Entre los numerosos establecimientos frecuentados por la bohemia caraqueña en los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado destaca, tanto por el aspecto físico de los locales que le sirvieron de asiento como por la personalidad del patrón, el Gato Pescador. Conocí tres ubicaciones distintas de este restaurante y bar que servía generosos tragos y copiosas porciones de comida aparentemente húngara. La primera de esas ubicaciones nos sitúa donde hoy se levanta el edificio
Halászó a veces desaparecía por algún tiempo y dejaba la taguara al cuidado de un pariente que reputábamos hijo, sobrino, ahijado o cómplice de quién sabe qué fechoría. Fue este personaje quien hizo pública la pasión de su padre, tío, padrino o compinche por las carreras de galgos. Sus desapariciones correspondían a los viajes que cada cierto tiempo hacía a Miami para apostar en los galgódromos de Florida. Ello explicaba el cierre, mudanza y reapertura de sus restaurantes que siempre se llamaron Gato Pescador, nombre que parecía apropiado para una ciudad que había albergado un burdel llamado El Pez que Fuma, pero que a mí siempre me intrigó. No el nombre en sí, sino su procedencia.
Hay un félido originario de Asia, Prionailuturus Viverrinus, a la que se denomina comúnmente como gato pescador, del que no sólo se dice es buen nadador, sino que además se le atribuyen facultades para la captura de peces, pero dudo que el restaurador magyar tuvieses noticias de este espécimen.
Muerto el felino, el religioso brilló por su ausencia. Sin embargo, meses después, Dom Perlet, que no estaba de parranda sino de viaje, regresó a sus prácticas de alquimia al mismo tiempo que alguna gente juraba haber visto al gato negro pescando en las orillas del río. Una resurrección que nadie pudo explicar y a partir de la cual la calle de Neuve des Lavandiers pasó a llamarse Rue du Chat qui Peche. A esta calle vino a parar, después de
Halászó macska utcája es el nombre de la novela con la cual Yolanda, que así podemos nominarla en español, obtuvo el primer premio de un concurso internacional de novela celebrado en Londres en 1936. En inglés se llamó Street of the Fishing Cat, es decir: la calle del gato pescador. De aquí debe haber sacado el nombre para su bebedero y comedero el hombre al que llamábamos Gato o Halászó. Quienes lo llamaban Halászó suponían que su nombre completo era Halászó Macska. Entre ello figuraba Adriano González León.
Un buen día nos enteramos del fallecimiento en misteriosas circunstancias del afable patrón del Gato Pescador, un húngaro pícaro y ludópata que sabía agradar a los poetas y, a través de gestos obscenos, hacía saber a las parejas de su disposición a rentarles un espacio para que se refocilasen. Adriano, en un hermosa y magistralmente bien escrita nota dio cuenta del deceso en la página de arte de El Nacional. La nota se titulaba Halászó Macska y reseñaba la relación del personaje así nombrado con el entorno bohemio de Sabana Grande y la naciente República del Este.
Poco tiempo después de morir el hombre a quien unos llamaban Halászó y otros Gato, me topé con una gran amiga de origen húngaro, Eva Ivanyi, cuyo padre, por afinidades étnicas y tratando de encontrar los sabores perdidos de su Budapest natal, solía invitarla al Gato Pescador. Fue ella la primera persona en advertirnos que el muerto no ha podido llamarse Halászó Macska, pues estas palabras significaban Gato Pescador. Y es más, puntualizó que quienes le decían Halászó no sabían que, en realidad, lo llamaban pescador porque el gato era Macska.
5 comentarios:
Pequeño local mágico, situado en un espacio de tiempo perecedero, efímero como nosotros. Nadie excepto yo había nacido. Deambulaba como un gato salvaje por las aceras vecinas al local en mi camino a la Universidad. De día los veía trabajar recogiendo los restos de la noche anterior. Nunca faltó una sonrisa.Al atardecer,al regresar de la Escuela de Letras, las mesitas, escasas en la acera, se ofrecían luchando por alcanzar una horinzontalidad peleada con las raíces de la mata de caucho, siempre más grande que el día anterior. La comida era aceptable, para quien no aspirara a experimentar grandes esbozos geniales. Bien hecha, simple, recordaba el cálido fogón hogareño y cotidiano. La bebida, común y alcanzable. En ocasiones algún buen vino hacía su aparición y se disfrutaba. Lo mejor era la compañía, la gentileza y las conversaciones de barra, interminables, que se desarrollaban entre los miembros de barra, los parroquianos de las mesitas interiores.
Inolvidable trozo de Caracas desde donde divisar el cielo y un cachito de luna tembolorosa cuando dominaban las brumas.
Una de las cosas memorables del Gato Pescador era su ubicación en una callecita lateral , paralela a la Plaza Venezuela . A unas dos cuadras de Sabana Grande, orillaba el localcito, mínimo y alargado como una cueva sin fondo, una calle sin mucho carro ni transeúnte. De día, los vecinos despuntaban junto a los usuarios de una lavandería automática que pululaba de estudiantes y solitarios de la zona, entre ellos, mi persona. Un inmenso árbol, si mal no recuerdo, de caucho, hojas inmensas y quebradizas cuando secaban sobre las acera, arrancaba la estabilidad con su inmensa raíz y obligaba a ubicar las mesas de manera que no se inclinasen. Estas, las mesas de afuera, eran a lo sumo dos o tres. No muy lejos el Tic Tac hacía de las suyas. Si no había puesto en el Gato Pescador estaba el Tic Tac para una cerveza o algo más poderoso; si no había, siempre estaba el Soledad, Y si no había por esos lados, pues el Chicken Bar con sus pasteles de chocolate podía servir, si se deseaba ingerir algo serio.. El Ebro todavía existía. Conversar era la nota. El nombre, el árbol, los amigos suplían una cocina casera aceptable, pero no extraordinaria. Podría decirse que era honesta en el sentido de que no escamoteaba los sabores con ficciones afrancesadas.La amabilidad era real y sólo había que asegurarse de no pasarse de tragos y regresar tranquilos a casa a rememorar las historias compartidas. ¡Na zdarovia!!
Negro usted si escribe bonito, que envidia.
Por cierto te estas blanqueando con los años, sera que eres paciente de la misma clinica que Michel Jackson, ja,ja,
Un abrazo desde Miami
Como es posible, caro Raul , que no hayas incluido entre las delicias del Gato Pescador aquellos sus famosos Fatanyeiros, que la maledicencia del lugar y de la epoca aseguraba que estaban compuestos, entre otra viandas, de gato y de pescado. Saludos amigo y te recuerdo que el Pez que fuma era un burdel guaireño y no caraqueño. Viejo es viejo manque se sfeite la papada.
Antonio Izsak wrote
at 8:32pm
Muy bueno el artículo. Me trajo memorias de ese sitio adonde iba de pequeño con mi papá que era hungaro. Hay una mención al Paprika. A ese fui mas con mis amigos de la época, entre ellos Raúl Valera, hoy fallecido. También estaba el Chicken Bar en Sabana Grande en el mismo estilo pero mas restaurante. Lo curioso es que los tres eran de hungaros
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