domingo, 24 de febrero de 2008

DIMINUTAS E INFINITAS/ Rosa Bertín

Este viernes fui a cenar con mi ex-esposo a casa de un caballero escocés, viejo amigo nuestro. Cada vez que nos invita, Marmaduke nos ofrece al final de la cena un pousse-café muy especial: una copa de drambuie, un licor escocés que, según él, viene del siglo XVIII y lo elabora una antigua familia, los Mc Kinnon de la comarca de Kirkliston, con añeja malta escocesa, miel de brezos y una mezcla de hierbas aromáticas cuyo secreto siempre ha sido celosamente guardado (igual que el secreto del ponche-crema elaborado por Eliodoro González P.). Me encanta el drambuie, por su bello color amarillo ámbar y su grato sabor a especias y melado. Aunque se utiliza en ciertos cocktails, yo lo prefiero puro: es tan delicioso que mezclarlo me parece un crimen de lesa-paladar.

Marmaduke, que vino de su escocia natal a los 30 años de edad como maestro cervecero, es hoy en día, ya jubilado, un apasionado filatelista. Pasión compartida por mi ex-esposo. Mientras estuve casada con él, aprendí las reglas de la filatelia: a la vez ciencia, arte y pasatiempo, es una disciplina exigente, un universo diminuto que abarca todos los temas. Incluyendo las bebidas: hay una estampilla francesa muy linda que invita a tomar champagne para ver la vida en rosa...

La colección de Marmaduke se especializa en los aniversarios de eventos, en los oficios desaparecidos, y sobre todo en la Revolución Francesa, eterno tema: qué cantidad de países han emitido estampillas reproduciendo los lienzos famosos o los simples dibujos de época que representan los grandes acontecimientos de esa revolución. Algunas de estas estampillas, aunque minúsculas, son tremendas, por ejemplo la de la reina María Antonieta subiendo a la guillotina...

Mi ex-esposo, siendo médico, se centra en la temática científica. De su colección, la estampilla que más me agrada, por su diseño ingenuo, es una de la república africana de Malí en homenaje a Avicena, el gran sabio árabe tan traducido en la Edad Media.

Marmaduke y él tienen un amigo italiano en Maracaibo cuya colección es exigua pero vale una fortuna: sólo colecciona falsificaciones, entre otras las “arepitas del Táchira”, unas estampillas redonditas inventadas en 1906 por un travieso filatelista de San Cristóbal que las puso a circular como si hubieran sido emitidas por el correo oficial venezolano, y que son valiosísimas.

Si yo fuera más disciplinada, aprovecharía las enseñanzas de mi ex y de Marmaduke para montar mi propia colección. Me dedicaría a las estampillas más hermosas, por ejemplo las que reproducen mariposas, flores, encajes, porque lo que me interesa de la filatelia es la imagen y el diseño. Todo el aspecto técnico, los elementos que hay que tomar en cuenta porque agregan o quitan valor a la pieza, que si el matasello de parrilla, que si la estampilla de favor, la resellada, la sobrecargada, la habilitada, que si la pareja capicúa, el centro invertido, la reimpresión, que si la filigrana, la marca de agua, la dentada de los bordes, etcétera... ¡todo eso me aburre!

Pero me divierte ver a los coleccionistas manipulando delicadamente las estampillas con pinzas, odontómetros, lupas desplegables, calibradores... O escudriñando los bellos catálogos de estampillas y extasiándose ante las rarezas, como ciertas estampillas inglesas, las únicas en el mundo que no llevan el nombre del país “porque la efigie de la reina es inconfundible”. O constatando un error acreditado, como en la “Red penny”, una estampilla inglesa muy feíta, de mediados del siglo XIX, cuyo fondo debió haber sido negro pero fue impreso en rojo; o el célebre “Bolívar negro” de 1900, de apariencia anodina, impreso en sepia y negro, luego resellado por error con un valor superior, y aunque sólo se emitieron 200 piezas, hay más de quinientos coleccionistas que dicen tenerla...

Una vez, Marmaduke nos mostraba una preciosa estampilla egipcia que acababa de adquirir, la que conmemora el 25º aniversario de bodas del rey Farouk, y yo pregunté cuál de las esposas de su harén es la que aparece junto a él. Mi ex-esposo alzó los ojos al cielo y Marmaduke se apresuró a servirme una tercera copa de drambuie, como para hacerme callar... Desde entonces, siempre perturbo el ceremonial de estas sesiones filatélicas con alguna pregunta tonta. Este viernes estábamos contemplando, en un bello catálogo Stanley Gibbons, la “Inverted Jenny”, famosa estampilla norteamericana de 1918 que representa una avioneta azul en un fondo rojo, pero volteada ruedas arriba; aunque su valor facial es de 24 centavos, hoy se cotiza por ese error de impresión a más de 100 000 $. “¿Y si no fue un error –pregunté–, y si era una avioneta haciendo acrobacias?” Mis dos devotos filatelistas siguen reaccionando igual: uno no se cansa de alzar los ojos al cielo, el otro me sirve enseguida otra copa de drambuie...

Lo que no saben es que se trata de una inocente estratagema que me permite guardar las formas: yo nunca me animo a pedirle a Marmaduke mi tercera copa de drambuie porque en el colegio de monjas me enseñaron que una dama no debe pedir más de dos copas; pero como la única ocasión que tengo de tomarme un drambuie es cuando voy a cenar a casa de Marmaduke... ¡se vale!

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