahora que la justificación es que tú estas en algún lugar donde el alma se hace portátil y solo guardamos lo que escribiste, cito este trozo de texto: “Acá, en las islas, orillas de las orillas, probablemente han llegado más botellas de náufragos que a otra parte del mundo. Estación postal del desconsuelo, está en la encrucijada de tres continentes. Es probable que los mensajes no recibidos por tanto abandonado, hayan chocado en las rocas, luego devueltas por la resaca mar adentro, hasta encontrar su trabazón en el camposanto de las historias” (1)

Y así, amigo Adriano, en un lugar donde “Se llega y ya uno se siente instalado en orillas que no buscan el mar porque todo es mar” (2) Guardo mi país portátil, desojado y perdido entre el macuto que me acompaña.

1. 2. Crónicas del Rayo y La lluvia. Itinerario de las Islas.

Carlos Reyes Lima carlosreyeslima@yahoo.es 0034-626232368.

jueves, 14 de febrero de 2008

"SIDE CAR" EL COCKTAIL MAS CARO DEL MUNDO/ Gustavo Méndez



“The most essential gift for a good writer is a
built-in, shock-proof shit detector”.


ERNEST ‘PAPÁ’ HEMINGWAY, entre otras muchíiiiiiisimas cosas, fue cazador de grandes mamíferos, pescador de barracudas y peces velas, borracho, soldado, apostador, corresponsal de guerra, boxeador, amante o discípulo de grandes damas de la escena y de la literatura (DIETRICH, STEIN, p.ej.) y, no obstante, quizás no haya sido otra cosa que un escritor. Sólo que su existencia formó parte de su obra literaria en medida tan inusitada que llevó a alguien a sostener la imposibilidad de saber si hacía esas cosas por diversión, por necesidad vital o, simplemente para escribir sobre los contiguos temas del amor y de la muerte. Es verdaderamente sintomático que su relación con EZRA POUND haya consistido en intercambiar lecciones de boxeo por trucos literarios. Su acelerada relación con la vida y con la muerte la mantuvo hasta el acto final, cuando accionó la escopeta Remington sobre su cabeza, en 1961. “El mundo mata a quienes no se doblegan” había dicho, desesperanzadamente, en Adiós a las Armas.

Para lo que nos interesa en esta BARRA, les relato otro episodio de semejante intensidad, aunque sea en otro tono: el 25 de agosto de 1944 se produjo la más fantástica entrada que bebedor alguno haya realizado en una taberna. Ese día se produjo la liberación de París de la ocupación nazi. Como HEMINGWAY no sabía vivir a la orilla de la vida, acompañado de varios individuos convenientemente armados ‘liberó’ la bodega del HOTEL RITZ (15, Place Vendôme) en el propio centro de París que, hasta entonces, había sido sede de alguna agrupación alemana —se dice que la Gestapo funcionaba allí—. Como lo dijo GARCÍA MÁRQUEZ: Hemingway no fue nada más, pero tampoco nada menos, de lo que quiso ser: un hombre que estuvo completamente vivo en cada acto de su vida”

Los acompañantes del momento formaban parte de una especie de comando que el escritor había ido formando desde su desembarco en junio en las playas de Normandía, al inicio como corresponsal de guerra, para luego cambiar la cámara de fotografía por algún arma ligera. El combo era entreverado entre españoles escapados de su guerra civil, partisanos franceses y miembros de la Legión Extrajera, todos con amplia experiencia en el combate contra el fascismo … y, seguramente, en el trasiego de nuevos y viejos vinos. Imaginamos a HEMINGWAY, soltando la metralleta y descorchando botellas de antiguos caldos allí almacenados, brindando con sus camaradas por la liberación.

Pero quizás no sea cierto que la celebración se hizo con vino, pues aun cuando existen varias versiones sobre el festejo, me inclino a creer en la suministrada en formato best seller que, como se sabe, suele tener gran fidelidad en la composición de lugares y circunstancias, aunque no sea mucha su calidad literaria. En ¿ARDE PARÍS?, el francés DOMINIQUE LAPIERRE y el gringo LARRY COLLINS, describen la situación afirmando que PAPÁ entró a la bodega e inmediatamente exigió la preparación de ¡71 martinis!, uno por cada uno de los integrantes de la brigada. También dicen que —aunque en París está prohibido tocarlas— ese día sonaron las campanas de todas las iglesias. Aunque el ‘doblar’ no sea un toque festivo, seguramente PAPÁ afirmó, a la altura de su tercer martini (dry, very dry) que en ese instante, las campanas doblaban por la vida.

A los lectores jóvenes les relaciono el HOTEL RITZ con celebridades contemporáneas: su propietario actual es el millonario egipcio que, en su momento fue el suegro de LADY DI, Mohamed Al Fayed. Fue del BAR HEMINGWAY, que allí funciona, de donde salió LADY DI, acompañada de su novio DODI, a encontrarse con la muerte … seguramente luego de tomar el cocktail más caro del mundo: por apenas 400 euros el visitante puede ingerir el «SIDE CAR», allí inventado y que es una mezcla de champagne, cointreau, gotas de limón y un cognac de 1865.

Años después de aquellos hechos, el escritor español JAVIER CERCAS (“SOLDADOS DE SALAMINA”), para hablar de críticos y gustos literarios, parafraseando la frase del epígrafe, describió a HEMINGWAY, por su vida y por su obra, como un ‘detector de idiotas’ en tanto que ‘a ningún idiota le gusta Hemingway’.

¡Que me perdonen los preceptores de la Escuela de Letras de nuestra UCV!

Las fotos:

Con la Dietrich, en el Normandie, con Mr Charles Ritz, entrada al principal bar del Hotel Ritz en Paris.

COMENTARIO DE IBSEN;

Dos raras fotografías de Papa Hem

La primera, en algún lugar camino a Guadarrama: el coche está en panne

La dama que le acompaña en la otra ( en una foto poco conocida) es Martha Gellhorn, su tercera esposa, una de las primeras mujeres corresponsales de guerra, inglesa de origen, cruzó el canal el 6 de junio de 1944 con un destacamento anglo canadiense, pocos días antes que Hem.

Carlos Baker dice que el brillo profesional de la Gellhorn entabló competencia con el de su laureado marido. La unión conyugal no sobrevivió a la posguerra

Ibsen Martínez



miércoles, 13 de febrero de 2008

BARES DE ULTRAMAR: INDIA/ Pablo Antillano

Cuando regresé de la India me desquité. Sin abrir las maletas me fui directamente a las barras de Candelaria, luego a Las Mercedes y a Chacao.Durante dias me senté por ahí , para hablar con los parroquianos y para tomar con libertad toneles de cervezas, vinos y vodkas. Es que en la India faltan barras y una vida sin barras es insoportable.

Lo que si hay, parójicamente, es vino. Y no todos son tan malos como parece. Corriendo el riesgo de que un sabio enòlogo como Ben Fihman –quien se ha convertido en un frecuente viajero hacia el Rajasthan — nos censure, tenemos que decir que por lo menos en Pondicherry, la parte colonizada por los franceses, se beben buenos vinos indios. Tengo aún el recuerdo en los labios de esa sorpresa extraordinaria.Ya nuestro amigo Karam Bahwat nos había introducido en Bombay (Mumbai) , en la costa oeste frente al Océano Arábico, en el fino Clairette, un blanc de blanc muy seco con que el que se acompañan bien los manjares asiáticos que rebozan de curry, chutney y toda clase de especies exòticas.

En cambio en el trayecto – por tierra -- hacia la otra costa, hacia el oriente, en el Golfo de Bengala, no tuvimos tan buena suerte, y nos tropezamos con horribles desaguisados, siempre terminamos refugiándos en el blanco Riviera que acompaña noblemente los sabores fuertes. Definitivamente, a pesar de la diversidad y la cantidad de personas, la India no es un pais de amplia cultura alcohòlica. Los musuilmanes no se le acercan y los hindúes lo ven de lejos. Solo en los lujosos hoteles Taj, en los Oberoi, y en las cadenas americanas puede eventualmente encontrarse algún whiskey escocés, vodkas genuinas o vinos europeos.

No nos fue demasiado mal con nuestro Riviera doméstico en las posadas y restaurants de Bangalore, Mysore y Chennai (Madrás). E incluso en Kerala , en el extremo sur, dónde pasamos la parte del tiempo. Pero fue en Pondichéry, de fuerte influencia francesa, donde tropezamos con el paraíso de los enòlogos de la regiòn. A diferencia del resto de las ciudades que visitamos, en “Pondy” hay montones de licorerías abiertas a la calle, y las bebidas no pagan los desconsiderados impuestos de hasta el 70% con que las autoridades pechan al pecaminoso consumidor. En Madrás los licores importados pagan hasta el 80%..

Nos han explicado que, en cambio, el gobierno de Pondichéry utiliza la libre venta de licores para atraer viajeros de muchas partes del pais y ha terminado por concentrar el mayor trade de la India. En todo caso los vinos muy secos que producen en el pais no tienen nada que envidiar, según los expertos, a los vinos de Australia y California.

Para enfrentarse a los platos con mucho gengibre, curry, ajo , hierbas y especies urticantes , los indios tienen buenos cabernet y chardonnay, pero en dos extremos. Uno es el de los muy secos, que nos parecen buenos, pero los otros, húmedos y dulzones son intragables.

Por recomendaciones hemos probado los vinos de la casa Grove que tiene 15 años cosechando uvas francesas al pie de las Colinas Nandi, cerca de Bangalore, y que están asociados con buenos fabricantes franceses entre los que se cuentan los de la Veuve Clicot Ponsardin . Son ellos los que producen el Clairette que probamos en Bombai; producen Le Reserve que es un rojo Cabernet Sauvignon y el rosado Chateu Musar. Las botellas no pasaban de 400 rupias (9$) y todas las marcas son exportadas.

Miro Popic y Pedro Espinoza también tendrán de perdonar esta intromission en sus sagrados cotos cuando les diga que la casa Chateu Indage produce vinos que les harían caer para atrás. Trabajan con uvas francesas que cultivan en el extenso valle del río Kurdi , al sur de Bombai. Tienen 10 marcas que exportan a Europa y Estados Unidos: espumantes como el Omar Kayyam, rojos como el Arnakali y el Soma. Un blanco Chabri y un blanco Soma que mezclan con uvas de la India. Mi preferido fue el espumante Marquis de Pompidou.

Pondichéry, en todo caso, parece ser el alma difusora del sacudòn etílico de la India.

sábado, 9 de febrero de 2008

INFORME PARA ENANOS/ Crónicas Barsianas de Raúl Fuentes



“He notado que a veces inspiro temor

Piccolino

Dos noticias, sin aparente conexión entre si llaman mi atención. La primera, leída en la sección económica de un diario de circulación nacional hace referencia a la cría, en algún lugar de los llanos venezolanos, de avestruces que no son tales, pues, según el periodista que firma la nota, se trataría más bien de ñandúes”. La segunda, aparecida en las páginas deportivas del mismo periódico, nos informa sobre el triunfo que, valiéndose de todo tipo de malabarismos circenses”, alcanzó un equipo de enanos basquetbolistas sobre una selección de experimentados jugadores de la NBA. Y, aunque no viene a cuento – por lo menos al que me propongo contar – no puedo dejar de asentar aquí que una de las canastas mas espectaculares de la noche se registró en el segundo tiempo, cuando sin darse cuenta, Magic Jonson lanzó el balón con todo y enano, lo que permitió al diminuto jugador acreditarse una cesta de tres puntos que fue definitiva para la definición del cotejo La conjunción de estos dos hechos hizo que recordara un tercero ocurrido en otro tiempo y lugar.

Estábamos en Lima con Pepe Luís Garrido trabajando en una exposición para la celebración del sesquicentenario de la batalla de Ayacucho y nos habíamos alojado en el vetusto, céntrico y decadente Hotel Bolívar. Una noche, mientras dábamos cuenta de unos cuantos pisco sour, Pepe salió del bar para dejar algún encargo en la recepción. No llegó. Regresó exaltado y haciendo enormes gestos con ambas manos me conminó a que lo acompañara para mostrarme lo que tanto le había asombrado. Cuando vi de qué se trataba, entendí y compartí su turbación: frente a los ascensores, ataviado con paletó levita rojo y una enorme corbata de lazo, un enano sostenía con una traílla a un ñandú que le doblaba en tamaño. El animal había alzado la pata derecha y con uno de sus tres dedos presionaba el botón de llamada de los elevadores. Al principio creí que alucinaba bajo los efectos del pisco, pero no, una pancarta en la que no había reparado con anterioridad anunciaba la celebración en los salones del hotel de la I Convención Latinoamericana de Enanos, Payasos, Morisqueteros y Artistas de Circo, de modo que la presencia de enano en cuestión (y su enorme pajarraco) estaba plenamente justificada.

A partir de entonces comencé a toparme con enanos de toda guisa en los más disímiles lugares. Ya en Caracas y departiendo un viernes en el desaparecido Restaurant El Parque me enteré de que en el Hotel Hilton tenía lugar una reunión del Frente para la Liberación de los Enanos de Jardín. Imaginé al tiro a una sarta de jodedores y mamadores de gallo; pero no, se trataba de un movimiento liderizado por un grupo de intelectuales de escasa estatura y abundante resentimiento que había hecho de los enanos de jardín una metáfora de lo que, sostenía ellos, era su condición no ya de minusválidos físicos sino de marginados sociales. Por eso, robaban y destruían los cursis enanitos con que acomodadas (y, probablemente, poco ilustradas) familias adornan sus jardines.

Yo había leído El Enano, aquella novela de 1944 que hizo célebre a Pär Lagerkvist y que se nos presenta como el diario de Piccolino, un enano de corte cuya deficiencia de talla era compensada por su inmensa crueldad y portentosa inteligencia. También había leído Sobre héroes y tumbas y, tal vez, bajo la influencia del inquietante Informe para ciegos que Ernesto Sábato pone en pluma de Vidal Olmos, extrapolaba la perversidad que el padre de Alejandra atribuye a los invidentes para adjudicársela al pueblo de la gente en miniatura como de forma desproporcionada y poco elegante había yo entonces bautizado a los enanos. Mi relación con estos pequeños seres (con el perdón de Salvador Garmendia) se convirtió en una obsesión. Leí sobre los enanos de Palma, los enanos toreros de Aguas Caliente, me interese por duendes y gnomos, adquirí una reproducción de la Cuadrilla de enanos toreros (¡y además gordos!) de Fernando Botero, compré la única novela de Harold Pinter porque se llama Los Enanos, pero no se refiere a ellos; estudié la arquitectura de el Palacio de los Enanos, esa especie de casa de muñecas que un par de “pequeñas personas”, el conde y la condesa de Nicol construyeron en Québec en 1913, y en cuyo minúsculo salón destaca una foto tamaño real del conde, de smoking y sombrero de ocho reflejos, recibiendo a sus invitados (también hay allí una foto de Principito, el hijo no enano de la pareja.); en fin mi obsesión fue tal que llegué a creer lo que leí en una de esas revistas que hablan de OVNIS y conspiraciones y que a continuación reproduzco: “existe el rumor de que en la actualidad, los enanos se dejan acariciar la cabeza para ganarse nuestra confianza y controlar así la economía mundial. Para mayor inri hizo su aparición en los círculos donde me movía un personaje cuyas dimensiones hacía de él el enano más grande o el gigante más pequeño, del mundo, claro, y dependiendo de cómo se le catara o se le midiera o se le viera y que era pornógrafo y obseso sexual y a quien Miguel Otero Silva le endilgó el mote de Miniputo y Héctor Myerston llamaba no liliputiense, sino liliputoso.

Todas mis aprehensiones terminaron cuando me enteré de que en medio de una borrachera de tronío Toto Diez, en complicidad con Marco Tulio Troconis y, seguramente, Gustavo Méndez, se robó un enano (robo, lo llamaba él; secuestro lo llamo yo). El rapto se produjo un sábado de carnaval en lo que entonces se llamaba Calle Real de Sabana Grande, utilizando para tal fin un vehículo oficial, un Cadillac cuyo tamaño, así como el de los plagiarios, ha debido deslumbrar al objeto de una retención que, en aquel momento y a los ojos de la víctima tenía todos los visos de una abducción.

Una de las conclusiones preliminares a las que había llegado en mi nunca escrito Informe para (o sobre) enanos es que resulta muy difícil determinar la edad de estos, pues a su escala, la lozanía de la juventud o la rugosidad de la vejez no son apreciables a simple vista. Esta hipótesis me la confirmó Toto cuando me dijo que nunca supo cuántos años tenía su botín, ya que una vez en posesión del minúsculo individuo, éste no pudo precisar su edad porque no sabía cuándo ni donde había nacido y que para él el tiempo era una dimensión que no modificaba su aspecto y que, desde siempre, se recordaba a sí mismo con idénticas facciones. Estas revelaciones convencieron a Toto, a Marco y, seguramente, a Gustavo de que no se habían apropiado de un niño cabezón. Esta convicción pudo más que cualquier escrúpulo y, en consecuencia, cargaron con el enano hasta un bar de La Florida que frecuentaban por aquellos día, el Polesu (después Black Horse), donde le obsequiaron un enorme Bull de cerveza que lo predispuso a favor de sus captores, mucho antes de que se hablara del síndrome de Estocolmo, e hizo que se sintiera arte y parte de aquella irresponsable patota, y pasó del yo quiero irme para mi casa al coño, vale, ustedes si son chéveres.

En esas estaban cuando Toto propuso que le compraran un liqui-liquito a Bebé, que así habían comenzado a llamar el enano. Se fueron a La Imperial, que se publicitaba como el palacio del liqui-liqui y el liqui-liquito y le compraron un traje blanco y unos zapatitos de patente que encantaron al enano que ya se sentía grande entre los grandes.

Anduvieron con el enano a cuestas durante todo el carnaval y hasta lo disfrazaron de negrita. El enano estaba gozando un puyero sin pensar en lo que le tenían preparado como fin de fiesta.

El día martes, a pesar de que todavía en algunos lugares se jugaba carnaval con agua y otras sustancias no tan inocuas, lo trasladaron al barrio Chapellín donde había una gallera de dudosa reputación y se sabía que moraba un enano tan maluco como chiquito. Convencer al bebé para que lo enfrentara requirió de varios frascos y un sin número de promesas. Cuando estuvo hasta los teque - teques, aceptó el reto y, en brazos de Toto que lo acunaba como a un recién nacido de talla extra larga, Bebé se hizo presente en la gallera donde lo esperaba, desafiante, un malandrín de siete suelas dispuesto a masacrar a nuestro héroe a quien las apuestas no favorecían para nada. El público rugía como si de gallos se tratase y las botellas de ron pasaban de mano en mano y de boca en boca. La pelea duró poco: Bebé resultó un experto en artes marciales y dejó muy mal parado al enano de la casa. Los apostadores, indignados, acusaron a Toto y su pandilla de organizar un fraude y estuvieron a punto de lincharles. Con Bebé en alto, como si se tratara de un trofeo, salieron corriendo de allí y no pararon hasta llegar al carro que habían dejado en uno de los accesos al barrio.

Una vez a salvo se planteó lo inevitable: ¿qué hacer con el enano? Éste no quería desprenderse de sus amigotes, a pesar de que estos habían puesto en peligro su integridad física. Emborracharon una vez más al enano y lo depositaron, mientras dormía, en el jardín de una casa en El Paraíso, perteneciente a un influyente político de la época quien, suponemos, ha debido entregarlo a la policía al constatar que no era uno de los pigmeos que adornaban su huerto.

Esta estrafalaria aventura hizo que mi posición frente a los enanos sufriera radicales modificaciones. Sin embargo, no estoy del todo convencido de que no haya un dejo de malicia o de siniestra perversidad en ellos. Una duda que se ha acrecentado a raíz de lo que, recientemente, me contara Toto al regresar de un viaje a Paramaribo a donde fue en viaje de negocios. Para celebrar no sé que exitosa transacción lo llevaron a un lugar llamado Mi reino sí es de este mundo, que resultó ser una amalgama de cabaret, café concert y burdel de lujo donde la estrella era un ventrílocuo políglota cuyo muñeco profería improperios en más idiomas de los que habla el Papa (eso decía la postal que me mostró). Me dijo que se había divertido de lo lindo y que al día siguiente descubrió que el ventrílocuo se hospedaba en su hotel. Se las ingenió para hablar con él porque le parecía muy cómico que, a cada rato, hablase por el celular y dijese que lo hacía con el muñeco. Era graciosa, sí, pero muy raro y se dedicó a espiarlo. Así descubrió, que el muñeco era en realidad un enano y que el enano no era otro que BebéIgualito, no había envejecido nada y estoy seguro de que me reconoció cuando lo vio abordar un taxi…porque me sonrió”.


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